Hasta ahora, buena parte de las aproximaciones a este fenómeno se hacían desde una perspectiva descriptiva, y en pocas ocasiones tratando de explicar el problema con fines anticipatorios y prospectivos. En esa búsqueda, la Psicología ha desarrollado una de las propuestas teóricas más consistentes para ejemplificar la legitimación y el apoyo a acciones vinculadas a ideologías extremas.
Esa teoría recibe el nombre de modelo de pirámide y consiste básicamente en representar la estructura social de un grupo en una escala que va desde la base, formada por los individuos neutrales, hasta el vértice donde se encuentran los violentos; pasando previamente por activistas y radicales. Para comprender el paso de un escalón a otro de la pirámide los investigadores utilizan una herramienta conocida como “Escala de Intención de Activismo y Radicalismo”, que evalúa la disposición de los individuos a sacrificarse por un grupo o causa desde acciones poco costosas y convencionales, como ofrecer tiempo personal a la causa, hasta comportamientos más costosos y arriesgados, como quebrantar la ley o ejecutar ataques.
La adaptación de ese modelo al contexto español ha sido obra de un grupo de investigadores de las Universidades de Córdoba y Granada, publicado en la revista International Journal of Social Psychology. Manuel Moyano Pacheco, profesor de la Universidad de Córdoba, coautor del trabajo y miembro del equipo de investigación sobre Psicología Aplicada de esta Universidad, argumenta que “la escala es una herramienta breve que puede ser útil para la investigación psicosocial encaminada a indagar en los procesos de movilización de personas y grupos. Su brevedad y versatilidad favorece que las medidas que genera puedan ser utilizadas como variables en gran diversidad contextos”.
El proceso de radicalización violenta, a juicio de Moyano, debería abordarse “siguiendo una metodología científica, y no mediante prejuicios y especulaciones”. Moyano, premiado recientemente con el Premio de Investigación Leocadio Martín Mingorance de la Universidad de Córdoba, insiste en subrayar que “por norma general, los terroristas no portan trastornos de personalidad (sociopatía, trastornos paranoides o narcisista) ni otros trastornos clínicos como esquizofrenia, psicosis o paranoia” que pudieran explicar comportamientos tan extremos. Por eso considera fundamental “el estudio de factores de riesgo tales como la humillación, la privación relativa, la opresión percibida, la percepción de amenaza, los estados de crisis personal o la búsqueda de significado vital”.
Moyano explica que “los seres humanos disponemos de ciertas barreras morales que nos inhiben de utilizar la violencia de forma instrumental contra nuestros semejantes. Y en el caso de la violencia terrorista estas barreras suelen debilitarse mediante la deshumanización del hipotético enemigo, la atribución de culpa a los agredidos y la glorificación pública de los violentos, especialmente en determinados escenarios”.
Según las investigaciones desarrolladas por los autores del trabajo, para comprender los procesos de radicalización violenta es fundamental atender a múltiples variables psicosociales que se vertebran en torno a una ideología que ofrece la legitimidad y la identidad social de referencia. Por tanto, conviene anticiparse, implementar medidas preventivas y ofrecer respuestas integrales a corto y largo plazo desde todos los ámbitos de la sociedad.
Trujillo, H.M., Pradas, M. & Moyano, M. (2016). Psychometric properties of the Spanish version of the activism and radicalism intention scale. International Journal of Social Psychology, 31, 157-189.