Micer
Andrés Rey de Artieda. Aunque hay opiniones de que nació en la ciudad de Zaragoza, lo cierto es que fue natural de la de Valencia, e
hijo
de un
infanzón
aragonés, sin que se sepa el año, aunque por el cómputo de sus obras se puede colegir que fue cerca de los de 1560. A los
14
de su edad se
graduó
en Artes, y a los 20 en la facultad de Leyes, “con
aplauso
y pronósticos extraños”, como él mismo confiesa en su
“Epístola
al Marqués de Cuéllar” sobre la comedia. Después, sin olvidar el dulce trato de las
musas,
se entregó al noble ejercicio de las
armas,
y llegó a ser capitán de infantería española en Flandes, siendo gobernador el duque de Parma, y en las guerras contras los franceses y turcos. Luego afirma que
leyó
Astrología en Barcelona, pero según se debe inferir de sus estudios y de su profesión, más creíble es que fuese la Astronomía u otras ciencias matemáticas. Finalmente fue un
varón
lleno de profunda
erudición,
sólido
juicio
y
delicada
crítica, que se trasluce en todas sus producciones, donde resalta más lo
severo
de la
corrección
que lo florido del ingenio o la
amenidad
del estilo. De todas ellas compuso un volumen en cuarto con el título de
Discursos, epístolas y epigramas de Artemidoro,
e
imprimió
en
Zaragoza
en 1605, donde se encuentran piezas muy
apreciables.
Igualmente compuso y
publicó
en Valencia en 1481 la
Tragedia de los amantes,
de que solo nos ha quedado la noticia. Tuvo
amistad
y
correspondencia
con los hombres más célebres de su
tiempo,
particularmente con Lupercio Leonardo de Argensola, del que hay un soneto en su
alabanza,
que
imprimió
Artieda en el citado libro de las
Rimas,
publicadas con el supuesto título de
Artemidoro.
El año de su muerte y el de su edad no constan, y su
elogio
en el
Laurel de Apolo
es el presente:
Y al
capitán
Artieda,
aunque
Valencia
lamentarse pueda,
pondrá en sus cuatro Zaragoza el día
que de la numerosa monarquía
Apolo nombre un
senador
supremo,
que como aquel celeste Polifemo,
único
dé su luz a los dos polos,
que no es un siglo para dos
Apolos.