Don Jaime
Salicio
al que
leyere,
suplicándole que
lea.
Marco
Tulio,
Orat. pro P. Quintio
Acerbus est ab aliquo circumveniri, acerbius appropinquo.
Ya corrían las prensas de estas tres musas, abiertos los iconismos, y del humo negro de la tinta salían espléndidas y lucidas Calíope, Urania y Euterpe, cuando llegó a mis manos un libro con el nombre mismo y con la
inscripción
de Don Francisco de
Quevedo,
impreso
en Madrid el año de setenta. Tomele con admiración en ellas y casi incrédulo de que pudiese ser después de tantos años como ha que se prometió, y aplicando los ojos con ansia y curiosidad para satisfacerme de mi duda, reconocí con atención el epígrafe y título y vi ser cierto, mirado con espacio, lo que juzgaba ilusión de la vista por su celeridad o fantasía.
Detúveme algo en el título y confieso ingenuamente me causó desmayo haberle leído porque imaginaba yo tendría la correspondencia esta segunda parte que la primera, juzgando que hubiese tomado la pluma para su composición y adorno don José
Antonio
por haberlo así ofrecido en el fin del tomo primero. Y es sin duda que, a haber sucedido esto así, se retirarían estas poesías y musas mal logrando el trabajo de su autor, y se buscaría otro rumbo para la celebridad suya y la
memoria:
porque si aquella docta pluma hubiera descogido su vuelo a empeño semejante, no le quedara nada que hacer en esta línea y asunto a don José
Delitala,
si bien sus
metros
tendrían siempre la estimación que por sí merece, pero le había arrebatado la mejor y más ilustre porción, que era el nombre y título del libro, y frustrándose todos los desvelos que para la ilustración de estas tres musas se habían prevenido en
laboriosa
y
estudiosa
tarea: tanta es la veneración que tan justamente han adquirido sus eruditos rasgos y con tanta sindéresis y agudeza había premeditado aquel varón
docto
la composición de esta obra para seguir las líneas y pasos de la primera.
Pero cobrado del susto el ingenio, viendo que salían a luz pública las obras, o tres musas, sin el escudo de tan sagrado y valiente antagonista y sin que este parto tuviese por Lucina el suyo, se quietó el ánimo, prosiguieron los moldes y ya con menos ansia comencé a ojear los folios y discurrir por el campo de sus versos, notando los asuntos, la colocación en las musas y la distribución de ellos en ellas. ¡Oh santo Dios! Séame lícito exclamar aquí con aquellas sentidas palabras del gran
Tulio
en la Oración por Aulo Cluencio Habito,
Quod
hoc portentum, o dii immortales! Quod tantum monstruum in illis locis! Quod tam infestum scelus & immane! Aut unde natum esse dicamus.
Protesto con la ingenuidad de cristiano y por la fe de hombre de bien que no es mi intento sugillar ajenas famas, ni cobrarla tampoco con la vergüenza y rubor de otros, como decía
Marcial:
Et
mihi fama rubore placet;
ni jamás culpé errores o desidias ajenas por vicio o detracción maligna, que harto tendré que hacer en enmendar los
míos.
Pero hame causado notable extrañeza, y aun dolor grande, el ver que a un hombre como don
Francisco,
que ha sido la
gloria
del Helicón de nuestra España, y sus escritos, que
doctísimos,
limadísimos y llenos de abundante erudición han merecido tantos laureles y
encomios,
le traten así,
injurien
sus doctas cenizas y, viéndole glorioso, lucido y coronado de esplendores poéticos, siendo la admiración de los
europeos
y la envidia de todos, le desentierren hoy su venerable cadáver, exponiéndole al sol, ceñido de facecias indignas, dicterios bajísimos, chanzas torpísimas y desahogos impropios de un tan alto y elevado espíritu y ya muerto. Y lo que más es,
mezclando
con poesías sagradas y altísimas y divinas, chocarrerías insolentes y gracejos viles, haciéndole parásito, saltimbanco, timélico y bufón, hasta aplicarle entremeses y otras cosas indignísimas. ¿Y esto por quién? Por uno que se dice
sobrino
suyo y heredero de su casa, quien más había de venerar su memoria, adorar su sepulcro, a cuya mira inscribí este preludio con la sentencia de
Cicerón,
pues es
dura
cosa que la sangre acuse y afrente la misma sangre, poniéndole lunares en el rostro.
Esta es la causa que principalmente me ha movido a la
defensa
de este gran crítico y poeta, considerando el estrecho parentesco y afinidad que hay entre los estudiosos, en opinión de
Filóstrato,
est
viris sapientibus erga sapientes cum quibus versantur affinitas quaedam,
y, considerando así mismo que se le hace un agravio muy notorio y sensible a don Francisco, ¿qué dijera él si se levantase del monumento y viese manchado su nombre con tales estigmas, revueltos y confusos sus más sagrados conceptos con las burlerías, chistes y bajezas más soeces? Creo que exclamara a gritos y que animara la pluma a yambos y invectivas crueles.
El otro motivo y causa de tomar la pluma ha sido para defender también las Tres Musas de don
José
y hacer combinación y cotejo con las que se han dado a las prensas, porque sería estupidez y bisoñería imprimir un libro sin tener conmendación y novedad, y más cuando le vemos rubricado con tan plausible nombre. Vamos, pues, discurriendo desde el principio y sus primeras líneas.
Precede
Euterpe
dibujada en una estampa, sentada en el campo y con un instrumento, o gaita, que la ciñe, y en la izquierda mano con flautas y trompas y a un lado unos pastores y pastora guardando ovejas y tocando una zampoña y unos sátiros bailando y saltando. Confieso que he visto en orden a las pinturas de las musas cuanto se puede desear y que tal idea y tabla no la encontré
jamás,
ni sé en qué pueda fundarse semejante icon más propio para la Arcadia que para Euterpe. Y no para aquí el
delirio
del que concibió este parto, pues le calificó con dos
quiasmos,
o redondillas que explicasen la lámina, haciendo a Euterpe presidente musa de los amores, cosa inaudita y que hasta hoy no ha llegado a mi noticia ni estudio. Y lo más sazonado de todo es decir en el último verso de la primera copla:
gaita golosa:
epíteto que moverá la risa a la severidad y frente más austera. Yo
gatas golosas
he visto, pero no
gaitas golosas,
prescindiendo de la
bajeza
de la voz gaita y de la especie del instrumento que designa a Euterpe.
Pasemos adelante y veremos cómo aplica los asuntos a esta musa o a ellos ella. El primer
soneto
es a Belisario ciego y en su miseria; el segundo, a la brevedad de la vida; el tercero, a una mujer despreciada; el cuarto, a la muerte; una canción, a la locura del
mundo,
otra, a una
monarquía
estragada por los vicios, redondillas, a un hombre desengañado; luego una grande runfla de versos y sonetos
amorosos
a varios asuntos; sátiras y romances
satíricos
a la sarna y a los coches, y otra sátira en tercetos a una dama; y, por último, concluye la musa con tres
entremeses,
que son la chunga y la zumba y la risa y bulla de los tablados. ¿Habrá habido en todos los siglos quien haya hecho pepitoria y
ginebrada
semejante? ¿Habrá alguno judicioso y sobrio que haya tratado las musas, que a Euterpe, la fúnebre y llorosa, cuyo oficio es la tragedia y los entierros, le aplique tal
confusión
de cosas a bulto? ¿Qué dijera don Francisco si viera sus metros con esta mezcolanza? ¿Qué sintiera ver su augusta púrpura entretejida de reales y sagrados conceptos con los más toscos y viles sayales y centones variagados de la más astrosa ropería de viejo y baratillo?
Pasemos a la segunda musa en su orden, que es
Calíope,
y dejo el clarín y tibias con que la pinta, propios de otro lienzo y otra imagen: miremos los asuntos. El primero es un juicio de los cometas, cuyo lugar era en Urania; siguen luego unas letrillas
burlescas
y sátiras; una
silva
a la
soberbia;
otra, al sueño; otra, a la codicia; pintura duplicada de Roma antigua y moderna; otra, dando remedios a los amantes; otra, a los relojes de arena, campanilla y sol; otra, contra el inventor de la artillería y otra, a los huesos de un rey hallados en un sepulcro; otras,
amorosas;
un himno a las estrellas, robándosele a Urania; otra silva a una montaña; otra, al escarmiento; dos, la 19 y 20, amorosas; la 22, describiendo una quinta o casa de campo; la 23 y 24, amorosas; otra, al pincel; otra, no seria, con estrofas alabando a Mata poeta; otra, a los cabellos de Aminta; otra, en detestación de la gala de los disciplinantes; otra, alabando la calamidad, un romance sayagués hablando del Cid y otra silva a un arroyo. Esto contiene Calíope; dígame ahora, para mi enseñamiento, el compilador: ¿qué mal
genio
le inspiró para juntar tal tabaola de cosas y ensalada italiana? ¿Y qué tiene esto que ver con esta
musa,
cuyo numen preside a la épica poesía?
Cierra, por último, el coro Urania, comenzando con una grande copia de
sonetos
sagrados
y divinos, en todo
imitados
y deducidos de los textos de la Escritura Sagrada, sentencias de los Padres de la Iglesia, acciones de Cristo y cristianas y devotas prevenciones para la Eucaristía; soneto a san Lorenzo, a san Reimundo; amenaza contra los tiranos, a san Esteban, a san Pedro; ovillejo a Judas Iscariote, otro a Caín, otro a la soberbia, otro a un pecador; y prosigue con un legajo o envoltorio de poesías, que llama
morales,
a las lágrimas de un penitente, bautizándolos con nombre de salmos; un romance en que Job se lamenta; otro, a don Álvaro de Luna; otro, a la Virgen en su natividad; una Glosa del Padre Nuestro; un poema
heroico
a Cristo resucitado; Cantar de Cantares de Salomón; dos epitafios a una señora en su sepulcro; el pésame a su marido; una canción fúnebre; un poema heroico en octavas de las locuras de Orlando el furioso y enamorado en estilo
burlesco
y jovial, y con voces y palabras
indecentísimas
de jácara y lupanares, almadrabas y Arenal de Sevilla; y aquí da fin esta musa y esta obra toda.
¡Válgame Dios! ¡No acabo de admirarme ni de lastimarme de la fatalidad de don Francisco de
Quevedo!
Que fuese tal su estrella que, habiendo reposado en honrosa paz, con universal dolor y
estimación
de todos los propios y extraños, y descansando sus huesos, libres ya de las injurias del mundo, haya quien se los desentierre, se los roa y malquiste, y que este sea el más allegado cosa es digna de toda ponderación y
lástima.
No ignoro que su fama y
gloria
ni puede crecer con las mayores alabanzas, ni menguar con los mayores vituperios, mas con todo es muy digno de sentimiento este lance.
Vea ahora, con ojos sin pasión, el menos afecto a don Francisco esta composición que su
sobrino
ha hecho y esta colocación de musas y asuntos (si así se puede llamar tan confuso desorden) y dígame: ¿qué conexión tiene con Euterpe lo amoroso, las sátiras y romances burlescos? ¿Las palabras lascivas y de petulancia? ¿Y los entremeses, que solo se representan para hacer gracia y risa al
auditorio,
siendo la más insolente y estragada poesía de las tablas? ¿Qué tiene que ver con Calíope, musa de la epopeya, los versos varios y sátiras que le aplica sin discreción ni distinción ni propiedad, quitándole a Urania el juicio de los cometas y el himno de las estrellas? ¿Por qué lado le tocan tantos sonetos sagrados y lágrimas penitentes en salmos y otros? Y luego ¿cómo se encuadernan con estos metros los epitafios y canciones fúnebres, y, sobre todo, el poema de Orlando?
No quiero discurrir más en esta materia: remítola toda al discreto y entendido para que haga juicio de ella. Solo diré: no extraño el que don Francisco escribiese estas
burlas,
que tal vez es menester desenfadar el estilo y aflojar la cuerda al arco tirante de alguna grave melancolía; y los donaires y picantes de aquel ingenio fueron
singulares
y sin imitación, pero no eran para sacar en público, y más, debajo de la insignia de estas tres musas, ajenas de sales, lepores y chanzas. Que no sin cuidado don José
Antonio
dejó de proseguir la impresión y encerró en las sombras del olvido ligerezas jocosas de este gran poeta que pudieran después de muerto ser lunares a su grandeza, aunque hijas legítimas de su dicacidad y facundia; y solo la desenfrenada cacohetes de imprimir de este sobrino pudo haber pensado
locura
semejante, habiendo
confundido
lo serio con lo burlesco, lo profano con lo sagrado y los atributos de las musas. Hay versos que, aunque sean muy salados y de mucha sazón, merecen la
cárcel
de los cajones más retirados donde sean pasto de la polilla y el tiempo: que de vigilias estudiosas y poéticas, y no despreciables, sé yo que corren esta fortuna:
quam
multi tineas pascunt blatasque diserti.
Porque Terpsícore, después de los falernos y las rosas en las tinieblas de la noche, no sabe templarse al ceño y seriedad, como decía
Marcial:
quid dicat nescit saucia Terpsicore.
Y no es de maravillar, que con su agudeza ingeniosa divirtiese este varón las veras. Lo que se extraña es el que se uniesen y encadenasen tan encontrados extremos y con tanta monstruosidad, sin guardar la veneración que se debía a lo sacrosanto:
quid autem foedius, quid indignius, quam comparare venerando contemptis,
decía
Séneca;
y que, sin saber el ministerio de cada musa, así lo confundiese,
mezclase
y barajase todo: ¿qué mucho, si es tan peregrino del Parnaso y sus moradoras, que aún no les sabe los nombres?
Quid tibi cum Cyrrha, quid cum permessidos undas?
Paréceme que ya el docto, con lo que se ha dicho en estas breves líneas, haciendo anotomía de las tres musas que han salido primero, no para ofender a nadie, antes para defender al
autor
de las poesías lavándole las manchas que una tropelía mal feriada derramó sobre el finísimo ropaje de sus números, habrá conocido si con justa
razón
se ha tomado la pluma y si se ha procedido en la partición y distribución de los versos en las tres Musas de don
José
con la equidad, justicia y conocimiento de sus ocupaciones y oficios. Unas y otras están en el ancho teatro del mundo; no se hace cotejo de los versos de estas con los de don
Francisco,
que se veneran
profundamente;
sí, empero, con la colocación de ellos y adaptación a las musas, para que se vea quién ha ideado con más precisión, así sus iconismos como sus profesiones y clases, y quién las ha tratado a estas deidades con la veneración debida, sin salir de la esfera que a cada una toca, atribuyéndoles sus inspiraciones. Censores eruditos hay, patentes están las obras; yo, desde luego, me rindo al dictamen y voto del que mejor
sintiere,
que por lo menos no se me podrá quitar la gloria de la
competencia.
Concluyo con aquel dístico de V.
Marcial,
¡oh lector mío! apelando a tu justicia:
perque
tuas aures magni mihi numinis instar,
lector inhumana liber ab invidia.