García Laso, o Garcilaso de la Vega,
célebre
poeta
español, nació en Toledo en 1503, fue
hijo
de otro Garcilaso, gran comendador de León y embajador de los Reyes Católicos en Roma, y de doña Sancha de Guzmán,
señora
de Batre, tierra de la
ilustre
casa de
Guzmán.
Fernando V dio al padre de nuestro poeta el apellido de la Vega en memoria de un combate que sostuvo contra uno de los moros más valientes de Granada. Garcilaso había nacido para la vida campestre y solitaria, si hemos de juzgar por sus poesías, que solo respiran
amor
y paz, manifestando la extremada
dulzura
de su carácter. Sin embargo, su nacimiento le llamaba al ejercicio de las
armas,
y pasó su vida en los ejércitos, siendo su carrera brillante y tumultuosa. Desde
joven
siguió a Carlos V y se encontró en la guerra del Milanesado (1521),
distinguiéndose
por su valor, sobre todo en la batalla de Pavía. En recompensa de su intrepidez se le confirió en Viena la cruz de la
Orden
de Santiago. Gozaba de los
favores
del emperador cuando una aventura amorosa se los hizo perder para siempre. Un primo suyo estaba enamorado de una señora de la corte, que había merecido el afecto de Carlos V, y parece que Garcilaso favoreció con todas sus fuerzas la pasión de su pariente, cuyas intenciones eran honestas; lo que, sabido por el emperador, fue causa para que desterrase al primo y confinase a Garcilaso a una isla del Danubio. Durante su detención en ella compuso una de sus
canciones,
en la cual
deplora
sus desgracias y celebra al propio tiempo los encantos de la comarca que riega el rio. En 1535 fue de la
expedición
que Carlos V mandó contra los turcos de Túnez, y volvió de ella cubierto de
gloria
y de heridas. Después pasó algún tiempo en Nápoles y en Sicilia, donde se entregó a su
ocupación
favorita, la
poesía;
descontento en la guerra, se complacía en crear con su imaginación una
arcadia
romanesca, sin
dejar
por eso de ser
soldado,
pues tenía valor y no le faltaban
talentos
militares, así es que se le vio seguir en 1536 al ejército a Francia,
mandando
treinta compañías de tropas españolas; esta fue su última campaña, y en la retirada de Marsella halló una muerte digna de su valor. Algunos paisanos franceses se habían encerrado en una torre, desde la cual incomodaban bastante al ejército imperial, por lo que mandó el emperador a Garcilaso fuese a tomarla por asalto. Este ejecutó la orden con más valor que prudencia, y, habiendo subido el primero al asalto, cayó derribado por una piedra que le hirió mortalmente.
Trasportáronle á Niza, donde murió a los veinte y cuatro días en noviembre de 1536 a la edad de
33
años. Las armas y las
letras
lloraron su pérdida, y aun el mismo
emperador
lo sintió tanto, que, habiéndose tomado la torre, mandó ahorcar los 28 paisanos que quedaron de 50 que componían la guarnición. Garcilaso se había
casado
a la edad de
25
años con una señora aragonesa llamada doña Elena de Zuñiga, de la que tuvo un hijo, que, a ejemplo de su padre, terminó su vida en la flor de su edad en un
combate
contra los holandeses. Aun cuando la vida de Garcilaso no está exenta de
gloria,
su
fama
la debe sobre todo a su
mérito
literario,
que le ha adquirido el nombre de
reformador
de la
poesía
española, haciendo época en su siglo. Los españoles poseíamos una especie de poesía muchos siglos antes de Garcilaso que consistía en unos romances y en los versos de arte mayor, compuestos de doce silabas, como estos en que Alfonso el Sabio cuenta que había aprendido de un célebre alquimista a hacer la piedra filosofal, por medio de la cual había podido aumentar sus rentas.
La piedra que llaman philosophical
sabia facer, é mi la enseñó;
fizímosla juntos, después solo yo,
conque muchas veces creció mi caudal.
A mediados del siglo XIII, un religioso benedictino introdujo los versos alejandrinos:
Quiero far una prosa en román paladino,
en el cual suele el pueblo hablar a su vecino.
En el reinado de Juan II, gran protector de las letras, fue cuando la poesía española tomó un carácter verdaderamente nacional; este príncipe reunió a su alrededor a los más hábiles poetas castellanos y trovadores valencianos, y entonces se vieron aparecer al sabio marques de Villena, Juan de Mena, al marques Mendoza de Santillana, Juan de la Encina y otros; y la versificación se sujetó a algunas reglas según dos artes poéticas dadas por estos últimos. Pero esta versificación todavía era muy uniforme, cuando ya el Dante, Petrarca y Sannazar se hacían admirar en Italia y toda Europa por la profundidad y encantos de sus composiciones. Por último, aparecieron Boscán y Garcilaso, unidos desde la
infancia
por la más
íntima
amistad:
penetrados uno y otro del
mérito
de estos tres grandes hombres y alimentados con su lectura, resolvieron operar una
reforma
general en el mal gusto que dominaba todavía. Boscán fue el primero que entró en liza. Garcilaso no hizo sino
seguirle,
pero tuvo en ventaja el
talento
de
sobrepujarle,
acercándose más a la dulzura y suavidad del Petrarca, mientras su
rival
imitaba más felizmente la precisión y energía del Dante. Todos los poetas contemporáneos se alzaron
contra
una reforma que los condenaba, pero en vano evocaron las sombras de sus predecesores; el
genio
de los dos sabios
novadores
triunfó
de sus cábalas. Garcilaso y Boscán obtuvieron el
título
de “padres de la buena escuela”. Garcilaso fue llamado
“Petrarca
español”,
“príncipe
de la poesía española”, y la gran reforma se operó. Boscán, que le sobrevivió seis años, recogió sus obras, pero la muerte le sorprendió antes que pudiese
publicarlas.
Garcilaso no llegó a la
inmortalidad
por el número de ellas, pues todas se hallan contenidas en un pequeño volumen; pero, aunque reducido, marca cuanto puede servir de
modelo.
Su género más peculiar es el tierno y
patético,
que reina en el más alto grado en todas sus composiciones. Entre sus sonetos, que serán unos treinta, se debe distinguir el siguiente:
O dulces prendas por mi mal halladas
dulces y alegres cuando Dios quería!
juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas:
¿Quién me dijera cuando las pasadas
horas en tanto bien por vos me vía,
que me habíais de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
Pues en un hora junto me llevastes
todo el bien que por término me distes,
llevadme junto el mal que me dejastes.
Si no sospecharé que me pusistes
en tantos bienes, porque descastes
verme morir entre memorias tristes.
Pero lo que lleva a su más alto grado la
gloria
de Garcilaso es la primera de sus tres
églogas,
que ha servido de modelo a una multitud de
imitadores,
que no han podido
igualarle.
Esta composición, de algunos cuatrocientos versos, fue escrita en Nápoles, donde su autor se había penetrado a un tiempo del
espíritu
de
Virgilio
y del de
Sannazar.
Dos pastores, Salicio y Nemoroso, se encuentran, y en sus cantos
lastimeros
espresan a su vez el dolor que al uno causa la
infidelidad
(“Por ti el silencio de la noche umbrosa"), y el otro la muerte de su pastora: (“Como al partir del sol la sombra crece”). Hay en el primero una
dulzura,
una delicadeza, una sumisión, y en el segundo un dolor tan profundo, y en los dos una
pureza
en el entendimiento pastoril que afectan tanto más, cuando se consideran que el escritor era un
guerrero
destinado a morir pocos meses después en los combates. Cada verso
encanta
a la vez por la verdad del sentimiento exaltado, pero que conmueve por la feliz elección de la expresión y por una armonía que nada deja que desear al oído. Sin embargo, el canto de Nemoroso interesa más todavía, tal vez porque
conmueve
con más dulzura. El trozo donde habla del rizo de cabellos de su querida (“Una parte guardé de tus cabellos”) no tiene
modelo
entre los
antiguos
ni entre los
modernos,
según Mr.
Bouterweck.