Al señor don Nicolás de Ortega y Delgado, familiar y receptor del Santo Oficio de la Inquisición.
Acuérdome, amigo, señor y
dueño
mío, que en aquel tiempo en que se le antojó a la fortuna echarme a empellones de mi patria y mi reino debí a vuestra merced no solo la lástima, sino repetidos consuelos y ofertas de su discreción y bizarría. Sin otro conocimiento de mi persona que las vagas, confusas y diferentes
voces
que el
vulgo
(o ya político, o ya popular) esparce en el mundo de mis costumbres y mis cualidades, merecí a vuestra merced un afecto piadoso, una extremada inclinación y unos deseos vivísimos, en orden a redimirme y sacarme del poder de las desventuras y los trabajos. No me pareció entonces oportuno valerme ni desfrutar sus liberalidades, porque, enviándome Dios los
socorros
por otras manos, era
codicia
recoger lo que forzosamente me había de sobrar, y era un petardo que merecía el común desprecio de las gentes. En aquella ocasión no pude manifestar más agradecimiento que la porfía de cuatro cartas gratulatorias, con que intenté persuadir a vuestra merced mi gratitud y las ansias de conocer y
servir
a un sujeto de tan excelente caridad.
Estaba en aquel tiempo sin salud, sin
empleo,
sin
honor
y muy distante de poner presentes mis rendimientos. Dios ha querido volverme todo, y todo lo pongo en el arbitrio de vuestra merced, y aun me parece cortísimo culto para pagar tan caritativas memorias. Reciba vuestra merced mi agradable voluntad y el buen ánimo con que
publico
esta carta dedicatoria cuanto tengo repetido en las misivas de nuestra correspondencia; y le suplico que se entretenga en leer este
papelillo,
que, aunque va sobreescrito a una dama, es inventiva que escogió mi
ingenio
para hacer menos
desabrida
su lectura; pues mi ánimo, aun antes de escribirle, fue el de dedicarlo a su nombre de vuestra merced como culto, memoria y agradecimiento de las finezas, deseos y expresiones con que su discretísima piedad me supo entretener en mis trabajos y calamidades.
Nuestro Señor le libre a vuestra merced de todo mal y le haga feliz muchos años. Salamanca, y diciembre, 20, de 1737 años.
Besa las manos de vuestra merced su mayor
servidor,
y agradecido
amigo,
que le ama, etc.
El doctor
don
Diego de Torres