Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, caballero del
orden
de Santiago y
gentilhombre
de la cámara del emperador Rodulfo II, nació en la villa de Bermeo, cabeza del señorío de Vizcaya. Su
padre
fue Fortún García de Ercilla, caballero del mismo orden, señor del antiguo castillo y solar de Ercilla, gran jurista que por sus obras y raro ingenio fue llamado de los extranjeros “el sutil español”. El año en que nació no consta, pero a lo que se puede conjeturar fue antes de 1540. Desde su
niñez
se crió en palacio, sirviendo de menino al emperador Carlos V, y continuó en el servicio del rey don Felipe II, a quien acompañó en su viaje a Alemania sirviéndole de
paje,
y después en todas las jornadas que hizo y en otras diversas, por lo cual corrió muchas veces las
provincias
de Italia, Francia, Inglaterra, Alemania, Flandes, Hungría, Bohemia, Silesia y Polonia. No contento con estos viajes, habiéndose encendido la revolución de los Araucanos, deseoso de adquirir gloria y fama, pasó desde Londres, donde se hallaba, al reino del Perú, y desde allí al de Chile a servir de voluntario, hallándose en la porfiada y sangrienta guerra de Arauco, donde obró como valentísimo
soldado,
diligente
historiador
y
famosísimo
poeta,
empezando a escribir de aquel suceso su célebre
poema
de
La Araucana;
escribiendo
por la noche lo que se ejecutaba por el día, como él mismo refiere, y acreditando como ninguno la verdad de aquella sentencia, “tomando ora la espada, ora la pluma”, pues más de una vez le aconteció estando por la noche retirado en su alojamiento escribiendo el suceso de aquel día, tener que soltar la
pluma
para empuñar la
espada,
por el arma y los asaltos que les daban frecuentemente los indios. Hallose en siete batallas campales, además de otros sitios y encuentros sangrientos, y en la población de cuatro ciudades, atravesando para este efecto asperísimas sierras, grandes lagos y caudalosos ríos, registrando muchas provincias y naciones, hasta la última tierra descubierta por el estrecho de Magallanes, llegando a ponerse casi debajo del Polo antártico. No consta que obtuviese ningún cargo distintivo en aquella milicia, pero se le confiaron algunos descubrimientos y empresas notables, y su nombre se escucha siempre con autoridad y con
elogio
en las historias de esta conquista. Habiendo dado fin a tan grandes jornadas y concluido la primera parte de su
Araucana,
se restituyó a España y a la corte de su rey a continuar el
servicio
de su Casa, y esto todo antes de cumplir los
29
años de su edad. Después ya de asiento en España, en el de 1577, dio a luz dicha primera parte, y en el de 1590
publicó
por entero este poema, hasta cuya época, que pueden ser poco más de los
50
años de su vida, duran las
noticias
de sus hechos tan individualmente como faltan desde ella en adelante, de su estado, de sus obras y de su muerte; e igualmente del tiempo y el motivo porque consiguió la plaza de la
cámara
del Emperador. No parece creíble que en lo sucesivo dejase de
ejercitarse
este gran poeta en otras producciones dignas de su ingenio, y que al que en medio de los estruendos de la guerra le favoreció tanto el influjo de las
musas,
le desamparasen en las dulzuras de la paz, pero no constan otras que la glosa, que existía
inédita
y se incluye en el presente tomo, hecha en los primeros años de su
juventud;
y por eso debemos contar por única el célebre poema de
La Araucana,
tan
aplaudido
de los propios y de los extraños, y reputado por el mejor que tenemos en lengua castellana; no obstante, que mirado con todo el rigor que pide la
epopeya,
padece la
nulidad
del mismo asunto de la obra, que siendo puramente
historial,
cuanto tiene más de lo verdadero, tiene menos de lo inventado, lo maravilloso y lo admirable, requisito esencial del poema épico, y
defecto
de que no se libran todos los demás que hay escritos. Sin embargo, los poemas que se fundan en los hechos históricos de las conquistas del Nuevo Mundo están menos sujetos a la censura en este particular, pues por la mayor parte son tan
admirables
que, sin faltar a la verdad tienen en sí bastante caudal de lo maravilloso y lo grande, como acontece en el presente, a que se agrega la multitud e
invención
de los episodios, que en cierto modo bastan a suplir este defecto, como asimismo la instrucción
moral,
punto principal de esta especie de poemas: la abundancia de las sentencias y máximas políticas, como adquiridas por su
erudición
y
experiencia
en tantos y tan largos viajes, y últimamente la
pureza
del estilo y la
elegancia
del verso, que todo hace justamente estimable la obra, digna solo de su
ingenio
y de su pluma, como prueba bien la
inferioridad
de su
continuador,
don Diego de Santisteban, y la de los otros dos poemas que tenemos de esta conquista. Don Alonso de Ercilla fue de hermoso aunque robusto aspecto, ojos vivos, la barba poblada y crespa, el cabello enrizado, de
gallarda
persona y dotado de muchas gracias y afable condición. Sobre todo, del esfuerzo de su ánimo y valeroso corazón pueden ser testimonio los hechos de aquella guerra y los grandes trabajos padecidos por ella y por la inclemencia de los temporales en los muchos y diversos climas de sus peregrinaciones, así en la Europa como en los últimos términos del Nuevo Mundo, con tanta
penalidad
y angustia que muchas veces, como él mismo
refiere,
escribía los versos en pedazos viejos de papel, y otras por falta de este, en pedazos de cuero. Todo concurrió en este ilustre varón a hacer más y más admirable que en una edad tan
corta
hubiese acabado hazañas tan grandes de valor y de ingenio con que se pudiera honrar la edad más experimentada y provecta. El elogio que se le da en el
Laurel de Apolo
dice así:
Don Alonso de Ercilla
tan ricas Indias en su
ingenio
tiene,
que desde
Chile
viene
a enriquecer las musas de
Castilla,
pues del opuesto polo
trujo el oro en la frente como Apolo,
porque después del grave
Garcilaso
fue
Colón
de las Indias del Parnaso,
y más cuando en el
lírico
instrumento
cantaba en
tiernos
años lastimado:
“que ya mis desventuras han hallado
el término que tiene el sufrimiento”.