Desde muy pequeño siempre recuerdo el Domingo de Ramos como un
día lleno de sol y de alegría donde todavía cobraba sentido aquello
que se decía de que "... quien no estrena se le caen las manos". Por
aquel entonces estrenar no era demasiado frecuente, las necesidades,
vividas durante las postguerra, aún existían y todo adquiría un
especial valor. Los niños de entonces no teníamos play-station, ni
teléfono móvil, ni tan siquiera, la mayor parte de las veces, unas
monedas para comprar un tebeo de "Roberto Alcázar" o del "Capitán
Trueno" pero, eso sí, contábamos con una magnífica imaginación y,
sobre todo, con la justa idea del valor de las cosas. Entonces los
más afortunados comíamos pan con chocolate y sabíamos que no podía
tirarse nada a la basura, de modo que si te sobraba una porción de
pan se reservaba siempre para cualquier otra sesión del día. Todo en
aquel tiempo tenía su sentido y su trascendencia, todo tenía su
significado, digamos que todo cobraba a nuestros, entonces
necesitados, ojos su adecuado valor. Ahora, no se por qué, me parece
que todo ha cambiado y que los niños --incluso los mayores-- no
encontramos el verdadero sentido de la vida, no alcanzamos a
comprender el verdadero valor de las cosas. La vida ha perdido así
su trascendencia y parece que bastase con vivirla en su sentido más
material posible. Por ejemplo, los niños de hoy sólo parecen haber
sido educados en y para el consumo, quieren --como sus padres--
teléfonos de última generación, mejores coches y ropas de marca.
Ahora todo se desprecia y --sin remordimiento-- se tira a la basura
todo aquello que parece no servir; nada adquiere valor en sí mismo,
sino en la medida que es indicativo de "riqueza". La "riqueza" es
así símbolo de consumo y no de trascendencia. Por todo esto no me
parece extraño que hoy por hoy el Domingo de Ramos sólo signifique,
para las gentes, las vísperas de viajes vacacionales. Es decir, "...
quien no viaja se le caen las manos".
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