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AL EXCELENTISIMO SEÑOR
CONDE-DUQUE,
GRAN CANCILLER
Las Coronas del Imperial Laurel, que en aquellos siglos pasados y doctos fueron insignias de Majestad, y último honor, ciñéndole entonces con ellas las cabezas los mayores monarcas del orbe, las pongo yo ahora debajo de los pies de Vuestra
Excelencia
para que con ellos la coronen ellas, porque no hay más alta, más heroica ni más soberana corona, que la que se teje y labra de las admirables virtudes que en Vuestra Excelencia resplandecen. Materia es esta en que me dilatara más difusamente, si no la hubieran escrito antes que yo personas muy doctas, muy religiosas, y muy santas, a quien me reconozco sumamente
inferior,
en el ingenio, en la virtud, y en las letras. Breve es el discurso que a Vuestra Excelencia consagro, y no le ha hecho sin artificio, antes bien con atento cuidado, por no ocuparle a Vuestra Excelencia el tiempo precioso que tiene, como tasado, y medido, para tantos negocios, tan varios, y tan graves. Así se lo dice al grande Augusto, el padre de los líricos latinos el doctísimo
Horacio:
Cum tot sustineas, et tanta negotia solus:
Res Italas armis tuteris, moribus ornes,
Legibus emmendes, in publica commode peccem,
si longo sermone moror tua tempora Caesar.
Referirle a Vuestra Excelencia los grandes trabajos en que nuestro Señor me ha puesto, quitándome a uno mismo tiempo la salud y la hacienda, que son las dos mayores felicidades de esta vida, aunque creo de la caridad cristiana de Vuestra Excelencia que ninguna cosa leyera con la más piadosa atención, no me parece que es de este lugar. Muchos le podrán dar a Vuestra Excelencia suficiente noticia de ellos, porque tengo por sin duda que en la ocasión presente ningunos son más públicos, como también ningunos menos remediados. Guarde nuestro Señor la persona de Vuestra Excelencia tan largos años como sus
criados
deseamos, y hemos menester.
El más humilde criado de Vuestra Excelencia que su mano besa,
Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo