Nicolas Maquiavelo, 1467-1527
Nicolas Maquiavelo, a quien los italianos designaron comúnmente bajo el nombre del
secretario
florentino, nació en Florencia el 3 de mayo de 1469. El origen de su familia
provenía
de los antiguos
marqueses
de Toscana, cuyas posesiones fueron poco a poco secuestradas por la república naciente hacia fines del siglo noveno. La familia de Maquiavelo fue honrada trece veces con la dignidad de
confalonero
de justicia, que correspondía a la de
dux,
y se sentó 54 veces en diferentes épocas en el consejo de los priores que componían la suprema magistratura de la república. La más profunda oscuridad cubre los años de
juventud
de Maquiavelo. Solo se sabe que perdió su
padre
a los
16
años, y que concluyó sus
estudios
bajo la
tutela
de su
madre.
Se colocó en 1494 con el sabio Marcelo Virgilio, que desempeñaba uno de los primeros empleos de la Chancillería del Estado. Se
instruyó
tan bien en los negocios, que a los cinco años después obtuvo sobre cuatro optantes la preferencia para una plaza de
canciller
de la segunda cancillería. Apenas había empezado a ejercer sus funciones, un decreto nuevo le nombró
secretario
del consejo de los diez o del gobierno de la república. En el mismo año Marcelo Virgilio fue elevado a la dignidad de primer canciller,
primario canceliere,
lugar que conservó como Maquiavelo el suyo hasta el momento en que la llegada de los Médicis derrocó el gobierno que los había elevado.
En el espacio de
14
años y 5 meses que conservó su empleo, desplegó toda la actividad de su
ingenio
y todos los recursos de su
talento.
Él era el que llevaba toda la correspondencia interior y exterior del Estado, el que extendía las deliberaciones de los consejos y
redactaba
los
tratados
concluidos con las potencias limítrofes y los soberanos extranjeros; pero sus conciudadanos no le limitaron a un destino tan estéril de su
capacidad;
quisieron sacar de él el mayor partido, y aun durante el ejercicio de sus funciones se le confirió 23 legaciones en el exterior, de las cuales cuatro fueron en Francia cerca de Luis XII. En todas estas comisiones, cuyo suceso era vital para la república, supo siempre sostener y defender los intereses y dignidad de su patria. Y, si no bastó a salvar él solo el gobierno de Florencia,
culpa
fue de la poca energía y el espíritu de discordia que reinaba entre los habitantes. Trató de aprovecharse de la influencia que tenía en los negocios públicos para preservar la libertad de su país, y cualquiera que haya sido el resultado de sus esfuerzos han bastado al menos para su
gloria.
Florencia cayó de nuevo en poder de los Médicis. Se cambió el gobierno; Maquiavelo, después de 14 años de
servicios
útiles, fue destituido de su empleo y desterrado del territorio con prohibición expresa de separarse del lugar señalado para su destierro. Esto no era más que el principio de sus desgracias. Poco tiempo después algunos republicanos conspiraron para derribar el nuevo gobierno y restablecer la libertad. Se descubrió la conspiración, cortaron la cabeza a dos de los jefes, y fueron encarcelados los principales cómplices. Sospecharon de Maquiavelo, y, aunque ninguna prueba existía contra él, le pusieron en la tortura, y sufrió, como él mismo dice en una de sus
cartas,
todo lo que se puede
sufrir
sin perder la vida. Nada confesó, bien porque tuviese fuerza para vencer el dolor y guardar su secreto, o bien porque fuese realmente inocente, como siempre afirmó. Últimamente fue comprendido en la amnistía general pronunciada por León X, que señaló con este acto de clemencia su advenimiento al pontificado. Libre, Maquiavelo, no fue mucho más feliz. Era
casado
y padre de muchos hijos. Su
desinterés
en el ejercicio de su empleo no le había permitido hacer
fortuna;
salió de su plaza tan pobre como había entrado. Buscó consuelos en el retiro y el
estudio,
y aquí es preciso
reformar
algunos de los juicios hechos sobre los
escritos
de este célebre personaje. Sus obras en un principio hicieron poca sensación; las tres principales,
Historia
de Florencia,
Discursos de Tito Livio
y
El
Príncipe,
aparecieron
algunos años después de su muerte, autorizadas con un privilegio del papa Clemente VII, uno de los pontífices más ilustrados que se han sentado en la silla de san Pedro. Los sucesores de Clemente VII dejaron algún tiempo
reimprimir
estas obras sin ver en ellas nada de contrario a la moral ni a la religión. Pablo IV fue el que hizo inscribir el nombre de Maquiavelo en el catálogo de los autores cuyos escritos debían ser
proscriptos;
pero era demasiado tarde para prohibir libros que tantas veces se habían
reimpreso,
y en los que el
veneno
que encerraban debía estar muy oculto, cuando se había necesitado 30 años para descubrirle.
Cuando se profundizó las ideas en que Maquiavelo apoya la mayor parte de sus principios, apareció su verdadero pensamiento, y es admirable de que este escritor, a quien se le
culpa
de una moral tan corrompida, porque, exponiendo fríamente la cuestión sin acompañarla de vituperio ni elogio, parece desechar toda idea virtuosa, no abandone, sin embargo, nunca el partido más
justo
y equitativo. El objeto de Maquiavelo al componer su
Príncipe
no puede ser dudoso. En
vano
unos han querido ver un lazo tendido a los Médicis a fin de acelerar su caída con el cebo del despotismo; en vano otros han pretendido que el austero republicano hacía estas manifestaciones para probar que era favorecedor del absolutismo. Esta obra había sido compuesta para hacer conocer a los Médicis que su autor había sabido sacar partido de su posición para adquirir profundos
conocimientos
de
política,
y que era digno de ser
empleado
por los nuevos dominadores de su patria.
En 1523 estalló en Florencia una nueva revolución, y se restableció el gobierno popular. Volviendo a su país natal, las esperanzas de Maquiavelo volvieron a reanimarse. En efecto ¿qué
otro
alguno tenía mejores títulos para el
reconocimiento
público? Pero al llegar a Florencia no tardaron en desvanecerse todas sus ideas. Cuando el pueblo está exaltado con el poder no es el momento de esperar
justicia
de él: testigo es Maquiavelo. Este hombre, que había soportado con valor la tortura, se abatió cuando se vio separado de los
negocios
por sus ingratos conciudadanos, y el disgusto que experimentó alteró notablemente la salud, tanto que ocasionó su muerte el 22 de junio de 1527 a la edad de
58
años. En el momento que conoció la proximidad de su fin imploró los auxilios de la religión, y murió asistido hasta sus últimos momentos con todos los recursos que prodiga a sus hijos. Es necesario todo el
encarnizamiento
de sus enemigos para asegurar que había muerto como ateísta, profiriendo las más horribles blasfemias. Existen muchos
testimonios
de lo contrario. Por lo tanto, en
1787
y bajo el gobierno del gran duque Leopoldo, la ingrata Florencia hasta entonces con uno de los hombres más grandes de su seno le erigió un
sepulcro
de mármol en la iglesia de Santa Crocce, cerca de los
monumentos
de Miguel Ángel y Galileo.