EDICIÓN IMPRESA - Colaboraciones |
Epidemia y chocarrería
por DIEGO MEDINA MORALES/
YA he dicho numerosas veces -y vuelvo a insistir en ello-
que muchos de los males que afectan a nuestra sociedad, o de los problemas
sociales que en ella se manifiestan, no son producto más que de la epidemia de
individualismo que sufrimos en nuestro tiempo. Hoy todo se mide en “clave de
mi”. Mis derechos, mi vida, mi opinión, mi interés, mi personalidad, mi
orientación sexual, mi salud, etc. El “mi”, además suele ir acompañado, como
claro indicativo de esta epidemia, con el “hago lo que quiero”, de modo que el
resultado es: “con mi vida hago lo que quiero”, “con mi orientación sexual hago
lo que quiero” o “con mi salud hago lo que quiero”. Todo ello reforzado por la
idea de tener “derecho a todo” mientras “no se haga daño a nadie”, que siempre
es un buen recurso exculpatorio.
La epidemia de individualismo que padecemos, cuyos
indicios describo, y que como consecuencia está produciendo una secuela
genérica de insolidaridad, encuentra su origen en varios factores. Uno de ellos
–quizá de los más importantes- es el aburguesamiento a que nuestra vida y
educación ha sido sometida en los últimos años. Este aburguesamiento nos hace
concebir las instituciones sociales –básicas para la vida en común- como meros
formalismos sin trascendencia. Por ejemplo, si atendemos al fenómeno religioso
podremos comprobar que cada vez somos menos los creyentes y, sin embargo, más
los “absurdos practicantes” (me refiero a esos de las primeras comuniones
burguesas, claro está; y a los de las grandes y opulentas bodas -también las
civiles- que, sin escatimo de capital alguno, tratan vulgar y torpemente de
reproducir las viejas formas institucionales; esas mismas solemnidades
burguesas a las que dentro de poco se sumarán –pobres de ellos- los colectivos
gay). Cual sea el significado de esas y otras instituciones, su valor, su
trascendencia, creo que a muy pocos, hoy en día, le interesa; y menos aún a
aquellos que deberían por coherencia criticarlas, los mismos que en vez de, por
ejemplo, oponerse el matrimonio -como hizo congruentemente la izquierda en los
70- se dedican hoy a fomentarlo entre amplias fracciones de la población.
Cuando ahora desde tantos sectores sociales se oyen las
quejas sobre el famoso y controvertido botellón, cuando ahora mediante la
totalitaria ley (la ley siempre es totalitaria cuando no es plural y
consuetudinaria) se pretende adjetivar la venta de alcohol como “ilegal” –y sin
embargo en todos los medios de comunicación se incita a la bebida y a la
droga-. Ahora, digo, cuando se critica a la guerra, pero los cines se llenan
para venerarla (¡maldita hipocresía!). Ahora no cabe más que lamentar los
efectos de una pérdida de conciencia responsable y solidaria en la sociedad,
pérdida de la que todos, en cierta medida, somos responsables y que nos ha
convertido en una “masa de individuos” de la que algunos pocos, sin escrúpulo,
se aprovechan viviendo en ella como sectarios caudillos.