Capítulo XII
Poesía sagrada
El
sí, sí; el cómo, no sé
desta tan ardua quistión
que no alcanza la razón
a donde sube la fe.
Ser Dios-hombre y hombre-Dios,
ser mortal y no mortal,
ser un ser, extremo dos,
y en un ser no ser igual
es siempre, será no fue.
Siempre fue y siempre son,
siempre son, mas no son due,
y aquí la razón es fe.
Tres
fieros vestiglos, soberbios gigantes,
Contrarios perpetuos del bien operar,
Salieron, señora, con voz a lidiar,
En diestros caballos, ligeros, volantes.
Mas esta batalla por vos aceptantes
Los santos tres votos de vos esenciales,
Cabalgan armados, y en fuerzas iguales
Se hallan en campo los seis batallantes.
Los unos enlazan los yelmos daquende
Los otros las lanzas engozan d’allende.
Y unos a otros se dejan venir,
Y danse recuentros de tanta fiereza,
Que creo lidiantes de tal fortaleza
En justas se vieron jamás combatir.
La santa pobreza ya hizo salir
Al mundo del rencle del golpe primero,
La fuerte obediencia al diablo romero
Hizo las armas en campo rendir.
Y desta manera vencidos los dos,
Quedaron, señora, subjetos á vos.
El blanco caballo de más excelencia
En el que justaba la casta doncella
Encuentra, derriba, por tierra tropella
La carne que hace mayor resistencia,
Que mundo, la carne, en gran Lucifer
Nunca más armas osasen hacer,
Con la grandeza de vuestra potencia.
E aquesta batalla de tres contra tres
Por estas tres coplas se supo después.
Rey
alto a quien adoramos,
Alumbra mi entendimiento,
A loar en lo que cuento
A ti que todos llamamos
Pater
noster.
Porque diga el desabor
Que las crudas damas hacen,
Como nunca nos complacen,
La súplica a ti, Señor,
Qui es in cœlis.
¿Qué
lengua podrá alcanzar
Aquel que tanto subió,
Que á la palabra enseñó
Del propio padre á hablar?
Según su sabio arancel,
Aunque por diversos modos,
Es Dios maestro de todos,
Pero de Dios lo fue él.
De lo que su ciencia fue
Yo no sé dar otra seña,
Sino que al Cristus enseña
Las letras del A B C.
¡Oh, Jesús! es tan gloriosa
Vuestra virtud y de modo,
Que el mismo padre de todo
Su madre os dio por esposa.
¿Pudo dar al hijo el padre
Madre de más alto ser,
Aunque en razón de mujer,
Pero no en razón de madre?
A esta cuenta pudo Dios,
Josef, haceros más santo;
Mas como padre sois tanto
Que otro no es mejor que vos, etc.
¿Y
dejas, Pastor santo,
Tu grey en este valle hondo, escuro,
Con soledad y llanto,
Y tú rompiendo el puro
Aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bien hadados,
Y los agora tristes y afligidos,
A tus pechos criados,
De ti desposeídos
¿A dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
Que vieron de tu rostro la hermosura,
Que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿Qué no tendrá por sordo y desventura?
¿Aqueste mar turbado
Quién le pondrá ya freno? ¿quién concierto
Al viento fiero airado?
¿Estando tú encubierto
Qué norte guiará la nave al puerto?
¡Ay, nube, envidiosa!
Aun de este breve gozo, ¿qué le aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
Alma
región luciente,
Prado de bienandanza, que ni al hielo,
Ni con el rayo ardiente
Falleces, fértil suelo,
Producidor eterno de consuelo:
De púrpura y de nieve
Florida la cabeza coronado,
A dulces pastos mueve,
Sin honda ni cayado,
El buen pastor en ti su hato amado.
Él va, y en pos dichosas
Le siguen sus ovejas, do las pace
Con inmortales rosas,
Con flor, que siempre nace,
Y cuanto más se goza, más renace.
Y dentro a la montaña
Del alto bien las guía, y en la vena
De gozo fiel las baña,
Y les da mesa llena,
Pastor y pasto él solo y suerte buena.
Y de su esfera, cuando
A cumbre toca altísimo subido
El sol, él sesteando,
De su hato ceñido
Con dulce son deleita el santo oído.
Toca el rabel sonoro
Y el inmortal dulzor al alma pasa,
Con que envilece el oro
Y ardiendo se traspasa,
Y lanza en aquel bien libre de tasa.
¡Oh, son, oh, voz, siquiera
Pequeña parte alguna descendiese
¡En mi sentido y fuera
De sí el alma pusiese,
Y todo en ti, oh, amor, la convirtiese!
Conocería donde
Sesteas, dulce esposo, y desatada
De esta prisión, a donde
Padece, a tu manada
Viviera junta, sin vagar errada.
ESPOSA
¿A dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como ciervo huiste
Habiéndome herido;
Salí tras ti clamando, y eras ido.
Pastores, los que fuerdes
Allá por las majadas al otero,
Si por ventura vierdes
Aquel que yo más quiero,
Decidle que adolezco, peno y muero.
Buscando mis amores
Iré por esos montes y riberas
Ni cogeré las flores,
Ni temeré las fieras,
Y pasaré los fuertes y fronteras.
LAS CRIATURAS
Mil gracias derramando
Pasó por estos sotos con presura;
Y yéndolos mirando,
Con sola su figura
Vestidos los dejó de su hermosura.
ESPOSA
En la interior bodega
De mi amante bebí, y cuando salía
Por toda aquesta vega
Ya cosa no sabía
Y el ganado perdí, que antes seguía.
Allí me dio su pecho,
Allí me enseñó ciencia muy sabrosa;
Y yo le di de hecho
A mí sin dejar cosa:
Allí le prometí de ser su esposa,
Mi alma se ha empleado
Y todo mi caudal en su servicio:
Ya no guardo ganado,
Ni ya tengo otro oficio;
Que ya solo el amar es mi ejercicio.
Pues ya si en el ejido
De hoy mas no fuera vista ni hallada.
Diréis que me he perdido;
Que andando enamorada
Me hice perdediza y fui ganada,
De flores y esmeraldas
En las frescas mañanas escogidas,
Haremos las guirnaldas
En tu amor florecidas
Y en un cabello mío entretejidas
En solo aquel cabello
Que en mi cuello volar consideraste:
Mirástele en mi cuello,
Y en él preso quedaste,
Y en mis dos blandos ojos te llagaste.
Al
cordero que mueve
Con el cándido pie el dorado asiento;
La luna más que nieve
Cuajada allá en el viento,
En cuya mano va el pendón sangriento.
Hablo de aquel cordero
En celestiales prados repastado,
Que al lobo horrendo y fiero
De duro diente armado,
De la garganta le quitó el bocado.
De aquel que abrió los sellos,
Que fue muerto, mas vive eterna vida,
Y los misterios de ellos
Con su luz sin medida
Mostró su cerradura más rompida.
Cércante las esposas
Con hermosas guirnaldas coronadas,
De jazmines y rosas,
Y a coros concertadas.
Siguen, dulce cordero, tus pisadas.
En esa luz inmensa,
Hechas unas divinas mariposas,
Andan libres de ofensa,
Y el fuego más hermosas...
Vuelve esas almas santas tus esposas.
Y cuando al medio día
Tienes la siesta junto à las corrientes
Del agua clara y fría,
Del amor impacientes
Ciñen en derredor las claras fuentes.
Porque las arrebata
El dulce olor que el ámbar tuyo aspira,
Y el blando amor las ata
Que en sus pechos aspira;
Pues siempre te ama el que una vez te mira.
Andas en medio de ellas,
Dando mil resplandores y vislumbres,
Como sol entre estrellas,
Y en las subidas cumbres
De los montes eternos da tus lumbres, etc.
Ve, pues, amado mío, que las flores
De mil colores pinta la ribera,
La tortolilla llama a sus amores,
Y nuestras viñas dan la flor primera.
¿No sientes ya, mi amado, los olores
De las silvestres yerbas? Sal, pues, fuera,
Vámonos al aldea, y cogeremos
Las rosas y azucenas que queremos.
Allí cuando el jardín del rico Oriente
Abra la clara aurora, y enfrenando
Los caballos del sol, saque el luciente
Carro, tú y yo, mi amigo, madrugando,
Saldremos a la huerta a do la ardiente
Siesta en alguna fuente conversando,
La pasaremos bajo algún aliso,
Y no habrá para mí más paraíso.
Y cuando el rubio Apolo ya cansado
Los sudados caballos zabullere
En el hispano mar, y algún delgado
Céfiro entre las ramas rebulfere,
Y el dulce ruiseñor del nido amado
Al aire con querellas le rompiere,
Entonces mano a mano nos iremos,
Cantando del amor que nos tenemos.
Allí me enseñarás, oh, dulce esposo,
Allí me gozaré a solas contigo,
Allí en aquel silencio alto reposo
Tendré, mi amado, en verte allí conmigo:
Allí en fuego de amor (oh, más hermoso
Que el sol) me abrasaré, y serás testigo
De que te amo así, que por ti solo
El día me es escuro y negro Apolo.
Allí te alabaré, y en dulce canto
Cantaré las grandezas que me has hecho,
Y cantaré como tu brazo santo
Con celestial poder rompió mi pecho,
Y me libró del reino del espanto,
Movido por amor de mi provecho;
Y será de mi canto el fin y cabo,
Misericordias Domini cantabo.
Vivo
sin vivir en mí,
Y tan alta vida espero,
Que muero porque no muero.
Aquesta divina unión
Del amor con que yo vivo
Hace a Dios ser mi cautivo
Y libre mi corazón;
Mas causa en mí tal pasión,
Ver a Dios mi prisionero,
Que muero porque no muero.
Solo con la confianza
Vivo de que he de morir,
Porque muriendo, el vivir
Me asegura mi esperanza:
Muerte, do el vivir se alcanza,
No te tardes, que te espero,
Que muero porque no muero.
Sácame de aquesta muerte
Mi Dios, y dame la vida;
No me tengas impedida
En este lazo tan fuerte;
Mira que muero por verte
Y vivir sin ti no puedo,
Que muero porque no muero.
Cuando me gozo, Señor,
Con esperanza de verte,
Viendo que puedo perderte
Se me dobla mi dolor;
Viviendo en tanto pavor,
Y esperando como espero,
Que muero porque no muero.
¡Ah! qué larga es esta vida,
Qué duros estos destierros,
Esta cárcel y estos hierros
En que el alma está metida;
Solo esperar la salida
Me causa un dolor tan fiero.
Que muero porque no muero.
SONETO
No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, mi Dios: muéveme el verte
Clavado en esa cruz y escarnecido;
Muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
Muévenme las angustias de tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor de tal manera,
Que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
Y aunque no hubiera infierno, te temiera,
No me tienes que dar porque te quiera:
Porque, si cuanto espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.
Cantan
los cielos con callado acento
La alta proeza del Autor inmenso:
Muestra la hazaña de su diestra mano
Cielo estrellado.
Sin que descanse de volver su rueda,
Muestra el presente, al futuro día:
Va pregonando la callada noche
La que se espera.
No hay lengua, oh, gentes, de nación extraña
Do no se entienda tan divino acento;
Pues su armonía de uno al otro polo
Va resonando.
Puso el asiento del dorado Febo
Firme, en el medio de las claras ruedas;
Y como esposo, de su rico toldo
Sale a la aurora.
Como gigante no cansado y fuerte
Corre desde el Oriente al otro extremo,
Y torna al puesto por la oblicua senda:
Todo lo alumbra.
Mas, ¡Oh, luz pura del Señor Supremo,
Que al alma errada vuelves a la senda,
Testigo firme del gran Dios, y lumbre
Clara a ignorantes!
Sacras veredas, sin torcida vuelta,
Que al que os camina dais perfecto gozo;
¡Oh, vía láctea! que a los ciegos ojos
Quitáis el velo.
Santo es el miedo de paterna ofensa
Que alinda siempre con eternidades;
Sus juicios lisos, sin doblez, ni ruga
Son, sin enmienda.
Oro del Tíbar, ni preciosa gema
Vido el deseo con que comparallos;
Ni vido el gusto mieles tan sabrosas;
Panal tan dulce.
Y así tu humilde siervo y cuidadoso,
Vela en su guarda, porque en ella siente
Que se atesora cuanto el cielo puede
Dar de esperanza.
¿Quién será puro de delitos tantos
Tan escondidos? ¡Oh, pureza santa!
Limpiadme de ellos, y también me libra
De los ajenos.
Aunque combatan, quedaré yo puro,
Si no me rinden al soberbio asalto,
Y el homenaje que te debo, limpio
De alevosía.
Luego mi lengua te hará son suave,
Y el pensamiento no perderá punto
De tu presencia; ¡oh, ayuda cierta
Redentor mío!
SONETO
De
tronco, y de raíz firme y segura,
Tierno pimpollo y bello se levanta
Tan alto que a la más crecida planta
Humilde deja, y vence con su altura.
En medio de él, y en su mayor frescura,
Brota una flor, y su fragancia es tanta,
Que las almas eleva y las encanta
En sueño dulce de su gracia pura.
A pesar de los cierzos rigurosos
Trueca el invierno triste en primavera,
Y la más larga noche en claro día:
Llegad mortales, pues, llegad dichosos;
Gozad más bien que él de la edad primera,
Pues cuanto el cielo tiene, acá os lo envía.
Manso Cordero ofendido,
Puesto en una cruz por mí,
Que mil veces os vendí
Después que fuisteis vendido
Dadme licencia, Señor,
Para que, desecho en llanto,
Pueda en vuestro rostro santo
Llorar lágrimas de amor
¿Es posible, vida mía,
Que tanto mal os causé?
¿Qué os dejé? que os olvidé
Ya que vuestro amor sabía?
Tengo por dolor más fuerte
Que el veros muerto por mí,
El saber que os ofendí,
Cuando supe vuestra muerte,
Que antes que yo la supiera,
Y tanto dolor causara,
Alguna disculpa hallara,
Pero después no pudiera.
Pasé la flor de mis años
En medio de los engaños
De aquella ciega afición!
¡Qué de locos desatinos
Por mis sentidos pasaron,
Mientras que no me miraron,
Sol, vuestros ojos divinos!
Lejos anduve de vos,
Hermosura celestial,
Lejos y lleno de mal.
Mas no me haber acercado
Antes de agora sería
Ver que seguro os tenía,
Porque estábades clavado,
Que a fe que si lo supiera
Que os podíades huir,
Que yo os viera a seguir
Primero que me perdiera.
¡Oh, cuánto el nacer, oh cuánto
Al morir es parecido!
Pues si nacimos llorando,
Llorando también morimos.
Un gemido la primera
Salva fue que al mundo hicimos,
Y el último vale que
Le hacemos es un gemido.
Entre cuna y ataúd
Sola esta distancia ha habido,
Hacia la tierra o el cielo
Arrojarnos o admitirnos.
¡Qué bien en sus confesiones
Lo significó Agustino
Cuando a esta proposición
No la averiguó el sentido!
¡Vive el hombre o muere el hombre!
Pues ninguno ha sabido
Si vive o muere, porque
Todo se hace a un camino.
¿Qué más ejemplo que yo
A este letargo rendido?
Pues vivo al tiempo que muere,
Y muero al tiempo que vivo.
¿Y si al fin para morir
No ha menester más delirio
Ni más crítico accidente
El hombre que haber nacido?
¡Oh, felice yo! ¡Oh, felice!
Que morir he merecido
En vuestra fe, conociendo
Tantos mortales avisos.