Información sobre el texto

Título del texto editado:
Historia de la literatura española. Primera parte: Desde fines del siglo XIII hasta principio del XVI (VI)
Autor del texto editado:
Bouterwek, Friedrich (1766-1828) Gómez de la Cortina, José, Conde de la Cortina (1799-1860) Hugalde Mollinedo, Nicolás
Título de la obra:
Historia de la literatura española, traducida al castellano y adicionada por José Gómez de la Cortina y Nicolás Hugalde y Mollinedo
Autor de la obra:
Bouterwek, Friedrich (1766-1828)
Edición:
Madrid: Imprenta de D. Eusebio Aguado, Impresor de la Real Casa, 1829


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Las demás producciones dignas de atención que ofrece la literatura española del siglo XV, se reducen a los ensayos dramáticos de aquel tiempo, notables solamente por la circunstancia de haber sido los primeros.

En lugar de las obras verdaderamente dramáticas que después formaron la parte más brillante de la literatura española, los españoles no tenían aún en el siglo XV más que farsas devotas o profanas, herencia de los siglos bárbaros, y que de ningún modo pueden pertenecer a la historia de la literatura. La corte de Aragón concibió antes que la de Castilla la idea de perfeccionar este género de diversiones. El Marqués de Villena, como ya lo hemos insinuado anteriormente, empleó para conseguirlo toda su erudición y talento pero, según parece, no se usaron tan pronto en Castilla, a pesar de la afición a la alegoría que distinguió a los poetas de la corte de don Juan II. Una mezcla extravagante de la lírica y de la sátira, dio la primera idea de una especie de poema dramático en lengua castellana.

Cierto autor anónimo, contemporáneo de don Juan II, compuso contra los personajes de aquella corte un diálogo en treinta y dos coplas, citado comúnmente bajo el nombre de Mingo Revulgo (de uno de los interlocutores), y que muchos atribuyen a Rodrigo de Cota, y otros a Juan de Mena, olvidando sin duda la protección con que aquel monarca recompensaba el afecto de este poeta. La circunstancia de ser esta producción un diálogo entre dos pastores, ha dejado indecisos a los literatos sobre el género a que pertenece, pues unas veces la incluyen en el número de las églogas, y otras en el de las sátiras; 1 pero fácilmente se comprenderá cómo pudo el autor hacer tan monstruosa mezcla de estilos, reflexionando que en tiempo de don Juan II, el de la égloga era ya en España, si no cultivado, a lo menos tan conocido como en Italia: es probable que al resucitar la literatura en Europa, el estudio de los antiguos en estos dos reinos, y particularmente el de las bucólicas de Virgilio, inspirase a los poetas la idea de servirse de las formas antiguas de la égloga en sus composiciones modernas, y tal vez la pura casualidad hizo que la primera obra castellana en que se vio practicada esta idea, fuese una sátira.

Nunca podrán mirarse como verdaderos ensayos dramáticos, ni la égloga de Mingo Revulgo, ni los diálogos que se hallan en el Cancionero general; pero estos embriones de poemas dialogados pueden tenerse a lo menos por preludios de obras más dignas del nombre de dramas. A fines del siglo XV las églogas en coplas pasaron a ser verdaderas piezas de teatro, cuyo autor era el músico Juan de la Encina. Este hombre célebre, natural de Salamanca (aunque se ignora el año de su nacimiento), adquirió en el reinado de los Reyes Católicos la doble reputación de gran músico y poeta, debida tal vez a su viaje a Jerusalén, que pudo contribuir a exaltar su imaginación y enriquecerla con nuevas ideas, pues permaneció algún tiempo en Roma de Director de la capilla del Papa León X, cuya pasión a las diversiones teatrales fue bien conocida; pero tanto en Roma como en Jerusalén Juan de la Encina siempre permaneció español, y lejos de ofrecer sus obras la menor idea del gusto italiano, se reducen a coplas y romances de estilo antiguo, hallándose entre ellas las llamadas Disparates, que no merecen citarse aunque vinieron después a servir de proverbio. 2 Pero tradujo con naturalidad las bucólicas de Virgilio, aplicando a sus protectores los Reyes Católicos, a los Duques de Alba y a otros personajes los elogios que el poeta latino tributa a Augusto; y como la casualidad había dado en España a la poesía pastoral una forma dramática, Juan de la Encina compuso también églogas en dialogo que se representaban la noche de Navidad, en el Carnaval y en otras fiestas, en presencia de los señores de la corte. 3

Más célebre que las églogas de Juan de la Encina es el drama de Calisto y Melibea, que probablemente se empezó en tiempo de los Reyes Católicos, aunque algunos literatos remontan su principio hasta el reinado de don Juan II. Esta producción (comenzada según parece por el mismo Rodrigo de Cota, a quien se atribuye la égloga de Mingo Revulgo) fue continuada y concluida a principios del siglo XVI por Fernando de Rojas, que declara su nombre al lector por medio de las iniciales de las estancias que sirven de prefacio a su obra. 4 Aunque este continuador no fue tan feliz en sus pinturas como Rodrigo de Cota, penetró perfectamente el plan de este, y dando a la obra el título de Tragicomedia, la dividió en veinte y un actos, exceso que sin duda impidió que llegase a representarse. Por no haber existido hasta entonces ninguna otra obra que hubiese podido servir de modelo a los autores de la Celestina, merece esta el título de original; pero tomando esta palabra en una acepción más lata, no se la puede aplicar con propiedad, pues parece que los autores solo atendieron a la utilidad moral en el plan, y a la verosimilitud en la ejecución. Propusiéronse dar a la juventud por medio de ejemplos terribles una lección que la librase de los artificios y seducciones de cierta clase de mujeres que, envejecidas en el vicio, abrazan por recurso el oficio de corruptoras de las costumbres. Para conseguir este fin moral se creyeron obligados los autores a pintar con toda verdad el interior de la casa de una de estas mujeres, describiendo del modo más expresivo el trágico fin de un enredo amoroso manejado por ella; pero toda esta acción se contiene en una serie de escenas sin ninguna unidad de tiempo ni lugar, y en veinte y un actos, lo que hace creer que esta pieza no fue destinada para el teatro. El laudable objeto de los autores la ha hecho apreciar en todos tiempos; pero no han faltado personas que sostengan, y no sin alguna razón, que sería más prudente ocultar semejantes pinturas, que exponerlas al público en su vergonzosa desnudez; pues aun concediendo que puedan tener su utilidad, y que el trágico ejemplo de Calisto y Melibea haya contenido a algún joven imprudente, siempre reprobará el buen gusto semejantes escenas. He aquí en compendio el plan de este drama: Calisto, joven de buena familia, se enamora ciegamente de Melibea, y aunque esta se siente inclinada a corresponderle, su virtud y la severa vigilancia de sus padres impiden que hable a solas a Calisto. El amante se dirige entonces para conseguirlo a una corruptora astuta (a quien el autor dio el bello nombre de Celestina) que, hallando el medio de introducirse en casa de Melibea, consigue corromper a los criados. Desde este momento la intriga sigue la marcha de todas las de su especie, sin que falten sortilegios y conjuros, hasta que por último Calisto triunfa de Melibea, y los padres de esta conocen el mal cuando ya es irremediable. Aquí se agolpan los sucesos trágicos: cométense asesinatos, tanto entre los criados como en la casa de Celestina; perece esta de un modo horroroso; Calisto muere igualmente asesinado, y Melibea termina la tragedia precipitándose de lo alto de una torre a vista de su padre. Es preciso confesar en alabanza del autor, que trata las escenas que pasan en casa de la seductora con toda la de ciencia posible; que pinta los caracteres viles, sobretodo el de Celestina, con energía y verdad, sin disfrazar los apodos que convienen a cada uno 5 de los interlocutores; y que en general brilla en toda la pieza la naturalidad y facilidad del diálogo, principalmente en el primer acto, que es del autor desconocido, y aventaja a los demás (98). Bajo tal aspecto es esta obra muy digna de atención, pues prueba que el arte del diálogo, 6 tan difícil para los poetas del norte (Oo) de la Europa, nació en España como una producción espontánea de su suelo. 7





1. En Velázquez y Díez, pág. 162, se hallarán más noticias sobre las coplas de Mingo Revulgo.
2.  Sarmiento, pág. 253, cita por prueba de los disparates de Juan de la Encina: «Anoche de madrugada / vi venir en romería / una nube muy cargada […]. / No después de mucho rato / vi venir un orinal / puesto de pontifical […].
3.  En don Nicolás Antonio, Sarmiento y Velázquez se hallan noticias de Juan de la Encina. En el Cancionero general y en el Cancionero de romances se hallan algunas canciones y romances suyos, aunque no son sus mejores composiciones. En el primero incluyeron, como cosa muy ingeniosa, una canción llamada eco, cuya rima repite la palabra siguiente formando una especie de eco. Otras poesías suyas mucho mejores (aunque ninguna superior a las de su tiempo) se hallan en la antigua colección de sus obras, intitulada Cancionero de todas las obras de Juan de la Encina. Velázquez cita una edición de 1516, que Díez dice ser muy rara y apreciable; pero una de las mejores preciosidades literarias es seguramente la edición de este Cancionero de Juan de la Encina, que imprimieron en Sevilla el año de 1501, en folio con letras góticas, los alemanes Pegnitzer y Herbst, a expensas de dos negociantes. El ejemplar que yo he visto, y quizá el único que existe en Alemania, y del que habla Díez en sus reflexiones sobre Velázquez, pertenece a la biblioteca del Duque de Wolfembuttel. La impresión, a pesar de estar en letras góticas, es tan limpia y clara que, aun bajo este aspecto, debe ser también apreciable para los bibliógrafos. Las canciones ocupan gran parte del libro, y algunas se distinguen muy particularmente por su verdadera poesía y agradable versificación, como la «Apología de las mujeres» («Contra los que dicen mal de las mujeres»), en donde dice: Piadosas en dolerse de todo ajeno dolor, con muy sana fe y amor, sin su fama escurecerse; ellas nos hacen hacer de nuestros bienes franquezas; ellas nos hacen poner a procurar y querer las virtudes y noblezas; ellas nos dan ocasión que nos hagamos discretos, esmerados y perfectos y de mucha presunción. Ellas nos hacen andar las vestiduras pulidas, los pundonores guardar, y por honra procurar tener en poco las vidas. Su traducción de las Églogas de Virgilio tiene el mismo metro, como otras muchas de sus canciones. La primera égloga empieza con esta agradable estrofa: Tytiro, tú sin cuidado que te estás so aquesta haya bien tendido y rellenado; yo triste y descarriado ya no sé por do me vaya. ¡Ay, carillo! Tañe tú tu caramillo, no hay que en congoja te traya. Sus dramas pastoriles, tanto espirituales como profanos, no son sino églogas en diálogos, escritas con admirable facilidad y destreza. El mismo las ha titulado églogas; y la última de ellas, que pertenece a las profanas, empieza así: GIL: Ha, Mingo, ¿quédaste atras? pasa, pasa acá delante a horas que no se espante como tú tu primo Bras. Asmo que tú pavor has: ¡entra, no estes rebellado! MINGO: Do'me á Dios que estoy annado. No me mandes entrar más.
4. La edición que yo he visto de 1599 tiene por título Celestina; Tragicomedia de Calixto y Melibea. Reuniendo las letras con que empiezan las estancias de la introducción, se hallan las palabras siguientes: «El Bachiller Fernando de Roxas acabó la comedia de Calixto y Melibea, e fue nascido en la Puebla de Montalbán».
5. Por ejemplo: Crito, putañero; Alicia y Areúsa, rameras; Centurio Rofian.
6. Por este mismo tiempo se perfeccionó en Italia el diálogo dramático en prosa, aunque con más gusto. V. tom. 2.º de la Historia general de la lit. Bouterwek, p. 56 y 171.
7. Como obra moral ha obtenido el drama de Calixto el honor de la traducción en varias lenguas. En 1520 se publicó ya en Nieremberg una traducción alemana con el título de Huren Spiegel, ‘Espejo de putas’. El filólogo alemán Gaspar Barth lo tradujo en latín con este título: Pornoboscodidascalus (Francfort del O. 1624), y lo llama liber plane divinus.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera