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Día del Libro 2008: Kafka en la orilla, de Haruki
Murakami
(...) Entro en la
amplia biblioteca de altos techos, doy vueltas alrededor de
las estanterías, busco un libro que despierte mi interés.
Gruesas y magníficas vigas cruzan el techo. Por la
ventana se filtran los rayos de sol de principios de verano.
Los cristales están abiertos hacia fuera y, desde el
jardín, llegan los trinos de los pájaros. Las
estanterías inmediatas a la puerta están, tal
como ha dicho Ôshima, atestadas de libros relacionados
con el tanka y el haiku. Compilaciones de tanka y compilaciones
de haiku, ensayos, biografías. También hay muchos
libros sobre la historia local.
En las estanterías del fondo se alinean libros de humanidades:
obras de literatura japonesa, obras de la literatura mundial,
la obra completa de diversos autores, clásicos, libros
de filosofía, teatro, obras generales de arte, sociología,
historia, biografías, geografía…
Tomo un libro tras otro, los abro: la mayoría conserva
entre sus páginas el olor de épocas pretéritas.
Un aroma muy especial a conocimientos profundos y a emociones
desatadas que, entre cubierta y cubierta, llevan mucho tiempo
sumidos en un apacible sueño. Aspiro el aroma, hojeo
algunas páginas y devuelvo los libros a la estantería.
Finalmente elijo uno de los hermosos volúmenes de la
versión de Burton de Las mil y una noches y me lo llevo
a la sala de lectura. Es una obra que deseaba leer hacía
tiempo. En la sala recién abierta al público
no hay nadie aparte de mí. Puedo disfrutar en exclusiva
de la elegante estancia. Es como aparecía en la fotografía
de la revista. De techo alto, muy amplia, confortable y cálida.
A través de las ventanas, abiertas de par en par, penetra
la brisa. Las blancas cortinas tiemblan en silencio. Y el
viento, efectivamente, huele a mar. Nada que objetar sobre
la comodidad de los sillones. En un rincón de la estancia
hay un viejo piano de pared y yo me siento como si estuviese
en casa de unos buenos amigos.
Sentado
en el sofá barro la estancia con la mirada,
cuando, de improviso, me doy cuenta de que es el lugar
que he estado buscando durante largo tiempo. Un hueco
en el mundo, un lugar escondido exactamente como éste.
Pero hasta ahora se trataba sólo de un lugar
secreto en mis fantasías. Ni siquiera creía
que un lugar así existiera en realidad. Aspiro
una bocanada de aire con los ojos cerrados y el aire
permanece dentro de mí como una dulce nube.
Es una sensación maravillosa. Acaricio despacio
con la palma de la mano la cubierta color crema del
sofá. Me levanto, me acerco al piano, alzo
la tapa, poso suavemente los diez dedos sobre las
teclas amarillentas. Bajo la tapa del piano, doy vueltas
por encima de la alfombra, estampada con un motivo
de racimos de uva. Hago girar la vieja manilla que
sirve para abrir y cerrar la ventana. Enciendo la
lámpara de pie, la apago. Contemplo, uno tras
otro, los cuadros de las paredes, luego vuelvo a sentarme
en el sofá y continúo leyendo el libro.
Me concentro en la lectura (...)
(...)
Me bebo de un trago el vaso de agua con hielo
que me ha traído Ôshima. Me duele
un poco el fondo de la garganta. Dejo el vaso
encima de la mesa.
-¿Quieres más?
Sacudo la cabeza
-¿Qué vas a hacer ahora? –me
pregunta Ôshima.
- Volver a Tokio –respondo
- ¿Y qué harás una vez que
te encuentres en Tokio?
- Primero iré a la policía y lo
explicaré todo. Si no, tendré que
pasarme toda la vida huyendo de la policía.
Luego, probablemente, tenga que volver a la escuela.
No es que me apetezca volver, pero aún
no he terminado la enseñanza obligatoria
y no creo que me quede más remedio. Si
aguanto unos meses, en cuanto me gradúe
podré hacer lo que quiera.
- Desde luego –dice Ôshima. Me mira
a la cara con los ojos entrecerrados-. Creo que
es lo mejor que puedes hacer.
- Cada vez he ido teniendo más claro que
era eso lo que debía hacer.
- Por más que huyas, no vas a ninguna parte.
- Es probable.
- Parece que has madurado –dice.
Sacudo la cabeza. No me salen las palabras.
Ôshima se da algunos golpecitos en la sien
con la goma de la punta del lápiz. El teléfono
empieza a sonar, pero Ôshima lo ignora.
- Cada uno de nosotros sigue perdiendo algo muy
preciado -dice cuando el teléfono deja
de sonar-. Oportunidades importantes, posibilidades,
sentimientos que no podrán recuperarse
jamás. Esto es parte de lo que significa
estar vivo. Pero dentro de nuestra cabeza, porque
creo que es ahí donde debe de estar, hay
un pequeño cuarto donde vamos dejando todo
esto en forma de recuerdos. Seguro que es algo
parecido a las estanterías de esta biblioteca.
Y nosotros, para localizar dónde se esconde
algo de nuestro corazón, tenemos que ir
haciendo siempre fichas catalográficas.
Hay que limpiar, ventilar la habitación,
cambiar el agua de los jarrones de flores. Dicho
de otro modo, tú deberás vivir hasta
el fin de tus días en tu propia biblioteca(...)
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MURAKAMI,
HARUKI: Kafka en la orilla, Barcelona,
Tusquets, 2001.
Imágenes
de la Tama Art University Library (Tokio),
del arquitecto Toyo Ito.
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