Información sobre el texto
Título del texto editado:
Historia de la literatura española. Primera parte: Desde fines del siglo XIII hasta principio del XVI (VII)
Autor del texto editado:
Bouterwek, Friedrich (1766-1828) Gómez de la Cortina, José, Conde de la Cortina (1799-1860) Hugalde Mollinedo, Nicolás
Título de la obra:
Historia de la literatura española, traducida al castellano y adicionada por José Gómez de la Cortina y Nicolás Hugalde y Mollinedo
Autor de la obra:
Bouterwek, Friedrich (1766-1828)
Edición:
Madrid:
Imprenta de D. Eusebio Aguado, Impresor de la Real Casa,
1829
Relación de los textos preliminares que se encuentran en esta obra:
* [Sin título, prólogo de los traductores], José Gómez de la Cortina y Nicolás Hugalde y Mollinedo.
Transcripción realizada sobre el ejemplar de la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid DP860.09BOU. Digitalización disponible en
(texto completo)Encoding: Ioannis Mylonás Ojeda
Transcriptor: Ignacio Muñoz Peñuela
Transcriptor: Ioannis Mylonás Ojeda
Editor: Mercedes Comellas Aguirrezábal
Sevilla, 26 febrero 2023
*
Al empezar la
historia
literaria de los escritores prosaicos
españoles
del siglo
XV,
debemos hacer mención de las crónicas que,
mientras
en los demás reinos de Europa solo se escribían en los
monasterios,
en España las componían
caballeros
y
poetas
de las primeras
jerarquías
(Pp). Alonso X fue el
primero
que
creó
historiógrafos
encargados de transmitir a la posteridad los principales acaecimientos de la historia de España, institución que conservaron durante todo el siglo
XIV
los sucesores de aquel Monarca. En el
XV
se unieron voluntariamente a estos historiadores, autorizados y
pagados
por el gobierno, varios escritores particulares, a quienes el amor de la gloria o el interés de un partido, excitaron a escribir historias, y en ninguna parte logró entonces un historiador
mayor
consideración que en España.
Sin embargo, a pesar de esta reunión de circunstancias tan favorables para los estudios históricos, la mayor parte de las
crónicas
españolas
escritas por los
nobles,
no llevan mucha
ventaja
a las crónicas vulgares. Sus autores persistieron en imitar
servilmente
el
estilo
de los libros históricos de la
Biblia,
pudiendo únicamente traslucirse su grande
ingenio
por la mejor
elección
de expresiones que distinguen a estas crónicas de la mayor parte de las obras compuestas por
frailes;
pero sería
inútil
buscar en ellas pinturas floridas ni encadenamiento de hechos que pudiera aclarar los unos por los otros:
todos
se hallan referidos según la serie regular de los tiempos, en periodos largos y uniformes, que casi siempre empiezan por la conjunción «e». No obstante, parece que algunas veces se propusieron
imitar
a los antiguos, si ha de juzgarse por los pequeños discursos que siempre que pueden ponen en boca de sus personajes, y cuya mayor parte son
copias
del estilo de la Biblia, y del que se usaba en los tribunales. Así escribían, por ejemplo, el ilustre Pérez de Guzmán,
célebre
entre los
poetas
de su
siglo,
y el gran
Canciller
de Castilla Pedro López de Ayala,
historiador
más
conocido
que Guzmán, por haber
compuesto
con
arreglo
a las crónicas antiguas una historia seguida de los Reyes de Castilla en todo el siglo
XIV.
1
Pero no puede menos de experimentarse una agradable
sorpresa
al hallar entre estas
frías
crónicas algunas obras
biográficas
verdaderamente interesantes y dignas de todo aprecio, como son la
Crónica de don Pedro Niño, Conde de Buelna,
uno de los más valientes
caballeros
del
reinado
de don Enrique III, compuesta a fines del siglo
XIV
por
Gutierre
Diez Ade Gámez,
Alférez
del mismo
Conde,
2
y la
Crónica de don Álvaro de Luna,
escrita a mediados del siglo
XV,
sin que a ninguna de ellas se haya dado hasta ahora el justo
valor
que merece.
Aunque
el autor de la primera, conformándose con el mal
gusto
de su
siglo,
empieza
con una
apóstrofe
a la Santísima Trinidad y a la Virgen, disertando después escolásticamente sobre las
virtudes
y vicios, se conoce que procuró con todas sus fuerzas
evitar
la aridez del estilo de las crónicas, y hacer que la historia de su héroe pudiese leerse como un libro de
agrado,
sin ser muy escrupuloso en la
exactitud
histórica, pues mezcló en su narración algunas
fábulas,
al mismo tiempo que pinta los hechos ciertos con una verdad que no se halla en ninguna crónica: algunas de sus descripciones son tan notables por la precisión y
propiedad
de las palabras, que parecerían salidas de una pluma moderna,
3
si la ingenua naturalidad de las ideas no nos trajese a la memoria el
siglo
en que se escribía (Qq).
La
crónica
o historia de
don
Álvaro de Luna es
anónima,
sabiéndose solamente que el autor (según dice
él
mismo) estuvo al
servicio
del Condestable, y escribió su obra poco tiempo después del suplicio de este hombre
extraordinario,
para elevar un
monumento
A su gloria, y a la
vergüenza
de sus enemigos.
4
Esta obra puede pasar por una apología escrita en la viveza del entusiasmo de su autor, que
olvidó
demasiado la tranquila imparcialidad
propia
de la historia; pero se halla sobradamente recompensado este defecto con el
interés
que
inspira
toda la obra, y que en vano se buscaría en las de
cronistas
más imparciales. Don Álvaro de Luna era a los ojos de su panegirista, lo que era en efecto, es decir, el hombre más grande de su tiempo en España, aunque no el más desinteresado; por consiguiente, según la intención del historiador, la enérgica relación de sus acciones debía llenar de vergüenza al poderoso partido de sus enemigos; y si el
exceso
de su celo le arrebata hasta hacerle caer con frecuencia en declamaciones
hinchadas,
ningún
escritor
español de su
tiempo
supo declamar con tanta elocuencia.
5
El
estilo
de la introducción, aunque
exaltado,
está lleno de
dignidad
y de
armonía,
6
y la apóstrofe a la
verdad
con que concluye, es la
verdadera
efusión de una alma profundamente movida.
7
La obra en general se
parece
mucho a las demás
crónicas;
pero se echa de ver al instante la
superioridad
del ingenio que la dictaba, aun en el estilo, que está manejado con una
precisión
y destreza desconocida hasta entonces
8
En una palabra, esta historia, a
pesar
de sus adornos
góticos
y
declamaciones
que la desfiguran, siempre será una obra
única
y rara entre todas las crónicas de su tiempo (Rr).
También debe citarse como obra muy
digna
de aprecio
Los Claros varones de Castilla
de Fernando de Pulgar,
cronista
del
tiempo
de los
Reyes
Católicos. Este hábil escritor quiso ser el
Plutarco
de
su nación, pero en las veinte y seis
vidas
que dejó escritas se encerró en
límites
tan estrechos, que se conoce no hizo todo lo que podía. Sin embargo, esta obra tiene el mérito
raro,
para su
siglo,
de estar escrita en estilo
puro
y elegante.
9
También parece haber sido el
primero
que cultivó en España el estilo epistolar (Ss) con
elegancia,
imitando
en muchas de sus cartas a
Cicerón
y a Plinio.
10
Finalmente, no será difícil al que tenga tiempo y proporción para examinar los códices y documentos españoles del siglo
XV,
hallar mayor número de pruebas del mérito real de los escritores prosaicos de aquel tiempo (Tt).
1. En el
día
son más comunes estas antiguas Crónicas que veinte años ha, pues desde entonces se ha
reimpreso
una gran parte de ellas, entre otras la voluminosa de Pérez de Guzmán, impresa en Valencia en 1779, en folio, con una
magnificencia
verdaderamente
patriótica.
La Crónica de Ayala,
en Madrid: el mismo año, &c. La literatura debe agradecer esta reproducción de las obras de los
padres
de la Historia de España a los incesantes trabajos y aplicación de los ilustres miembros de la Real
Academia
de la Historia de Madrid.
2. Se
imprimió
esta
vida
con el título de
Crónica de don Pero Niño, Conde de Buelna, por Gutierre Díez de Gámez, su Alférez.
La publicó don
Eugenio
Llaguno Amirola, &c. Madrid
1782,
en 4.º
3. Así pinta, por ejemplo, el carácter
nacional
de los franceses, de manera que el
contraste
que forma con su antiguo lenguaje es tanto más atractivo: “Los franceses son
noble
nación de gente: son sabios e muy entendidos, e discretos en todas las cosas que pertenecen a buena crianza en cortesía y gentileza. Son muy gentiles en sus traeres, y guarnidos ricamente. Tráense mucho a lo propio, son francos y dadivosos, aman hacer placer a todas las gentes, honran mucho a los extranjeros, saben loar y loan mucho los buenos hechos. No son maliciosos: dan pasada a los enojos, no caloñan a hombre de voz ni de fecho, salvo si los va allí mucho de sus honras. Son muy corteses y graciosos en su hablar: son muy alegres, toman placer de buena mente y búscanlo. Así ellos como ellas son muy enamorados, y se precian de ello.
4.
Pruébase
que esta historia se escribió hacia los
años
de
1453
a 1460 en el prólogo de la nueva
edición,
que tiene por título
Crónica de don Álvaro de Luna, &c. La publica con varios apéndices don José Miguel de Flores, Secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia. Madrid, 1784, en 4.º
5. Sirva el ejemplo del siguiente trozo, que, aunque más
propio
de una Filípica, es bastante elocuente para aquellos tiempos: “Oh
traycion!
Oh traycion! Oh traycion! Maldito sea el ser tuyo. Maldito sea el poder tuyo, e maldito el tu obrar que a tanto se extiende, e tantas fuerzas alcanza. Oh enemiga de toda bondad, e adversaria de toda virtud, e contraria de todos bienes! Por ti han seido destruidos regnos. Por ti han seido asoladas grandes e nobles, e populosas cibdades. E por ti son cometidas en Emperadores, e Reyes, e Príncipes e altos Señores, crueles, bravas e miserables muertes. Quién pudiera pensar, quién pudiera creer o cuál juicio pudiera abastar a considerar que un tanto Señor e de tan alto ser, un tan grand, e tan familiar amigo de virtudes, como era el
ínclito
Maestre de Santiago e insigne Condestable de la Gran Castilla, viniese al passo que agora aquí contaremos?”
6. “Entre los otros frutos abundosos que la España en
otro
tiempo
de sí solía dar, fallo yo que el más precioso de aquellos fue criar e nudrir en sí varones muy
virtuosos
e notables e dispuestos para enseñorear, sabios para regir, duros e fuertes para guerrear. De los cuales unos fueron subidos a la cumbre
imperial,
otros a la relumbrante cátedra del
saber,
e muchos otros merescieron por victoria corona del
triunfo
resplandeciente.”
7. “E tentando entrar la presenta obra donde pues tú, Verdad, eres una de las principales virtudes, que en aqueste nuestro muy buen Maestre siempre fecistes morada, a ti sola llamo e invoco, que adiestres la mi mano, alumbres el mi ingenio, abundes la mi memoria, porque yo pueda confirmar e sellar la comenzada obra con el tu precioso nombre”.
8. De este modo refiere como don Álvaro de Luna supo granjearse el favor del Rey y de la corte: “Ca si el Rey salía a danzar, non quería que otro caballero ninguno nin grande, nin rico-ome, danzase con él salvo D. Álvaro de Luna; nin quería con otro cantar, nin facer cosa salvo con D. Álvaro, nin se apartaba con otro a haber sus consejos e fablas secretas tanto como con él. De la otra parte que todas las dueñas e doncellas le favorescían mucho. D. Álvaro era más
mirado
e preciado entre todos aquellos que en las fiestas se ayuntaron. E después, quando el rey se retraía a su cámara a burlar o aver placer, D. Álvaro burlaba tan cortés e graciosamente, que el Rey e todos los otros que con él eran habían muy gran placer. E si fablaban en fechos de caballería, aunque D. Álvaro era
mozo,
él fablaba en ellos así bien e atentamente que todos se maravillaban. E aquel fue desde
niño
su mayor
estudio:
entender en los fechos de armas e de caballería, e darse a ellos, e saber en ellos más facer que decir.
9. La
Universidad
de
Gotinga
posee un ejemplar de las más antiguas y raras
ediciones,
en caracteres góticos; pero le
falta
la portada y empieza por el índice:
comienza la tabla de los claros varones, ordenada por Fernando del Pulgar, &c.
A las
biografías
siguen las cartas, y unas y otras debe consultar el que intente escribir la historia de España.
10. Pondremos aquí el principio de una carta
jocosa
que Pulgar dirige a su médico para que le cure de un gran dolor de hijada que padecía, porque las consolaciones que da Cicerón en su
libro
De senectute
no le han producido
ningún
efecto: “Señor Doctor Francisco Núñez, físico: Yo, Fernando de Pulgar,
escribano,
paresco ante vos e digo, que padesciendo gran dolor de la hijada, y otros males que asoman con la
vejez
quise leer a
Tulio
De senectute,
para aver del para ellos algún remedio, e no le dé Dios más
salud
al ánima de la que yo fallé en él para mi hijada. Verdad es que da muchas consolaciones e cuenta muchos loores de la vejez, pero no provee de remedio para sus males. Quisiera yo fallar un remedio tan solo más por cierto, señor Físico, que todas sus consolaciones, porque el conorte, quando no quita dolor, no pone
consolación;
e así quedé con mi dolor e sin su consolación. Quise ver eso mismo el segundo libro que fizo de las qüestiones tusculanas, donde quiere probar que el sabio no
debe
aver dolor, e si lo oviere lo puede desechar con virtud. E yo, Señor Doctor, como no soy
sabio,
sentí el dolor, e como no soy virtuoso, no le puedo desechar, ni le desecharía el mismo Tulio, por virtuoso que fuera, si sintiera el mal que yo siento: así que para las
enfermedades
que vienen con la vejez hallo que es mejor ir al Físico remediador que al Filósofo
consolador.
Por los
Cipiones,
por los Metelos e Fabios e por los Trasos e por otros algunos Romanos, que vivieron e murieron en honra,
quiere
probar Tulio que la vejez es buena, e por algunos que ovieron mala postrimería, probaré yo que es mala, y daré yo mayor número de testigos para prueba de mi intención, que el señor Tulio pudo dar para en prueba de la suya, &c.”
GRUPO PASO (HUM-241)
FFI2014-54367-C2-1-R
FFI2014-54367-C2-2-R
2018M Luisa Díez, Paloma Centenera