Comienza la vida del clarísimo poeta, filósofo y orador Francisco Petrarca, con el epílogo de sus obras, etcétera.
Suelen, muy illustre señor, los que algund libro glosan o de una lengua en otra le trasladan, ante todas las cosas, contar la vida del autor del tal libro, manifestar la intención que tovo en él y declarar el título de la obra. Pues, siguiendo yo las pisadas de los que tan loable costumbre tuvieron, lo más brevemente que pudiere declararé las tres cosas sobredichas.
Y comenzando de la vida del nuestro famoso poeta y orador, tres cosas es razón que se sepan. La primera: quién fue y de qué nación; la segunda: cómo vivió; la tercera: cómo murió.
Fue Francisco Petrarca de antiguo y
noble
linaje. Su
padre
se llamó Parecio o, como otros dicen, Petrarco; y su madre Leta. Fueron naturales de Florencia, personas honestas, no tan abundantes de hacienda como de buena fama. Nació en Arecio, cibdad subjeta a Florencia, donde a la sazón sus padres estaban desterrados, en el año de nuestra salud de mil et trecientos et cuatro años, lunes, a veinte días del mes de julio.
Fue hombre de buena dispusición corporal, de color moreno, los ojos vivos y de buena vista, la cual le
duró
mucho tiempo. Repartiose el tiempo de su vida, o por voluntad suya o de la fortuna, de esta manera: el
primer
año pasó en Arecio, donde nació; los seis siguientes en una aldea que se llama Ancisa, a catorce millas de Florencia; el octavo año en Pisa; el nono y de ahí
adelante
en Aviñón, donde a la sazón el papa Clemente Quinto tenía su corte. Y digo
"de ahí adelante"
no que todo el restante de su vida gastase en Aviñón, mas porque aunque en este tiempo muchas gentes y tierras conociese, siempre tornaba allí como a tierra que ya la costumbre se la había hecho natural.
Estudió
cuatro años en Carpentras, que es una cibdad pequeña a cuatro leguas de Aviñón, donde de tal manera aprovechó en la Gramática, Lógica y Retórica que supo todo lo que de ellas se puede en las escuelas aprender. De allí fue levado a Montepesulano, do estudió otros cuatro años de leyes, y de allí a Boloña, donde en otros tres años pasó todo el cuerpo del Derecho Civil, en el cual fuera varón excellentísimo si su
condición
le dejara en ello perseverar. Mas no pudo. No porque el estudio de las leyes no le agradase, siendo como es estilo dulce y lleno aquella elegancia antigua romana; mas porque ya el uso de ellas, por la malicia de la gente, está muy depravado y, como él mesmo dice, no quiso estudiar cosa de que no querría usar mal ni pudiera usar bien, si no quisiera ser tenido por necio. Siendo ya de
veintidós
años, murió su
madre,
cuya muerte hizo en él tal sentimiento que por muchos meses no pudo recebir consuelo. Y antes que el año pasase, murió también su padre, para cuyo dolor no tuvo mejor remedio que acordarse de que él también había de morir. Pues, viéndose libre de la obediencia paterna, la cual le tenía contra su voluntad en el estudio de las leyes, luego pospuso todo el trabajo y pensamiento pasado y del todo se
dio
a los poetas y oradores que siempre fueron sus familiares amigos. Y partiéndose de Boloña, tornó a Aviñón, donde ya por sus cartas y muy divulgada
fama
era tan conoscido que no se tenía por dichoso ni grande el que no le tenía por amigo. Mas sobre todo fue amado y honrado del cardenal Joan de Coluna y de su hermano Jacobo Coluna, obispo lumberiense, con el cual
pasó
un verano muy agradable en Vascueña o Aquitania. Y de aquí, como hombre deseoso de ver siempre y saber cosas nuevas, transcurrió toda la Francia y Alemaña y cumplió lo que mucho deseaba, que era ver a París, por saber las verdades y mentiras que de aquella cibdad se cuentan. Y en esta su peregrinación fue muy
honrado
y festejado de muchos grandes príncipes, que por su excellente fama le deseaban conocer. Y porque desde su niñez deseó siempre ver a Roma, vino a ella, donde fue recebido de Estefano Coluna, padre de los dos hermanos ya dichos. Con aquella voluntad que sabía que ellos le tenían, y después que hubo visto la grandeza y nobleza, las cosas antiguas y muy dignas de ser sabidas de aquella cibdad, tornó a Aviñón.
Mas, no pudiendo sufrir los enojosos bullicios y desordenada vida de la
corte,
como quien siempre fue amigo de la contemplación y, por ella, de la
soledad,
comenzó a buscar lugar donde quieta y reposadamente estando solo pudiese estar acompañado de aquellos excelentes varones que, con sus santas y aprobadas dotrinas, procuran nuestra salud. Y ocurriole tal lugar que fue espuelas para su deseo: es un valle a quince millas de Aviñón, que se llama Clausa, do la serenidad del aire, la frescura de las yerbas, el agradable ruido y hedor de los árboles y, sobre todo, la fuente que llaman Sorgia, que allí nace, que sobre todas las fuentes tiene señorío y excellencia, convida y despierta los ánimos a la contemplación del hacedor de tales cosas. Y viendo lugar tan aparejado a sus pensamientos, acordó de pasar allí sus libros y todas las alhajas necesarias al servicio de casa, y allí
vivió
muchos años, do sería muy luenga historia contar todo lo que en este tiempo él avino. Baste que todas las obras que de su mano vemos y otras muchas que no parecen todas ellas o se pensaron o se comenzaron en este lugar.
Y de aquí yendo y viniendo a Aviñón, quiso su ventura que se enamorase de madona Laureta, que así se llamaba, como se muestra claro en un
soneto
que él hizo glosando su
nombre,
que comienza
"Quando io movo et sospiri a chiamar voi, etcétera."
Aunque después, por no le dar siempre este nombre diminutivo, él la llama
"Laura."
Amola todo el tiempo de su
juventud,
muy encendida, aunque castamente, y más tiempo la amara si la muerte de ella no atajara el encendido fuego. Por esta compuso el libro de los
Triunfos
y
Sonetos
en lengua toscana, en los cuales manifestó la alteza de su
estilo
y la viveza de su
ingenio,
haciendo obra que en el caso ni tuvo ni tiene ni creo que terná par ni
segunda.
Y puesto que fuese
clérigo
y tuviese beneficios, como adelante se dirá, el papa Benedito, viendo el entrañable amor que con madona Laura tenía, porque no fuese vano, tentó de dársela por
mujer
y dispensar con él que, siendo casado, pudiese tener los
beneficios
que primero tenía y otros que él le daría. Pero el nuestro poeta, que de ser casado estaba muy lejo, rehusó el don, no queriendo trocar el amor de la amiga por los enojos de la mujer, y aun porque no cesasen las grandes cosas que de ella tenía pensadas de
escrebir.
Fue hombre muy modesto en palabras y obras. En el comer y beber muy templado. Gran enemigo de la pomposa soberbia, no solo porque le parecía mala y contraria a la humildad, mas porque de la seguridad y reposo es muy enemiga. Y cuanto a lo que toca a la virtud de la castidad, no será sin razón poner aquí las palabras que él de sí mesmo escribe en una
epístola,
do dice:
"Desería yo poder decir que fui virgen, mas
mintiría
si lo dijiese. Esto seguramente puedo afirmar: que aunque el
hervor
de la edad y complisión a los deleites carnales me inclinase, pero siempre en mi voluntad aborrescí y menosprecié la vileza y suciedad de aquel vicio, y en llegando a los
cuarenta
años, aunque no tenía falta de fuerzas y calor natural, no solo aparté y deseché de mí el vicio, mas así hui la memoria de él y de todos sus pensamientos como si nunca hubiera visto mujer. Lo cual cuento entre mis mayores buenas venturas, haciendo gracias a Dios que, estando en mis fuerzas y esfuerzo, me libro de tan vil y aborrecible servidumbre.
"
Y siguiendo el propósito comenzado, fue este nuestro poeta muy deseoso de honestas
amistades
y muy fiel conservador de ellas. Algunas veces se airaba, pero de tal manera que su ira siempre dañaba a él y nunca a otro. Y puesto que fuese de airado corazón, nunca se acordó de ofensa que le fuese hecha, ni se olvidó de ningún beneficio que hobiese recebido. Fue gran menospreciador de las riquezas, no porque no quisiera ser rico, mas porque aborrecía los trabajos y cuidado que con ellas andan acompañados. Huía los convites públicos como enemigos de la temperancia y buenas costumbres, y amaba mucho y procuraba los particulares que entre amigos se hacen; tanto que, mientra podía, jamás comía solo.
Fue entre los poetas y oradores de su
tiempo
el más
excellente,
y fuéralo en cualquier otro
tiempo
que naciera. Era ya tan estendida la excelencia de su clara fama, que en un día, no sin gran maravilla, le vinieron cartas del Senado romano y del Estudio de París, en que los unos y los otros afetuosamente le rogaban que a su cibdad fuese a recebir la corona de
laurel
de que los famosos poetas antiguamente se coronaban, teniendo por muy gran honra estas dos cibdades tan antiguas y tan honradas que en ellas fuese honrado el nuestro poeta. Mas él, por consejo del cardenal ya nombrado, quiso recebirla en Roma, así por la dignidad del Imperio como porque allí la habían recebido otros muchos famosos poetas. Y allí fue en Roma laureado, no sin gran aparato del Senado romano, como se muestra en el privilegio que de ello le dieron, que entre sus obras anda
impreso.
De aquí queriéndose tornar a Aviñón, fue detenido en Parma de los señores que la mandaban, porque mucho antes habían deseado su presencia. Y, por obligarle a estar allí algún tiempo, le hicieron
arcediano
de la iglesia
catedral
de la dicha cibdad. Y, porque su deseo desde
niño
fue inclinado a ser de la Iglesia, aceptó el don. Mas, porque los revoltosos ruidos de las cibdades siempre le fueron enojosos, y los reposados silencios del campo muy agradables, ofreciósele tal lugar en una selva que se llama Plana, cerca del río Encia, donde, cobdicioso de la suavidad del lugar, tornó al
estudio
que por su gran peregrinación había algún tiempo dejado. Y así, yendo y tornando de allí a Parma, acabó aquella obra que llamó
África,
por
Escipión
el Africano, de quien en ella se trata. Mas no la pudo rever ni
emendar,
según que en ella parece. Y después que allí hubo estado muchos días, tornó al su deseado val Clausa, siendo ya él de
treinta
y cuatro
años,
donde estuvo por algún tiempo pasando la vida ociosamente; mas siempre leyendo o escribiendo o pensando lo que a tan alto ingenio convenía. Y porque había sido muy importunado por cartas y mensajeros de Jacobo de Carrara, señor de Padua, que le fuese a ver, quiso obedecerle, del cual fue
recebido
no humana, mas divinamente, o como las almas se reciben en el cielo (como dice Augustino hablando de Ambrosio). Aquí fue hecho
canónigo
de Padua, y mientra vivió el dicho señor, que no fue mucho tiempo, siempre le tuvo
consigo.
Mas, después de él muerto, por consolar el desconsuelo de su muerte, tornose a su val Clausa y fuente Sorgia, donde
mucho
tiempo vivió. De todos era tan amado y tan honrado que el papa muchas veces tentó tenerle en su
servicio
y hacerle grandes
mercedes,
pero él, que era más amigo de la libertad y reposo que de las honras y dignidades, con la reverencia debida, siempre lo rehusó.
En tanto tuvieron los aretinos que el Petrarca hubiese nascido en su cibdad, que, pasando un día acaso por allí, le salieron a recebir con palio y cruces y con las reliquias de los santos. Y por inmortal
memoria
quisieron que la casa donde él había nascido siempre se llamase
"la casa del
Petrarca,
"
y que de los proprios de la cibdad fuese siempre reparada y tenida en buen estado. Pues los florentinos no tuvieron en poco tal cibdadano, que, sin pedirlo él y sin pensarlo, le alzaron el destierro que a su padre habían puesto y mandaron al fisco que le restituyese todos los bienes que habían sido de sus padres. Fue hombre de grandísima abstinencia, tanto que ayunaba siempre cuatro días en la semana y los viernes a pan y agua. Dormía muy poco y las más veces se acostaba vestido. Levantábase siempre a la media noche a rezar los maitines, como todo buen
clérigo
debe hacer, y luego se sentaba entre sus libros, porque temía la cuenta que del tiempo malgastado se ha de dar. A toda
sciencia
era muy inclinado, pero principalmente a la Filosofía Moral, a la Oratoria y Poesía, y a saber la antigüedad de las historias. Y esto mientra fue
mancebo,
que después, ya entrado en
días,
con todas sus fuerzas se dio al estudio de la Sagrada Escritura, en la cual dice él que sintió ascondida la dulzura que en otro tiempo había menospreciado, no curando ya de las poéticas artes sino solamente para el
ornamento
del hablar o escrebir.
Diga quienquiera lo que quisiere, que él fue de clara y vigorosa elocuencia, de grave y sentenciosa dotrina, lo cual se muestra en el ejemplo siguiente: estando él un día en Milán con el señor Galleazo, que entonces era señor de ella, entre otros muchos grandes señores letrados y excelentes varones, mandó el dicho señor a un hijo suyo, niño que aún apenas sabía hablar, que les mostrase entre todos aquellos señores y letrados cuál le parecía el hombre más
sabio
de todos. El niño, mirando a un cabo y a otro, guiado por divino espíritu, fue a tomar por el manto al Petrarca, no sin gran admiración de los circunstantes. Así que aún hasta los niños sin conoscimiento le tenían de su saber, porque
ex ore in santium,
etcétera. Bien se puede decir de él que fue el
primero
que a nuestros siglos trajo la elegante manera de hablar que por tantos años había estado desterrada, et ya casi no conocida ni sabida. Las obras por él compuestas fueron muchas, mas las que agora se hallan son las siguientes:
De los
illustres
varones, un libro;
De la
vida
solitaria,
dos libros;
Del reposo y quietud de los
religiosos,
un libro; un libro que llamó el
Secreto,
de sus cuidados, partido en tres diálogos; otro libro que llamó el
Itinerario;
dos diálogos que tratan
De vera sapiencia; De las cosas dignas de memoria antiguas y modernas,
cuatro libros en diversos tratados; una
comedia
intitulada
Al cardenal de
Coluna,
que aún acá no ha parescido; cuatro libros de
Invetivas contra un médico;
un libro de
Epístolas
sin título; ocho libros de
Epístolas familiares;
dos grandes libros de epístolas: uno de cosas
juveniles
y otro de cosas más
ancianas;
siete salmos penitenciales; la
Bucólica,
dividida en doce églogas en verso; otro libro de epístolas en verso; la
África
de que arriba dejimos en uso, dividida en nueve libros; y los
Sonetos
y
Triunfos
en lengua vulgar, los cuales (digo los
Triunfos
) no
emendó
como claramente se ve en el proceso de las historias, especialmente en el
Triunfo de la fama,
donde algunas veces se replica una mesma historia
Ítem compuso el libro
De los remedios de la próspera y adversa fortuna,
que agora tenemos entre las manos, en el cual muy claramente quiso manifestar la grandeza de su
dotrina
y la excellencia de su
saber,
mostrándose en él gran
poeta,
muy gran orador, grandísimo historiador, excellente filósofo y muy contemplativo y católico teólogo, y siempre dulce en las palabras y muy grave y pesado en las sentencias. En el cual libro qué sea su intención él mesmo lo declara en el prólogo primero: y es no buscar loor ni gloria para sí, mas
provecho
y aviso para el que le leyere y que no sea menester a cada sospecha o ruido de la fortuna revolver todos los libros que de ella hablamos que tengamos a mano para contra todos sus sobresaltos una breve y saludable medicina encerrada en pequeña bujeta. El título de la obra manifiesto debe ser ya a todos por lo sobredicho que es:
Libro de los remedios contra próspera y adversa fortuna, dirigido a un caballero amigo suyo llamado Azón.
Pues viéndose ya el nuestro filósofo en edad
cansada,
acordó de retraerse a Padua, donde era
canónigo.
Mas no pudiendo vivir en el tráfago de la gente, se
recogió
en un aldea muy agradable y convenible a sus pensamientos llamada Arca, cerca de Padua, donde muchas cosas escribió y muy muchas vio, pero muchas más pensó. Y aquí estuvo hasta el fin de sus días.
Sabida la vida del nuestro católico filósofo, razón es que se sepa brevemente qué tal fue su muerte, lo cual se puede justamente juzgar conosciendo el proceso de su vida desde que hubo
cuarenta
años hasta que
murió,
porque desde aquel tiempo comenzó a apartarse del todo de las liviandades de mancebo y ser en todas sus cosas muy prudente y anciano viejo, deseando siempre y buscando lugares
solitarios,
apartados del ruido y conversación de la gente, por poderse más entero dar a la contemplación, leyendo siempre y componiendo cosas muy católicas y dignas de
inmortal
memoria. Y como hombre que siempre tenía la muerte ante los ojos (lo cual quien hiciere viviendo por maravilla podrá morir mal), por que no le tomase desapercibido, estando sin sospecha de ninguna enfermedad, ordenó su testamento católica y religiosamente, el cual parece impreso entre las otras sus obras, después del cual aún vivió cuatro años. Finalmente, recebidos como fiel cristiano los sacramentos de la Santa Madre Iglesia, de enfermedad que los médicos llaman apoplejía, dio el espíritu a su Criador, en el año del Señor de mill et trecientos et setenta y cuatro años. Así que el espacio de su vida fueron setenta años. Enterrose en aquella aldea cerca de Padua, do él viviendo filosofaba, y en la iglesia do él tenía determinado de hacer una capilla a Nuestra Señora. Y porque el lugar era pobre y así su sepultura, fuele hecho después en la más honrada parte de la iglesia un
sepulcro
de mármor más rico de lo que él viviendo quisiera, do fueron sus huesos trasladados con un
epitafio
o título que él mesmo había hecho en su vida, como quien tenía cuidado de la muerte, el cual en nuestra lengua dice:
"Cubre esta piedra los fríos huesos de Francisco Petrarca. Tú, Virgen Madre, recibe el ánima, la cual tu hijo perdone y, cansada ya de la tierra, le plega que huelgue en el Cielo,"
do es de creer que huelga, porque de quien así vive y así muere no se puede otra cosa esperar.
Una cosa no se debe callar para que se vea en cuánto precio debía ser tenido vivo el nuestro
filósofo
cerca de los hombres bien enseñados, pues que después de muerto aún de los rústicos era tenida en
mucho
su sepultura. Estando un labrador de aquella aldea do el Petrarca estaba sepultado ya casi para morir, mandó que le llamasen al cura, y venido le dijo:
"Yo tengo determinado de mandar cien ducados de oro a la iglesia do el Petrarca estaba enterrado para su obra y reparación, con tal condición que mi cuerpo sea sepultado en la misma sepultura do sus huesos están."
No osó el cura hacer tal cosa sin lo consultar al obispo, y haciendo la relación no pudo el obispo sino reírse y loar mucho al labrador que en tanto estimaba los claros
varones
y especialmente este, que por que su cuerpo se cubriese de su sepultura daba cien ducados creyendo ser él noble por la nobleza de quien allí estaba enterrado. Pero al fin, so grave pena, mandó el obispo al cura que no lo consintiese, porque no era razón que por dinero se violase sepulcro de tan famosa persona, al cual iban a ver de tierras estrañas personas muy excelentes, y si tal hierro se hiciese, olvidaríase su memoria, la cual dura y durará
"per infinita seculorum secula."
Amén.