Don Juan de Arguijo,
veinticuatro
de Sevilla, nació en esta ciudad, sin constar el año ni el nombre de sus
padres,
pero sí la
distinción
de su familia. Fue
casado
y parece que tuvo sucesión. Ignóranse los hechos particulares de su vida y tiempo de su muerte, pero es cierto que ya no vivía por los años de 1630. De lo que nos ha quedado singular noticia es de la
bondad
de sus costumbres y de las virtudes de su ánimo, y particularmente de su magnificencia y generosidad, pues, inclinado a varios entretenimientos ingeniosos, músicas y otras diversiones honestas, sostenidas de su abundancia de bienes de fortuna, entre todos le llevó la primera atención la
poesía
y los que la profesaban, por ser él uno de los más
ilustres
entre ellos. Conducido por esta pasión y este
genio,
no se saciaba de llenar de favores, agasajos y donativos a todos los hombres ingeniosos de su tiempo, y en particular a los
poetas,
excediéndose en su esplendidez y franqueza, y traspasando tanto ya los límites de la
liberalidad
que, siendo tan acomodado y rico como haber quedado
heredero
de dieciocho mil ducados de renta anual, con estos gastos y los que ejecutó con motivo de la mansión que hizo en Sevilla cierta señora principal, mujer de un privado, destruyó su hacienda, de modo que vino a perderla y a quedar tan
estrecho
que solo se mantenía con el dote de su
mujer,
que, aunque ascendía a cuatro mil ducados de renta, era corto subsidio para su largueza y magnanimidad, a cuya decadencia ya había llegado, según el testimonio de Lope de Vega, por los años de 1609. Por estas grandes partidas fue tan
celebrado
de todos los poetas de su tiempo, que a porfía se extremaban en elogios y aplausos, venerándole por el Apolo, el
protector
y
mecenas
de los ingenios y, en suma, el
primer
hombre de toda España, consagrándole sus obras y poniéndolas bajo el auspicio de su patrocinio
generoso,
señalándose entre todos Lope de Vega, quien le
dedicó
el poema de
La hermosura de Angélica, La Dragontea, las Rimas humanas
en la 1ª y 2ª impresión, y otras varias obras. No nos constan las que compuso nuestro Arguijo fuera de las muchas
poesías
sueltas que se encuentran en varios libros de su tiempo, según la
práctica
de entonces, y en que les correspondía también a sus favorecidos con el caudal de su
ingenio,
pues la mayor de ellas que se conoce es la que se inserta en el presente tomo, pero por todas se acredita que era uno de los buenos
poetas
de su
tiempo,
por el espíritu de sus versos y la
naturalidad,
pureza
y
elegancia
de su estilo. De ninguno de nuestros poetas se pudieran acumular tantos
elogios
como de nuestro Arguijo, por las razones expresadas. Insertaremos el de Lope de Vega en su
Laurel de Apolo,
por ser el más obligado de sus
amigos
y favorecidos:
Aquí don Juan de Arguijo,
del sacro
Apolo
y de las musas hijo,
¿qué lugar no tuviera si viviera?,
¿mas si viviera, quién lugar tuviera?
Pero con sustituto
bien es que goce de su
ingenio
el fruto,
y que de aquel varón insigne sea
eterna la
memoria
ilustre en cuanto
merece
día por la luz febea.
También incluiremos el elogio que le hace en el
Poema de la Jerusalén,
por ser más conceptuoso, preciso y elegante:
Aquel cuya virtud jamás vencida
en la persecución acrisolada
mostró tantos quilates en la vida
que la piedra dejó toda dorada.
Aquel más excelente en la
caída
que estuvo en la fortuna levantada,
si no es don Juan de Argijo, sevillano,
es la misma
virtud
en velo humano.
Aquí conviene insertar el artículo tocante a nuestro autor que trae el doctor Rodrigo Caro en su obra
manuscrita
de los
Claros varones en letras naturales de Sevilla,
de que dimos noticia en el tomo 8, y dice así:
Don Juan de Arguijo,
veinticuatro
de Sevilla. No solo
elegantísimo
poeta, sino el
Apolo
de todos los poetas de España, a los cuales honraba mucho y jamás censuró a ninguno; antes, siendo muy rico de renta que heredó de su
padre
en cuantía de dieciocho mil ducados de renta cada año, los favorecía con excesivos dones y donativos, tanto que, en la entrada en Sevilla de una señora, gastó cuarenta mil ducados por ser mujer de un privado, y este gasto atrasó su hacienda de modo que, sin ser jugador ni gastador con mujeres, vino a estar tan
pobre
que solo se sustentaba, hasta que murió, de la dote de su
mujer,
que eran cuatro mil ducados de renta, para su gran magnificencia corto caudal. Tocaba muchos instrumentos y en un discante era el
primer
hombre de toda España.