Mataix ha incidido en que “aunque el fuego está presente en el ciclo natural, tenemos un problema por el cambio de régimen” que ha producido la acción humana. “No existe una gran diferencia entre que caiga un rayo en un monte o que lo queme una persona. Sólo necesitamos saber si le tocaba quemarse o no, ya que el fuego es un factor biológico más del ecosistema”, ha explicado. No obstante, “tenemos que reducir el número de incendios causado por el ser humano que tenemos que reducir mediante prevención, pero no hay que alarmarnos siempre que haya un incendio forestal, dependerá de cómo sea”, ha admitido.
Cuando un ecosistema ha coevolucionado con el fuego, las especies adaptadas a él necesitan la presencia de este factor para proseguir su ciclo biológico. Sucede, por ejemplo, con el pino carrasco (Pinus halepensis), común en la zona mediterránea, con poblaciones desde Andalucía a Provenza, en Francia. Sus piñas están desarrolladas para eclosionar cuando hay un aumento súbito de temperatura, producido por un incendio de carácter medio. Entonces, las semillas caen al suelo y regeneran la zona que ha sido quemada. “El problema es que sucedan incendios que no den tiempo a que el pino adquiera madurez sexual y pueda producir piñas fértiles, como ha pasado en zonas con sucesivos incendios forestales provocados por el ser humano”, ha recordado el experto.
Normalmente, los fuegos de baja intensidad cumplen una función en el ecosistema: limpian de vegetación muerta un entorno específico. Sin embargo, los incendios más virulentos, de alta intensidad, producen una eliminación de toda la cubierta vegetal de un espacio. También se ven afectados los bancos de semilla que permanecen en la superficie y los suelos son dañados, ya que las propiedades se ven afectadas, especialmente en lo relativo a nutrientes o en la formación de cárcavas si se ve sucedido por lluvias fuertes. Hay algunas pistas para conocer la intensidad de un fuego, ha explicado Mataix en su ponencia. Una es el color de la ceniza. Cuando los restos son más claros, se ha prendido toda la materia orgánica que había y el daño ha sido mayor.
Sierra de Mariola
Mataix ha mostrado cómo la red de especialistas en incendios forestales a la que pertenece ha ayudado a la recuperación de entornos afectados por estos sucesos. Concretamente, en el parque natural de la sierra de Mariola (Alcoy, Alicante) se proveyó el suelo de una cubierta vegetal por medio de paja en hectáreas vulnerables por escorrentías y erosión del suelo por fuertes precipitaciones. “La iniciativa sirvió para concienciar a la población local de que hay que tomar medidas específicas al incendio”, ha repasado. En este sentido, en la zona se solían retirar los árboles quemados por medio de arrastre. Por medio de muestreos y de trabajos de campo, los científicos demostraron que esta técnica era menos efectiva que el mantenimiento de esta vegetación y la recuperación natural del entorno. A raíz de estos trabajos, las autoridades locales empiezan a contar con la voz de estos especialistas para la recuperación de otros incendios.