Transcripción realizada sobre el ejemplar: Rodrigo Caro,
Varones insignes en letras naturales de la ilustrísima ciudad de Sevilla,
ed. Luis Gómez Canseco. Huelva: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, 2018.
(texto completo)
Alguna dificultad se ofrece en la patria y suelo natural de este
insigne
varón, porque los autores extranjeros le llaman sencillamente hispano. Andrés
Escoto,
en su
Biblioteca Hispánica,
le llama cántabro. Alonso García
Matamoros,
en el libro
De Academiis et viris doctis Hispaniae,
le llama hispalense. Mas este pleito es muy fácil de decidir, porque todos dijeron verdad. Los extranjeros, contentándose con poner la provincia; Andrés Escoto, la gente; Matamoros especializó la patria, que es Sevilla.
Que esto sea cierto se arguye porque Matamoros, además de ser muy docto y español, natural de Sevilla, vivió muy cercano a la edad de Fortunio García y pudo
conocerle.
Andrés Escoto, aunque tuvo buena noticia de las historias de España, fue extranjero y mucho más moderno que Matamoros; y quien escribió fuera de España y con relaciones ajenas es muy fácil a la imposibilidad de la exacta diligencia o el engaño del que hace la relación, nombrando solo la gente vizcaína, sin decir el lugar natal. Y como en Sevilla viven tantos de esta nación, aunque sean nacidos aquí de padres y abuelos sevillanos, siempre se llaman vizcaínos; y así tengo por sin duda que Fortunio García nació en Sevilla y que sus
padres
fueron vizcaínos.
Comenzó a florecer este
ilustre
jurisconsulto
casi al fin de los Reyes Católicos, y gozó parte de los del emperador Carlos V. Concurrieron en este gran varón muchas
virtudes
naturales
y
adquiridas,
porque fue muy blando, modesto y reportado. En las consultas que le hacían respondía con mucha
madurez
y
gravedad.
Acudían a él de todas partes como a oráculo. Desenvolvía las cuestiones examinando las causas y principios profundamente, aunque tocasen en
filosofía
o teología. Leyó públicamente
cátedra
en Bolonia, y su
fama
se extendió por toda Italia. Llamole el senado de Milán para leer en la universidad de Pisa; no aceptó, siendo su intento acudir a cosas mayores y del servicio de su rey.
Vino a España, y en ella tuvo plazas de mucha autoridad y tanta opinión de sus grandes
letras
y virtudes como había adquirido en Roma, dejando en esta gran ciudad y en Bolonia gran deseo de su persona para con sus colegas. Fue grande amigo de Ginés de
Sepúlveda,
doctísimo teólogo y humanista eruditísimo, natural de Córdoba, y de Diego de Artiaga, cántabro, famoso jurisconsulto.
Los lucimientos de sus
estudios
fueron muchos y grandes. Disputó públicamente y defendió en Bolonia, después en Sena, últimamente en Roma, mil y doscientas conclusiones de ambos derechos, de dudas y cuestiones dificultosas y muy implicadas en ambos derechos, con gran honor y
gloria
de la nación española. Escribió un
tratado
De pactis
en el
derecho
canónico, comentando todo aquel título. Emprendió desenvolver y superar las dificultades de la ley
Gallus ff. de liberis et posthumis,
que dio mucho que entender a los grandes jurisconsultos Upiano y Modestino. Finalmente, sacó a 1a luz el mayor monumento de su grande ingenio para la posteridad, que fue el tratado
De ultimo fine iuris canonici et civilis.
Entre muchas alabanzas que Andrés
Escoto
en su Biblioteca Hispana dice de él, solo
sacaré las palabras siguientes: «Huic acre, flexibile, multiplex, et exercitatum ingenium, ut
vere cum Caecilio dicere possim:
“Magna Fortunium fama praecesserat; maior inventus est”; quae iam esse potest humanitas, cuius in Fortunio propium exemplum non reperias. Si ad mores expectas, nihil erat hoc homine malum. Ita
gravis
erat, ut minime austerus; ita comis, ut tamen ipsius austeritas gravitasque constet, et ut semel dicam, ita omni in re modicus, ut nihil in eo emineat, nihil tamen desideretur».
Matamoros, después de san Raimundo de Peñaforte y san Antonio de Padua, dice:
«Parem huic assecutus est
gloriam
Garcias Hispalensis,
doctissimis
in easdem Decretles editis commentariis».
No cesaron por muerte de este insigne sevillano los favores de Minerva y Temis, pues tuvo por nieto al muy insigne poeta don Alonso de
Ercilla,
tan conocido por aquel poema heroico de La Araucana, obra con que eternizó su nombre por todos los siglos, mientras en el mundo durare el valor y nombre de España.