Relación de los textos preliminares de la obra:
* ¶2r. “Tabla de las novelas”.
* ¶2v. “Fe de erratas”, Madrid, 7 de agosto de 1613.
* “Tasa”. Hernando de Vallejo, Madrid, 12 de agosto de 1613.
* ¶3r. “Aprobación”. Fray Juan Bautista, 9 de julio de 1612.
* “Aprobación”. El doctor Cetina. Madrid, 9 de julio de 1612.
* ¶3v. “Aprobación”. Fray Diego de Hortigosa. Monasterio de la Trinidad, 8 de agosto de 1612.
* ¶4r. “Aprobación”. Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. Madrid, 31 de julio de 1613.
* ¶4v. Licencia y privilegio real. Jorge de Tovar. Madrid, 22 de noviembre de 1612.
* ¶¶2r. “Privilegio de Aragón”. San Lorenzo el Real, 9 de agosto de 1613.
* ¶¶3v. “Prólogo al lector”.
* ¶¶5v. [Dedicatoria] “A don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos…” Madrid, 14 de julio de 1613.
* ¶¶7r. “Del marqués de Alcañices a Miguel de Cervantes. Soneto”.
* ¶¶7v. “De Fernando Bermúdez y Caravajal, camarero del duque de Sesa, a Miguel de Cervantes” [dos décimas].
* ¶¶8r. “De don Fernando de Lodeña a Miguel de Cervantes. Soneto”.
* ¶¶8v. “De Juan de Solís Mejía, gentilhombre cortesano, a los lectores. Soneto”
Editor: Pedro Ruiz Pérez Encoding: Elena Cano Turrión
Edición preparada para los Proyectos I+D “SUJETO E INSTITUCIÓN LITERARIA EN LA EDAD MODERNA” (SILEM) FFI2014-54367-C2-1 y 2-R y “EL DISCURSO PARATEXTUAL DE LA NOVELA CORTA BARROCA. POÉTICA Y SOCIABILIDAD LITERARIA” (PARANOBA) P18-FR-3938
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Quisiera yo, si fuera posible, lector amantísimo,
escusarme
de escribir este prólogo, porque no me fue tan bien con el que puse en mi
Don
Quijote,
que quedase con gana de segundar con éste. De esto tiene la
culpa
algún
amigo,
de los muchos que en el discurso de mi vida he granjeado,
antes
con mi condición que con mi
ingenio;
el cual amigo bien pudiera, como es uso y costumbre, grabarme y esculpirme en la primera hoja de este libro, pues le diera mi retrato el famoso don Juan de
Jáuregui,
y con esto quedara mi
ambición
satisfecha, y el deseo de algunos que querrían saber qué rostro y talle tiene quien se atreve a salir con tantas invenciones en la plaza del mundo, a los ojos de las gentes, poniendo debajo del retrato:
Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del
autor
de
La
Galatea
y de
Don Quijote de la Mancha,
y del que hizo el
Viaje del Parnaso,
a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue
soldado
muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria.
Y cuando a la de este amigo, de quien me quejo, no ocurrieran otras cosas de las dichas que decir de mí, yo me levantara a mí mismo dos docenas de testimonios y se los dijera en secreto, con que estendiera mi
nombre
y acreditara mi ingenio. Porque pensar que dicen puntualmente la verdad los tales
elogios
es disparate, por no tener punto preciso ni determinado las alabanzas ni los vituperios.
En fin, pues ya esta ocasión se pasó, y yo he quedado en blanco y sin figura, será
forzoso
valerme por mi pico, que, aunque tartamudo, no lo será para decir verdades, que, dichas por señas, suelen ser entendidas. Y así, te digo otra vez, lector amable, que de estas novelas que te ofrezco en ningún modo podrás hacer pepitoria, porque no
tienen
pies, ni cabeza, ni entrañas, ni cosa que les parezca; quiero decir que los requiebros amorosos que en algunas hallarás son tan
honestos
y tan medidos con la razón y discurso cristiano, que no podrán mover a mal pensamiento al descuidado o cuidadoso que las leyere.
Heles dado nombre de
ejemplares,
y, si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún
ejemplo
provechoso; y, si no fuera por no alargar este sujeto, quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podría sacar, así de todas juntas como de cada una de por sí. Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a
entretenerse,
sin daño de barras; digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables antes
aprovechan
que dañan.
Sí, que no siempre se está en los templos, no siempre se ocupan los oratorios, no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean. Horas hay de
recreación,
donde el afligido espíritu descanse. Para este efeto se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas y se cultivan con curiosidad los jardines. Una cosa me atreveré a decirte: que si por algún modo alcanzara que la lección de estas novelas pudiera inducir a quien las leyera a algún mal deseo o pensamiento, antes me
cortara
la mano con que las escribí que sacarlas en público. Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al cincuenta y cinco de los
años
gano por nueve más y por la mano.
A esto se aplicó mi
ingenio,
por aquí me lleva mi inclinación, y más, que me doy a entender, y es así, que yo soy el
primero
que he
novelado
en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas todas son
traducidas
de lenguas estranjeras, y estas son mías
propias,
no imitadas ni hurtadas: mi
ingenio
las engendró, y las parió mi
pluma,
y van creciendo en los brazos de la
estampa.
Tras ellas, si la vida no me deja, te
ofrezco
los
Trabajos de Persiles,
libro que se atreve a
competir
con
Heliodoro,
si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza; y primero verás, y con brevedad dilatadas, las hazañas de don Quijote y donaires de Sancho Panza, y luego las Semanas del jardín. Mucho prometo con fuerzas tan pocas como las mías, pero ¿quién pondrá rienda a los deseos? Sólo esto quiero que consideres: que, pues yo he tenido osadía de dirigir estas novelas al gran
conde
de Lemos, algún
misterio
tienen escondido que las levanta.
No más, sino que Dios te guarde y a mí me dé paciencia para llevar bien el
mal
que han de decir de mí más de cuatro sotiles y almidonados.