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A JUAN MARTÍN VICENTE, FAMILIAR DEL SANTO
OFICIO
DE LA SUPREMA Y GENERAL INQUISICIÓN, Y DE LA REAL GUARDIA DE A CABALLO DE SU MAJESTAD
Un amor que ha nacido en los salones del alma (que el alma no se aposenta en menores viviendas, pues, como dueña del palacio racional, habita donde quiere) quisiera manifestar que es el que me mueve a esta dedicatoria, si ya no es una
amistad
interior (que apenas se ha atrevido el labio a publicar sus glorias): no quiero dar la culpa a la prosperidad ni mostrar contento aparente, que me dirá algún entendido que no basta el aspecto alegre del que se vende
amigo:
haya experiencia de obras para que tengan lugar las voces en la lengua y las risas en la boca; porque de otra suerte (como dice un madrigal de Guarín
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) son halagos que se engendran en el engaño, que es persona de muy buena cara, y de muy malas obras; que bien siente
Aristóteles
con mi intento cuando dice: «Armonía desordenada será la que tiene deseos sin obras», pues siendo mi deseo el servirle, sin manifestarlo mal se conociera. De suerte que, aunque hay muchos que desean y no hacen, y otros que hacen y no obligan, no por eso cesarán mis alientos, porque en lo que se da, más prendado deja el término con que se dio que el mismo dado. Sin apariencias engañosas
ofrezco
a su agrado de vuestra merced este libro hijo del alma (que no hay libro que haya tenido menor artífice que un espíritu; y así, se puede decir que es la mayor dádiva que ha imaginado el ingenio humano). Todos son alientos que le consagro, admirándole uno siempre en el agrado, condición y afabilidad, sin haber bastado lo próspero de los tiempos a bastardearle las partes que he referido. Alabándolas, digo que antes me negara estéril que me ofreciera malicioso, pues el que lo hace gana mala voluntad con aquello mismo que pudiera rendir gracias. Todas las cosas buenas son muy pocas; todo lo que promete grandeza dificultosamente se le da alcance; un buen
amigo
y verdadero es el mayor bien del mundo: ninguna cosa da la naturaleza mayor ni mejor. Pocos la conocen; yo la procuro y deseo, aunque el mundo me diga que vuelo con mucho yerro a cuestas; que el yerro más torpe es seguir un hombre pobre la amistad por los pasos de la suerte. Ni ha de bastar a mi desengaño la reprehensión de
Ovidio
cuando dice que «es torpe acción en amistad seguir los pasos de la ventura»: yo la he de seguir, con los alientos de servirle, enviándole segunda vez por prólogo de mis deseos el
Día y Noche
de nuestra amada patria. Guarde Dios a vuestra merced los años que desea.
Su más aficionado, sin afectación alguna, Francisco Santos
1. Se refiere a Giovanni Battista Guarini (1538-1612), poeta, dramaturgo y diplomático italiano, y autor del famoso
Il pastor Fido
(1590). Santos alude aquí a la naturaleza musical de su poesía, que fue adaptada al formato del madrigal por numerosos ingenios del momento, como fue el caso del conocido poeta flamenco Philippe de Monte (1521-1603).