Prólogo de un desapasionado
Lector, cruel o benigno, que en el tribunal de tu aposento juzgas atrevido o modesto las más leves menudencias de lo que lees, este
libro
te ofrece un claro
ingenio
de nuestra nación, un portento de nuestras edades, una
admiración
de estos siglos y un pasmo de los vivientes. Poco lo encarezco, si consideras que en el flaco sexo de una
mujer
ha puesto el Cielo gracias tan
consumadas,
que aventajan a cuantas celebran los aplausos y solemnizan los ingenios; pues cuando de una dama se esperan sólo entendimiento claro, respetos nobles y proceder prudente (acompañado de las honestas virtudes que realzan estas prerrogativas por beneficio de su noble educación), vemos que, con más colmo de favores, tiene de más a más sutilísimo
ingenio,
disposición admirable y gracia
singular
en cuanto piensa,
traza
y ejecuta,
consiguiendo
con esto que como a Fénix de la sabiduría la veneremos y
demos
la estimación debida a tantos méritos.
La
señora
doña
María de Zayas, gloria de Manzanares y
honra
de nuestra España, a quien las doctas
academias
de Madrid tanto han
aplaudido
y celebrado, por prueba de su
pluma
da a la
estampa
estos diez partos de su fecundo
ingenio,
con nombre de
Novelas.
La
moralidad
que encierran, el
artificio
que tienen y la gracia con que están escritas son rasgos de su vivo
ingenio,
que en mayores cosas sabrá salir de más grandes empeños. Por
dama,
por ingeniosa y por
docta,
debes, oh lector), mirar con respeto sus agudos pensamientos, desnudo del afecto envidioso con que
censuras
otros que no traen este salvoconducto debido a las
damas.
Y no sólo debes hacer esto, mas anhelar por la noticia de su
autora,
y no estar sin su libro tu estudio, no pidiéndolo
prestado,
sino costándote tu
dinero,
que, aunque fuese mucho, le darás por bien empleado. Y, pues viene a propósito, diré aquí las jerarquías de lectores que a poca costa suya lo son, siéndolo con mucha de los libreros.
Hay lectores de gorra, como comilitones de mesa, que se van a las librerías y, por no gastar una miseria que vale el precio de un libro, le engullen a toda priesa con los ojos, echándose en los tableros de sus tiendas, pasando por su inteligencia como gatos por brasas: y así es después las
censuras
que de ellos hacen. Allí puestos, no les ofende el ser pisados de los que pasan, el darles encuentros los que entran a comprar libros en la tienda, el enfadado semblante del librero en verle allí embarazar, ni los rebufos de sus oficiales; por todo pasa a trueque de leer de estafa y estudiar de mogollón, por no gastar.
Otros, fiando en la liberalidad y buena condición del librero, le piden prestados los libros que vienen nuevos, y cuando lo antigüen, en vez de alabar su obra, la vituperan, con decir
mal
del libro.
Otros tienen espera, que los que compran libros los hayan leído, para pedírselos y leerlos después. Y lo que resulta de esto es que, si son ignorantes o no han entendido la materia o no les ha dado gustos, desacreditan el libro y quitan al librero la venta; y un libro leído a galope tirado o por prueba para comprarle es como amor tratado, que pierde méritos en el amante; o como ropa gozada y dejada después, que hay dificultad en su empleo.
Sea, pues, oh carísimos lectores, este libro ejemplo de estos lances, pues por ti merece tanto, para que el estafante no lo sea en el leerle de balde, el gorrero le apetezca por manjar, que le cueste su
dinero,
y, finalmente, el estrictico degenere de su miserable y apretada condición y gaste su moneda, pues es plato tan sabroso, así para el serlo como para la
reformación
de las costumbres, que a todo atendió el próvido
ingenio
de su discreta
autora,
cuyas
alabanzas
son dignas de elocuentes
plumas;
y la mayor que le da la mía es e1 dudar celebrarla, quedándose en silencio, que en quien ignora es el mayor
elogio
para quien desea celebrar.
Vale.