LOPE DE VEGA CARPIO. A Francisco de Figueroa
Después que el dulce canto
bañó los aires en sonoro acento,
de mirra enciende el llanto
árabe Fénix al postrero aliento,
y cuando muerta yace [5]
anima las cenizas y renace.
Porque el tiempo se loa
que no hay cosa mortal que no consuma,
el
fénix
Figueroa
enciende su ceniza con su
pluma [10]
y, a sí
mismo
segundo,
nace otra vez en breve patria al mundo.
Que habiendo, ¡ay, duro intento!,
igual
en todo al dulce
Mantuano,
al voraz elemento [15]
dado sus
versos
de su honor tirano,
hoy son entre la llama
penates de los brazos de la
fama.
Cuando Italia se alabe
que a su Francisco vio triunfando en Roma, [20]
aunque es tan digno, sabe
que de su misma patria el
lauro
toma,
pero que al
suyo
España
podrá decir que le dio la estraña.
A ti, del siglo solo [25]
única luz, que con
espada
y
pluma
fuiste Marte y Apolo,
el tiempo rinda innumerable suma
de aplausos y
laureles,
con que a sus alas inmortales vueles. [30]
Y, pues que no alcanzaste
de aquella edad los bárbaros escritos
y docto nos dejaste
de tu
dulzura
ejemplos infinitos,
enseñen como infusas [35]
estos monstros bastardos de las Musas.
Tu
dulce,
tu sonoro,
casto, limpio, suave, finalmente,
con mil
laureles
de oro,
divino en el aplauso de la gente, [40]
sirve de
arte,
que en mengua
de España han hecho bárbara su lengua.
Que en tanto que tu Henares
llevare al Tajo sus cristales puros
consagrarán
altares [45]
a tu memoria de Alcalá los muros,
y como vivo Perseo
serás de Atlante escudo meduseo.