Título del texto editado:
Continúan las Reflexiones sobre el Plan para una historia filosófica de la poesía española
16 de agosto de 1806
CONTINÚAN LAS REFLEXIONES SOBRE EL PLAN PARA UNA HISTORIA FILOSÓFICA DE LA POESÍA ESPAÑOLA
Ni es menester bajar a los poetas de segundo
orden,
para encontrar muchos que no pertenecen a escuela alguna: y ved aquí otro
reparo
contra el Plan. Para mí de las siete
escuelas
que se señalan, solo están averiguadas cuatro, a saber: la primera y segunda Italiana, la buena Española y la Española corrompida; esto es la de Garcilaso, la de Herrera, la de
Lope
y la de Góngora. La llamada latina no es escuela, pues solo ha descollado en aquel estilo Fr. Luis de León, y este es un poeta suelto de más o menos
mérito,
no una secta o compañía de hombres que siguen un sistema; que eso se ha entendido por escuela hasta ahora. Lo mismo debe decirse de
Villegas
en sus odas cortas, que es el nuevo género que él
introdujo;
pues además de que las odillas de Lope son de otro sabor distinto, Lope en nada tuvo otra guía que su
genio.
Lo mismo debe decirse de los
Argensolas,
que tampoco han tenido seguidores; si ya no quieren agregarse a León y formar con él una escuela latina, en la que ninguno imitó a otro, sino todos a Horacio, modificando aquel estilo los Argensolas, con una imaginación más segura y menos sensible que la de León, y un ingenio más profundo que el suyo.
Advierto que estas escuelas, cualesquiera que sean, deberán clasificarse, no por solo el lenguaje, como parece que tal vez sucede en el
Plan;
sino por el estilo, o sea por la manera de adornar los objetos, y de expresar los conceptos fundamentales con otros pensamientos secundarios, que los presentan de este o de otro aspecto distinto. Porque en el estilo, entendido así, influyen inmediatamente el ingenio y la fantasía, que son las dotes principales del poeta, y las que forman su carácter, y lo que llamamos genio. La
soltura, urbanidad
y
grandeza,
con que se caracteriza en el Plan la escuela propiamente Española, son palabras algo
vagas,
que tal vez se entienden o deben entenderse allí de la dicción; (¿y a quién mejor convienen la
soltura
y
urbanidad
?) pues en seguida se agregan a esta escuela hermanados Lope y Valbuena, cuyo estilo es harto desemejante del de su supuesto corifeo. La imaginación de Lope es
fecunda,
la
de Valbuena delicada: el primero pinta con rasgos fáciles y graciosos los objetos de la naturaleza; el segundo con lineamentos sutilísimos y casi imperceptibles copia de un modo más acabado las cosas: lineamentos que aunque al verlas, se sienten y causan la suavidad y finura de la impresión, son muy difíciles de conocer distintamente, y mucho más de trasladarse con palabras. De aquí nace que son más delicadas las imágenes de
Valbuena
y más
originales
que las de
Lope;
que su lenguaje, aunque fácil y poco estudiado, es más abundante y recargado de epítetos y voces pintorescas; mas al fin su dicción suelta y lozana se parece más a la de Vega que no su estilo: a no ser que llamemos a esta diferencia el carácter peculiar con que modificó el poeta a su
modelo;
pero me parece muy esencial para graduarse en tan poco.
Es en efecto muy esencial. Yo creo que la delicadeza de pincel es opuesta a la fuerza, es su extremo contrario; y la fecundidad es el extremo opuesto de la fogosidad o ardor. Expliquemos estas dotes fundamentales de la fantasía. Una imaginación delicada pinta por menor con rasgos sutiles y escogidos: tal es la de
Valbuena.
Una imaginación fuerte pinta en grande y con trazos abultados y de relieve: tal es la de
Young.
Una imaginación fecunda pinta y ofrece con abundancia lo más hermoso de la naturaleza: tal es la de
Lope.
Una imaginación fogosa se arrebata sobre la naturaleza misma, y halla nuevos mundos desconocidos: tal es la de
Herrera.
Acaso estas prendas esenciales de la imaginación y las del ingenio pudieran abrir el cimiento a la división de los poetas; mas en todo caso deberán tenerse en consideración para calificarlos distintamente.
He hablado del Plan en general; hablemos de sus partes más menudas. En la escuela griega se coloca al
Br.
de la Torre al
lado
de Villegas, atribuyéndoles indistintamente la
viveza, tersura
y
amenidad ática.
Esta es en mi juicio una
equivocación
notabilísima, que sin embargo de pertenecer más bien que al plan, a su ejecución, he querido deshacer para que no sirva tal vez de tropiezo si llega a ejecutarse. Pocos hay de nuestros poetas más distantes del candor ingenuo, de la nativa
sencillez
y tersura griega que el Br. de la
Torre.
Sírvanos de ejemplo la
Bucólica del Tajo,
que es la parte más considerable y conocida de sus obras. Los
bucólicos
griegos solo retratan costumbres y
pasiones.
Sus pastores cantan solo de sus rebaños, celebran sus zagales y zagalas, y solo de paso pintan con sencillez el objeto, sin detenerse a recargar sus imágenes de coloridos, ni a formar cuadros muy compuestos. El estilo de pintar por pintar, de pararse muy de propósito a describir un prado entapizado de flores, asombrado por un espeso soto que lo cerca de un lado, coronado por el otro de una sierra, por donde trepan colgadas un rebaño de cabrillas, de cuya cima se desprende un arroyuelo que travesea luego extendido entre los juncos, y retrata en sus serenas ondas las rosas y amarantos; esta manera de pintar despacio y episódicamente, olvidando el principal objeto de la composición, es enteramente moderna, y acaso enteramente
española;
la cual si tuvo origen de la fecundidad y desenvoltura de nuestras fantasías, que no supieron contenerse en el
ne quid nimis,
ha dado después un gran socorro a los ingenios menesterosos, que no sabiendo hallar dentro de su asunto galas propias, con que adornarlo, lo visten de estos arrapiezos postizos, que son el ornato de todas sus obras, y sirven lo mismo para una oda que para un idilio, lo mismo para una elegía que para un epitalamio. Esta
comezón
de pintar a diestro y siniestro, y derramar por todas partes rosas y alelíes, reina frenéticamente, más que en otro alguno, en el Br. de la
Torre,
que tal vez consume diez octavas en introducir a un pastor hablando
1
, en las cuales hay todo lo que hay en el campo, y lo que hay en la égloga siguiente, y en la otra y en la de más allá, y en todas las restantes. Esto no lo
aprendió
a fe mía de los griegos, ni aún de los latinos, aunque
menos
sencillos en sus ornatos. Este lozanear libremente de la fantasía es dote peculiar de la escuela de
Lope.
La única diferencia que hay en las lozanías y frondosidades de Torre, es que se nota en ellas más
compostura,
más estudio, más recargamiento, en una palabra más distancia del genio griego, que en los mismos de la escuela Española. Óiganse estos versos suyos, enteramente
herrerianos,
y se conocerá que si en la fecundidad no enfrenada de la fantasía, se parece a Lope el Br. de la Torre, en la frase y ornamento de la dicción se acerca mucho a nuestro
Herrera,
excepto que sus versos son menos compuestos y más
blandos.
Helos aquí:
Salve sagrado y cristalino río,
de sauces
y
de cañas coronado,
de arenas de oro y de cristal ornado
y de crecientes con el llanto mío.
Salve y dilata su ancho poderío [5]
por la orla Sabeo, y el dorado
cerco de perlas, que el licor sagrado
enriquece tu eterno señorío.
Si pudiera creerse que el autor de estos versos precedió a Herrera, como lo supuso
Quevedo,
su editor, no tardaría yo un punto en asentir a su dictamen, de que el poeta sevillano había tomado las principales galas de su dicción del
desconocido
Br. de la Torre. Empero las voces, que anota Quevedo en prueba,
corona, cerco, salve,
tan favoritas de entrambos
apena, mientra, aura, mustio, orna, cuidoso, desparciendo, relucientes llamas de oro, de nieve y ostro y de cristal ornada,
la repetición de la
y: solo y callado y triste y pensativo:
todo esto y cierto giro que da a su expresión, el uso frecuente de la geografía, y otras cosas que pudiéramos señalar, si fuese de nuestro intento, lo hacen parecer un
imitador
de Herrera. Compárese la
canción
de este:
Desnuda el campo y valle el yerto invierno
con la de Torre:
Dexa el Palacio cárdeno de Oriente,
y se hallará en esta una copia exactísima de la primera. Si se hubiera reflexionado hasta aquí que el supuesto Br. es de un genio semejante al de Lope, que por
estudio
se quiso hacer
herreriano
en aquellos pocos versos, no se hubiera dudado confesar francamente a Quevedo por su autor. Pero esta indagación no es por ahora de mi instituto: esto sí, mostrar que tanto el
genio
de la escuela Española, como el
estudio
de la Sevillana, que brilla en las obras del Br. de la Torre, lo alejan mucho, mucho de la Greco-Hispana, a que se atribuye en el plan.
Se concluirá.