Córdoba, ciudad eterna
Córdoba es historia, piedra, silencio, agua; rumor de gitanillas, brocal de pozo, susurro de siesta, ecos de ronda, clavel y mejorana; pasión nazarena, rojo de vino y sangre, reflejos de luna, sobriedad blanca; alma romana, herencia judía, raza gitana, ojos de mora; cortesana, beata, altiva; sabia, humilde, polémica, eternamente paciente, abúlica; tabernaria, vecindona, mestiza, pura; maestra de poetas, filósofa empedernida, guerrera, mojigata, artista, muy artista; música del aire, cantora del alba, bailaora bravía; antigua, moderna, discreta, atrevida, bruja… Su nombre evoca por sí solo cinco mil años de historia ininterrumpida que la mantienen desde hace siglos y por mérito propio en el escaparate de Europa. Destruidos los arcos, el capitel rodó sobre la ortiga y los artesonados aplastaron blasones, soberbia, yelmos, gules…, dice nuestro Premio Príncipe de Asturias Pablo García Baena en su precioso poema “Córdoba”, evocando la caducidad de las diversas culturas que han conformado la ciudad; sin duda, uno de los yacimientos arqueológicos más completos y complejos de Occidente, que necesita ser investigado de forma permanente y también ser explicado, compartido con quienes la viven y la visitan. En definitiva, somos genuinos porque tenemos lo que nadie tiene.
No disponemos de mucha información sobre la Córdoba prehistórica más allá de que remonta su origen hasta cuando menos la Edad del Bronce, allá por el III milenio a.C. Su ubicación privilegiada en la colina que hoy ocupa el Parque Cruz Conde la decidió entonces en función del río, que le garantizaba la conexión entre Sierra y Campiña, además de canalizar directamente hacia el Mediterráneo el cobre, la plata y el oro de su sierra, tan cotizados. Es posible que ya entonces llevara el topónimo que ha perdurado hasta nuestros días: Corduba, quizás “ciudad del río”, o, simplemente, “de los turdetanos”. A ella le seguirían la Corduba republicana, la imperial, la tardoantigua, la visigoda, la emiral, la califal, la cristiana…; todo un compendio de civilizaciones que han hecho de ella un espacio privilegiado para el disfrute de los sentidos; un yacimiento que a su interés puramente histórico une su condición de ciudad viva. Dicha circunstancia ha provocado en las últimas décadas problemas enormes de gestión, graves pérdidas documentales y de tejido patrimonial y cierto rechazo ciudadano que sólo puede ser combatido desde la educación; justo lo que intentamos hacer desde 2011 con el proyecto de cultura científica Arqueología somos todos (AST), convencidos de que sólo si la ciudadanía cordobesa recibe información veraz y contrastada podrá hacerse una idea cabal de su legado arqueológico. Y es que a nuestro juicio caben otras formas de hacer cultura en Córdoba; de trasladar a pie de calle el conocimiento histórico generado durante décadas; de educar en el respeto de nuestro legado material, tradicionalmente ignorado y maltratado (de ahí las pérdidas, ingentes, irreparables); de suplir en la medida de nuestras humildes posibilidades la dejadez de las Administraciones competentes ante su deterioro irreversible, a pesar de ser quintaesencia de Córdoba como ciudad europea de ecos universales; de convertirlo en factor de reactivación sociocultural y yacimiento de empleo, en tiempos de crisis generalizada y desesperanza. AST es proyecto vivo e innovador, que pretende alumbrar un modelo extrapolable a otros núcleos históricos de características similares; garantizar el acceso de todos los públicos a los restos materiales del pasado y la información que atesoran; hacer de la arqueología un recurso cultural sostenible, capaz por sí mismo de retroalimentar el proceso y generar retorno económico. Un objetivo estratégico para tiempos difíciles, necesitados de ideas y cultura emprendedora, que busca en último término de trasladar a la sociedad la co-responsabilidad sobre el patrimonio como herencia compartida; pues la historia, que nos ha conformado como grupo y como individuos, constituye la clave sustancial y eterna de nuestra propia naturaleza.
Desiderio Vaquerizo Gil