[I]
Pretendo manifestar, mejor que se ha hecho hasta aquí, el
mérito
de un Poeta Español
poco
conocido, y que
merece
serlo. Ni en escritores antiguos ni en modernos he encontrado noticias de él sino muy escasas: tales son las que me suministran el erudito
Estala
en su discurso sobre la Comedia antigua, que antecede a su traducción del Pluto y nuestro Académico D. Joaquín María
Sotelo
en el
Elogio fúnebre
de D. Juan Pablo Forner. El primero habla muy ligeramente de Balbuena, y solo con el fin de lograr una buena comparación dice que después de haber antepuesto a su
Bernardo
un Prólogo razonable, en que trata de la Epopeya con bastante tino, escribe un poema desatinado en que el Héroe se pierde entre la multitud de episodios inverosímiles. El segundo se limita a elogiar su estilo, que procura imitar Forner en el “Canto de la Paz”, “templándose, dice, con la continua lección del
Bernardo
de Balbuena, cuya frondosidad y copia consiguió igualar, añadiéndole su fuerza y energía particular, de que carecía Balbuena”; y más abajo, “Forner de tal suerte copió las bellezas de Balbuena, que el retrato es
superior
al original”. Así de los dos escritores únicos a quienes ha debido atención este poeta, uno censura su plan épico, otro da escasísima idea de su estilo.
Ni pudieron hacer otra cosa: pues ninguno de ellos lo consideró como asunto principal suyo, así solo hablan de él por incidencia, y tan accidental, como que el primero solamente, como dije, se acuerda de él para una comparación, y el segundo en una cortísima nota al paraje donde habla del Canto de la Paz de Forner. Si de alguien pudieran quejarse los amadores de la buena Poesía por este olvido, sería de los colectores de nuestros buenos poetas. En efecto, la Colección del Fernández que ha destinado dos tomos a la metafísica traducción de la Farsalia, aún no ha dado lugar al Bernardo, bien que puede disculparse con que, no estando aún concluida, podía insertarse cuando no todo, alguna parte suya en los tomos que falten: pero el sabio colector de nuestro Parnaso, que no ha escrupulizado en sembrarlo de las
insulsas
composiciones de Perea, Frias y otros Iriartes de nuestro buen
siglo,
¿qué disculpa podrá dar, si se le acusa de no haber elegido algunos trozos excelentes (que los tiene) del Bernardo? Pero este poema ha tenido la desgracia de no ser inédito, y así no pertenece a la Provincia del erudito Parnasista. El ejemplar que he visto de él está impreso en Madrid en
1624,
que es la única vez que se ha impreso: edición tan rara y desconocida entre nuestros literatos, que a favor de esta rareza se atrevió el Lírico de Medellín a
transformar
algunas bellísimas octavas del Bernardo en estanzas de Odas, celebradas después con mucho entusiasmo por el buen autor de la carta que antecede a sus poesías.
Emprendo, pues,
librar
del olvido, en la manera que me es posible, el nombre de uno de nuestros
mejores
Poetas, manifestar el carácter particular de su estilo, y demostrar la
utilidad,
que pueden sacar los amadores de esta divina arte, de su lectura é
imitacion.
Á este fin expondré el juicio que he formado del Bernardo, única obra de este Ingenio, aunque es probable que escribiese algunas líricas. No tengo pruebas directas de esta aserción: pero me parece imposible que quien emprendió un poema de 24 cantos, cada uno de 230 octavas cual más, cual menos, dejase de haber ejercitado su genio en otras Poesías menores para las cuales es aventajadísimo su estilo, que le sirviesen como de temple, y ensayo para la grande empresa que meditaba. Si es cierta mi conjetura, es sensible que su corta fortuna, o más bien su escrupulosidad haya sepultado en el olvido (podremos decir que para siempre) estas poesías líricas: pues el carácter especial de Balbuena nos manifiesta bien claro que aplicado a este género, produciría obras
perfectas
y acabadas.
Empezando, pues, el examen, si consideramos el Bernardo como un poema
épico,
nos convenceremos en breve de cuan justa es la censura del traductor del
Pluto.
Su acción es la
victoria
de Roncesvalles, cuyo Héroe fue Bernardo, General del Ejército Español en aquella jornada: uno y otro está expreso en la proposición:
Cuéntame, oh Musa, tu, el varón que pudo
a la enemiga Francia echar por tierra
cuando de Roncesvalles el desnudo
cerro gimió al gran peso de la guerra.
Mas apenas se intrinca el lector en los dilatadísimos e
impertinentes
episodios, pierde de vista al héroe, y a la acción: y si se exceptúa el canto VIII donde se hace reseña del ejército español entrando en la Navarra, hasta el XXIII y XXIV donde se describe el ejército de Carlomagno y la batalla de Roncesvalles que termina el Poema, ni se sabe dónde está el Héroe, ni adonde camina, ni en qué pueden contribuir o dañar a la acción principal sus expediciones, hazañas y peligros. Introdúcense además otros héroes, como Ferragut, Orimandro, Morgante, Cardiloro, cuyas aventuras cogen en el Poema tanta extensión como las del mismo Bernardo y que en nada influyen en el asunto principal. Sobre todo las de Ferragut son impertinentísimas, pues este monstruoso y encantado héroe jamás vio a Bernardo, ni se halló en la rota de Roncesvalles.
Sobre todo tiene Balbuena la
perversísima
costumbre (¿quién duda que él lo haría porque imaginaba ser una belleza?) de troncar un episodio, puntualmente cuando más interesado está el ánimo del lector, interponiendo narraciones de otros episodios troncados ya anteriormente o que entonces se empiezan a contar y no volver a anudar el hilo de la interrumpida narración, hasta que olvidados ya aun los nombres de los personajes, es preciso releer el anterior pedazo. Esto produce una
oscuridad
en la narración, que sobre lo impertinente de los más de los episodios, hace la lectura del Bernardo tan difícil y
fastidiosa,
que a pesar de las bellezas de su
estilo
y dicción dudo que sean muchos los que se hayan atrevido a leerlo enteramente. Los héroes carecen de caracteres sensibles que los distingan: así ninguno interesa, porque a ninguno se conoce. No fue más feliz en la máquina que en los episodios: su maravilloso está tomado de los libros de
Caballería:
Alcina y Morgana, dos Hadas conjuradas contra los paladines franceses, sobre todo contra Roldan por haber despreciado el amor de la primera, hacen que se quebrante el tratado de Paz, por el que Carlomagno era reconocido sucesor de Alfonso el Casto, y suscitan a Bernardo, sobrino de este rey, como instrumento de su venganza. De este principio debemos esperar carros tirados por Dragones que vomitan fuego, palacios y gigantes encantados, enamoramientos que retengan a los héroes, y los demás dislates de los libros de Caballerías. Pero es de advertir que siendo esta la máquina que
introduce
Balbuena, apenas son conocidos los intereses de la Magas, ni por qué motivo obran en cada uno de los lances particulares, bien al revés de lo que hacen Homero, Virgilio y aun el mismo Tasso, que siempre manifiestan el interés e influjo de los agentes sobrenaturales que introducen en sus poemas.
Es verdad que Balbuena se propone más bien que seguir la acción ni los episodios (sean ellos como fueren) satisfacer la alegoría, ídolo a que lo sacrificó todo. En cada uno de sus episodios cada personaje tiene una significación alegórica, y la acción del episodio no es más que una máxima
moral
revestida en forma de novela. Cualquiera que se tome el trabajo de leer uno de ellos y la alegoría deducida, verá cuán extravagante e
ininteligible
es la relación de uno con otro: y lo desafío a que saque de un episodio la moralidad que quiso encerrar en él el Autor, antes de haberla leído (pues tiene buen cuidado de anotar al fin de cada canto las Alegorías de él y las máximas morales que se deducen). Dudo que algún poeta épico, excepto Balbuena, se haya propuesto probar máximas morales por medio de ficciones ingeniosas y alegóricas: pero el ejemplo del autor del Bernardo y el
mal
éxito de su empresa es para mí una nueva prueba de que no deben ser las máximas morales ni el fin ni el fundamento de las Epopeyas: y los que no ven en un poema épico más que una continua prueba de una máxima moral, atienden más bien que al fin natural de su autor, a los desvaríos de su exaltada imaginación.
No me detendré más en el plan del Bernardo: pudiéraseme culpar de haber dado algunos renglones a un examen que solo contiene verdades inútiles de exponer, y más en una Academia donde el buen gusto ha hecho rápidos progresos, y que conociendo las
reglas
fundamentales de la Epopeya, no necesita de mis reflexiones para convencerse de la poca gloria que atraerá a nuestra literatura el
disparatado
plan de este poema. Mas quiero aun en esta parte sacar consecuencias
ventajosas
a favor de Balbuena, cuando lo contraponga, como haré en breve, con uno de los ídolos de la
Italia,
el Ariosto: y a pesar de los defectos, que por esto mismo he anotado tan escrupulosamente, de nuestro Balbuena, espero probar que
excede
incomparablemente al poeta italiano. Ahora debemos pasar al examen del estilo y la dicción, que es y debe ser el principal asunto de este breve discurso.
Es bien conocida en la Academia la clasificación de los poetas por
Escuelas.
Se ha presentado un discurso, donde, aunque brevemente, se indican los principales argumentos de esta clasificación. Me han parecido convincentes, y sea, o no, justa la división que en aquel discurso se hace, es para mí una verdad certísima, que más bien se parece Balbuena a Lope que a Fray Luis de León ni a Herrera: que a pesar de ser los genios de los primeros diferentes, se encuentran en sus composiciones ciertas
semejanzas
entre sí, y ciertas desemejanzas con los otros dos que nos obligan a colocarlos en una misma Escuela; la que se ha llamado por el autor del Discurso que acabamos de citar, y a mi ver con sobrada razón, Escuela puramente Española. Como hemos dicho que Balbuena pertenece a ella, es de la mayor entidad manifestar el carácter particular de esta escuela y las semejanzas entre el estilo de Lope, su Corifeo, y Balbuena.
Los mejores
poetas
de nuestro buen siglo, Herrera, León, los Argensolas, Garcilaso dan bien a conocer en sus composiciones cuanto artificio emplearon en ellas; aun sus versos se resienten de este artificio, nacido sin duda de haberse propuesto imitar a poetas extranjeros ya
antiguos,
ya
modernos,
y haber, sino aniquilado, a lo menos encadenado el
genio nativo,
y el carácter del idioma. Lope, que naturalmente encontraba en su imaginación fecunda y admirable
facilidad
una mina inagotable de versos, o no pudo, llamado de otras ocupaciones, trabajar sus obras con el esmero que los otros, buscando modelos que imitar y limando sus producciones, o lo que es más cierto, no quiso hacerlo, sino abandonarse a la facilidad de su Genio, alucinado sin duda con el gran número de sus obras, que él tenía por
dinero
contante, y con los aplausos que la nación tributaba a la admirable copia de su Musa. De aquí provino el ser malos,
malísimos
sus versos por la mayor parte: pues
nada
trabajaba, corregía, ni quitaba; mas los que en virtud de su genio, poético por naturaleza, tuvieron la felicidad de ser excelentes, conservaron un carácter de soltura y fluidez consiguiente al ningún trabajo y artificio que se empleó en su producción, y aquel giro ameno y suave, que desconoce el estudio y la corrección: de aquí la dicción
pura,
frondosa y abundante, la versificación corriente, y constantemente sonora y halagüeña. Este carácter especial de amenidad y soltura, desconocido de los demás poetas, es propio del genio libre de nuestro
idioma:
por tanto los poetas que tomando por
modelo
a
Lope,
adoptaron su estilo, forman una
Escuela
particular, que con justo título puede llamarse Escuela puramente
española.
Balbuena, dotado de un
genio
tan fácil como el de Lope, pero de una imaginación más rica y delicada, obligado en virtud de su plan a hacer algunos decimillares de octavas, dio libertad a su genio como Lope, y así consiguió darle a sus versos el mismo carácter de soltura y amenidad: hizo, bien como su
modelo,
muchos versos
malos;
mas
igualmente
los buenos son
originales.
Séame lícito en comprobación de esta verdad (que podrá conocer cualquiera que lea atentamente cualquier parte de su poema) copiar de él dos imágenes pertenecientes a dos distintos géneros, al ameno y al magnífico. La primera es la descripción del Manzanares, visto desde la media región del aire por Malgesí, Reinaldos y Orimandro, que iban dando vuelta al mundo en un barco encantado:
Por esta cinta de cristal pequeña,
blanca ceja a las márgenes floridas
que allí en revuelta van, y en crespa greña
de alegres sombras sin temor vestidas
el fresco Manzanares se despeña
las sienes de un eterno Abril ceñidas,
cuya urna fértil entre el oro mana
las mieses de la tierra carpentana.
¡Cuán fluida y naturalmente, cuán sin estorbo corre el pincel por todo el cuadro! ¿Qué palabra hay que parezca buscada con estudio? ¿Qué expresión que no sea
natural,
y puesta sin artificio? De aquí la
dicción
abundante y llena, la versificación sonora y fluida.
que allí en revuelta va, y crespa greña
de alegres sombras sin temor vestidas.
¡Cuán harmoniosos son estos versos! ¡Cuánta corriente y libertad tienen!
La segunda es la descripción de todos los estandartes españoles, que dominarán victoriosos en todo el Orbe.
Entonces sus banderas victoriosas
llevando al Sol por relumbrante guía
tremolando darán sombras vistosas
donde se acaba, y donde nace el día.
Es
admirable
la llenura de estos versos: no liga su fácil genio la grandeza de las cosas que tiene que describir: igualmente libre en las cosas grandes que en las pequeñas, sabe
dar
a las magníficas nobleza y sublimidad, a las floridas amenidad y gracia: pero su pincel las describe siempre con una ligereza delicada que ignora la opresión del artificio.
Este es el carácter general del estilo de Balbuena, que lo reduce al de la Escuela de Lope. Pero el genio de aquel, distinto del de su modelo, debía prestar a sus composiciones ciertos lineamentos más menudos, y por tanto más difíciles de señalar, que diversificasen su estilo del de los demás poetas de la misma clase. Estas diferencias subalternas son las que ahora vamos a dar a conocer con tanto más cuidado cuanto ellas son las que han de caracterizar más individualmente el genio de Balbuena. En efecto, las propiedades del estilo, que hasta aquí hemos notado, solo manifiestan el género que quiso cultivar: más las que vamos a señalar deben por su esencia descubrir las peculiares bellezas con que supo adornar aquel estilo y hacérselo
propio.
Se ha dicho que la frondosidad y copia es el carácter específico de Balbuena. Penetremos el sentido de esta palabra frondosidad: si por ella se entiende la sobreabundancia y asianismo de la dicción, como, por ejemplo, la copia de epítetos, que aunque propios, no son necesarios para la expresión del pensamiento principal, esta dote pertenece esencialmente al lenguaje, y ahora se trata de diversificar el estilo, fuera de que, ya en más, ya en menos, es
común
con Balbuena a Lope y a los demás poetas que lo han imitado. Si por esta frondosidad se entiende la multitud de imágenes que reúne en la formación de cada cuadro, a que debe corresponder una dicción rica y copiosa, esta prenda le es común con cuantos poetas hayan formado imágenes particularizadas, incluso el mismo Herrera. Yo confieso que Balbuena es
riquísimo
tanto en la dicción como en los pensamientos, principalmente en los que se reducen a imágenes. Sus cuadros son extensos, los objetos de que los llena, numerosos: su imaginación fecunda los halla en abundancia y su musa pródiga los esparce con suma libertad y lozanía. Mas yo busco algo más, busco un carácter que sea
singularísimo
del Balbuena, y por el cual se
distingan
sus versos entre todos los de los demás poetas, que han descrito en grande, y que como él, han sabido formar cuadros, que abundan en
bellezas.
Este carácter es, a mi ver, la particular destreza con que señala cada objeto por un lineamento sutil y delicado, accesible apenas a otra imaginación que la suya, pero al verlo no podremos desconocer el objeto señalado. Esta sutileza de lineamentos es lo que caracteriza su estilo: la dificultad que cada uno experimentará para encontrar estos rasgos casi imperceptibles, y por otra parte tan
naturales;
y la libertad y maestría con que los expresa nuestro poeta, manifiestan cuán nacido era su genio para este modo delicadísimo de pintar, y que en su imaginación existían los aspectos más bellos de todos los objetos de la naturaleza: en fin, la multitud de seres que describe en cada cuadro, donde en cada uno en parte, encubre, en parte deja ver los demás por su número y cercanía, forman una especie de agradable confusión a la fantasía, muy semejante a la que experimenta nuestra vista delante de un espeso y frondoso bosque, cuyos árboles, numerosos y próximos, se tocan casi por todas partes.
Volvamos a examinar la estanza donde describe el Manzanares: los rasgos parecerán tan
originales,
y sutiles, que no se necesita de previa advertencia para que sorprendan y encanten.
que allí en revuelta van, y crespa greña.
Este
crespa greña,
¡cuán delicada, y vivamente expresa el pasar tumultuoso de las aguas! Pinta el poeta no solo las ondas, mas su mismo levantarse engreñadas crespamente, el mismo revolverse en alto las unas con las otras.
cuya urna fértil entre el oro mana
las mieses de la tierra carpentana.
La urna del Manzanares, entre el oro mana las mieses de las tierras que riega: ¿hay modo más
fino,
y bello de decir que a su rio deben aquellas tierras la abundancia? Decir que entre sus ondas lleva la fertilidad, hubiera sido para él una vulgaridad: nuestro poeta encuentra un rasgo más singular y oculto: las mismas mieses manan de la urna fértil entre el oro, con que enriquece al Tajo.
Empero para que con más claridad se vea la diferencia que quiero hacer notar entre el estilo de Lope y de Balbuena copiaré, dos imágenes de uno y otro en que describen un mismo objeto, a saber, la salida del Sol; y lo describen no con un simple rasgo, mas formando cuadros extensos, en que son muy semejantes los pensamientos de segundo orden. La de Lope es esta:
Crinado Apolo de follajes de oro
a las espaldas de la noche fría
pródigo de la luz de su tesoro
en el campo del mar resplandecía.
Esta, la de Balbuena:
la beldad comenzó a cantar, que el día
al mundo saca de su rosado manto:
las flores que derrama la alegría
en que a la noche trueca el ciego manto
y en invisible y blando movimiento
de negras sombras barre y limpia el viento.
………………………………………….
sale el dorado sol, la mar se altera,
tiembla la luz sobre el cristal sombrío
y de su carro al caluroso aliento,
el bajo suelo humea, y arde el viento.
En los versos de Lope se reconoce su
genio
fácil que corre por do quiere libremente: mas los objetos que describe están señalados por lineamentos
conocidos
y patentes a todo el que los mire. No así los de Balbuena.
Lope dice que el Sol nace a las espaldas de la noche, eso ocurriría a todos: mas cuán difícil de hallar es aquel convertir el espanto de la noche en alegría, aquel limpiar el viento de sombras, a paso que se adelanta en su blando y no advertido movimiento. Lope dice que el Sol naciendo resplandecía en el campo del Mar; esto es lo que todos ven. Empero Balbuena nos muestra cosas que no habíamos
advertido,
tal es el alterarse de la mar, el ardor del viento, el temblar de la luz sobre las aguas, y el humear del suelo apenas siente el rayo que lo acalora.
Me parece que está indicada con bastante claridad la esencial diferencia que distingue a estos dos poetas, en cuanto al estilo; otras hay, que proceden de ella, y que podremos también notar.
Primera: ser la
versificación
de Balbuena más robusta y llena que la de Lope, lo que procede de su genio, naturalmente más vigoroso. Creo que tan
poco
trabajados fueron los versos del uno como los del otro: prueba de ello en cuanto a los de Balbuena (pues los de Lope no la necesitan) son las continuas incorrecciones que se encuentran en su poema: mas no me parece que seré muy atrevido si desafío a que se encuentren en el Bernardo cuatro versos débiles.
Podrá ser desgraciado, aun falso, el pensamiento, lánguida la dicción, mas sus versos siempre son
llenos
y sonantes, aun cuando solo contengan una necedad. No son igualmente fluidos, pues tal vez reina en ellos la dureza. Parece que el Genio de la poesía quiso repartir entre dos alumnos suyos las dos prendas más esenciales de la buena versificación, dando a Lope la fluidez, y a Balbuena la robustez y llenura, no porque sus versos carezcan de fluidez. Mas no es esta la dote que domina en ellos como en los de Lope; esto se conoce en los defectos a que se declinan, cuando su versificación es mala; los de Lope son entonces débiles, y los de Balbuena duros.
Segunda: es mucho más correcto que Lope, lo que no debe atribuirse, sino a la
natural
delicadeza y exactitud de su imaginación, que sabía hallar con suma facilidad los más bellos colores para iluminar sus objetos. Pues por otra parte tocamos, como he dicho, cuán poco o nada limó sus versos; la suavidad inartificiosa con que corren no deja duda en que están como salieron de la fantasía del autor.
Tercera: esta diferencia consiste en su dicción, mucho más escogida, no solo que la de Lope, empero también que la de todos los poetas de la misma secta.
Excede
Balbuena incomparablemente a todos ellos en el
escogimiento
de verbos gráficos, de epítetos pintorescos, de palabras nobles y sonoras y de expresiones propias, así como los excede también en la elección de los lineamentos. Esto es lo que hace sumamente apreciable el
mérito
de este poeta. La belleza y la
originalidad
de sus cuadros, la delicadeza de sus rasgos y la riqueza , abundancia, y singularísima propiedad de su dicción noble, sonora y gráfica son dotes que le hacen acreedor a la eterna memoria de los amantes de nuestra Literatura. Y si la suerte que a veces se complace en deprimir el mérito, aun de los que ya no existen, ha sepultado su obra en el
olvido,
no por eso es menos
digno
de un lugar
distinguido
en el Parnaso, donde el mismo genio de la poesía no dudaría colocarlo al lado del rico y delicado Ovidio.