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Este artículo tiene por finalidad
analizar los milagros de Jesús en el evangelio de Marcos, -en gran parte curaciones o
exorcismos- con la finalidad de dar respuesta a tres preguntas: 1) dónde, 2) cuándo y 3)
a quien cura Jesús o qué adversidades remedia. Respondiendo a estas cuestiones podremos
determinar el alcance real de la acción de Jesús que sana y pone remedio a las
enfermedades o males más diversos.
La geografía de los milagros de Jesús
La actividad de Jesús, que sana y
remedia adversidades de todo tipo, se desenvuelve en el evangelio de Marcos en dos zonas
geográficas antagónicas según las concepciones judías del tiempo: territorio judío y
territorio pagano, que representan respectivamente al pueblo de Israel y a los paganos o
gentiles. La línea divisoria entre ambas zonas la marca el lago de Genesaret: al oeste,
territorio judío; al este, pagano. Diversas travesías de Jesús con los discípulos por
el lago indican el paso de una zona a otra.
- En territorio judío tienen lugar doce milagros
de Jesús, de los que once suceden en Galilea
(norte del país) y sólo uno en Judea (al sur).
En Galilea actúa Jesús en la sinagoga
de Cafarnaún expulsando de un hombre un espíritu
inmundo (1,21b-28); en casa de Simón y Andrés cura a la suegra de aquél (1,29,31); en el mar calma la tempestad (4,35-5,1); en un lugar
indeterminado de la orilla oeste del lago cura a la
hemorroisa y reanima a la hija de Jairo
(5,21-34); y, en un despoblado, reparte por
primera vez panes y peces a la multitud
(6,33-46). A veces el evangelista no indica el lugar exacto donde Jesús actúa como es el
caso de la curación de un leproso (1, 39-45)
o el de la curación del niño epiléptico (9,
14-29). La única curación obrada fuera de los límites de Galilea la realiza Jesús al
salir de Jericó, a treinta kms. de Jerusalén, hecho no casual, pues esta ciudad fue la
primera que conquistaron los israelitas, tras pasar el Jordán, en su éxodo hacia la tierra prometida. Jesús devuelve allí la vista a un ciego
(8,22-26), antes de realizar su éxodo definitivo de la muerte a la resurrección que
tendría lugar en Jerusalén.
- En territorio pagano tienen lugar cinco
intervenciones de Jesus distribuidas de este modo: en la región de los gerasenos expulsa
una legión de demonios de un endemoniado (5,1-20); en la comarca de Tiro
libera de un espíritu inmundo a la hija de la
sirofenicia, (7,24-30); en la orilla este del mar cura a un sordo tartamudo (7,31-37); en un lugar desierto
lleva a cabo el segundo reparto de panes (8,1-9)
y en Betsaida devuelve la vista a un ciego (8,22-26).
Jesús elige, por tanto, como lugar
privilegiado de sus milagros, en su mayoría curaciones y exorcismos, "la
periferia" de Israel, la provincia de Galilea, en el norte, llamada despectivamente
"Galilea de los gentiles o paganos", la región más alejada del influjo del
templo y del sistema religioso judío asentado en Judea, en el sur. "Galilea de los
gentiles" es casi exclusivamente el lugar de la actividad sanadora de Jesús, dando
cumplimiento así a sus palabras: "No sienten necesidad de médico los sanos, sino
los enfermos; más que justos, he venido a llamar pecadores (Mc 2,17), cuando le
acusan de comer con recaudadores y descreídos.
La periferia del sistema judío se
define de este modo como el lugar más apropiado para la actuación sanadora de Jesús. La
salvación de Jesús se concentra en los márgenes de Israel, en lo que podríamos llamar
la heterodoxia del sistema.
Dentro de Galilea, Jesús actúa
remediando males en todos los ámbitos de la vida humana: en una sinagoga, espacio
religioso, libera a un hombre con un espíritu
impuro (1,21b-28); en una casa, lugar de
la vida privada, cura a la suegra de Simón
(1,29-31); en la puerta de la casa, ámbito de la vida pública, realiza curaciones múltiples (1,32-34), y en un despoblado
tiene lugar el primer reparto de panes y peces (6,33-46)
en rememoración del desierto, donde Dios dio de comer a su pueblo, pero en un nuevo
éxodo que, a diferencia del primero, no va ya de Egipto a la tierra prometida, sino de
Israel a la nueva tierra prometida. Israel se ha convertido, como Egipto, en tierra de opresión donde la
enfermedad, el demonio, la muerte y el hambre campan a sus anchas, esclavizando al ser
humano; Jesús llevará al pueblo en un nuevo éxodo a la nueva tierra prometida, esto es,
a la vida sin semilla de muerte que anuncian y preconizan sus milagros, y que se
manifiesta plenamente con la resurrección.
Vemos, por tanto, cómo la actividad
taumatúrgica de Jesús, predominantemente curaciones o exorcismos, no tiene límites ni
fronteras; Jesús actúa en territorio judío y pagano; dentro del país judío, además, no hay ningún espacio de la vida humana que le
sea ajeno. La salvación de Jesús alcanza a todos: es universal; va dirigida a cualquier
persona independientemente del sitio en que ésta se encuentre. La vieja división del
mundo en judíos y gentiles o paganos ha terminado. Ya no hay dos, sino un solo mundo
donde todos pueden beneficiarse de la salvación de Dios. Lejos del sistema judío
(Galilea de los gentiles) o fuera (pueblos paganos) es posible la salvación... O mejor
todavía, es precisamente en la periferia del sistema judío o fuera de él donde se
manifiesta con fuerza el poder de Jesús que pone remedio a toda clase de males.
Convencido de que la nueva sociedad o
reino de Dios no se implantará definitivamente mientras haya alejados y excluidos, Jesús
centra su actividad en la zona geográficamente más alejada del templo de Jerusalén,
corazón de la religiosidad judía*** , (coma) y en los hombres y mujeres excluidos del
sistema judío por diversas razones.
Llama sorprendentemente la atención que, en el evangelio de Marcos, Jesús no cure a ningún enfermo, ni remedie ninguna necesidad en Jerusalén, tal vez por ser ésta el lugar de donde viene la oposición más fuerte a su doctrina liberadora, por hallarse en ella el Templo y su aparato ideológico, que impiden la liberación del hombre. Tampoco verán los discípulos en el evangelio de Marcos a Jesús resucitado en Jerusalén; tendrán que desplazarse para ello a Galilea: "Y ahora, marchaos, decid a sus discípulos y, en particular, a Pedro: <Va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os había dicho>" (16,7).
El tiempo de los milagros de Jesús
Si analizamos cuándo tienen lugar los
milagros de Jesús, sean exorcismos, curaciones, resurrección de muertos o "milagros
de naturaleza", constatamos cómo el
momento del día en que Jesús actúa con poder no es una indicación meramente
cronológica, sino también teológico-simbólica. En los relatos de milagro se habla del "día" en general (2,1; 8,1), de un
día concreto (el sábado, 1,21b) y del atardecer (4,35; 6,47), como tiempo en el que
Jesús actúa con poder.
Combinando las indicaciones
cronológicas con la actividad que Jesús realiza, se puede concluir lo siguiente: la
actividad sanadora de Jesús (3,1-6) en sábado (tiempo sagrado) resulta provocativa para
sus adversarios fariseos, hasta el punto de que, ya en el capítulo 6,1-6 del evangelio
de Marcos, Jesús es rechazado en la sinagoga y en día de sábado: "Sólo en su
tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian a un profeta". Y añade el
evangelista: "No le fue posible actuar allí con fuerza; sólo curó a unos pocos
postrados aplicándoles las manos. Y estaba sorprendido de su falta de fe". A partir
de este momento, Jesús no vuelve a entrar más en las sinagogas judías, ni se alude en
el evangelio a su actividad en sábado.
La nota polémica que puede observarse
en este recorrido muestra que el evangelio de Marcos incluye una dura crítica de la
sinagoga como institución y propugna una abolición del sábado, como tiempo sagrado;
ninguna de las dos instituciones ayuda a la liberación del ser humano. El hecho de que la
primera actuación de Jesús tenga lugar en sábado y en una sinagoga, donde expulsa el
espíritu inmundo de un hombre (1,21-28) es significativo, pues supone la triste
constatación de que en el lugar de los puros habita paradójicamente la inmundicia.
Tras las dos curaciones de Jesús en
sábado (hombre con un espíritu inmundo y suegra de Simón), en esta primera jornada en
Cafarnaún hay una intensificación o
pluralización de su actividad: "caída la tarde, cuando se puso el sol (esto es, terminado el sábado, pues los judíos
cuentan los días de sol a sol), le fueron llevando a todos los que se encontraban mal y a
los endemoniados. La ciudad entera se agolpaba a la puerta y curó a muchos que se
encontraban mal con diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios; y no permitía a
los demonios declarar que sabían quién era" (1,32-34).
Al terminar el sábado -tiempo sagrado-
la actividad curativa de Jesús se multiplica para simbolizar su victoria contra las
fuerzas del mal, que se muestran especialmente activas, según las creencias de la época,
al caer el sol y comenzar la tiniebla de la noche. Así sucede en el resto del evangelio:
al atardecer, una tempestad amenaza con hacer zozobrar la barca de los discípulos (4,35-5,20). La victoria relativa de Satán sobre
Jesús tiene también lugar al atardecer, hora en que Jesús anuncia la traición de Judas
(14,17) y también, al atardecer, se prepara José de Arimatea para colocar en el sepulcro
el cuerpo inerte de Jesús (15,42). Éste permanece en el sepulcro el día de descanso, el
sábado, cumpliéndose así el propósito inicial engendrado por fariseos y herodianos
de acabar con él (Mc 3, 6); pero el día primero de la semana, las mujeres reciben el
anuncio de la resurrección. La salvación llega con la luz, "muy de mañana, recién
salido el sol". El primer día de la
semana, con la resurrección de Jesús, el cristiano tiene ya por seguro que la victoria
contra los enemigos más abominables del hombre, la enfermedad y la muerte, representados
por la tiniebla y la oscuridad del sepulcro, es ya posible.
Jesús ha puesto fin, de este modo, a
la vieja división del tiempo en sagrado y profano; el sábado ha sido superado y ha
comenzado ya un nuevo tiempo -todo sagrado- en el que se podrá hacer el bien los siete
días de la semana, pues lo único realmente sagrado será el hombre al que hay que
liberar de sus enfermedades, dolencias o privaciones, allí donde y cuando se le
encuentre.
Los males que Jesús remedia
La acción salvadora de Jesús afecta a
individuos y grupos humanos (discípulos o multitud), al cuerpo entero o a algunos de sus
órganos más representativos (ojos, oídos, lengua, manos, pies o genitales):
- Cuatro milagros referidos por Marcos
tienen por objeto los órganos de la vista, el oído o la lengua. De ellos, dos se
realizan en territorio judío y dos en zona pagana. "Ojos, oído y lengua"
son los órganos por donde entra (ojos y
oídos) o se proclama el mensaje (lengua).
"Ver y oír" definen los dos
primeros tiempos del proceso de acercamiento del discípulo a Jesús que, en una segunda
fase, tendrá que hablar, anunciando lo visto y oído, como el ex-endemoniado de Gerasa (5,20). A nivel simbólico, Jesús convierte a
ciegos y sordos en testigos-creyentes y anunciadores del mensaje.
- En Marcos hay también cuatro relatos
de posesión demoníaca, de los que dos tienen lugar también en territorio judío y dos
en territorio pagano. La posesión demoníaca era, en aquella época, expresión de
alienación mental, manifestación de las enfermedades de la mente humana. La victoria de
Jesús sobre el mal (Satanás) es total; Jesús lo vence dentro y fuera de Israel, sanando
no sólo el cuerpo, sino también liberando la mente esclavizada por los espíritus
inmundos, figura de la ideología opresora y alienante de la sinagoga, como se deduce del
hecho de que los únicos que aparecen tentando a Jesús a lo largo del evangelio de
Marcos, además de Satanás en el desierto (13), son los fariseos, representantes de la
ideología satánica (8,11; 10,2; 12,15).
-También se refieren en el evangelio
de Marcos dos repartos (mal llamados multiplicaciones)
de panes y peces: uno entre judíos y otro entre paganos. Se anuncia así el fin de la
división de la humanidad en dos bloques y, con ello, el fin del privilegio de Israel:
Jesús da de comer por igual a judíos y paganos. En él se manifiesta el amor universal
de Dios que viene a curar no sólo la enfermedad, sino a remediar el hambre del pueblo y,
a nivel simbólico, la falta de una enseñanza que lleve al pueblo a la vida. Por eso el
evangelista dice antes de que Jesús de a repartir los panes que estaban como ovejas sin pastor y se puso a
enseñarles. El verdadero alimento del pueblo es la palabra de Jesús y no la doctrina
de los fariseos.
- Jesús obra dos milagros en el mar en
favor de los discípulos, cuando éstos se dirigen hacia territorio pagano por orden suya.
La misión de Jesús y sus discípulos apunta a los paganos; los discípulos, a instancia
de Jesús, deberán cruzar a la otra orilla para anunciar el evangelio fuera de las
fronteras de Israel. Como Jonás y, a pesar de su resistencia, tendrán que proclamar el
perdón también a los enemigos del pueblo elegido, a los pueblos paganos, pues el Dios de
Jesús es un Dios-Padre de todos, judíos y paganos.
- En el evangelio de Marcos se narra,
por último, un solo caso de reanimación de un cadáver: la hija de Jairo que muere a los
doce años. Este relato va unido al de la hemorroisa (mujer con desarreglo menstrual y,
por tanto, estéril). Las dos pacientes son judías, pertenecen a Israel y están
condenadas a la esterilidad o a la muerte, respectivamente. En ambos casos, Jesús hace
posible la vida plena (cortando el flujo de sangre o devolviendo la vida), una vida que
lleva consigo la fecundidad, que no pudo otorgarles la sinagoga, corazón del sistema
judío, en cuyo seno la hemorroisa estuvo enferma sin remedio y la hija de Jairo se
agravó tanto en su enfermedad que terminó muriendo.
En resumen, la actuación con poder de
Jesús es universal; no tiene fronteras de religión o grupos étnicos. Mira al hombre, de
cualquier sexo, edad o condición social. Va dirigida a individuos o grupos humanos; al
cuerpo entero, a algunos de sus órganos más representativos, a su mente y a la
totalidad de la persona; no se limita solo a curar la enfermedad física o psíquica, sino que remedia carencias (hambre) o salva de
peligros (sucumbir en el mar).
Los milagros de Jesús son, por tanto,
modelo de su actuación de cara a una sociedad dividida en clases antagónicas (judíos y
paganos), que ha creado un mundo de marginación dentro del sistema (enfermos de todas
clases, a veces, como el leproso, alejados no sólo de los hombres, sino también de Dios,
por el mero hecho de ser enfermos), y que ha dejado fuera del alcance de la salvación a
los paganos (excluidos del sistema religioso de Israel), dividiendo el tiempo en sagrado
-durante el que, por estar dedicado a Dios, no se puede hacer el bien (3,1-6)- y profano.
Los milagros de Jesús anuncian una
nueva sociedad en la que ya no hay judíos ni paganos, se pone fin a toda clase de
enfermedad y marginación, y se hace de la humanidad dividida una humanidad unida que
tiene a Dios por Padre, el nuevo nombre de Dios reivindicado por Jesús en la oración que
enseñó a sus discípulos: el Padrenuestro.
Jesús y los excluidos del sistema
Pero si hay algo que llame realmente la
atención es que la actividad taumatúrgica de Jesús va dirigida fundamentalmente a los
excluidos del sistema con la finalidad de -sanándolos- integrarlos de nuevo en la
sociedad. Jesús no quiere excluidos del pueblo ni pueblos excluidos.
Al hombre con un espíritu inmundo (1,21b-28), lo
libera del mismo precisamente en la sinagoga, que aloja sorprendentemente espíritus
inmundos dentro de ella y se muestra incapaz de expulsarlos; sano de mente, el hombre se
librará en lo sucesivo de comulgar con la ideología de una sinagoga que no había
remediado su enfermedad y con cuya ideología se sentía vivamente identificado:
"¿Qué tienes tú contra nosotros" (1,24), le dice a Jesús el hombre con el
espíritu inmundo, confundiendo su yo individual con el de los letrados, únicos
personajes a los que alude el relato.
A la suegra de Pedro, que yacía en cama con fiebre
y, por tanto, incapaz para la acción, Jesús la levanta y ésta se pone a servirles,
única actitud posible dentro de la comunidad (1,29-31).
Al leproso -excluido del pueblo y del culto por
prescripción de la Ley mosaica- Jesús lo envía a los sacerdotes para que, certificando
su curación, quede claro que la ley de lo puro e impuro (Lv 14) queda invalidada, pues
margina, en nombre de un falso Dios, a los hombres más necesitados de atención. Como
contrapartida por tan subversiva acción, dice el evangelista que Jesús "ya no
podía entrar manifiestamente en ninguna ciudad". Por devolver purificado al leproso
a la sociedad, Jesús queda excomulgado (1,45).
La hemorroisa, mujer impura -que llevaba doce años
con un desarreglo constante- se libra de su hemorragia cuando, violando la ley que le
prohibía tocar a nadie, se atreve a tocar a Jesús. Esta mujer no había encontrado
remedio a su enfermedad en la medicina; más bien, su situación económica se había
agravado hasta el punto de quedarse arruinada: "Había sufrido mucho por obra de
muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía sin aprovecharle nada, sino más
bien poniéndose peor" (5,25). Atreviéndose a tocar a Jesús en contra de la ley
termina su desarreglo menstrual, o lo que es igual, recupera su capacidad reproductora y
generadora de vida. Esta mujer es figura del
Israel marginado por la institución; enferma
y estéril, accede a la salvación por la fe en el nuevo maestro que, al ser tocado por
una mujer impura, no sólo no se contagia, sino que purifica a quien con tanta fe lo toca
(5,24b-34).
Al paralítico inmovilizado, figura de la humanidad
pecadora, le manda Jesús cargar con su
camilla, y aquél -por su propio pie- se
aleja a la vista de todos libre no sólo de enfermedad, sino también de sus pecados. La
puerta de la casa de Israel, que impide a los paganos entrar, se ha abierto
definitivamente gracias a Jesús. Éstos tendrán también acceso a la salvación, aunque
para ello haya habido que destechar el techo de la casa (2,1-12). Los judíos dejan de ser
obstáculo para el acceso de los paganos a Jesús.
Al
hombre del brazo atrofiado, incapacitado para el
trabajo y, consiguientemente, parado y desarraigado social, Jesús le restituye la fuerza
del brazo ante el escándalo de los fariseos presentes que no le perdonan que lo haya
curado en sábado; en premio por esta buena acción, fariseos y herodianos, formando una
extraña alianza, deciden acabar con Jesús (3,1-6).
A la hija de Jairo, muerta a los doce años, edad
hábil para el matrimonio, Jesús la devuelve a la vida y a sus padres, capacitándola
para contraer matrimonio; es significativo que sea precisamente un jefe de sinagoga, de
nombre Jairo (nombre hebreo que significa "que Yahvé resplandezca") quien,
dejando la sinagoga, salga al encuentro de Jesús y creyendo en él -"no temas; ten fe y basta"- recupere a
su hija viva (5,21-24a.35-6,1a).
Un
sordo tartamudo, imagen de incomunicación total
y figura de los discípulos que no aceptan que Jesús brinde la salvación a todos por
igual, recupera su capacidad de oír y hablar, y dice el evangelio que "les advirtió
que no lo dijeran a nadie, pero, cuanto más se lo advertía, más y más lo pregonaban
ellos" (7,31-37).
A un ciego que le traen para que lo toque, Jesús
lo tiene que conducir también fuera de la aldea para que progresivamente llegue a ver y,
como al sordo tartamudo, le prohibe entrar en ella, no sea que vuelva a la antigua
ceguera-mentalidad (8,22b-26).
Otro
ciego, a las puertas de Jericó y a la vera del
camino, -lugar donde cae la semilla-mensaje y
no da fruto (4,3) y también imagen de los discípulos-, recupera la vista cuando Jesús
está para iniciar su éxodo definitivo hacia la muerte y resurrección (10,46b-52). Una
vez curado, dice el evangelista que "lo seguía en el camino".
En país pagano, Jesús, al constatar
la fe de la mujer sirofenicia le anuncia que "el demonio ha salido de su hija"
(7,24-30); esta mujer era pagana y, por tanto, según la doctrina judía, estaba excluida
de la salvación de Dios; su hija tenía un espíritu inmundo, como el hombre de la
sinagoga (1,21b-28). El país pagano, según la concepción judía, está inundado de
demonios y será en territorio pagano donde Jesús librará de una legión de demonios a un endemoniado, verdadero prototipo de
marginación total. Su situación es descrita dramáticamente por el evangelista de este
modo: "Apenas bajó de la barca, fue a
su encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo. Éste tenía
su habitación en los sepulcros y ni siquiera con cadenas podía ya nadie sujetarlo; de
hecho, muchas veces lo habían dejado sujeto con grillos y cadenas, pero él rompía las
cadenas y hacía pedazos los grillos, y nadie tenía fuerza para domeñarlo. Todo el
tiempo, noche y día, lo pasaba en los sepulcros y en los montes, gritando y
destrozándose con piedras"(5,2-5).
Jesús expulsa los demonios de aquél
hombre al igual que del niño epiléptico, a
quien los discípulos no han podido sanar, pues participan de la ideología satánica, en
la medida en que, como Pedro, esperan
todavía un mesías poderoso y triunfador. Sólo
con una actitud de servicio hasta la muerte se puede curar a los que han sido apresados
por el demonio como ese niño 7 , (coma) cuya trágica situación describe su padre con
estas palabras: "Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que lo deja
mudo. Cada vez que lo agarra, lo tira por tierra, echa espumarajos, rechina los dientes y
se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, pero no han tenido fuerza. (9,14,29).
Este Jesús, que sana, expulsa demonios
y da de comer a la multitud, es el mismo que llega a la barca de los discípulos andando
sobre el mar, atributo exclusivamente divino (6,42-46), y que, como Dios, brinda la
salvación a todos por igual, iniciando con el nuevo pueblo el éxodo definitivo hacia el
país de la vida, donde la palabra marginación quedará borrada definitivamente del
vocabulario de las relaciones humanas.
La pedagogía de Jesús
La actitud pedagógica de Jesús hacia
los pacientes es diversa en cada caso; el tratamiento que tiene hacia cada uno de ellos es
personalizado: toma la iniciativa y se acerca a la suegra
de Simón, la coge de la mano y la levanta (1,29-31); al ver al leproso, se conmueve (verbo que se aplica a Dios en
el judaísmo) o se aíra (según otra lectura conservada) contra el sistema que, en nombre
de Dios, margina a la gente, y lo toca, violando la ley del Levítico (14,1-32) sobre lo
puro y lo impuro (1,39-45). Al sordo tartamudo
lo toma aparte, separándolo de la multitud, le mete los dedos en los oídos y con su
saliva le toca la lengua, y levantando la mirada al cielo suspira y le dice: Effatá (esto es, ábrete)" (7,31-37). Para
curar al ciego de Betsaida, Jesús lo coge de la
mano y lo conduce también fuera de la aldea, llevándolo progresivamente a la luz, hasta
que vea del todo: "Veo a los hombres, porque
percibo como árboles, aunque andan. Luego le aplicó otra vez las manos en los ojos y vio
del todo"; a éste, le prohibe terminantemente volver a la aldea (Mc 8,22a-26). Al ciego de Betsaida lo manda llamar y le pregunta:
"¿Qué quieres que haga por ti?", accediendo a su petición de recobrar la
vista (10,46b-22). A la hemorroisa, que le
arrebata la curación tocándolo, Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en
paz y sigue sana de tu tormento (Mc 5,24b-34). Al ver la fe de los portadores del paralítico, imagen de la humanidad pecadora, le
perdona los pecados, antes de curarlo de su enfermedad (2,1-12). Al hombre del brazo atrofiado lo coloca en medio de
la sinagoga en claro gesto de desafío a los fariseos presentes que lo asedian para ver si
lo cura en sábado y tener de qué acusarlo; a continuación les pregunta: "¿Qué
está permitido en sábado, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o matar?" Ante
su silencio, Jesús "echándoles en torno una mirada de ira y apenado de su
obcecación", cura al hombre, pero sus enemigos maquinan acabar con él (3,1-7a). A
los demonios
y al viento-mar -imagen de la ideología
de la sinagoga de la que están imbuidos sus discípulos-
Jesús los increpa y los expulsa liberando a los pacientes de la
opresión-ideología de Satanás (1,21b-28; 5,1-20; 7,24-30; 9,14-29). A la hija de Jairo la devuelve a la vida y a sus padres,
y les manda que no se lo digan a nadie y que le den de comer (5,21-24a.35-6,1ª); a la multitud le da dos veces de comer, -una en
territorio judío; otra en territorio pagano- en un gesto que hace visible el amor
universal de Dios (6,33-45; 8,1-8).
En cada momento y con cada paciente
Jesús adopta la actitud adecuada para entrar en contacto con él y sacarlo de su
particular tipo de marginación. Maravilloso pedagogo.
La fe que salva
En
algunos milagros es expresamente la fe en Jesús la que hace posible la curación, fe que
se pone aún más de relieve cuando se da entre paganos. Son los casos del paralítico -imagen de la humanidad pecadora- al
que Jesús cura al ver la fe de sus portadores (2,1-12), o el de la hemorroisa-impura -imagen del pueblo judío incapaz
de alcanzar la curación- que toca a Jesús para liberarse de su enfermedad (5,24b-34), o
el del ciego Bartimeo - figura de los
discípulos- que grita al paso de Jesús y que, cuando Jesús lo manda llamar, tira a un
lado el manto, se pone de pie y se le acerca, recuperando la vista (10,46b-52). Es la
fe-adhesión a Jesús la que hace posible la curación.
"Tu fe te ha salvado", dice Jesús a los pacientes, constatando que es la
fe la que hace posible la salvación total.
Estos pacientes-creyentes representan
el lado opuesto de los vecinos de Nazaret de los que dice Marcos que a Jesús "no le fue posible de ningún
modo actuar allí con fuerza; sólo curó a unos pocos postrados
aplicándoles las manos. Y estaba sorprendido de su falta de fe" (6,5-6).
Magnifica pedagogía de Jesús que hace
de los marginados el centro de su acción pastoral, que no distingue entre tiempo sagrado
y profano, ni entre puro e impuro, ni entre judíos y paganos, librando al hombre de los
males que le aquejan y que lo hunden en la marginación y en la muerte. Es el hombre que
sufre enfermedades o adversidades -y no Dios- el centro de atención de este Jesús, que
se compadece del pueblo porque "están como ovejas sin pastor", abandonados a su
propia desgracia y marginación. Y en esto consiste no sólo una parcela accidental de su
misión, sino el núcleo mismo de su acción evangelizadora.
Otro gallo le hubiese cantado a la
iglesia y a los seguidores de Jesús si hubiésemos hecho de los marginados nuestro centro
de atención, como lo hizo Jesús. Porque éste sabía bien que solamente cuando todos se
sienten a la mesa -tanto los primeros como los últimos o, mejor, cuando no haya ni
primeros ni últimos- se podrá inaugurar el banquete del reino, preconizado por Lucas en
la parábola de los invitados al banquete (14, 15-24), un banquete que solamente se podrá
celebrar si no hay excluidos del pueblo ni pueblos excluidos.
Construir el reino de Dios aquí en la
tierra o, lo que es igual, hacer nacer una
sociedad alternativa sin excluidos sigue siendo hoy -y tal vez hoy más que nunca- el gran
reto de los seguidores de Jesús. Por esta tarea tal vez valga la pena "perder la
vida" como camino para encontrar "la vida definitiva".
Las palabras de Jesús siguen aún en
pie: "Si uno quiere venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su
cruz y entonces me siga; porque el que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en
cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena
noticia, la pondrá a salvo" (8,34-36). Y la buena noticia consiste en "proclamar la
libertad a los cautivos, dar la vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos y
proclamar el año favorable del Señor" (Lc 4,14-18b-20). Esto y no otra cosa es lo
que hizo Jesús durante toda su vida; por esta causa murió y, por esto, como
confirmación de la verdad de su camino, creemos vivamente que Dios lo resucitó.