Mosén
Juan Boscán Almogaver nació en la ciudad de Barcelona de
familia
antigua y noble. Ignórase el año a punto fijo, pero pudo ser a fines del siglo XV. En su
mocedad
siguió las
armas
y viajó por muchas partes hasta que
casó
con doña Ana Girón de Rebolledo, mujer muy principal, a quien
celebra
en varias partes de sus obras, de la que tuvo sucesión y vivió en la misma ciudad de Barcelona con muchas comodidades, honores y
aplausos
siguiendo algunas veces la
corte
del emperador Carlos V, donde era igualmente
estimado,
hasta su muerte, cuyo año se ignora, solo que fue antes de los de 1543, y por consecuencia, no muy entrado en
edad,
De sus prendas
naturales
y morales nos da alguna idea
Garcilaso
de la Vega en la
Égloga II,
donde le pinta de
elegante
persona, de agradable aspecto, de dulce trato y amable condición, y un modelo de urbanidad, gentileza y esplendor cortesano, cuyas prendas, junto con la bondad de sus costumbres y de su
talento,
le pudieron proporcionar para ser elegido por
ayo
del gran duque de Alba, don Fernando, cuyo cargo desempeñó con el acierto que acreditan las virtudes heroicas que adornaron su ánimo y fueron efecto de la
educación
de nuestro Boscán. El maestro fray Gerónimo Bermúdez en las “Glosas al texto 25” del poema de
La Esperodia,
que queda inconcluso en el tomo VII de esta colección, y obra que se debe estimar por un tesoro de erudición y noticias selectas, trae unas palabras, hablando de la
crianza
y
estudios
de su
héroe,
que dicen así: “Mucho le debió de importar la buena enseñanza en su
mocedad,
porque tuvo por ayos a Garcilaso de la Vega y a mosén Boscán Almogaver, de los cuales uno era un gentil caballero toledano… y el otro, ciudadano de Barcelona de los que aquella ciudad puede privilegiar y poner en espera de
caballería,
pero el uno y el otro de los
mejores
y más cortesanos
ingenios
que en España florecieron en su tiempo, etc.”. En lo tocante a Garcilaso no hallamos fundamento para adoptarlo, así por la distinción de su persona, como por la continua ocupación de sus destinos y carrera militar, que empezó a seguir muy joven, lo que nos hace creer que, así como se les consideró a estos dos poetas tan unidos en los vínculos de la
amistad
y en los
empeños
de la
literatura,
así también los creyó este autor para la educación de aquel magnate. Fuera de todo esto, el mismo Garcilaso en la
Égloga II,
cuando se extiende en las alabanzas de la casa de Alba, no enuncia especie que no sea relativa únicamente a la persona de su amigo Boscán, ponderando el
fruto
que había hecho su dirección en el ánimo del duque, que son las más
autorizadas
memorias que tenemos de este poeta. Harta materia nos presta en recompensa de la falta de las demás noticias de su vida, la
fama
de su
ingenio
y la de
reformador
de la
poesía
castellana, volviendo a introducir, o por mejor decir,
estableciendo
en ella el nuevo carácter y
buen gusto
no solo en el metro y rima de los
italianos,
sino en las diferentes y nuevas especies de composiciones y en todas las demás partes de la buena poesía, como son la
imitación
de los antiguos, la
invención,
la
hermosura
y
majestad
de la dicción y la armonía y cultura de los versos, con que se transformó enteramente y desnudó de su
antiguo
aspecto. Nuestro autor se animó a esta grande empresa a persuasiones de Andrés
Navagero,
que había venido por embajador de la República de Venecia al Emperador Carlos V, a quien trató estrechamente en Granada, como que conocía bien este célebre literato las grandes disposiciones de su
talento
para un proyecto tan considerable. Este, sin embargo, le ocasionó muchas
contradicciones,
particularmente de varios
poetas
de aquel tiempo, aunque por otra parte muy felices, pero muy ciegos partidarios de la antigua versificación castellana, y que
abominaban
la
reforma
con la
introducción
de la rima que creían extranjera como una revolución y
novedad
perjudicial
y escandalosa, de los cuales se
queja
vivamente
nuestro autor en la
epístola
dedicada
A la duquesa de Soma,
que sirve de
introducción
a la segunda parte de sus
poesías,
convenciéndolos del poco conocimiento que tenían de la antigüedad de esas rimas en la poesía castellana, pero finalmente llevó al debido efecto esta
grande
obra, superando todos los obstáculos y contradicciones con la grandeza de su
ingenio,
y ayudada del sublime de su
compañero
Garcilaso y seguido de todos los poetas más
clásicos
que ha tenido la nación. Porque aunque, según se ha repetido ya en varias partes de esta obra, no fueron Boscán y Garcilaso los que introdujeron de
nuevo
en la
poesía
castellana
la versificación y rima que llamaron
italianas,
pues ya eran conocidas en ella y usadas muchos años había por el célebre marqués de
Santillana,
Íñigo López de Mendoza, y mucho antes que este por el príncipe don
Juan Manuel,
teniendo su origen de la provenzal o lemosina, no le quita eso a nuestro Boscán la
gloria
de haber sido el
primero
que se atrevió a la
formidable
empresa de su restauración y
reforma.
Sus obras están divididas en dos partes, y estas en cuatro libros según la idea que tenía nuestro autor para la
impresión
que proyectaba cuando le arrebató la muerte. La primera incluye las
poesías
hechas a la antigua moda
castellana
en que se había ejercitado antes de pensar en la reforma, como son coplas,
villancicos,
glosas, letrillas, etc. Y la segunda, que comprende el 2º y 3º libro, los sonetos,
canciones,
epístolas y demás especies de composiciones al
gusto
de
Italia,
y la
traducción
de la
Fábula de Leandro y Hero
del antiquísimo poeta
griego
Museo, cuyas obras se han
impreso
varias veces separadas y unidas con las de su
compañero
Garcilaso, que comprenden el 4º libro, y singularmente en Medina del Campo en 1544, en León de Francia en 1549 y en Venecia en 1553. En las producciones a la moda castellana se encuentra mucha
llaneza
en el estilo y no poca gracia y
naturalidad
en los pensamientos, y en las de la
costumbre
italiana
se manifiesta ya otra
elegancia
y
gusto
con el espíritu de
verdadero
poeta
y
talento
proporcionado para el ministerio de
reformador
de nuestra poesía, pues aunque es innegable que no llegó en su pluma al auge de grandeza en los pensamientos, delicadeza de las imitaciones, en la
pureza
y
cultura
de las frases, ni en la armonía,
dulzura
y venustidad de la versificación a que después le fueron elevando
Garcilaso
y los demás ilustres poetas que le sucedieron, no por esto debemos admitir por
tolerable
la decisión de Fernando de Herrera en sus
Anotaciones,
donde asienta “que se atrevió a traer en su no
bien
compuesto
vestido
las joyas de Ausiàs
March
y el Petrarca”; antes por el contrario, debemos persuadirnos a que hizo mucho más de lo que parece que correspondía a haber sido el
primero
que volvió a cultivar un terreno tan desconocido y nuevo sin tener otras guías o modelos a quien seguir, ni la lengua aquel ornamento y
cultura
a que llegó después; y esta misma
disculpa
le debe valer para los
descuidos
en la
pureza
de algunas voces, que son regulares a los que no poetizan en la misma lengua en que nacieron. Además de las obras referidas,
tradujo
una
tragedia
del griego
Eurípides,
cuyo nombre se ignora, pero es presumible que tuviese el
mérito
igual al
talento
e
inteligencia
de nuestro Boscán en aquel idioma si lo deducimos de la del
Museo,
bien que algunos
censuran
esta traducción por algo libre y excesivamente dilatada y prolija. Asimismo, ejecutó la
traducción
en prosa del libro
El
cortesano,
obra del conde Baltasar
Castellón,
y de tanta y tan justa estimación entre los italianos, que le tienen por un tesoro de la urbanidad y cultura de su lengua, cuya idea siguió después M. Juan de la Casa en su libro de
El Galateo,
que tradujo e imitó en castellano Lucas Gracián Dantisco. No menos debemos contar nosotros para nuestro idioma esta traducción de Boscán, cuyo asunto armaba tan bien con su inclinación y
genio,
pues es tan excelente como lo pondera y califica el mismo Garcilaso, a cuyas instancias la ejecutó, en la carta a doña Jerónima Palova de Almogaver, que está al principio de ella e incluimos aquí como una pieza exquisita de elocuencia, por ser la única obra en prosa que no ha quedado de aquel ilustre poeta y por lo poco conocida que es esta
traducción.
También pudo haber ayudado a nuestro Boscán para el desempeño, además de su grande inteligencia en aquel idioma, el haber tal vez tratado y comunicado su
proyecto
al conde Castellón cuando vino por nuncio del Papa al emperador Carlos V. Esta traducción se
imprimió
por primera vez en Toledo en 1559, y en Antuerpia en 1561. No tan solo debemos a nuestro Boscán la producción de estas obras, sino también la
publicación
y corrección de las de su
compañero
Garcilaso de la Vega, pues las recopiló, enmendó y dispuso para la prensa después de la muerte de aquel, y de aquí provino el que en algunas ediciones de Boscán estén incorporadas todas las obras de
Garcilaso,
para que permanezcan perpetuamente unidos en la prensa estos dos famosos
poetas
castellanos, como lo fueron en la
amistad
y en la
memorable
empresa
de
reformadores
de la
poesía
y aun de la lengua
castellana.
Sebastián de Córdoba compuso una obra a manera de centón que intituló
Conceptos espirituales,
hecho con versos de nuestro Boscán y de Garcilaso de la Vega, que imprimió en Zaragoza, año de 1577, cuyo ejemplo siguió después don Juan de Andosilla Larramendi en el
Poema de Cristo Nuestro Señor en la cruz,
compuesto de versos del mismo Garcilaso. En el
Laurel de Apolo
se le hace a nuestro autor el confuso y
diminuto
elogio siguiente, como reducido solo a su
traducción
de
Museo
y a la
llaneza
de su estilo:
En ella
doctamente
halló a Museo
aquel
gentil
Boscán que en el Parnaso
trocó la voluntad con Garcilaso,
pintando el joven cuya ardiente llama
pasó por tantas aguas a su dama,
entre sirenas y marinos peces,
viéndole muchas veces
más galán sin vestido,
que no es el alma el exterior sentido.