Pedro de Medina Medinilla, a lo que se debe creer, fue natural de Madrid, aunque Lope de Vega en su
Laurel de Apolo
le coloque entre los ingenios de Sevilla. Fue
soldado,
y con este destino pasó al Nuevo Mundo, donde al parecer murió. De cualquiera suerte floreció por los mismos tiempos de Lope, en su
mocedad,
y fueron no solo de los más íntimos
amigos,
sino los más unidos
compañeros,
como se verificó en la famosa
égloga
que compusieron entre ambos “A la muerte de doña Isabel de Urbina”, primera mujer del citado Lope, que va inserta en este tomo como una de las pocas muestras que se pueden ofrecer del
ingenio
de nuestro Medina Medinilla, en nada
inferior
en
majestad,
abundancia y
dulzura
al de su compañero, hasta que, pasando a las Indias, no parece que volvieron a
publicarse
otros documentos por donde nos consten las producciones de este
ilustre
ingenio, fuera de las pocas que se encuentran esparcidas en algunos libros, como tan expresivamente se lamenta el mismo Lope de Vega en su
Laurel de Apolo
por el siguiente elogio y noticia:
¿A qué región, a qué desierta parte,
a qué remota orilla,
oh, Pedro de Medina Medinilla,
llevó tu pluma el envidioso Marte?
¿Qué bárbaro horizonte,
poeta
celebérrimo
de España,
qué indiano mar, qué monte
tu lira infelicísima acompaña?
¿Pero cómo, si fuiste nuestro Apolo,
no acabas de llegar a nuestro polo?
Mas pues tu sol del indio mar no viene,
¡ay, Dios, si noche eterna le detiene!