Y quien me ve tan reverendo y gordo
piensa que es del añejo y magra lonja,
o que de rico y perezoso engordo.
Que aunque este día me pidió una monja
(pues le negaba mi presencia y trato)
que le haría singular lisonja
en darle de mi cara algún retrato,
que lo tendría en excesiva estima
por contemplar en mi belleza un rato,
por darle gusto (que es un poco prima)
le envié por memoria de mi rostro
un botijón con un bonete encima.
Con la gordura tengo un ser de monstruo,
grande la cara, el cuello corto y ancho,
los pechos gruesos, casi con calostro,
los brazos cortos, muy orondo el pancho,
el ceñidero de hechura de olla,
y a do me siento hago allí mi rancho.
Cada mano parece una centolla;
las piernas torpes, el andar de pato,
y la carne al tobillo se me arrolla.
No traigo ya pantuflos, y el zapato,
injusto y ancho por mover la corva,
cordato a ojo y sin medida el bato.
Cualesquier cosa para andar me estorba:
redondo el pie, la planta de bayeta,
las piernas tiesas y la espalda corva:
¡qué
gentil
proporción para
poeta!
Pero la sierra, que en la verde orilla
Pero la sierra, que en la verde orilla
el pie de mármol baña,
adonde yace Ronda,
querrá también que Apolo corresponda
a ti, que debe al inventor suave
de la cuerda que fue de las vihuelas
silencio menos grave,
y las dulces sonoras espinelas,
no décimas del número del verso,
que impropiamente puso
el vulgo vil y califica el uso,
o los que fueron a su fama adversos,
pues de Espinel es justo que se llamen,
y que su nombre eternamente
aclamen.
Las rimas españolas
fueron entonces en su acento solas
cuando cantaba en dulce amor deshecho
«Rompe las venas del ardiente pecho…»
y sus himnos divinos,
iguales
a los griegos y latinos,
de aquellos
falsos
dioses.
Tú, pues, eternamente en paz reposes,
¡oh, padre de las
musas,
docto Orfeo!
De músicos y cisnes
corifeo,
que con las cuerdas
nuevas
hoy pudieras haber fundado a Tebas,
honraste a Manzanares,
que venera en humilde sepultura
lo que el Tajo envidió, Tormes y Henares,
mas tu memoria eternamente
dura.
Noventa años viviste,
nadie te dio favor, poco escribiste:
sea la tierra leve
a quien Apolo tantas glorias debe.
Fueron las espinelas
de
artificio
estudioso
para el laurel alegres esperanzas.
¡Oh, Apolo, que revelas
género
tan hermoso,
tenga Espinel debidas
alabanzas!
¡Qué bien el consonante
responde al verso quinto!,
¡qué breve laberinto,
qué
dulce
y elegante,
para todo concreto!
Tal fue su amor perfecto
en música y poesía,
porque toda consiste en
armonía.