Título de la obra:
Gaceta de Bayona, periódico político, literario e industrial,
(1829, nº 37)
El cuaderno 17 de la
Colección de comedias escogidas españolas,
que
se
publica
en Madrid, es el primero del II tomo de D. Pedro Calderón de la Barca, y contiene el
Astrólogo fingido
y
Dar tiempo al tiempo.
La primera es de costumbres, y se reconoce en ella el deseo de
imitar
las formas y el estilo de Terencio. La segunda pertenece enteramente al género romántico de intriga, y fue escrita sin duda en la época en que había ya perfeccionado su dicción noble y caballerosa y fundado el interés de la escena española en los sentimientos
nacionales
del
amor
y el honor.
Los juicios de ambas están bien redactados. Sólo quisiéramos que en la del
Astrólogo fingido
se hubiese hecho mención de la escena de Plauto, que se
imita
en la XIV del acto tercero, cuando Leonardo habla de la joya robada y D. Juan cree que le reconviene por sus amores con D.ª María. Esta observación es más importante de lo que se cree para la historia del teatro español; porque prueba que su fundador
conocía
muy bien el latino y clásico; que se empeñó en imitarlo, como se observa en muchas de sus comedias, señaladamente en el
Astrólogo,
en
Hombre pobre todo es trazas,
y
No hay burlas con el amor,
y que si abandonó este género, y se dedicó a
perfeccionar
el que Lope creó, fue porque era más conforme al
gusto
y pasiones dominantes del auditorio.
También quisiéramos que se hubiera
comparado
a Calderón con Moreto en el modo de describir la diseminación y aumento de una mentira. Moreto, más rico en la
elocución
cómica, la pinta en los versos del alférez de
La Tía y la Sobrina.
Calderón, superior en el arte dramático, la pone en acción. Nada contribuye tanto a perfeccionar el buen
gusto
como la comparación de dos autores célebres, cuando tratan un mismo asunto.
El carácter que dio Calderón a la escena española, de la cual es indudablemente el
príncipe,
merece grande atención, porque está ligado con la historia de las costumbres y los sentimientos que dominaban en su siglo. Es un fenómeno literario bastante conocido que en el siglo
XVI
no pudo aclimatarse el teatro clásico en España, como después se aclimató en Francia con suma facilidad. Varias fueron las causas de este fenómeno; la costumbre de mezclar, en los espectáculos más serios y augustos, personajes
graciosos
que hiciesen reír al vulgo ignorante, la ignorancia misma del vulgo, primer espectador y juez de las composiciones dramáticas, y quizá la
falta
de
genio
en los primitivos autores de piezas arregladas. Mas la principal causa que hubiera producido sin las demás el mismo efecto, y sin la cual las demás no habrían impedido el establecimiento de un teatro clásico, consistía en las necesidades morales de los españoles de aquel tiempo. El
amor
era el ídolo de la juventud, el honor de todas las edades y sexos, tal era la herencia que les habían dejado los siglos de caballería. El trato común no tenía entonces la libertad y generalidad que en el día, y por consiguiente, no presentaba al
moralista
el vasto y versátil espectáculo, donde ahora puede coger a manos llenas rasgos satíricos y
morales.
Los grandes principios de
política,
que fueron para el gran
Corneille
una mina riquísima de poesía trágica no se examinaban entonces, porque no era agradable su examen ni
seguro.
En una sociedad que no estudiaba las combinaciones políticas ni gustaba de la sátira filosófica, ¿qué recurso quedaba al poeta dramático para halagarla y conmoverla? Estudiar sus
sentimientos
individuales y reproducirlos en el teatro, es decir, describir el amor, como entonces se sentía, mezclado con la suspicacia y los celos, y el honor reunido al esfuerzo de ánimo. La lucha de las pasiones, como cada hombre las experimentaba, debía en su descripción interesar a todos. La sociedad no existía exteriormente. Las conexiones amorosas eran ocultas y disimuladas; las penas y goces de los amantes rara vez se comunicaban a los amigos, y sólo eran conocidas de los criados, a quienes tenían por indispensables valedores para ponerse en comunicación con el objeto de su amor; en fin, puede decirse que el hombre, rechazado en aquella época de la sociedad política y civil, se replegaba dentro de sí mismo, y vivía de sólo sus afectos y reflexión.
Calderón conoció que esta era una mina inagotable, y se resolvió a beneficiarla. Notó el buen efecto que habían producido, a pesar de su desarreglo, algunas piezas de Lope, en que describió mujeres enamoradas y al mismo tiempo celosas de su honor; observó también que sus comedias de costumbres, aunque bien escritas, no eran apreciadas de los espectadores, a quienes debía disgustar hasta la sencillez del estilo y de la fábula. Resolviose, pues, a
perfeccionar
el género de
Lope,
dando sin embargo un velo más
decente
a las intrigas
amorosas,
a pintar los hombres con los sentimientos que tras sí apreciaban en su época, a describir las costumbres y usos de su siglo y, en fin, a desenvolver su inimitable
talento
dramático en la disposición y conducta de la fábula, aglomerando los incidentes sin destruir la verosimilitud. Entonces la nobleza de sus personajes se comunicó a su dicción; sus versos tomaron todas las formas
necesarias
para expresar los pensamientos más delicados; y sus composiciones, llenas de interés dramático, de pasión y nobleza fueron
aplaudidas
con igual entusiasmo en los tablados de las aldeas y en los palacios de los reyes.
El tipo del carácter español, tan fielmente desenvuelto en sus comedias de capa y espada, lo trasladó a sus
dramas
heroicos e ideales, a sus tragedias y las piezas, cuyo asunto es tomado de la
mitología.
Marte, Adonis, Ulises, Coriolano y Heraclio son en la pluma de Calderón caballeros españoles; fenómeno notado también en el inmortal Racine, que atribuyó la galantería de la corte de Luis XIV a sus héroes griegos y romanos. No hay que esperar del dramático español respeto a la historia, a la geografía ni a la antigüedad. Su objeto era interesar a su auditorio, muy poco versado en estos estudios.
Se repite en muchas de sus comedias, como hizo Lope. Tiene cuatro, cuya fábula común consiste en la muerte de una mujer a manos de un marido celoso. No todas merecen estudiarse, señaladamente la del
Tetrarca de Jerusalén,
que manifiesta cuán grande era el
talento
trágico de Calderón, y cuántos progresos hubiera hecho en un siglo más ilustrado y con un auditorio que le hubiera obligado a regularizar sus composiciones.
En cuanto a la elocución, fue demasiado amigo del
artificio
que manifiesta el
ingenio,
pecado
original de la literatura española de aquellos
tiempos,
y del cual se han libertado muy pocos escritores. Sin embargo no
cede
a nadie en el arte de pintar, ya objetos bellos, ya grandiosos. Sólo citaremos un ejemplo de cada género entre los innumerables de que abundan sus comedias:
Estaba
un almendro ufano,
de ver que su pompa era
alba de la primavera
Y mañana del verano.
Hablando de Roma y sus fundadores dice:
En
yerto albergue dio primera cuna
a aquellos, que arrojadas
de ignoradas entrañas
hambrienta loba halló, que en sus montañas
recién nacidos, ya que no abortados,
eran espurios hijo de los hados.
Si a sus pechos criados,
si a su calor dormidos,
si de roncos anhélitos gorgeados
crecieron arrullados a bramidos.
¿Qué mucho que bandidos
sañudamente fieros
se juntasen con otros bandoleros
para vivir sin ley, sin Dios ni culto
del homicidio, el robo y el insulto?
Esta fuerza y
armonía
de versificación hubieran colocado a Calderón entre los
mejores
poetas
líricos,
si se hubiera dedicado a este género, y si la
corrupción
de su
siglo
no viciase tal vez sus bellos pasajes. Calderón ocupa en el teatro español el mismo
puesto
que
Shakespeare
en el inglés; las diferencias que se notan en su estilo y manera, penden de los diversos caracteres de las dos naciones, cuyas sensaciones morales halagaron en sus
dramas.
Si los de Calderón, a pesar de su mayor regularidad y tono más
decente,
no se representan ya en la escena de su patria, es porque describen usos, costumbres y sentimientos, que no son propios de la
generación
actual. Shakespeare será eterno en la escena inglesa, porque este pueblo, a pesar de los progresos de su civilización, se complacerá siempre en la pintura enérgica de las tempestades del alma.