EDICIÓN
IMPRESA - Colaboraciones
Nación
Por DIEGO MEDINA/
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EL término «nación» -usado con frecuencia tanto por «imperialistas» como por
«secesionistas»- admite varias lecturas, de forma que puede ser fácilmente
instrumentalizado. Por lo general, cuando es utilizado políticamente adquiere
unos contenidos ideológicos tan fuertes que, a veces, provoca, en quienes lo
usufructúan, síntomas de semi-vehemencia o de
éxtasis.
Que el discurso político pro-nacionalista contribuye a justificar la
necesidad de «Estado» (de un Estado concreto queremos decir, o mejor aún, de
unos estatócratras -que no necesariamente
estadistas- concretos que lo representen) como mecanismo de organización
política de un pueblo, no es algo que suscite muchas dudas. Que dicho
discurso político es, además, un discurso liberal y de derecha, tampoco
parece generar vacilaciones, baste recordar que su construcción,
abstracto-racional y romántico-sentimental, tuvo origen en la burguesa
necesidad de encontrar un elemento aglutinante capaz de reunir al pueblo
(huérfano de Corona, tras la revolución) en torno a los intereses de su
clase.
Esto nos conduce a pensar que el nacionalismo puede -suele- ser utilizado
como un instrumento político-doctrinal, encaminado a conseguir -en las llanas
gentes de a pie- el convencimiento de que existen «trascendentes razones» por
las cuales un grupo de individuos -«selectos»- están llamados, de forma
ineludible, a «organizar» políticamente esa comunidad.
Es decir, el nacionalismo -y su apelación por parte de la clase política- se
convierte en un «perfecto» recurso para disponer a un pueblo a resistir
«estoicamente» cualquier adversidad que el destino -o sus estatócratas-
les depare (las adversidades políticas, por lo general, son imputables al
abstracto destino, sólo los éxitos encuentran siempre un responsable
concreto, es decir un autor conocido que se los atribuye), y a sujetarse,
para «su bien», al virtuoso hacer y sabio discernir de quienes son llamados
-«democráticamente»- a mandar tal comunidad -y a cobrar por ello-; es decir,
a someterse al parecer de quienes, fomentadores de tal nacionalismo, contribuyen
(activa o activistamente) al establecimiento de un «orden político-social»
que los «nacional-identifique».
Si se decide, pues, que han de atribuirse más competencias a un territorio
concreto porque, debido a ello, se va a «vivir mejor» o porque se van a
conseguir objetivos difícilmente accesibles de otro modo (participando de «un
-otro- Estado más extenso»); si conviene, quiero decir, que «cual si se
tratase de un arruinado matrimonio» nos «separemos», que, entonces, se
aduzcan razones tangibles y no otras tan abstractas.
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