El maestro
fray
Luis Ponce de León, de la
orden
de san Agustín,
doctor
en Teología,
catedrático
de Escritura en la Universidad de Salamanca,
vicario
general de la provincia de Castilla y su provincial, nació en la ciudad de Granada, año de 1527. Su
padre
fue el licenciado don Pedro Ponce de León y Dávila, primer
señor
de la villa de Puerto Lope, oidor de la real Chancillería de dicha ciudad, regente de la real Audiencia y asistente de Sevilla, y ministro del real y supremo Consejo de Castilla, de esclarecida
estirpe,
y enlazado con la primera
nobleza
de España; y su
madre,
doña Inés Valera de Alarcón, del orden de Santiago, también de antigua y nobilísima familia. Parece que a poco tiempo de nacido murió su madre, y a su padre, tal vez por tener otros
hijos
mayores, no le debió los principales cariños, como manifiesta claramente nuestro autor en una de sus
poesías;
pero él, llamado de Dios, después de haber pasado los
primeros
estudios se resolvió a entrar en religión y, abandonando el esplendor y la riqueza de su casa, tomó el hábito de la
orden
de san Agustín en el convento de Salamanca, año de 1543, a los
16
años de edad, y
profesó
a 29 de enero del siguiente de 44 con gran crédito de observancia y religiosidad. Siguió luego la carrera ordinaria de sus
estudios,
a cuyas luces, avivadas de la perspicacia de su
ingenio,
empezó muy luego a manifestar el grande espíritu que encerraba y a adquirir
fama
de uno de los más
aprovechados
estudiantes de su tiempo y de la universidad, en cuya virtud recibió en ella el grado de
licenciado
en Teología en 7 de mayo de 1560, a los
33
de su edad, y en el mismo el de doctor en la propia facultad, con una circunstancia particular y no poco
recomendable
para nuestro autor, y fue el título que en la incorporación de Artes consta en el
Libro de grados
de aquella Universidad, que dice: “Juramento del señor maestro fray Luis de León”; porque el título de
"señor"
era tan singular en aquel tiempo, que solo se daba a algunos graduados seculares de distinguida
nobleza;
y esta causa, unida a otras
ventajas,
pudo concurrir en nuestro autor. Un año después, en el de 1561, asientan todos los autores que tratan de este ilustre varón, se llevó por oposición la
cátedra
santo Tomás, con grande
aplauso
y preferencia a siete opositores, de los cuales cuatro eran catedráticos, con cincuenta y tres votos de exceso; pero, como consta de los instrumentos que ofrecemos más adelante, fue la de Durando, la cual obtenía en el año de 1571, y después de la de Prima de Sagrada Escritura, dando en una y otra las más relevantes pruebas de su sublime
ingenio,
de su admirable
doctrina
y de la acertada elección de un tan
esclarecido
maestro, como lo hizo ver en el número y la calidad de sus
discípulos,
particularmente en la Teología expositiva, en que fue consumado. De esta su grande
inteligencia
provino la causa de los
trabajos
que poco después le subsiguieron, pues habiendo compuesto la
Traducción
y comento de los Cantares de
Salomón
en lengua castellana
con solo el fin de complacer a un grande
amigo
suyo que no entendía el latín, y habiéndose sin noticia suya multiplicado y repartido algunas
copias,
se llegó a hacer casi común, de suerte que tomaron bastante ocasión sus
émulos
y
envidiosos
para la horrible
persecución
que le suscitaron,
acusándole
al tribunal de la Inquisición por sospechoso en la fe y despreciador de los edictos sobre que no se pudiesen publicar los libros sagrados traducidos en lengua vulgar, y otras
falsedades
con que
acriminaron
y abultaron la calumnia, creciendo más esta con el motivo de la
Disertación
sobre la Vulgata
que había compuesto nuestro autor, no obstante haber trabajado una
defensa
muy larga y muy docta de las proposiciones que le habían notado, por lo cual fue
preso
y conducido a la cárcel de aquel tribunal, en la ciudad de Valladolid, a principio del año de 1572, en donde le tuvieron por espacio de cinco años padeciendo los trabajos que se dejan considerar en el ánimo y en la opinión, y llevándolos con
ejemplar
constancia de espíritu y resignación cristiana, hasta que, habiéndose seguido y terminado aquel juicio, en virtud de las soluciones y descargos que supo dar de su inocencia y de su conducta, fue puesto en libertad a fines del año de 1576 y restituido a todos sus honores y empleos, correspondiendo los
aplausos
que mereció en su libertad al escándalo que había causado su prisión, con tantas ventajas que no solo fue admitido a sus honores, a su opinión y a su cátedra (que nunca le vacó la Universidad), sino que le salieron a recibir como en triunfo las personas más
distinguidas
y condecoradas de la ciudad. En el día 30 de diciembre del dicho año se presentó en claustro con la cédula y despacho de libertad, en virtud de la cual se le restituía solemnemente a sus
empleos,
dignidades y obtenciones, y, aunque él, con su natural
modestia
y humildad religiosa, se excusó a admitirlos, al fin hubo de ceder a reincorporarse en ellos. Todos los actos del presente suceso, por su justificación y novedad, será muy agradable a los curiosos verlos en los instrumentos originales que se ofrecen al público. De allí a pocos tiempos pasó a Madrid a negocios que se ignoran, con cuya ocasión le confió el Consejo real la revisión y corrección para la
prensa
de las obras de santa
Teresa
de Jesús, que se hallaban muy viciadas por la impericia o descuido de los copiantes, lo cual ejecutó con el
acierto
que prometía su grande
espíritu
y
doctrina
. Por aquellos mismos tiempos ocurrió el gran negocio de la reforma o recolección de su
orden
en Portugal, en cuya empresa tuvo nuestro autor la mayor parte de su influjo y diligencia, hallándose a lo que se cree en aquel reino; y en el capítulo celebrado en Toledo, año de 1588, se le cometió la formación de las Constituciones para dicha reforma. Después, en el año de 1591, fue nombrado
vicario
general de su provincia, hasta que en el capítulo celebrado por esta en la villa de Madrigal en 14 de agosto del mismo, fue electo provincial. Pero Dios, que le tenía ya prevenido el premio de sus trabajos y
fatigas
le llevó para sí por medio de una aguda enfermedad, estando aún en el mismo capítulo, a los nueve días de electo, y a los 23 del dicho mes de agosto y año de 1591, a los
64
de su edad. En este último periodo de su peregrinación y de sus trabajos, resplandecieron
extraordinariamente
las luces de aquel grande
espíritu
de que fue dotado, y el rico caudal de virtudes y
doctrina
con el que él le había enriquecido, manifestándose no solo en la envidiable preparación de su ánimo y resignación en la voluntad divina, sino en las edificativas, doctas y tiernas exhortaciones que hacía a sus
hermanos
y a sus hijos, amonestándolos a la perfección de su estado, a la observancia de su regla y a la práctica de todas las virtudes cristianas. Su muerte fue generalmente sentida, no solo de sus hijos y hermanos, sino de toda la universidad y de toda la
nación,
por la pérdida de un varón a quien con verdad podía tener por el
decoro
y ornamento de su literatura. Lleváronle a enterrar a su convento de Salamanca, y le dieron honrosa y distinguida sepultura en un ángulo del claustro, con una elegante inscripción en la lápida, la que después de muchos años y ya gastada se renovó junto con otra inscripción más extensa y comprehensiva de su
doctrina
y de su
ingenio,
que es la que hoy existe. El maestro
fray
Luis Ponce de León, a quien comúnmente llamamos, y él se llamó fray Luis de León, fue de regular estatura, el cuerpo recio y bien proporcionado, el color moreno, el rostro varonil y robusto, y el aspecto grave y apacible, los ojos vivos, y el cabello largo, espeso y enrizado. Fue
hombre
de
grandes
virtudes, y principalmente las que competían a su estado, como son la austeridad, el retiro, el amor al
estudio,
la rígida observancia de su regla, resplandecieron en él con grande
eminencia,
de suerte que, tanto con su ejemplo cuanto con su autoridad y diligencia, procuró restituir su
convento
de Salamanca al floreciente estado de observancia y perfección religiosa que había tenido en sus principios; y no contento con esto, fue uno de los principales promotores y que más influyó y trabajó al establecimiento de la reforma o recolección de su orden, que no tuvo por entonces efecto, bien que después le mandaron escribir las
Constituciones
para ella, que ejecutó con el acierto que de su espíritu, celo y doctrina se podía esperar. Esta rectitud, observancia y perfección religiosa de nuestro autor era como consecuencia forzosa de su limpio
ánimo
y legítima vocación al
estado,
como lo prueba la animosa resolución con que rompió con los embarazos que le pudieron poner el esplendor y las grandes riquezas de su
casa,
en que se vio claro que no por asegurar su
subsistencia,
sino por entregarse a mayor perfección, le había elegido, siguiendo el recto camino del Evangelio. Diole Dios una clarísima
ascendencia
en la casa de los antiguos Ponces de León,
señores
de Marchena, enlazado con la primera nobleza del reino. Su
padre,
don Lope, antes de pasar a Granada y después a lo que se cree de haber ejercido la facultad de abogado en Madrid, vivió muchos años en la villa de la Pedrera, en la Andalucía, en cuya villa y en la de Estepa llegó a hacerse tan hacendado y rico que le llamaban “el Señor de la Pedrera”, de suerte que, habiendo hecho el emperador Carlos V merced del señorío de Estepa a la casa de los Centuriones, por no ser vasallo suyo hallándose tan poderoso, dio a censo todas sus posesiones y se retiró a Granada, y aún conserva hoy su casa un censo que le pagan los marqueses de Estepa. Con estas fincas fundó dos gruesos mayorazgos: el de la primogenitura, a favor de su hijo
mayor,
don Cristóbal Ponce de León, con el señorío de la villa de Puerto Lope, y el de segundogenitura, en su hijo segundo don Miguel, con una asignación de 2000 ducados para una veinticuatría o regimiento de dicha ciudad de Granada, aneja a él. Y aunque nuestro Fray Luis no podría aspirar a ninguno de estos mayorazgos por ser el tercero de su casa, siempre le debía corresponder mucha parte en las grandes riquezas y bienes libres de sus
padres,
y mucho más siéndolo todos cuando entró en la
religión,
y así se verificó, no obstante tan cuantiosos vínculos, en las consignaciones que respecto a sus legítimas hizo el referido don Lope a su
hijo
cuarto don Antonio, y a sus hijas doña Mencía de Tapia y doña María de Alarcón, y sobre todo la que hizo y señaló después de otras muchas ayudas de costa a nuestro fray Luis, como consta de una cláusula de la fundación del segundo mayorazgo que incluimos. Pero todo lo abandonó con cristiano
desprecio
en seguimiento de su verdadera vocación. A sus virtudes de religioso coronaron las demás virtudes de cristiano, y con particularidad resplandecieron la
constancia,
la fortaleza, la humildad y la paciencia, justificadas en la serie de sus trabajos y en el notable suceso de su prisión. Probolo Dios por el áspero camino de las tribulaciones, y logró el fruto de ellas en la buena disposición del ánimo de nuestro fray Luis, saliendo purificada su inocencia y refinadas sus
virtudes
en el crisol de los trabajos y las persecuciones. Colocole Dios en la rama de una
nobilísima
descendencia,
adornole de
ingenio
y talentos singulares, hízole hijo de una casa llena de abundancia y riqueza, llenole de distinciones y de honores en su
religión
y en su
universidad,
y era necesario que gustase las amarguras del siglo a correspondencia de la
grandeza
de aquellos dones, para probar sus virtudes y purificar su grande alma. Por eso es digno de toda reflexión este suceso, consideradas estas circunstancias y calidades que le asisten y agravan, viendo a un
hombre
en quien concurrían todas ellas, particularmente la de un
maestro
y
catedrático
de una de las mayores universidades del mundo, destinado a enseñar públicamente las fuentes de la religión cristiana y a ser el
intérprete
de las divinas escrituras, repentinamente
reducido
al mismo
extremo
que a un prevaricador o un
apóstata
y esto a vista de aquellos que habían recibido y escuchado su doctrina. Apenas se hallará en la historia de nuestros
sabios
un ejemplar que tanto excite la admiración y el asombro, como ni tampoco otro
varón
de mayor constancia, resignación, valor y grandeza de
espíritu
para hacer frente a las adversidades, enseñándole no solo a sufrir sus propias
injurias,
sino a
olvidarlas
con cristiano desprecio, sin pretender jamás
satisfacción,
ni menos venganza de sus acusadores. En esta feliz situación le ponía su buena conciencia, entregado todo, más que en la confianza y verdad de sus disculpas y descargos, en la piedad del Cielo, que solo podría volver por su
inocencia,
como vuelve siempre por la de los que en él confían, y lo ejecutó con tantas ventajas en nuestro autor. Con esta satisfacción vivía y procedía en todas las ocasiones, y se explicó en estos versos tan desengañados que compuso a la salida de la cárcel:
Aquí la envidia y
mentira
me tuvieron encerrado.
¡Dichoso el
humilde
estado
del
sabio
que se retira
de aqueste mundo
malvado!,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
a solas su vida pasa,
con solo Dios se compasa,
ni envidiado, ni envidioso.
No es menos prueba de la tranquilidad y firmeza de su
espíritu
el primer ensayo que tuvo luego que se restituyó a Salamanca y a la posesión de su
cátedra.
A la primera lección se conmovió todo el pueblo al oírle, atraído de la curiosidad y la
admiración,
pero nuestro autor, muy
sereno
y pacífico, como si nada le hubiera sucedido ni hubiera mediado tanto tiempo, empezó así: “Decíamos ayer: por insignias tiene el sauce, y a su pie el hacha con esta inscripción:
"Por los daños y por las muertes"
. El
varón
noble,
generoso
y
virtuoso
se hace a costa de muchos trabajos y persecuciones. El sauce, cuanto más se le corta, con tanto mayor fuerza arroja sus pimpollos, y por esta razón se llama sauce, por la fuerza con que sale y por lo breve en que crece”; en lo cual no solamente manifestó la paz interior de su conciencia y de su
espíritu,
sino el desprecio de sus trabajos y el provecho que le habían producido, acrisolando más y más sus virtudes, que es el fruto de las persecuciones. Por eso usaba nuestro autor en sus obras la empresa de un árbol podado con la segur al pie y este mote:
Ab ipso ferro
dando a entender, como declara su sobrino el docto maestro fray Basilio Ponce de León, que
"las manos de sus envidiosos enemigos, que procuraron
hundirle,
fueron las que le encumbraron e hicieron que se extendiese su nombre y eternizase su
fama.
"
Pero sobre todas no se pueden dar pruebas más calificadas de esta verdad que las
admirables
obras que produjo en su dilatada y vergonzosa prisión, no para entretener las penurias de la soledad y la opresión que padecía, sino para su propio
aprovechamiento,
y de todos los que las disfrutasen en lo futuro. Estas fueron la grande y verdaderamente
docta
obra de
Los nombres de
Cristo;
la
Exposición
latina de los Cantares de Salomón;
la
Explicación del Salmo 26,
como igualmente la mayor parte de sus
poesías
místicas, y en particular casi todas las que compuso a la Santísima
Virgen,
no siendo poca recomendación de la inocencia de su autor el que, habiendo dimanado la causa sobre que se le oprimía de sus mismos escritos, le
permitiesen
facultades y utensilios para producirlos en la prisión. De este suceso podemos deducir un nuevo testimonio que confirme la verdad que hemos manifestado en varios artículos de esta obra, y es lo
útiles
que han sido a la
posteridad
los trabajos y persecuciones que por lo común han acompañado al mérito de los sabios más
ilustres,
pues por fruto de ellos logra el mundo sus mejores obras, de las que sin esta ocasión carecería; si bien siendo tan
provechosa
para el público, es tan fuerte y terrible para los autores, como el que hayan sido motivo de sus mejores producciones las cárceles, las persecuciones y los trabajos. El gran
talento
y profunda
doctrina
de este
ilustre
varón
fue otro don singular que coronó sus grandes virtudes.
Estudió
y aprendió por sí mismo las siete artes liberales, de cuyo conocimiento da sobrados indicios en varias partes de sus escritos. Poseyó con tal perfección los idiomas latino, griego y hebreo como acreditan sus célebres
traducciones
de ellos, y en el propio castellano fue tan
diestro
y sabio, que con razón se le reputa por uno de los mayores
oráculos
de la lengua. Principalmente en la profesión de la Teología expositiva fue consumado maestro, haciéndose tan plausible por su doctrina como por los célebres
discípulos
que tuvo, a que perfeccionó con la posesión de las lenguas sabias y el
estudio
de las buenas letras; y esa fue una de las causas que movió a los envidiosos y los ignorantes a
perseguirle,
achacándole
como desdoro de la circunspección de aquella facultad la lectura y práctica de los autores
profanos,
las humanidades y la
poesía,
siendo legítimo ornamento de las ciencias, ilustración, y tantas veces, necesidad. A tanto ha llegado la malicia de los hombres, que han pretendido en todos los tiempos encubrir su
envidia
y su ignorancia con el velo de la ridícula
severidad;
pero al fin no pudieron triunfar de la gran
fama
y crédito de su doctrina, por la cual se le confiaron algunos asuntos muy serios, y entre ellos el que le confirió la Universidad de Salamanca, junto con el doctor Miguel Francés sobre la reducción del calendario después del Concilio de Trento; el que le encargó el real consejo de Castilla de la revisión y
corrección
para la prensa de las obras de Santa Teresa de Jesús, que restituyó a su legítimo sentido y
pureza,
de la corrupción y desorden con que se hallaban, empeño accesible solo a su
espíritu
y
literatura,
como demostró en la
doctísima
Disertación
que compuso sobre estas obras, y se hubiera más bien verificado en la
Vida
de la Santa que había empezado a escribir si la muerte no le hubiera atajado los pasos; y últimamente, si fuese cierto el caso que se cuenta le sucedió en Portugal con aquella famosa monja que tanto había dado que hacer y que admirar a
hombres
muy doctos, hasta que nuestro autor, con su gran penetración y discreción de
espíritu,
descubrió no ser bueno el que obraba en aquella
mujer.
De su admirable ingenio y
felicísimo
genio para la poesía, basta asegurar ser uno de los más clásicos
poetas
que ha tenido la nación, y que componen dignamente la primera clase del
parnaso
español, como en quien concurrieron con eminencia las tres calidades necesarias, y pocas veces unidas, de sublime
talento,
abundante
doctrina
y
purísimo
estilo, cuya unión puede sólo formar un verdadero poeta. Sus producciones, tanto
propias
como
traducidas,
gozan todas con perfección de estas ventajas, aunque no se acreditó menos su
destreza
ni se hizo menos plausible por las traducciones, y mucho más considerada la enorme distancia de especies y asuntos, como desde lo más misterioso y
elevado
de los libros
sagrados,
hasta lo más
humilde
y trivial de los poetas profanos. Así,
tradujo
admirablemente muchos
salmos,
y casi todo el
Libro de Job,
aunque no constan
publicados
más que algunos capítulos y el último de los
Proverbios de Salomón.
Juntamente tradujo muchas
Odas
de
Horacio
y otras poesías sueltas de Píndaro, Tibulo, Teócrito, y todas las
Églogas
y el primer libro de las
Geórgicas
de Virgilio; y asimismo compuso muchas
traducciones
e
imitaciones
de algunos famosos poetas de la Italia, como Petrarca, Pedro Bembo y Juan de la Cosa, en todas las cuales obras resplandece y se aplaude por los eruditos particularmente su admirable
destreza
e inteligencia de las lenguas sabias, como entre nuestros más célebres traductores uno de los primeros y más clásicos
ingenios
que introdujeron en España este gusto, y que mejor supieron conservar el carácter y la fuerza de los insignes modelos de la
antigüedad,
ennobleciendo
con ellas la lengua y la poesía castellana. Todo este completo de
virtudes
intelectuales y morales le adornó con la corona de todas, e inseparable de la verdadera sabiduría, que es la
humildad,
y esta le produjo una modestia tan profunda que, no queriendo dar sus
escritos
a la
estampa,
dio ocasión a que muchos se aprovechasen de ella, luciendo con sus propios trabajos, publicándolos a sus
nombres,
hasta que, ocasionando mayores males esta tolerancia, por lo viciadas que ofrecían sus obras los que no eran sus verdaderos artífices, y también obligado de la obediencia, hubo de tomar la mano para corregir este abuso, defendiendo no ya su propia causa, sino la causa común, y queriendo más bien mortificar su modestia que tolerar se diesen al público tratados corruptos y defectuosos. De este abandono de sus trabajos y producciones, particularmente poéticas, procede que se hallen tantas perdidas o atribuidas a diversos autores o sin nombre de autor alguno. Por eso el apurar y dar puntual noticia al público de todas las muchas y muy
graves
y doctas obras de este
ilustre
varón
es una empresa muy difícil y tal vez insuperable. Las que hasta el presente se hallan
impresas
son las siguientes:
In cantica canticorum triplex explanatio;
In
psalmum
vigesimum sextum explanatio;
In abdiam prophetam, et in
epistolam
ad Galatas;
De utriusque Agni typici, atque immolationis legitimo tempore;
Los nombres de Cristo;
La perfecta
casada;
Exposición del salmo Miserere;
Apología, donde muestra la utilidad que se sigue a la iglesia de que las obras de la Santa Madre Teresa de Jesús y otras semejantes anden impresas en lengua vulgar;
las
Poesías
que se
imprimieron
en
Madrid,
año de 1631, cuya recolección y publicación debemos al celo del incomparable don Francisco de Quevedo, y se reimprimieron en Milán el mismo año, cuya impresión se repitió en
Valencia
en el de 1761. Entre las poesías de nuestro autor hasta aquí desconocidas, aunque
publicadas,
una es el “Estímulo del divino amor”, impreso en
Huesca
en 1635 a continuación del libro intitulado
Los grados del amor de
Dios,
que compuso el padre fray Bautista Lisaca de Maza, y también se imprimió sin nombre en el
Arte
poética española
del maestro Juan Díaz Rengifo, cuya obra acredita el espíritu de su autor, junto con la sencillez y
pureza
del estilo. Las obras
inéditas
de este ilustre escritor y poeta, de que hasta aquí hay noticia, según las ha descubierto la indagación o la casualidad, son las presentes:
Comentarium super
Apocalypsim;
Varias lecturas teológicas;
Constitutiones Fratrum Ordinis Excalceatorum;
Quaestiones Quodlibertica,
casi todas
expositivas;
Oración fúnebre en las Exequias que hizo la Universidad de Salamanca al célebre teólogo fray Domingo de Soto;
Otras dos
Oraciones,
una en elogio del gran padre san Agustín, y otra dicha en el capítulo provincial celebrado en el año de 1557, todas tres
latinas;
El perfecto predicador;
Libro de los hechos y paciencia del Santo Job;
De triplici coniunctione fidelium cum Christo.
Las
Poesías,
que por la mayor parte son asuntos místicos y
sagrados,
todas las cuales yacían confundidas y derramadas en varios
códices,
las más a nombre del autor, y algunas sin él, y hoy se han recogido y ordenado por la diligencia y curiosidad del reverendo padre fray Francisco Méndez, de la orden de san Agustín, en el convento de san Felipe el real de esta corte, corrigiéndolas y anotándolas con prolijo y delicado examen. Estas poesías en la
calidad
exceden a las publicadas, no tan solo por la circunstancia de ser todas las más
originales,
sino por lo que esta acredita el grande
ingenio
y espíritu poético de nuestro autor, como se puede comprobar por las que se incluyen en el presente tomo, que sin duda son las mejores entre todas ellas, que en la cantidad pueden componer otro igual volumen a las
impresas,
menos las que ya lo están en esta colección. De otras varias obras de este ilustre escritor nos ha quedado la noticia, que unas oscurecieron los que se valían de ellas para venderlas como
propias,
y otras quedaron imperfectas o principiadas por causa de su muerte. De estas son el
Tratado
de las obligaciones de los
estados,
que le había pedido escribiese el duque de Feria, y la
Vida de Santa Teresa de Jesús,
que le encargó la Emperatriz doña María, hermana del rey don Felipe II. Igualmente en el
códice
de
Poesías castellanas
que se conserva en la Biblioteca Magliabeche de manuscritos, en Florencia, de que se ha hablado ya en el tomo iv de esta colección y contiene varias obras de don Diego de Mendoza, y a su continuación de las del Fraile Benito, que puede ser fray Melchor de la Herna, se hallan
Obras poéticas de Fray Luis de León,
catedrático
de Escritura en Salamanca,
desde el folio 350 hasta el fin del 431; y son de las mismas que están impresas. En la librería del referido convento de san Felipe el real de esta corte se guarda otro
códice
en cuarto mayor de las poesías ya
publicadas
de nuestro autor, que parece ser el mismo que poseyó don Francisco de Quevedo, aunque se encuentran en él algunas cosas más que en lo impreso,
particularmente
la
Traducción del Libro de Job,
que está casi entero. Este códice contiene dos subscripciones o portadas seguidas, y son sin duda por nota y letra del mismo Quevedo; la primera dice así:
Poesías castellanas de Luis Mayor. A continuados ruegos de oficiosos
amigos
que las deseaban
impresas,
inclinó la cabeza, escondida en el cuerpo; ambas cosas manifiesta la hoja siguiente; negole la muerte ejecución y modo. Celo del bien común restituye hoy esta de sus obras a la estampa; su nombre parte al propio, parte al debido.
La segunda portada dice así:
Poesías
castellanas del
maestro
fray
Luis de León. Continuos ruegos de oficiosos
amigos
le inclinaban a
estamparlas.
Temor
docto, presunción decente, religioso recato le movían a
disimular
su nombre con el de uno de
ellos;
negole la muerte ejecución y modo. Celo del bien común las restituye hoy a la estampa a su nombre.
No es posible reducir a este breve compendio los muchos y merecidos
elogios
que hacen los escritores a este doctísimo y
venerable
varón,
y así solo se incluye el de Lope de Vega en su
Laurel de Apolo:
¡Qué bien que conociste
al amor soberano,
agustino León, fray Luis
divino!
¡Oh, dulce analogía de agustino,
con qué verdad nos diste
al rey
profeta
en verso castellano,
que con tanta elegancia
tradujiste!
¡Oh, cuánto le debiste,
como en sus mismas obras encareces,
a la
envidia
cruel, por quien
mereces
laureles
inmortales!
Tu prosa y tu
verso
iguales
conservarán la
gloria
de tu nombre,
y los
Nombres de Cristo
soberano
te le darán eterno, porque asombre
la
dulce
pluma de tu
heroica
mano,
de tu persecución la causa
injusta.
Tú fuiste gloria de agustino augusta,
tú, el
honor
de la lengua castellana,
que deseaste introducir escrita,
viendo que a la romana tanto
imita
que puede
competir
con la
romana
.
Si en esta edad vivieras,
fuerte león en su defensa fueras.