El
doctor
Francisco de Sá de Miranda,
caballero
comendador de la orden de Cristo, nació en la ciudad de Coímbra, reino de Portugal, año de 1495. Fueron sus
padres
Gonzalo Méndez de Sá y doña Felipa de Sá, ambos de antigua y esclarecida
estirpe.
Después de las
primeras
letras, se dedicó al
estudio
de las humanidades y lenguas sabias a que le llamaba su inclinación, pero hubo de sacrificarla por obedecer a su
padre
en
obsequio
del
rey
don Juan III, que había plantificado aquella Universidad de Coímbra, dedicándose a la facultad de
Leyes,
en la que no obstante hizo grandes progresos y se graduó de
doctor.
Continuó con los mismos leyendo en varias
cátedras
y adquiriendo nuevos
aplausos
en tanto que vivió su padre, pero muerto este dejó las escuelas y el ejercicio de la facultad a que no le llamaba su
genio,
y aun renunció algunas
plazas
de consejero para que había sido elegido, entregándose del todo al estudio y práctica de la filosofía y las buenas letras. A este fin resolvió el viajar, y después de haber corrido las principales ciudades de España, donde residió algún tiempo, pasó a Italia y vio Roma, Venecia, Nápoles y todo lo mejor de Sicilia, Milán y Florencia, y bien aprovechado, se restituyó a Portugal y a la
corte,
donde luego se hizo lugar en la
estimación
de todos por sus prendas,
instrucción
y
talento,
hasta el mismo rey don Juan, quien por sus
méritos
y el lustre de su
casa
le
condecoró
con el hábito de Cristo y la encomienda de Santa María de duas Igrejas en la Diócesis de Braga. Tras esto le hubiera elevado su concepto a alguno de los más señalados
cargos
del Reino, pero la
envidia,
enemiga implacable del
mérito
y la
ciencia,
le empezó desde luego a acometer para cortar los pasos a su fortuna, tomando materia donde
cebarse
con la
siniestra
interpretación de algunos lugares de sus
poesías,
por lo cual, no queriendo nuestro poeta exponerse más a las consecuencias de la que ya era declarada contradicción, determinó
retirarse
a una quinta propia de su encomienda junto a Ponte de Lima, llamada
A tapada,
abandonando las delicias de la corte, los
amigos
y las esperanzas de sus acrecentamientos, que podría esperar del
favor
del príncipe don Juan y el infante cardenal don Enrique, sus
protectores,
resolviéndose a vivir según su
genio
filosófico y entregado del todo a la conversación de las musas, disfrutando pacíficamente el fruto de sus
estudios
y peregrinaciones. En esta apreciable constitución, pensó en tomar estado de
matrimonio,
que contrajo con doña Briolanda Dazebedo o de Azebedo, mujer principal y de gran discreción y prudencia, pero de tan poca hermosura y tanta edad que, siéndole mostrada la primera vez, la saludó con esta ingeniosa claridad: “Castigayme, senhora, con este bordaon porque vim tan tarde”. Sin embargo, tuvo en ella sucesión de dos
hijos,
que fueron Gonzalo Méndez de Sá, que siguiendo las armas pasó a la jornada de África y murió valerosamente en el sitio de Ceuta, a cuya muerte compuso nuestro autor una
ternísima
elegía,
y Gerónimo de Sá Dacebedo, que continuó la casa. En la suya disfrutaba nuestro poeta cuantas satisfacciones le podía proporcionar su inclinación y las prendas y virtudes de su
consorte,
constituyéndole en un estado de felicidad y concordia envidiable, pero todo se lo arruinó la muerte de aquella, por lo que, poseído enteramente del dolor, que siendo muy profundo no respeta las máximas de la más severa filosofía, y vencido de él a los pocos años, le rindió la vida, pues solo vivió tres, sumergido en tristezas y negado a todos sus
empleos,
ejercicios
y
entretenimientos,
y murió en el año de 1558, a los
63
de su edad, y yace en la iglesia de San Martín de Carracedo de la referida Diócesis de Braga. Fue hombre de mediana estatura, grueso de cuerpo, blanco de carnes, ojos verdes, la barba y cabello negro y poblado; de aspecto grave y melancólico en la apariencia, pero muy agraciado y humano en su conversación y en su trato; fue muy inclinado a la caza y a la música, y diestro en la vihuela de arco, y tenía en su casa profesores asalariados para su diversión y que enseñasen a sus hijos. Sus costumbres correspondieron a sus prendas intelectuales. Fue muy religioso y devoto, muy sobrio para sí y franco para todos, en particular para los pobres y huéspedes, a quienes admitía con mucha frecuencia, agasajo y ternura. Incluimos y colocamos a Francisco de Sá Miranda, siendo
portugués,
en el número de los
poetas
castellanos, no porque nuestra lengua necesite mendigar poetas a ninguna, pues en número y calidad puede surtir a otras muchas, sino por la razón de ser español y de haber compuesto una gran parte de sus poesías en
ella,
por la cual se pueden sin violencia adoptar los poetas nacidos en otros
reinos,
y mucho más en este
autor,
cuyas producciones castellanas no fueron las menos apreciables, pues por su
mérito
ha sido contado entre los buenos poetas de su
edad.
Los portugueses le estiman con mucha razón entre los
mejores
de su
lengua
e introductor del
buen gusto
en su poesía, pues fue el primero que usó de los versos largos y demás
galas
y especies del
gusto
y rima de los
italianos.
Tuvo sin duda las grandes partes de poeta de
ingenio
e
instrucción,
y sus poesías en su lengua propia tienen mucha gracia,
elegancia
y
pureza,
particularmente las
sátiras
respecto a la cultura de su tiempo. Las producciones en lengua
castellana
fueron por lo general por el metro y
gusto
de la de
Italia,
y se reducen a las especies de
canciones,
sonetos,
églogas y otras semejantes, en las cuales, aunque se divisa ya la
reforma
que empezaba a establecerse en nuestra poesía por el
decoro,
los pensamientos y la imitación de los
antiguos,
se distingue no menos la
rudeza
antigua de que se la iba despojando, por la
falta
de cultura en el estilo y de hermosura y
elegancia
de la versificación que practicaron sus reformadores, a que se agrega en nuestro Sá el uso de muchas voces y frases populares y anticuadas, en que
incurrió
como
portugués,
bien que no del todo impropio para algunas clases de composiciones, como igualmente el de la mezcla de los versos agudos con los graves, que uno y otro
defecto
afea
y desluce la
hermosura
de la cadencia. Sus obras
líricas
se han
impreso
cuatro veces en Lisboa, en 1595, 1605, 1614 y 1651, y otras dos sus dos
comedias
portuguesas de
Os Villalpandos
y
Os Estrangeyros.
Las
sátiras,
que es lo más
aventajado
de sus producciones en su lengua propia, porque resalta más en ellas el
arte,
el
decoro,
la
imitación
y la
cultura
del estilo, se
imprimieron
separadamente. El
elogio
que se le hace a este poeta en el
Laurel de Apolo
es el siguiente:
Llegando, pues, la
fama
a la mayor ciudad que España aclama,
por justas causas despertar no quiso,
y fue
discreto
aviso,
al
gran
Sá de Miranda:
que le deje, Melpómene le manda, etc.