Información sobre el texto

Título del texto editado:
Al muy magnífico señor Fernando de Herrera, el licenciado Prete Jacopín. S.
Autor del texto editado:
Fernández de Velasco, Juan
Título de la obra:
La controversia sobre las Anotaciones herrerianas
Autor de la obra:
Montero Delgado, Juan
Edición:
Sevilla: Ayuntamiento de Sevilla, 1987


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Al muy magnífico señor Fernando de Herrera, el licenciado Prete Jacopín. S.


Una de las cosas, o la más principal, que los antiguos filósofos pretendieron en pintar ciego al Amor, fue darnos a entender que el que ama no se puede decir que ve, sino que es ciego; pues muchas veces el afición es causa de que no solo deje de ver los defetos de la persona amada, mas que los juzgue por perfeciones. De donde se deja entender el daño que nos hace el amor proprio, que, como dice Platón, es causa de que cualquiera juzgue su inorancia por sabiduría, haciendo que aunque todo lo inore crea que todo lo sabe. La cual confianza hace que cuando alguno nos reprehende nuestras faltas nos escueza y amargue, y en lugar de darle gracias, le cobremos odio. Bien entendió esto Sófocles, que en la primera de sus Tragedias debajo de la persona de Ulises pregunta a Agamenón:

At licebit amico vera dicere, nec
minus mihi, quam antea amicitiam
tuam retinere tamen et colere.


¿Por ventura será lícito a un amigo decirte verdad, quedando en tu gracia y amistad como antes? Esto mismo podría yo ahora preguntar a V. M., si la satisfación que tengo de su persona no me hiciese creer que no ha de recebir desgusto de oír verdades dichas por un amigo. Y no se espante de que le llame amigo no conociéndole de vista, pues sabe que entre los que no se han visto puede haber amistad, como la hubo entre Escipión y Masinisa, y otros muchos de quien habrá leído. Como a estos me ha acaecido a mí, que no conociendo a V. M., como quien casi siempre ha estado en esta ciudad de Burgos, su fama, letras, ingenio, me han hecho muy aficionado a sus cosas. Pues para mostrar esto quiero usar del mejor medio y más de amigo, que es decir a V. M. algunas verdades libremente, siguiendo el parecer de Plutarco, que tratando de la amistad y adulación dijo: "Libere loqui proprium amicitiae est," hablar libremente es propio de la amistad. Bien entiendo que pudiera haber escusado todo lo que he dicho si a solo V. M. mirara, pero heme alargado en ello porque este tratadillo podría llegar a manos de otros, que no conociendo mi ánimo, unos le llamasen Apología, otros Sátira, otros Invectiva, otros Jaculatoria, nombres bien diferentes del deseo que tengo de servir a V. M., a quien suplico vea esas observaciones sobre las Anotaciones de Garcilaso, recebiendo mi buena voluntad y perdonándome si en algo anduviere demasiado.

Observación primera


Para dar principio a mi intento, sabrá V. M., o sabréis, Señor Herrera, porque nos tratemos como amigos, que "apparuit finibus nostris" un libro vuestro tan alto, grave, terso, severo, hinchado, docto, rotundo, famoso, grandíloco, sonante, generoso, dulce, heroico, puro, templado, sinificante, armonioso, proprio, fundado, divino, de buen asiento y dino de ser muy usado, cuanto se verá más adelante. Y lo primero que después de leído me parece es que por cierto se puede muy bien imprimir, pues en él no hay cosa contra nuestra santa fe católica. Mas, bien mirado, pudiérades escusarlo, porque de dos fines que el escritor puede tener no habéis conseguido ninguno. El primero es aprovechar con su dotrina, y aquí no la hay; el segundo, ganar crédito, y éste no ha sido hasta ahora muy grande. Antes dicen los que le han visto que os hubistes en él como quien pelea de tejado, que arroja al enemigo el pedazo de la teja, el zapato viejo, la olla quebrada, el cuchillo mohoso, la bragueta mugrienta, la picaza o gato muerto. Así dicen que lo hecistes vos, Señor Herrera, que sin eligir lo que algo vale, que es poco o casi nada, no habéis hallado inmundicia en vuestro ingenio que no saquéis a luz, ni coplero andaluz que no metáis en danza; hasta Juan de la Encina, que entre los niños suelen andar por refrán sus disparates baja poesía. Mas ya que os valistes de gente de esta manera, fuera razón que no metiérades con ella a don Diego de Mendoza, a Francisco de Figueroa, a Pacheco, a Francisco de Medina, a Cetina y a otros hombres dotos, por no juntar los grifos con los caballos, los gamos con los perros, como dijo el divino poeta. Y más que os pudiérades acordar que después de haber dado Horacio en su Arte poética mil largas licencias, las moderó diciendo:

Sed non vt placidis coeant immitia non vt
serpentes avibus geminentur, tigribus agni.


Que fue como si dijera: es verdad que los poetas pueden usar de esas licencias, mas ha de ser de manera que no junten y casen lo bravo con lo manso, las sierpes con las aves, los tigres con los corderos. Mas quizá en el arte poética que prometéis, pensáis dar otras nuevas reglas, condenando las de Horacio.

Observación 2.


Lo segundo que se me ofrece es que no acertastes en el título de vuestro libro, el cual es Anotaciones sobre Garcilaso, siendo un comento más largo que todos los que escribieron Mancinelo, Probo, Servio y Donato; más prolijo que los escritos de Orestes; más pesado e importuno que su dueño. Un poco más acertárades en llamarle comento, que quiere decir ficción o mentira, pues hay en él más que figuras y más que fueron los amores de Anacreón. Y si estos títulos no os contentaban, llamáradesle Necedades del divino Fernando de Herrera sobre Garcilaso. Este era su ligítimo y debido título, éste era su natural y propio nombre. Mas a tiempo estáis de poderlo enmendar en la segunda impresión, con otras cosas que adelante diré.

Observación 3.


Otro yerro hecistes, Señor Herrera, y a mi juicio no pequeño, que fue dirigir vuestras obras al Marqués de Ayamonte, que buen siglo haya. Debiérades de considerar que es recebido en buena filosofía que, para que una cosa descubra lo bueno o malo que tiene, es el mejor medio ponerla cerca de su opuesto, y así lo blanco luce más junto a lo negro, lo claro junto a lo escuro. ¿Pues de qué os ha servido enderezar vuestros escritos a un Caballero de tantas y tan buenas partes, sino de que junto a su grandeza y entendimiento se descubra más vuestra bajeza e inorancia? Más razonable fuera dirigirlos a Juan de la Encina, a Juan de Timoneda y su Patrañuelo; o a Lomas de Cantoral, a Padilla y sus Tesoros; o a algunos de esos Bavios y Mevios que tanto lugar hallaron en vuestro libro; o, si no, a la ánima de don Luis Zapata, o a la de vuestro amigo Burguillos. Y si os parecía inconveniente ser éstos muertos, también lo era el Marqués de Ayamonte, y cuando no lo fuera, tengo por cierto que le matara vuestro libro. Mas todo esto pase y lleguemos a contar, si cuenta tienen, algunos de los disparates, errores, patrañas y arrogancias que nos habéis dado firmados de vuestro nombre. Y lo primero (porque esto es lo que más me ha indinado) quiero reprehender el descomedimiento y sacrilegio que habéis cometido condenando por vuestro antojo muchos lugares del famoso poeta Garcilaso, honra de nuestra nación. Y libraré de vuestras calumnias a vueltas de esto otros autores, lo cual no será dura provincia, pues él y ellos son tales, que solos los Zoilos como vos les pondrán tacha. Y tendré cuenta donde fuere menester de poner al pie de la letra vuestras palabras, porque no os quede otro remedio sino culpar la impresión, cierta acogida de miserables.

Observación 4.


Lo primero que en defensa de Garcilaso se me acuerda es que sobre el noveno de sus sonetos condenáis esta dicción tamaño, diciendo que ni su formación "es buena, ni el sonido agradable, ni el sinificado tan eficaz, que no se hallen voces que representen su sentido." Hasta aquí son palabras vuestras. Esto, Señor Herrera, es disparate, porque lo primero el vocablo es muy usado; la formación, que vos llamáis, muy buena, porque en él no hay letra áspera ni pronunciación desabrida; la derivación es latina, de este adverbio, tam, y este nombre, magnus. Si a vos os suena mal, a Garcilaso y a mí y a otros ciento suena bien; si no os agrada, a otros da gusto. Y su sinificado es propísimo, y siéndolo no hay para qué buscar otras voces y dejar ésta cuando viniere a cuento, si ya no queréis hacer vuestro oído y gusto regla de los demás.

Observación 5.


En este mismo lugar, con vuestra elocuencia de yerro, os quejáis de que muchos condenan estas voces, ayuda y lindo, y estos deben ser algunos elocuentes sevillanos, porque de puertos acá no ha llegado esa censura. A muchos discretos he oído decir lindo, y en los libros de Fray Luis de Granada, que es el Cicerón castellano, he topado hartas veces ayuda; y así me parece que quien condena este vocablo, ayuda, merece la palmatoria, y vos una ayuda, o si os parece mejor vocablo, una melecina de agua fría.

Observación 6.


En las anotaciones del soneto 22 también quisistes morder a Garcilaso, porque lo acabó con un verso italiano, diciendo que "es vicio muy culpable entremeter versos de otra lengua. " Y no lo niego, si esto se hiciese muchas veces, mas alguna no sé yo por qué se ha de condenar, pues vos confesáis que lo hizo Petrarca en una de sus canciones, y Ausonio y Marcial a cada paso, condenándolo en Garcilaso y en el Ariosto, y aprobándolo en esos otros. ¡Oh, qué mal se encubre la pasión! Veamos, Señor Aristarco, ¿qué más licencia tiene el latino para usar el verso griego, que el castellano o italiano para usar el latino? Antes menos, si bien lo miráis. Porque la lengua griega es muy diferente y peregrina de la latina, y así hará más novedad el verso griego entre los latinos que el latino entre los castellanos o italianos, por ser lenguas más semejantes: la italiana como corrompida de la latina, la castellana como enriquecida y acrecentada por ella. Y así Garcilaso adornó su soneto con aquel verso italiano, el cual pudo ser que le pidiese alguna mujer que glosase, como lo suelen hacer. Y el Solvite me del Ariosto es como todo lo que él dijo, que no se puede más encarecer. En este mesmo lugar reprehendéis aquel verso del Ariosto, "Al re fece giurar sul'agnusdei," pareciéndoos que fue mal hecho poner agnusdéi, siendo vocablo latino; y aunque con lo que arriba he dicho quedaba desculpado, os hago saber que agnusdéi es ya dicción vulgar al italiano y español, como Corpus Christi, lignum crucis y otras muchas, que siendo latinas se han venido a hacer vulgares con el uso de ellas. Lo cual sucedió a los latinos, que tienen ya por suyas muchas dicciones griegas; de donde dijo Cicerón en el 3 "De finibus: Quamquam ea verba quibus ex instituto veterum utimur pro latinis, ut ipsa Philosophia, Dialectica, Rhetorica, Grammatica, Geometria, Musica, latine dici poterant, tamen quia usu percepta sunt, nostra ducamus." De esta manera ha sido agnusdéi, que aunque son dos y latinos, viene a ser ya común. Y si a mí no me creéis, mostrad aquella santa reliquia a una vieja, a un pastor, a un villano, a un niño, que nunca tuvieron noticia de más lenguaje que el suyo, y preguntadles cómo se llama; yo os aseguro que todos respondan agnusdéi. De donde se deja ver que Gerónimo Rucelli, a quien reprehendéis, no por faltarle qué hablar, como decís y soléis hacer, sino muy justamente alabó este verso del Ariosto. Y porque veáis que hay dicciones latinas que muy comúnmente se usan en castellano, os pongo ahí esos dos tercetos de don Diego de Mendoza, el primero de la Carta que escribió a don Simón de Silveira, y el segundo de otra obra que llamó La zanahoria:

A veces muestra el monte cuanto quiere
y otras veces encierra cuanto cabe,
dende ab initio arde y nunca muere.


El mismo en otra parte:

Si alabaran, Señor, la zanahoria,
fuera el arte y la voz bien empleada,
y durara in aeternum su memoria.

Observación 7.


No os contentastes de condenar a Garcilaso y al Ariosto, pues un poco más adelante decís estas palabras: "En nuestra lengua, porque no pudiesen los italianos alabarse de ayer incurrido ellos solos en este error, se han inclinado muchos a entrelazar versos italianos y españoles. Y paréceme que se puede decir por los que hacen esto lo que se dijo por los que escrebían junto verso y prosa, que eran dos veces sin juicio. " Hasta aquí es vuestra censura, y por cierto muy vuestra. ¡Oh famoso hombre, oh aguda anotación! Venid acá por vida mía, Señor Herrera, ¿qué tiene que ver escribir verso y prosa, cosas del todo contrarias, con escribir alternativamente versos italianos y latinos, como lo hizo Ausonio en griego y latín en el 39 de sus epigramas? Lo cual fue loado y es aprobado por vos, siendo menos permitido, como atrás he probado. Mas qué poca astrología será menester para adevinar quién es el que condenáis de este vicio, pues sin duda ninguna os debió mover a ello la invidia de algunos versos castellanos e italianos que ha hecho Francisco de Figueroa, aprobando tan bien en la una lengua como en la otra; entre los cuales andan unas otavas que comienzan: Bien puede la fortuna de mi vida, dinas de su ingenio, y no lo fueran cierto si vos las aprobárades. El cual, si quisiese hacer caso de que le llamastes dos veces loco, podría llamaros necio, "Ben mille et mille et mille et mille volte," como dijo vuestro amigo el Ariosto.

Observación 8.


Cuando veo la libertad con que reprehendéis a Garcilaso y a otros autores, creo sin duda que es por ser mona de aquellos libros, Crítico e Hypercrítico, del dotísimo y agudo Julio Escalíger, que tan justamente merece estos nombres; mas a otra feria vais que más fama cobréis. ¿Sabéis, Señor Herrera, qué me parece que os ha acaecido? Lo que suelen decir los niños que acaeció al diablo, el cual queriendo hacer hombres hizo monas, y queriendo hacer aves hizo murciégalos. Así vos queriendo hacer una obra perfeta, como son aquellos libros, hecistes uno más ridículo que cuantas monas hay; y por hacer uno alto y levantado como el otro, hecistes un cartapacio más bajo, oscuro y mal formado que el más feo murciégalo. Perdonadme, suplícooslo, que no lo digo por daros desgusto. Mas dejadas burlas aparte, ¿no tenéis vergüenza de condenar aquel verso,

Por no hacer mudanza en su costumbre,

con que Garcilaso acabó el 23 de sus sonetos, diciendo: "Este es lánguido y casi muerto verso, y muy plebeyo modo de hablar? " ¡Oh, cuánto puede la invidia! ¿Hay en Garcilaso mejor verso que éste? A mi juicio no, porque su blandura es grande, el sonido estremado, las dicciones de que está compuesto cortesanas. Harto más lánguido es vuestro sentido, más muerto vuestro entendimiento y vuestras obras más plebeyas. Decís un poco más adelante que acabó este soneto flojamente, llamando flojedad y desmayo a la dulzura y llaneza que él con cuidado debió procurar, como lo hizo el Lírico en aquel diálogo entre él y Lidia, que acabó diciendo:

Tecum vivere amem, tecum obeam libens;

y en otras mil partes, donde quiso acabar con una dulzura y llaneza de palabras admirable. Lo cual hicieron muchos poetas por cosa muy ecelente, y entre ellos Garcilaso en este soneto.

Observación 9.


En el soneto 29 también dijistes unas palabras dudosas, y como he conocido vuestro ánimo, ¡oh, espíritu de contradición!, no pienso que pecaré en echarlas a mala parte. Decís que el segundo verso de este soneto metió Garcilaso en la segunda de sus églogas, como lo hizo Virgilio en muchas partes de la Eneyda, Geórgica y Ciris. Y hasta aquí no habíades andado mal, si luego no añadiérades estas palabras: "Pero lo que más me admira es que diciendo Virgilio en la muerte de Camila, vitaque cum gemitu fugit indignata sub umbras, acabó su divina Eneida en la muerte de Turno con el mismo verso;" y un poco más adelante decís que lo pudiera excusar. De las palabras que dijistes conozco que condenastes esto en Garcilaso y en Virgilio, pues diciendo: "lo que más me admira," dais a entender que lo pasado de la Eneyda, Geórgica y Ciris, y lo de este soneto de Garcilaso os avía admirado, aunque no tanto. Cierto, Señor Herrera, no merecíades respuesta. ¿No sabéis o habéis oído decir que fue ésta una de las grandezas del divino poeta? El cual hizo algunos versos tan estremados y perfetos, que pareciéndole que avía hecho en ellos lo posible, ofreciéndosele después explicar el mesmo conceto, quiso más volver a poner el mismo verso, que bajar de lo que antes avía dicho. Esto hizo también Garcilaso en este soneto y la segunda égloga. Mas porque ha llegado vuestra temeridad a osar poner lengua en los tesoros incomparables de Virgilio, responda por él Julio Escalíger, el cual en el libro Contra Cardano, si no me acuerdo mal, dijo así: "Dos águilas solas ha habido en el mundo, una en la milicia, otra en las letras, la primera de poder, la [segunda] de sabiduría, que fueron César y Aristóteles, y un poeta único que merece nombre de Sireno Fénix, el cual es Virgilio. Y a estos, como Píndaro dice de Baquílides, graznan, murmuran, pican y gritan los necios […], cuervos, buitres, lechuzas y murciégalos." Hasta aquí son palabras de Escalíger: si os parecen pesadas quejaos de él y no de mí.

Observación 10.


Yo os prometo, Señor Herrera, que cuando veo el cuidado que traéis de morder a Garcilaso, unas veces me movéis a cólera, otras a risa; y que he notado que de la manera que otros comentadores procuran, si acaso hallan algún descuido en el libro sobre que escriben, disculparle, taparle y defenderle lo mejor que pueden, vos por ser en todo diferente no solamente no hacéis esto, mas antes calumniáis y tacháis lo mejor de este poeta. Y así porque sus canciones no saliesen libres de vuestras manos, en la cuarta de ellas, cuya dulzura, concetos, estilo y compostura es admirable, decís que aquel verso,

Y moriré a lo menos confesado,

" humilló mucho la grandeza de esta estanza. " Yo no sé por qué, ni vos lo apuntastes, siendo obligado el que reprehende a dar su razón; mas sé que lo tachastes por hacer lo que soléis, que es decir mal de lo bueno. Y no os contentastes con culpar este verso, sino que tacháis el postrero de la misma canción, a lo cual digo lo mismo que lo pasado.

Observación 11.


En la quinta canción, que es la oda Ad florem Gnidi, donde Garcilaso dijo alimañas, notáis que es dicción antigua y rústica, y no conveniente para escritor culto y elegante. Confieso que en estos tiempos no sería tal como otras, mas cuando Garcilaso escribió era usada, y nuestro vulgar no estaba tan limado y copioso como ahora; de donde me admira que escribiese tan pura y pulidamente como si alcanzara esta era. Mas vos, Señor Cicerón, que tan culto y elegante sois y que tanto miráis en la propriedad de las dicciones, ¿tan buen término os pareció llamar a Propercio en aquellas vuestras censuras toroso, por hinchado y grave, o por lo que a vos se os antojó? ¿Tan buen vocablo os parece ejercer, que lo usastes dos veces una tras otra, siendo más proprio de escribanos que de oradores? ¿Tan bueno es idiotismo ? ¿Tan bueno tonto, para ponerlo en aquella tradución o destrución de un verso de Ovidio tan fría y duramente? ¿Tan bueno y honesto ombligo, que gustastes de ponerlo dos veces donde no era necessario? Quizá diréis que este postrer vocablo es proprio de aquella parte, y que no habiendo otro que lo sea tanto, no hay para qué huir de él. Cierto, Señor Herrera, que fue dicha que no se os ofreciese decir culo, porque de la misma manera creo que lo usárades. Mejor fuera en buena fe que mirárades en esto, y no en tachar este nombre, ruyseñor, diciendo que se ha de escribir ruseñol , porque es más semejante al latín e italiano. ¡Oh, qué buena razón en buena fe! De esa manera digamos túrtura y no tórtola, mensa y no mesa, homo y no hombre, asino y no asno: no lo toméis por pulla, que cierto no lo dije a mala fin.

Observación 12.


Otra cosa se me había pasado entre renglones y, aunque era más arriba su lugar, no dejaré de ponerla ahora. Sobre el noveno soneto os quejáis de los que desusan las dicciones antiguas y de los que usan las extranjeras, diciendo así: "¿Por ventura es mejor el uso de las extranjeras?" ¡Oh, qué poca memoria tenéis, Señor Herrera! Pues no una vez, sino muchas, caístes en la culpa que vos mismo condenáis, si ya no tenéis por natural en nuestra lengua liquece, sage, ayme, languideza, laxitud, lujuriantes, elocución, que lo dijistes mil veces, laxamiento, venustidad y el carácter del decir, cosa nueva para mí. Pues quien de estos términos ha usado, ¿qué merecía, Señor Herrera?

Observación 13.


En la segunda canción, que yo no sabré loar como merece, anduvistes a buscar de qué asir, y ya que se os pasaba, por no perder la buena costumbre mordístesla de la cola, condenando aquellos versos agudos con que acabó por de ningún efeto, antes puestos acaso; y disculpáis a Garcilaso diciendo que no halló en su tiempo tanto conocimiento de artificio poético. Yo os digo, Señor Herrera, que sois extremado censor, y que no es menester para conocer lo mejor que escribió este poeta, más que buscar lo que vos le tacháis. Los versos agudos no los tengo por buenos para usarlos muchas veces, mas alguna, como en esta canción de Garcilaso, antes tienen sal y gracia particular; y así pudiérades excusar el reprehenderlos, y el decir una cosa tan ridícula como es con la que disculpáis a Garcilaso. El cual tenía los poetas griegos y latinos que ahora tenemos, y de los italianos al Ariosto, Petrarca, Dante y otros ciento, y mejor eleción para aprovecharse de ellos que vos para reprehender sus lugares. De donde se ve el disparate de decir que no tuvo conocimiento de la poesía; y así creo cierto que no ha habido entre los castellanos e italianos quien con tanto donaire y felicidad imite a los poetas: si no sois vos, que estáis tan confiado de vuestro ingenio y facilidad, que al principio de vuestro libro, tratando del yerro que hacen los que por aprovecharse de los italianos dejan los latinos y griegos, con más arrogancia que fuera razón decís así: "Y juntando en una mezcla (bastara mesclando para un hombre tan elocuente) a estos con los italianos hiciera mi lengua copiosa y rica de aquellos admirables despojos, y osara pensar que con diligencia y cuidado pudiera arribar a donde nunca llegarán los que no llevan este paso." ¡Oh, Señor Herrera, cómo se ve que sois invidioso! Pues esa soberbia no nace de otra cosa; de donde dijo muy bien San Agustín: "Invidia est mater superbiae." Y no me espanto que andéis acusando y cavilando a tantos, cuando se me acuerda que San Juan Crisóstomo dice: "Arrogans omnium est accusator." Enmendaos enhoramala, y acordaos que dice el filósofo en el cuarto de las Ethicas, que el jatancioso es más dino de ser vituperado que el mentiroso; mas lo peor es que debéis vivir tan confiado de vos, que nada de lo que habéis dicho os parecerá jatancia. Mas ya que tanto os contenta vuestra poesía, ¿paréceos muy bien aquel pedazo de una oda de Horacio que traducís de esta manera:

Ni sus padres al tierno Troylo siempre,
o lo lloraron sus ermanas Frigias?


¿Es muy bueno aquel verso primero? ¿Suénaos muy bien aquella juntura de vocablos y vocales que hay en las tres postreras dicciones suyas? ¿Es muy bueno el segundo, que tengo para mí que no le hiciera más grosero un rústico? ¿Paréceos muy bien aquel postrer verso de una traducción de Safo en que dijistes:

Y duermo sola yo, ayme mezquina?


¿Aquel me, me, una vez tras otra es de poeta tan elegante como vos? Sin duda ninguna aquel ayme mezquina parece sacado de las razones que la mujer del Rey don Rodrigo decía a Eleastras, después de la muerte de su marido. Y vos que dijistes que no pretendíades más que la fidelidad de las traducciones, ¿no pudiérades traducir más fielmente aquella oda de Horacio O crudelis adhuc etc. ? ¿No pudiérades dejar también aquel malsonante verso,

Oiría en el puro elisio prado,


teniendo vergüenza de ponerle junto a otros del Petrarca? Y no fue esta vez sola la que caístes en este yerro, sino otras ciento que sin respeto ni consideración ponéis vuestros versos con los del Petrarca, Ariosto, don Diego de Mendoza y otros grandes poetas, queriendo correr parejas con ellos. Pues a este propósito se me ofrece un cuentezuelo harto donoso, que me habéis de hacer merced de tener en la memoria. Había un caballero catalán gran cazador de halcones, el cual entrando un día a un corredor donde tenía una vara de girifaltes, vio en la misma vara sentada junto a ellos una mona que llamaban mosén Coquín, y con gran risa volvió a un criado suyo, y díjole: "¡Cuídase mosén Coquín que sea falcón!" Pues de esta manera me parece, Señor Herrera, que cuando vos os ponéis a par de los grandes poetas que he dicho, cuidáis que sois falcón. Mas suplícoos, por lo mucho que os quiero, que os miréis bien a este espejo, y veréis que sois mosén Coquín.

Observación 14.


En las anotaciones de aquella primera elegía apuntastes una cosa tan sustancial como las pasadas, por no dejar alguna obra de las de Garcilaso sin tacha. Sobre aquel nono terceto (en que con artificio pinta la tristeza del Duque de Alba, al cual aun durmiendo no dejaba la imagen del hermano muerto) decís: "¿Cómo le cuenta esto? ¿Quién se lo dijo? Porque esta consideración es de oficio del Poeta cuando habla, pero no de este lugar. " Muy satisfecho debéis estar, Señor Herrera, de este apuntamiento, mas yo quiero responder por Garcilaso. Cuéntale aquello porque es cosa muy cierta y sabida que los que tienen velando alguna grave pena, suele representárseles soñando; de donde dijo el dotor Angélico sobre aquellas palabras, "Terrebis me per somnia et per visiones, del sétimo cap. de Iob: Solent enim nocturna phantasmata conformia esse diurnis cogitationibus, verum guia Iob in die merores cogitabat similibus phantasmatibus perturbabatur in nocte." Esto mesmo debió de acaecer al Duque de Alba mil veces, pues de la pena que mostró se puede creer fácilmente. Y así Garcilaso no tuvo necesidad para decir esta imaginación suya que nadie se lo hubiese dicho, pues es cosa tan ordinaria que a ninguno que se haya visto muy afligido, o a pocos, ha dejado de suceder así. Y porque veáis que no es solo este poeta el que ha hecho esto, mirad aquella ecelente oda 7 del libro 3 de Horacio, en que consolando a Asterie de la ausencia de su marido, como si estuviera presente viendo lo que el otro hacía, le dice que su marido siente tanto la ausencia, que toda la noche pasa llorando; y de esta manera le va contando otras imaginaciones suyas como si todo lo hubiera visto. Y así Hermano Fígulo sobre esta oda, declarando aquellas palabras en que Horacio por mostralle la fidelidad de su esposo le cuenta que no hacía caso de los recados con que una huéspeda suya le solicitaba, dijo muy bien notando esto: "Fingit eum multis precibus a nuntio hospitae suae sollicitari ad amorem;" y en aquel verbo, fingit, nos quiso dar a entender que todas aquellas eran imaginaciones de Horacio, las cuales, como podréis ver, cuenta de la manera que Garcilaso las suyas al Duque de Alba. En esta misma elegía condenáis aquel verso,

Y de otros la hacienda despendida,


diciendo: "Aquí cayó mucho el espíritu y el verso. "

No decís por qué, como lo soléis hacer otras veces, ni yo lo sé, porque el conceto es bueno y bien explicado.

Observación 15.


No acabaste en esto, pues sobre aquel terceto,

Hanos mostrado en ti que claros ojos
y juventud y gracia y hermosura
son también, cuando quiere, sus despojos,


en que Garcilaso alaba la hermosura y gentileza de don Bernardino de Toledo, dijistes: "Más propio es esto que dice Garcilaso para alabar una dama que a un Caballero; porque claros ojos, juventud, gracia y hermosura es lo que se pide y desea en la mujer, pero la grandeza del ánimo, el valor, el entendimiento " y otras virtudes que allí contáis "son del varón esclarecido." Hasta aquí son vuestras razones. Y confieso, Señor Herrera, que la hermosura corporal es más necesaria en la mujer que en el hombre, y más esas otras virtudes en el hombre que en la mujer. Y también confieso que por reprehender este lugar dijistes dos disparates en esta vuestra censura. Pruébolo así. Lo primero, aunque sea filosofando un poco, no sé cómo decís que la hermosura y gracia corporal es lo que más se desea en la mujer. ¿No sabéis que hay tres hermosuras, de alma, de voces y de cuerpo? Pues de estas claro está que será más noble y estimada la que en más noble parte se sujeta, que será la del alma, la cual es la perfeción que de muchas virtudes morales le resulta. Esta hermosura nunca se acaba, por ser eterna la parte donde está; la corporal, como cosa que consta de colores y de lineamientos y tiene su asiento en el cuerpo, es tan frágil y caduca que un sereno la turba, una madrugada la maltrata, una enfermedad la gasta, la edad la derriba y acaba. Demás de esto son muy pocas las mujeres a quien esta hermosura exterior no haga daño y ensoberbezca. De donde dijo Menandro:

Superba res est pulchra mulier.


Y Ovidio en el primero de los Fastos:

Fastus inest pulchris, sequiturque superbia formam.


Y no solamente los gentiles, mas san Juan Crisóstomo, en la Homelía sobre la Epístola de san Pablo Ad Ephesios, dijo: "Externa corporis pulchritudo plena est multae superbiae et arrogantiae." Fácilmente pudiera probar la razón que todos tienen, por mil desventuras y calamidades en que las mujeres han caído y hecho caer por su hermosura, que por ser muy comunes quiero dejarlas. Lo cual jamás ha sucedido por sus virtudes y grandeza de ánimo; y así los escritores antiguos, celebrando muchas mujeres que alcanzaron ambas hermosuras, no hacen caso de la corporal, como de cosa perecedera y dada solamente de naturaleza, sino de la del alma, que es, eterna y no solamente dada de naturaleza, sino adquirida y acrecentada con diligencia y trabajo. Por lo cual fueron loadas aquellas famosas Lacenas, las Amazonas, las dos Sabinas, Judit, Semíramis, Zenobia, Artemisa, Tomiris, que no por la hermosura exterior, sino por el valor y grandeza de ánimo dejaron mejor nombre que las que lo tuvieron por sólo hermosas. De donde queda claro cuánto errastes en decir que esta hermosura exterior es la que más se ha de desear en las mujeres. El otro error que hecistes fue condenar a Garcilaso porque alabó la hermosura y gentileza de don Bernardino, pareciéndoos, como lo decís, que no es cosa de que un hombre debe alabarse. Por vida vuestra, vos que todo lo sabéis, ¿no habéis oído decir que el hombre entero y perfeto no es sola el alma ni solo el cuerpo, sino el cuerpo y alma juntamente, como consta de su difinición? ¿Y no habéis oído que la hermosura, así de cuerpo como de alma, naturalmente se apetecen y desean, y deseándose son buenas, y que siéndolo son dinas de alabarse y necesarias para que el hombre sea perfeto? Según esto, si algunas de estas partes no es hermosa, no se podrá llamar todo el hombre hermoso, ni será todo perfeto. De donde muy justamente Eurípides alabó de hermoso a Príamo en aquel verso,

Priami species digna imperio,


que Porfirio trae en la introdución de la Lógica. Y Virgilio, que no escribió nada acaso, ¿no dijo en el 5 de la Aeneida por Eurialo:

Eurialus forma insignis?


Y en el quinto libro por Julio:

Formaque ante omnes pulcher Iulus.


Y en el sétimo:

Aeneas primique duces et pulcher Iulus.»


Y en el mismo libro hablando de Lauso y Turno:

Filius huic iuxta Lausus, quo pulchrior alter
non fuit excepto Laurentis corpore Turni.


No traigo más lugares de Virgilio, porque no acabara en un año. Mas porque sepáis lo que dicen los filósofos, leed a Platón en el primero libro de sus Leyes, en el cual entre los bienes principales de naturaleza, dividiendo los unos en divinos, los otros en urna nos, de los humanos cuenta por el primero la sanidad, el (segundo) la hermosura, el (tercero) las fuerzas corporales, el (cuarto) las riquezas. Leed también a Plutarco, que en la Vida de Alcibíades dijo: "Esto concedió la naturaleza a Alcibíades, que no solamente en la niñez y juventud, mas en toda su vida, tuvo gran hermosura y gracia." Leed al mismo en la Vida de Escipión, de quien escribe: "Era hermoso de rostro, gentil y bien dispuesto, de alegre y agradable semblante, lo cual vale mucho para ganar la gracia y amor de la gente." Y un poco más adelante dice del mismo: "Demás de los grandes bienes de ánimo, en que Scipión hacía ventaja a los otros hombres, tenía señalada hermosura y dina de gran imperio." Y si no os contentan poetas y filósofos, oíd qué dice San Ambrosio en el (segundo) libro De las Vírgines: Species corporis simulachrum est mentis. Y si esto no basta, acuérdeseos que en el 39 del Génesis se dice de José: "Erat pulchra facie, et decorus aspectu." Y para acabar con vos, Señor Herrera, leed el Salmo 44 donde dice David de Cristo: "Speciosus forma prae filiis hominum;" y en el Salmo 92: "Dominus regnavit, decorem indutus est." Pues si la hermosura y gentileza corporal es tal que no se puede llamar enteramente perfeto al que no la tiene, si Virgilio y Eurípides loan de hermosos a los que habéis oído, si Platón cuenta la hermosura por el (segundo) bien de los corporales, si Plutarco dice que hace al que la tiene amado de la gente, y en otra parte que es dina de imperio, si san Ambrosio dice que es imagen de lo que hay en el alma, si la Escritura loa a José de hermoso y a Cristo en mil partes, ¿pareceos, Señor Herrera, que hizo mal Garcilaso en loar la hermosura de don Bernardino de Toledo?

Observación 16.


Con gran cuidado mirastes esta primera elegía, según las discretas y agudas consideraciones que de ella habéis sacado. Juzgáis por vulgar modo de decir el que usó en ella este poeta, cuando pintando al vivo el llanto de Venus sobre su Adonis dijo:

........................................ No hacía
sino en su llanto estarse deshaciendo.


Decís que aquel no hacía es vulgar modo de decir, siendo cosa tan usada, que si a mí me preguntase alguno cómo ha andado el divino Herrera en su libro, sin pensar que hablaba mal respondería: no ha hecho en él más de amontonar mil impertinentes boberías. Un poco más adelante condenáis este verso,

Mostró con algo más contentamiento,


llamándole dura y no usada frasis, y muy ajena de Garcilaso. ¡Oh, cómo mostráis, Señor Herrera, que es muy duro vuestro ingenio, y muy desusadas vuestras censuras, y vuestro libro muy ajeno de toda erudición! Y tanto que os prometo cierto que me maravillo mucho, cuando considero vuestros descuidos, ver que un hombre como don Alonso de Ercilla, a quien el consejo le cometió, le haya aprobado. Mas por otra parte creo que anduvo de mala con vos en hacer esto, porque sin duda ninguna debió de quedar mohíno del poco caso que habéis hecho de él y de sus obras en estas vuestras Anotaciones. Y así debió de andar a buscar en qué poderse satisfacer, para lo cual escogió por mejor medio aprobar vuestras obras, porque imprimiéndose fuese conocido vuestro corto ingenio y dura elocuencia. ¡No anduvo mal, por vida mía!

Observación 17.


Después de esto tacháis aquellos tercetos que comienzan:

Y luego con gracioso movimiento,


diciendo que no convienen "versos lascivos y regalados para esta tristeza." Pues yo os digo que antes me parece artificio para divertir la pena del Duque de Alba, y regalándole con aquella dulzura de versos hacer menguar en algo su dolor. Y si queréis ver cuán ordinario es esto entre los poetas, leed algunas elegías de las tristes de Tibulo, Propercio y Ovidio, donde os aseguro que veréis versos harto más lascivos y tiernos. Mas bueno es que os traiga yo por ejemplo estos poetas, ¡como si vos no lo fuésedes mejor a vuestro parecer que todos ellos!

Observación 18.


Mucho tenemos que ver en las anotaciones de esta primera elegía, y no es peor lo que se sigue. Decís que en aquel verso,

Pisa el inmenso y cristalino cielo,


"puso Garcilaso el cristalino, que es el nono cielo, por el empíreo, que es onceno. " Mejor os pudiera yo preguntar ahora quién os dijo el ánimo de Garcilaso, que vos cuando decís que quién le dijo a este poeta que se le representaba al Duque de Alba soñando la imagen de su hermano, de lo cual tratamos en la anotación 14. Porque realmente se lo levantáis, Señor Herrera, pues no puso "cristalino por impíreo" , como vos decís, sino por el mismo nono cielo, a quien de ordinario se da este nombre. Diréis a esto que no es posible que Garcilaso dijese tal cosa, porque las almas de los bienaventurados están en el cielo impíreo, y que así no pueden pisar el cristalino, entre los cuales está otro cielo. ¡Aguda consideración por cierto! Espántome mucho cómo no reprehendéis a Garcilaso porque dijo que el alma de aquel caballero pisaba el cielo, no teniendo el alma pies, ni vuestras censuras pies ni cabeza. Pero porque veáis que lo pudo decir muy bien por el cielo cristalino, acuérdeseos de unos versos de Virgilio, que vos mismo traéis en vuestro libro, que dicen:

Candidus insuetum miratur lumen Olimpi
sub pedibusque videt nubes et sidera Daphnis.


Acuérdeseos de otros de Sanazaro que también están en vuestras anotaciones, un poco más abajo de estos otros:

E coi vestigi santi
calchi le stelle erranti.


Acuérdeseos de otros de Amomo francés, que en la misma parte citáis:

Dove calcando le auree stelle erranti.


Y veréis cómo no solamente dicen estos poetas que pisan el cielo cristalino, sino los de los planetas, que es más bajo. Y acuérdeseos qué ordinaria cosa es decir que la sacratísima Virgen María pisa las estrellas y la Luna, como la suelen pintar muchas veces. De donde Fray Luis de León, diferente testigo que esos poetas de siete en carga de quien hacéis mochila, en una canción A nuestra Señora, dina de igualarse con las del Petrarca, dijo entre otras alabanzas suyas:

Cuyos divinos pies huellan la Luna.


Veis aquí, Señor Herrera, cómo también pudo decir lo otro Garcilaso, y vos dejarle de levantar falso testimonio. Y cuando esto no alcanzárades, fuera mejor pensar que cristalino fue allí epíteto de impíreo cielo, pues a cualquiera de ellos conviene por su claridad y transparencia.

Observación 19.


Con esto que diré acabaremos lo que toca a la primera elegía, y creedme, Señor Herrera, que si todos vuestros errores hubiera de apuntar fuera proceder en infinito, por lo cual dejo los más de ellos para quien tuviere más paciencia que yo. Notastes que en el cuartete con que acaba esta elegía, puso Garcilaso mundo por la tierra, y decís: "Si no me engaño, no sé quién lo use de los buenos escritores antiguos," sino Propercio, y Horacio y Lucano en muchos lugares. ¡Oh, qué gracioso disparate! ¿Y cuántos más queríades? Si no os basta Propercio, si no os basta Horacio, si no os basta Lucano para aprobar esto, ¿quién bastará, Señor Herrera? ¿No tenéis vergüenza de hablar sin mirar lo que decís? Merecíades verdaderamente azotes como los niños que andan al escuela. Mas porque no vamos solamente al ejemplo, sino a la razón, ¿no sabéis que los platónicos, en cuyas fuentes no mojaréis los labios, hacen tres mundos? Y porque no penséis que es antojo mío, oíd las palabras del famoso y único Pico Mirandulano, hablando con el letor en el prefacio de su Heptaplus: "Tres mundos figura la antigüedad, el supremo de todos el ultramundano, a quien los teólogos llaman angélico, los filósofos inteletual, el cual dice Platón en el Fedro que de nadie ha sido alabado según su dinidad. El segundo, que se sigue después de este, el celestial. El postrero, éste que está debajo de la Luna, que nosotros habitamos." Hasta aquí son palabras suyas. Confírmase esto con autoridad del filósofo, que en el primero de los Meteoros dice: "Necesse est mundum hunc inferiorem esse contiguum lationibus superioribus, etc." ¿Pues paréceos, Señor filósofo, que para que Garcilaso pueda llamar mundo a la tierra, no basta que lo hayan hecho ansí, de filósofos Aristóteles y los platónicos, y de poetas Propercio, Horacio y Lucano?

Observación 20.


Porque ha poco que nombramos a Lucano: en verdad que pudiérades muy bien escusar de decir en el lugar de que acabamos de tratar, que su autoridad no era de crédito en esto. Pues es alabado de hombres dotísimos, como lo dice Pedro Crinito en su vida, y se ve por aquel epigrama que Marcial hace al día de su nacimiento; demás de que sus obras dan testimonio de esto. Y si tuvo algunas cosas no tales como las de otros poetas, no tienen licencia ni autoridad los hombres como vos de ser jueces de ello y reprehenderlas. Lo cual hizo Julio Escalíger, y quizá le movió a cargar la mano en esto demasiadamente la ordinaria invidia de la nación española. En otra parte decís de este poeta: "Si permiten los que aborrecen el nombre español que se cuente entre los poetas;" y sabed que el que dijo eso no fue por aborrecer el nombre español, que era Quintiliano, nacido en España, sino porque le pareció que Lucano tenía tanto de orador como de poeta. Mas porque veáis cuánto le estimó, oíd sus palabras hablando de él: "Est ardens et concitatus, sententiisque clarissimis excellens, in contionibus admirandus, atque excultus adeo ut videatur satis exprimere singularem illam elegantiam et majestatem Virgilii." Veis aquí, Señor Herrera, lo que dice Quintiliano, que es más calificado voto que el vuestro. Y así pudiérades excusar de decir mal de este poeta, siquiera por ser español y nacido en el Andalucía, si ya no os movió a esto la vieja enemistad de sevillanos y cordobeses.

Observación 21.


Cierto, Señor Herrera, que me tenéis molido, mas ya que me he puesto en esto, no puedo volverme atrás; y también, aunque sea trabajando, quiero cumplir una de las obras de misericordia, que es enseñar al que no sabe. En la segunda de sus elegías comienza Garcilaso un terceto con este verso,

La cual verás que no tan solamente,


decís que " verás en nuestra lengua sabe a vulgo. " ¡Oh, qué vulgar sois! Por vida mía, me decid: si el tratar de tú, que es la segunda persona, es permitido y tan usado que todos lo hacen así, ora escriban a su dama, ora a su amigo, y si este verbo ver es tan proprio para su sinificado que ninguno lo es tanto, ¿por qué queréis que Garcilaso no diga verás ?

Observación 22.


En otro terceto de esta elegía (y no el peor que hay en ella), que dice:

Porque como del cielo yo sujeto
estaba eternamente y diputado
al amoroso fuego en que me meto,


notastes que "en esto" seguía "el vulgo de los astrólogos. " ¿No tenéis vergüenza de llamarle tantas veces vulgar? ¿Pensáis que no sabía Garcilaso mejor que vos que es tan libre nuestro albedrío, que todo el cielo junto con sus movimientos, influencias y aspetos no puede forjarle? ¿Y que el amor no es fuerza, sino un acto puramente causado de la voluntad, como dijo el filósofo en el 8 de las Ethicas ? Y así, porque pusiese allí sujeto, no se ha de entender que quiso decir forzado, sino inclinado; y esto no es imaginación mía, como se colige del postrer verso del terceto, que acaba: "Al amoroso fuego en que me meto." ¿Pues qué quiso decir, Señor Herrera, aquel "en que me meto," sino que de su voluntad, sin fuerza ni necesidad, se metía en aquel amor? Y en esto siguió la común sentencia de los Santos Teólogos, que condenando justamente la inorancia y el error de muchos que pensaron que del cielo dependía enteramente nuestro libre albedrío, y de otros que por el contrario creyeron que el cielo no obraba en nosotros (inclinándonos, aunque no forzándonos), condenan a los primeros por herejes, y a los segundos por bárbaros. Y por excusar de traeros lugares a este propósito, leed a San Agustín De Civitate Dei lib. 5, c. 6, y en el tercero De Trinitate. Y a San Dionisio c. 5 De divinis nominibus. Y aun a Santo Tomás De Catholica Veritate c. 86, et Contra Gentiles c. 82, et Prima pars, quaestio 115, art. 3, et Secundus Sententiarum, distinctione 15, quaestione 1, art. 2, et De Potestate, quaestione 5, art. 8, et in Opusculis 26. Y a Sant Buenaventura Secundus Sententiarum, distinctione 14, quaestione 3, y aun todo esto no sé si bastará para que no condenéis a Garcilaso. Harto más ganárades en loarle, siquiera por lo que se debe a la nación; cuanto más que merece ser estimado de todos los que tuvieren buen gusto, como lo dicen sus obras, y esta elegía particularmente. En la cual en los postreros tercetos hay uno que dice:

Y en el rigor del cielo en la serena
noche, soplando el viento agudo y puro
que el veloce correr del agua enfrena,


cuya imitación, aunque no anda en ninguna de sus anotaciones, es de dos lugares de Horacio y uno de Virgilio. Porque en llamar al viento agudo imitó a Horacio, que en la oda 9 del libro primero dice:

............................Geluque
flumina constiterint acuto.


En darle epíteto de puro siguió al mismo Horacio en la oda 10 del libro tercero:

Et positas ut glaciet nives
puro numine Iupiter.


El postrer verso del terceto es tomado de la Geórgica de Virgilio en el libro 4:

Et cum tristis hyems etiamnunc frigore saxa
rumperet, et glacie cursus frenaret aquarum.


A esto casi aludió Horacio en aquel verso de la tercera epístola del libro primero a Julio Floro:

Thracane nos, Hebrusque nivali compede vinctus.


Y la imitación es tal que, aunque soy el mayor apasionado que tienen Virgilio y Horacio, oso decir que les ecedió en ella. Y de mí os digo que si solo este terceto hubiera hecho, me tuviera por gran poeta sin creer que era arrogancia.

Observación 23.


Entremos ahora, si mandáis, en la segunda égloga, y pues he tenido paciencia para leer seiscientas y noventa y una hojas vuestras, tenedla para ver estas pocas que os escribo. Lo primero condenáis y mordéis con vuestro invidioso diente toda la égloga, diciendo que es " comedia, fábula, tragedia, coro, elegía, " y de frasis vulgares. (¡Oh, cómo os debe contentar este nombre, vulgar, pues no se os cae de la boca!). Y a propósito traéis aquel epigrama de Catulo, "Quintia formosa est multis," etc. Y esta, como sea necedad per se nota, no quiero ponerme a disputarla con vos, porque verdaderamente creo que ecedió esta égloga a las otras obras de Garcilaso. Y así no me espanto que a esa medida creciese vuestra invidia para decir más mal de ella. Basta, Señor Herrera, que según el epigrama de Catulo confesáis que es hermosa para muchos y para vos no, que es más honra que lo primero. Y por amor de mí que se os acuerde de aquel proverbio, "Prestat invidiosum esse quam miserabilem."

Observación 24.


Un poco más adelante, porque un pastor dijo ciudad, lo reprehendéis diciendo que "no hay tal nombre en las églogas de Virgilio, sino por admiración, y rustiqueza de inorancia," y traéis por ejemplo aquel verso de la primera égloga,

Urbem quam dicunt Romam, etc.


¿No bastaba cavilar sin razón a Garcilaso, sino levantar una mentira tan conocida al divino poeta? Pocos amigos debéis tener, Señor Herrera, pues de tan claras boberías no os advirtieron. ¿Es posible que seis versos más abajo de éste que citáis de Virgilio, no vistes otro en que dice ciudad ?

Verum haec tantum alios inter caput extulit vrbes.


¿Y en égloga otava,

Ducite ab vrbe domum mea carmina etc.,


el cual repite nueve o diez veces cuando menos? ¿No vistes otro con que comienza la égloga 9 así:

Quo te, Moeri, pedes, an quo via ducit in vrbem?


¿Y otro en la mesma égloga cerca del fin,

Hic haedos depone tamen veniemus in vrbem?


¿Pues cómo decís que no se hallará este nombre de ciudad en las églogas de Virgilio sino por admiración? ¡A fe que se echa bien de ver cuán bien las habéis leído! Y si el pastor va cada día a la ciudad a comprar qué comer y qué vestir, a vender sus carneros, su lana y su queso, ¿por qué queréis que no la nombre? Mirad enhoramala lo que decís.

Observación 25.


Bien dice el Sabio, Señor Herrera, "Qui vult discedere ab amico occasiones quaerit." Yo os digo que son harto flacas las que habéis buscado para mostraros enemigo de Garcilaso. Reprehendéis aquella caza que en esta misma égloga divinamente entremete, diciendo: "Esta caza entra aquí con bien liviana ocasión." Y un poco más adelante decís: "Paréceme que para enojarse tanto Albanio e irse después, cuenta muchas particularidades, que podrían parecer demasiadas a los que son amigos de la brevedad y moderación. " ¿Paréceos muy mal en buena fe? ¿Y qué más ocasión queríades que tuviese para contar su caza, que dar parte a un amigo de las particularidades que había pasado con su pastora? ¿Y qué maravilla es que después de enojado se alargue en esto? Pues es ordinario remedio de los enamorados, cuando más congojados se sienten, contar a su amigo, y si no le tienen pasar por la memoria, el día que vieron a su dama, el día que la acompañaron, el favor que les hizo, la ora que se rió, el vestido que se puso, el donaire con que se asomó a la ventana, y otras mil menudencias que saben los que han pasado por ello. Y a la verdad no es mucho que inoréis todo esto, pues no habéis estado enamorado; que si esta dolencia os hubiera tocado, no es posible sino que hubiera limado ese grosero ingenio; que es el efeto del Amor, según canta Agatón en el Convite de Platón. También os pudiérades correr de decir que parecerá largo aquel discurso de Albanio "a los que son amigos de la brevedad." ¿No sabéis que lo bueno nunca cansa, y que eso se pudiera decir mejor de vuestra importuna prosa?

Observación 26.


Más adelanté, donde cuenta aquel pastor que yéndose a despeñar le hizo dar un viento de espaldas en el suelo, decís: "No había mucha necesidad de este viento, que harto mejor estuviera ver las palomas que vio Carino en la prosa otava de Sanazaro. " Harto menos necesidad teníades vos de notar esto; y no digo bien, porque necesario es decir inorancias el inorante. Dígoos de veras, Señor amigo, que no sólo igualó en esto con Sanazaro, mas que le hizo ventaja. Y vengamos a la razón, si con vos vale: ya que el venir las palomas a estorbar con su agüero la muerte de Carino fue cosa sobrenatural y enviada por los dioses, ¿qué inconveniente hay para que estos mismos dioses, por evitar la de este pastor, no enviasen un viento que hiciese el mismo efeto que las palomas? Ninguno a mi parecer, sino que Garcilaso quiso hacer mayor la desesperación de Albanio que la de Carino, el cual en viendo las palomas sobre el árbol fácilmente lo tomó por buen agüero y de su voluntad dejó el loco intento de matarse. Mas Albanio iba tan desesperado, que ni bastaban palomas, ni otros agüeros de esa manera a ponerle en razón; y así los Dioses usaron con él de fuerza, apartándole de la peña con una furia del viento, a que no pudo contrastar.

Observación 27.


No podéis pensar lo que habéis errado en sacar este vuestro cartapacio, porque realmente os ha acontecido lo que a aquel asno de Esopo (no os escandalice el nombre, ni os canséis de oír la fabulilla). Vistiose un asno, Señor Herrera, de la piel de un león, y con esto andaba espantando los otros animales; mas descuidose un día, que no debiera, y roznó, lo cual oyó la raposa, por donde fue conocido el desventurado por asno con mucha vergüenza suya. Así vos antes de escrebir habíades hurtado un pellejo de león con que espantábades el mundo, que era el nombre del divino Herrera, mas como roznastes en este libro, dice ya la raposa que sois asno y no león. ¡Más os valiera callar! Pero dejado esto aparte, mal hecistes en notar que aquella sentencia,

Que así se halla siempre aquel que yerra,


que dijo Albanio habiendo caído con el aire, es "mayor que lo que conviene a este lugar. " No tenéis razón. Cosa ordinaria es entremeter los poetas debajo de personas pastoriles grandes sentencias, como Virgilio "Trahit sua quemque voluptas," y otros mil que sería largo contar.

Observación 28.


De otros dos versos de esta égloga, el primero,

Que te me irás, que corres más que el viento,


y el otro,

Moverme ya de mal ejercitada,


decís que el primero es velocísimo, y el segundo tardo; y como no lo aprobáis ni reprobáis, creo, como otra vez os dije, que lo más seguro para no errar es pensar que lo decís por tacharlos. Y verdaderamente es grandísima loa, porque en el uno da a entender Albanio la ligereza de Camila, y así convino para representarla que el verso fuese veloz. En el otro dice Camila que está pesada y no puede moverse, por lo cual en el verso lo representa Garcilaso tan al vivo como si se viese, que es una de las partes de más artificio y más necesarias en el poeta. Harta prisa me doy por acabar con vos, y así voy dejando mil cosas en que pudiera parar. Sobre aquel terceto en que Salicio, condolido de la locura de Albanio, dice loándole:

Manso, cuerdo, agradable, virtuoso,
sufrido, conversable, buen amigo,
y con un alto ingenio gran reposo,


decís que es elogio para más que pastor. Pues venid acá, por vida mía, ¿un pastor no puede tener aquellas partes (de las cuales a vos os faltan algunas)? ¿Quién duda de eso, ni de que fue vuestro apuntamiento bien escusado?

Observación 29.


También decís que comienza prolijamente Nemoroso en esta égloga a describir el sitio de Alba de Tormes. No sé por qué, en verdad, porque el estilo es dulce, las palabras proprias, todo lo que dice a propósito, los tercetos en que le pinta cinco o seis. Después de esto sobre aquellos dos versos,

A mí como escucharte? No la siento,
cuanto más este cuento de Severo,


os arrojáis a decir que son "humildes e infelices de lengua y pensamiento. " ¿Por qué, Señor Herrera? ¿El lenguaje no es casto y elegante? ¿Qué ruin vocablo halláis en él? La imaginación, claro está que es muy buena, pues da a entender que nada le da tanto gusto como oír hablar a su amigo, y más siendo la historia tal. Y en esto postrero quiso hacer lisonja al Duque de Alba, a quien divinamente celebra y tiene por Mecenas. Notáis más adelante y ponéis en duda si pudo decir Italia por italianos. Debíades de soñar cuando tal os pasó por el pensamiento, pues no hay cosa más ordinaria entre los poetas. Otro verso que dijo Salicio,

A dar salud a un vivo y vida a un muerto,


decís que otro por ventura escribiera: "Dar salud a un enfermo, vida a un muerto." No sé yo si fuera por ventura, si ya no llamáis ventura estragar lo bueno. Ya os dije otra vez que me parecía que procurábades imitar a Julio Scalíger, y ahora que os ponéis a emendar lugares de poetas me afirmo en ello, y en lo que a este propósito os dije.

Observación 30.


Paréceos también que hizo gran impropriedad Garcilaso en sacar las Ninfas a labrar del río a su ribera, y traéis a propósito y sin propósito unos versitos de Horacio. Decidme, Señor Herrera, ¿Neptuno no vive en el mar según creen los poetas? ¿Pues cómo le sacan todos ellos en compañía de Apolo a labrar los muros de Troya? ¿Cómo le hace Ovidio en sus Transformaciones una vez novillo y otra carnero, en las cuales figuras salió del mar? ¿Cómo Estacio en su Aquileida saca a Tetis del mar, cuando lleva a esconder su hijo en traje de mujer, y no solamente Estacio sino todos cuantos tratan de esto? ¿Cómo Polifemo en el Cíclope de Teócrito cuenta que Galatea, ninfa del mar, salió al monte a coger flores, y después de esto le pide que se venga con él a su cueva? Según esto, aunque a vos no os contente, bien pudo sacar Garcilaso las Ninfas del río, y vos guardar los versitos de Horacio para otra parte más a propósito.

Observación 31.


No es menos de reír lo que se sigue. Sobre aquel verso,

Escurriendo del agua sus cabellos,


decís: "Escurriendo es verbo indino de la hermosura de los cabellos de las Náyades, porque los de las Nereides (como escribe Ovidio) son verdes. " ¡Oh, qué gentil lógico sois, Señor Herrera! Pues, si bien lo miráis, hacéis este argumento: las Nereides tienen cabellos verdes, luego este verbo, escurriendo, no conviene a la hermosura de los cabellos de las Náyades. ¡Muy buena es la consecuencia en verdad! Pues no diréis que os lo levanto, que ahí pongo vuestras mismas palabras. Demás de esto, escurrir es muy buen vocablo y propio, y muy proprio de vos condenarle. Como a este nombre, destajo, que también le tacháis, por tomar a destajo el reprehender a Garcilaso.

Observación 32.


Ofrécenseme tantos lugares en que condenáis a este poeta, que si de todos hubiese de tratar haría un gran libro, y así pienso acabar lo que toca a su defensa en esta observación. En esta última égloga decís que no debía poner esta voz, epitafio. No tenéis razón. Porque si el que lo dijera fuera un pastor, parece que llevábades algún camino, por ser esta voz peregrina y no usada de los pastores. Mas es Garcilaso el que lo dijo, no debajo de persona pastoril, sino de la suya, en que va contando aquella historia y salida de las Ninfas.

Observación 33.


Cuando veo la confianza con que reprehendéis, enmendáis, aprobáis y reprobáis, temo que os han de escocer tantas verdades, y que habéis de responder ásperamente a este tratadillo. Mas quiero deciros lo que Temístocles a un mozo hablador, el cual, porque este Capitán le reprehendía la demasiada libertad en hablar, levantó un palo que traía y amenazóle con él; mas Temístocles, seguro y haciendo burla de sus amenazas, le dijo: "Oye primero mi reprehensión y después dame." Así digo yo, Señor Herrera, que me contento con que me oyáis, y después dadme de palos. Mas quiero volver a mi intento, reprehendiéndoos los lugares que faltan, y lo primero defendiendo algunos varones dotos que agraviáis en vuestros juicios temerarios. En una censura de poetas que hacéis, aunque no osastes decirlo descubiertamente, loáis mucho más las obras de Cetina que las de Don Diego de Mendoza, y esto os prometo cierto que es herejía en esta materia. Porque don Diego de Mendoza sin duda ninguna hace a los poetas españoles que yo he visto tanta ventaja en erudición, concetos, sales, cuanta vos en invidia a los invidiosos. Como se ve por sus Cartas, particularmente en aquella que escribió a María de Peña, que comienza: "El pobre peregrino cuando viene," y en la otra a Don Simón de Silveyra en que está este terceto:

Al fin que tú deseas lo imposible,
y ella está como causa o fundamento,
que mueve el universo y no es movible,


por el cual solo merecía una estatua como la de Enio. Pues sus coplas redondillas es cosa cierta que no tienen par, y entre ellas las que comienzan, "Tiempo turbado y perdido." Y aquella Carta, "El que es tuyo si el perdido," donde está aquella copla al retrato:

Háblola y hállola muda,
mírola y hállola esquiva,
tanto que me pone en duda
si es la pintada o la viva.


Pues si las cosas de burla que hizo con extremado donaire hubiese de contar, ¿cuándo acabaría? Y si tuvo, Señor Herrera, algunos que a vos os parecen descuidos, no fueron sino cuidados, lo cual só1o él pudo hacer siendo donaire y sal; como una mujer hermosa, que tiene licencia de hacer cosas estándole bien, que en la fea serían redículas. Mas no me espanto que no aprobéis según merecen las obras de este caballero, porque es caballero, cuyos escritos persiguen y muerden los malsines gramáticos porque no saben a pupilaje.

Observación 34.


¿No bastara haber puesto tacha a mil poetas sin ponerla ahora a Petrarca, diciendo que aquel soneto,

Amor m'ha posto come segno al strale,


culpan algunos porque no es túmido e hinchado? ¡Hombre que tal ha dicho merecía verdaderamente no llamarse hombre! ¿En este poeta osáis vos meter vuestra censura, ni tomarle en la boca, siendo en lo que toca a tratar sus amores con alteza, castidad, dulzura, erudición y agudeza tal que en esto no le iguala ninguno de los más antiguos? Pues ya que le reprehendíades, es verdad que asistes sino del mejor soneto, diciendo que no es túmido e hinchado. Eso es lo mejor que tiene, pues un hombre que, habiéndole puesto Amor en miserable estado, se queja de sus desventuras y adversidades, como aquí lo hace el Petrarca, ha de buscar un estilo en que le represente, y no entrar derramando palabras trágicas y dicciones sexquipedales. ¿Quisiérades más enhoramala que dijera, como vos, voces altas, sinificantes, rotundas, armoniosas, proprias, bien compuestas, de buen asiento, y de sonido heroico, y dinas de ser muy usadas? Y en otra parte, no son buenas palabras "humildes, hinchadas, tardas, lujuriosas, tristes, demasiadas, flojas y sin sonido; sino proprias, altas, graves, llenas, alegres, severas, grandes, sonantes y generosas," ¡Cómo os debáis deleitar leyendo estas sonoras cláusulas! ¡Qué contento debistes de quedar cuando dijistes: "los sagrados despojos de la venerada antigüedad" ! ¡Como si no tuviesen molidos estos vuestros epítetos a cuantos los han visto! Pudiérades acordaros, para moderar los que decís en vuestro libro, que no hay cosa más odiosa que la afetación.

Observación 35.


Condenáis a Julio Scalíger porque aprobó a Cornelio Galo, siendo las pocas obras suyas que tenemos tales que muy justamente lo pudo hacer. Y hame caído muy en gracia que para sólo decir mal de Lucano seguís su opinión, y para decir mal de otros y de él, cuando se os ofrece le condenáis. Decís del mismo en otra parte que quiso que la Sátira trujese el nombre de los "Sátiros contra la opinión de todos los gramáticos" . Si tuvo razón o no podrá juzgar quien viere su libro, y a mí cierto me parece que acertó en ello; mas no la tenéis, Señor Herrera, de decir que fue contra la opinión de todos los gramáticos, pues Donato en la vida de Terencio, Cristóval Landino en el prefacio de las Sátiras de Horacio, Juan Bautista Plautio sobre la quinta Sátira de Persio, Julio Pólux, y Ambrosio Calepino en su Dicionario, una de las derivaciones que traen es esta, como lo podéis ver.

Observación 36.


A Ovidio tampoco dejastes de morder, diciendo que no levanta los amores a gozos de espíritu. No debéis haber leído sus Epístolas, ni la fábula de Biblis, los amores de Eco, los de Narciso y otros mil de que está lleno. Y cierto, Señor Herrera, que cuando veo la libertad con que decís mal de toda esta gente, se me acuerda de aquel dicho de Zoylo, al cual preguntándole uno por qué decía mal de todos, respondió: Porque deseo hacerles mal y no puedo. Esto mismo os debió de mover a vos, según usáis este oficio.

Observación 37.


Aunque de paso, Señor Herrera, no dejastes de reprehender al que pensó que la oda Ad Florem Gnidi se había hecho por Fabio Galeota, cosa en que va bien poco en que sea o no sea. Mas bien se saca de otras que habéis tirado que esa varilla va derecha al Maestro Francisco Sánchez, que sacó unas Anotaciones sobre Garcilaso un poco diferentes que las vuestras, de las cuales siempre que podéis os apartáis. Tanto que en aquel lugar de esta oda,

Huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa,


que es tan claramente sacado de una oda de Horacio, que lo verá un niño, por no decir lo que el otro, decís que es este lugar de un epigrama de Marcial. Y en otra parte os quejáis que algunos se aprovecharon de emendaciones y anotaciones vuestras sobre este poeta, y como de tratar con vos me he hecho un poco malicioso, pienso que todo va a Sánchez. El cual tiene bien poca necesidad de vuestros trabajos, pues sus letras y erudición son aprobadas, no en universidades que tienen sólo el nombre, sino en la de Salamanca, donde tiene tan buen lugar como sabemos. Demás de esto le aprueban sus obras de Filosofía, Retórica y letras humanas, las cuales son buscadas y estimadas donde quiera.

Observación 38.


En otra parte de vuestro libro hacéis semejante el soneto a las odas y elegías antiguas. Que esto sea disparate es más claro que la luz del mediodía, porque el soneto tiene en sus pies medida de sílabas cierta y sabida, la oda no, porque hay muchas diferencias en ellas; ni las elegías, porque los dísticos de que van compuestas tienen el primer verso más largo que el segundo. El soneto tiene catorce pies, las odas y elegías pueden tener cuantos quisieren. Decís también que no queréis hacer "oficio de gramático," y si bien lo miráis no hacéis otra cosa, pues por henchir vuestro libro traéis sin qué ni para qué más figuras que necedades; tanto que en el primer soneto contáis siete u ocho. Y aun en oficio de gramático, Señor Herrera, errastes queriendo que este pronomen, "aquesto, sean dos pronombres juntos," no siendo más de uno, aunque compuesto. Vergüenza he de bajar a cosas de esta manera, mas todo lo merece quien va tras vos.

Observación 39.


Hacéis una dotísima comparación del cuerpo humano al árbol, en que decís estas palabras: "Porque en el árbol los brazos son los ramos, los cabellos hojas, los miembros corteza." ¡Oh, cómo todo sois corteza! ¿No os corréis de haber dicho esa bobería? Mirad por vida vuestra que dos disparates dijistes. Lo primero, según vuestras palabras los brazos no son miembros, pues decís que los brazos son los ramos, la corteza los miembros; pues como los ramos no sean corteza, está claro que los brazos no son miembros. ¿No sabéis que miembro es nombre genérico, que conviene así a los brazos, piernas, cabeza y manos, como a los otros miembros del cuerpo? Oíd el segundo disparate, que no es menor que el pasado. Decís que la corteza es los miembros del árbol; ahora decidme: si la corteza en el árbol es semejante a los miembros en el hombre, luego todos los miembros son de una manera, porque la corteza de una manera es en todo el árbol, sin hacer diferencia más que en ser por unas partes más gruesa y por otras más delgada. Yo apostaré que si a un niño de seis años le preguntan esto, que hará la corteza del árbol semejante al pellejo sin caer en los yerros que vos.

Observación 40.


Otra cosa decís, en aquella pesada introducción de las elegías, harto donosa. Que cuanto el conceto "es más común, siendo tratado con novedad, tanto es de mayor espíritu y, si se puede decir, más divino." Veis aquí vuestras palabras, que si no sois vos no sé yo quién las echara por la boca; de manera, Señor Herrera, que no sería más divino el conceto alto, agudo y nuevo, tratado con buen estilo y claridad. ¿Soñábades cuando esto escrebíades? Aunque siempre creo que debéis soñar.

Observación 41.


Por mostraros cosmógrafo notáis que hubo dos opiniones entre los antiguos filósofos, de los cuales unos creyeron que el mar cercaba la tierra, otros que la tierra cercaba el mar. Las cuales palabras son tan confusas que ni vos las entendistes, ni creo que me entenderéis lo que quiero decir. Mirad, Señor Herrera, si el mar cerca la tierra, también la tierra cerca el mar. Pruébolo así. Dícese que el mar cerca la tierra, porque si uno fuese sin parar por aquella orilla de tierra que junta con el mar, vendría sin duda a dar una vuelta al derredor de la tierra y cercarla, como lo hace el mar por quien siguió; y por el contrario, si se fuese costeando en un navío por el mar pegado a tierra, de la misma manera diríamos que cercó el mar, como lo hace la tierra a quien fue arrimado. De manera que en rigor no puede cercar el mar la tierra, sin que también la tierra cerque el mar. Mas hay en esto una diferencia, que con más propriedad se dirá que cerca la cosa mayor a la menor, como entenderéis por este ejemplo: una laguna, por ser tan chica respeto de la tierra, diremos que es cercada de la tierra; mas una isleta, que respeto del mar es tan pequeña, decimos que es cercada del mar. Y así los antiguos, creyendo que el Océano era mucho mayor que la tierra, dijeron que la coronaba. Como Dionisio Alexandrino:

Oceani memor alti flui, fiam quod ab illo
Terra coronatur, velut insula tota perennis.


Mas algunos modernos que con curiosidad han mirado esto creen que la tierra es mayor que el Océano, y no sólo que el Océano, mas que el Mediterráneo y todos los lagos, fuentes y ríos que hay. Y a mi parecer no van fuera de camino, mas por no salir yo del mío me remito a un tratado en que disputó esto agudamente Alexandro Piccolomini, teniendo esta opinión contra los que engañados de unas palabras de Aristóteles mal entendidas creyeron lo contrario. Y porque no me acuséis de mal latín (como dicen, Señor Herrera), digo que el haber tratado cuál es mayor, la tierra o el agua, es según sus superficies, porque según los cuerpos es sin comparación mayor la tierra, como se saca de sus diámetros.

Observación 42.


Generalísimo sois en todo, pues tratáis también de virtudes naturales, haciendo burla de los que creen que el diamante se ablanda con sangre de cabrón. Y para probarlo hacéis una entimema, con que confirmáis la opinión que de vuestra Dialéctica tengo. Vuestras palabras son éstas: "Es falso que sólo se enternece con sangre de cabrón, porque se ven muchos hechos pedazos con el martillo." No he visto mayor disparate. Vuestro argumento viene a ser éste: quiébrase con el martillo, luego no se ablanda con sola sangre de cabrón. ¿Paréceos muy buena esta consecuencia? ¿No sabéis, Señor Herrera, que la consecuencia difinida formalmente es un respeto de la proposición subsecuente a la precedente? Como si dijésemos: Este hombre corre, luego este hombre se mueve; porque dado que corra es cosa forzosa que se mueva, porque el correr es especie de movimiento. Mas vos no considerastes nada de esto, porque en el antecedente dijistes quiébrase, y en la conclusión ablándase. Decidme por vuestra vida, ¿qué tiene que ver ablandarse con quebrarse? Antes son tan diferentes que lo que es blando no se puede decir que se quiebra, ni lo que se quiebra se puede llamar blando. De manera que hablaría tan mal el que dijese: Quebradme esa manteca, como el que dijese: Ablandadme ese azabache. Y así, Señor Herrera, se compadece muy bien que el diamante se quiebre con martillo, y se enternezca con sola sangre de cabrón. Como la cáscara de un huevo, que de cualquier golpe se quiebra, y con solo vinagre u otro licor de su fortaleza se ablanda; tanto que me ha acaecido a mí meterlo entero por el estrecho cuello de una redoma. Y lo de ablandarse el diamante con sangre de cabrón es tan cierto, que he visto a los lapidarios en Lisboa y Madrid servirse de ella y polvos del mismo diamante, por hallarlos de esta manera más fáciles y obedientes a la labor. Si me preguntáis la razón de esto diré: "Non quia calidum, nec quia frigidum, sed quia tale est."

Observación 43.


Por mostrar que habéis alcanzado aquella universal enciclopedia o círculo de ciencias hacéis plato de vuestras Matemáticas, y así en aquella parte en que probáis el yerro de los antiguos, que teniendo por inhabitable la Zona que llaman Tórrida creyeron que no había Antípodas, decís así: "Porque ya vemos por la industria y osadía de los españoles la habitación debajo la Equinocial y en la misma Tórrida Zona, cómoda para la vivienda." Hora decidme, Señor Ptolomeo, si la Equinocial se habita, ¿cómo puede dejarse de habitar la Tórrida Zona? Pues la Equinocial es un círculo que igual y paralelo con los Trópicos hiende en dos partes iguales la Tórrida Zona. De manera que si bien lo miráis fueron lo mismo vuestras palabras que si dijérades: Los españoles han hallado que Madrid y aun España son habitables. Otra vez digo que miréis lo que decís, y si no, callad lo que no sabéis.

Observación 44.


Pues porque hemos hablado en Matemáticas, oíd lo que en otra parte notáis. Hablando del planeta Venus decís: "De ninguna otra benina estrella se engendran cosas tan cercanas al poder de la hermosa y alegre Venus, y por eso le consagraron los astrólogos el tercero cerco." ¡Oh, qué buena y suficiente razón! De manera que porque hace aquellos efetos le dieron el tercer lugar, ¿paréceos, Señor Herrera, que si estuviera en el cuarto, o quinto cielo, o en otro cualquiera, no hiciera los mismos efetos? Cierto no alcanzo esa filosofía. Mas porque sepáis las varias opiniones que ha habido sobre el sitio de este planeta, y por qué se movieron los astrólogos, contra la opinión de muchos antiguos, a ponerle en el tercero cielo, leed el cap. 4 de los Homocéntricos de Hierónimo Fracastorio, que no faltarán en Sevilla hartos que os le declaren.

Observación 45.


En otra parte afirmáis que la muerte violenta no es muerte de hado, y a propósito traéis aquel verso del 4 de Virgilio,

Nam quia nec fato merita nec morte peribat.


Y es verdad que ahí Virgilio tomó el hado por la natural destemplanza que acaba la vida, como poeta que tiene esas licencias; y también porque muchas veces suele hablar según diversas opiniones de filósofos, como se ve por aquel verso,

Dulces exuviae dum fata Deusque sinebant,


en que claramente hace al hado causa en la muerte de Dido, la cual dijo después, como se ve por el verso que vos traéis, que había muerto fuera de hado. Pero porque veáis que casi siempre los poetas hacen al hado autor de todas las muertes y sucesos buenos y malos, y que hablando cristianamente muchas muertes violentas se pueden llamar fatales, quiéroos decir qué cosa es hado. Y lo primero comenzaré por la opinión de los Estoicos, cuyo autor fue Zenón, la cual fue seguida de los poetas antiguos, aunque no de los de estos tiempos, porque es impía y contraria a la verdad de nuestra religión cristiana. Dicen, pues, éstos que todo lo que sucede en este mundo inferior se causa necesariamente por muchas causas subordenadas, a las cuales cuando concurren llaman hado. Y esto dicen que es aquella conexión de las dichas causas, que asidas una de otra vienen a hacer una cadena que forzosamente trae aquel a quien se aplica a hacer o padecer esto o esto otro. De aquí nació el hacer aquellas tres Parcas que presidían en las muertes, las cuales fueron llamadas así porque no perdonan a nadie. Esta opinión tuvo Heráclito, esta tuvo Baquílides cuando dijo:

In hominum potestate non est nec
felicitas, nec Mars intratabilis,
nec perniciosa seditio,
sed nubem nunc his nunc illis
immittit omnia donans fatum.


Y Homero en la Ilíada:

At fata haud ullum dico vitasse virorum
prauum, sive bonum, cum primum editus est orbi.


Y porque veáis que ansí en lo bueno como en lo malo hacían autor al hado, mirad lo que dijo Solón en sus élegos:

Fatum profecto mortalibus adducit mala, simul et bona.


Y Bion:

O Parca venatrix boni, simul et mali.


Pues que en cualquier muerte, aunque violenta, hacían parte al hado, entenderéis por estos versos de Sófocles en la muerte de Ayax, que se mató violentamente:

Vide quantum cumulum,
quam Lernam malorum postquam concesseris
fato illique mihique consiliaveris.


Y el mismo en la tragedia llamada Antígona, aviándose muerto Eurídice:

Nam fato decreta miseris
mortalibus, et praefixa calamitas
nullis vnquam precibus vitare queat.


Y Marcial en la muerte de un niño que murió descalabrado, y no de destemplanza de naturaleza:

Cumque peregisset miseri crudelia fata.


No quiero cansaros con más ejemplos, pues a cada paso hallaréis muchos en que, como en los que he traído, veáis que los antiguos poetas en cualquier muerte, natural o violenta, y en cualquier suceso, bueno o malo, hacían causa al hado. Mas porque entendáis, como arriba dije, que hablando cristianamente muchas muertes se pueden llamar fatales, oíd lo que verdaderamente se llama hado. Para lo cual se entienda primero que la providencia de Dios es una ordenación de las cosas para el fin de cada una de ellas por medios convenientes, la cual está en su divina mente. Esta ordenación comete Dios, para que la guarden y ejecuten, a las causas segundas por quien obra, dándoles dominio sobre este mundo corrutible. Y estas causas segundas son los cuerpos celestiales, y sus inteligencias los planetas y estrellas, que con sus influencias, movimientos, conjunciones y aspetos obran en esto inferior. Pues esta ordenación, Señor Herrera, en cuanto se comete por la primera causa a estas segundas, se llama hado. De manera que será su difinición: el hado es la ejecución de la divina providencia inserta y cometida a los cuerpos e inteligencias celestiales, por la cual las cosas inferiores se mueven a su ordenado fin. De esta manera casi le difine Mercurio Trimegisto. Pues estas causas segundas, como en otra observación se dijo, nos inclinan a esto o a esto otro, aunque con nuestro albedrío podemos escoger lo que quisiéremos. Mas vese muchas veces que los hombres, sujetando la razón a sus apetitos, se van tras sus inclinaciones, y tras aquello que su ánimo, movido por los aspetos y conjunciones (que es lo que se llama hado) les pide. De donde no se debe nadie maravillar que los astrólogos judiciarios acierten en muchas cosas de las futuras, pues de aquí sucede que uno se echa por la ventana, otro mata a su enemigo, otro se mata con una espada, como lo hizo Dido, siguiendo lo que su apetito les pide. Las cuales muertes se pueden llamar fatales hablando muy propriamente, pues su causa es el hado. Y así, Señor Herrera, no acertastes en decir que la muerte violenta no es muerte de hado.

Observación 46.


Al fin, Señor Herrera, habéis podido más que yo, pues me tenéis tan molido que me falta paciencia para pasar adelante; por lo cual determino de acabar, no porque falten otras mil cosas de que reprehenderos. Y prométoos cierto que, cuando veo las necedades que habéis dicho, me maravillo mucho que Francisco Pacheco, Diego Girón y Francisco de Medina, de cuyas letras hay por acá mucha satisfación, se hayan puesto a loar tan de veras, como se ve por sus versos latinos, este vuestro libro, perdiendo el trabajo y tiempo en obra semejante. Pero sin duda creo, Señor Herrera, que no lo debieron hacer tanto por daros gusto, como vos pensáis, cuanto por hacer ostentación de su caudal. Como muchos de los antiguos, que para mostrar su elocuencia no quisieron ponerse a loar las cosas que consigo traen la alabanza, sino otras bajas y antes dinas de vituperio; porque la sequedad del sujeto y el pelear contra la razón les hiciese sacar nuevos concetos y adelgazar el entendimiento, admirando los oyentes. Y así uno loaba la mentira, otro la fealdad, otro la mosca, otro el ratón, otro la pulga. Pues estos que en sus versos os alaban quisieron hacer lo que los pasados, y para ecederles en bajeza de materia dejaron la mentira, la fealdad, la mosca, el ratón y la pulga, y por cosa más baja escogieron al divino Herrera y a sus Anotaciones. Esta disculpa tienen de haber puesto la mano en una obra tal. Pues para acabar, Señor Herrera, de todo lo pasado se saca que sois heroico poeta, severo censor, gran astrólogo, doto filósofo, señalado en elocuencia, diestro gramático, gran imitador de "los sagrados despojos de la venerada antigüedad," eminente en traducir, insine cosmógrafo, proprio en comparaciones, gran averiguador de virtudes naturales, acérrimo dialético y, por acabar, también os habéis mostrado en vuestro libro famoso pintor. Porque demás de tratar, en cierta parte de él, la teoría de esta arte, descubriendo la perfeción de los lejos, sombras, escorzos, relieves y otros primores, habéis mostrado que la sabéis poner por obra en muchos caracteres griegos que he visto en vuestras obras; porque si bien lo miráis, Señor Herrera, hacer letras que no se conocen, pintar es, y no escribir. Aunque arriba os pedí que me perdonásedes si en algo anduviese demasiado, lo vuelvo a hacer ahora de nuevo, suplicándoos procuréis recoger la impresión de vuestros libros, que según han sido recebidos los habréis tan baratos, que ganéis después dineros vendiéndolos para rocaderos o suelos de pasteles. Y con que hagáis esto os perdono la respuesta a estas observaciones; la cual si quisiéredes enviar, podrá venir encaminada a esta ciudad de Burgos, donde quedo rogando a Dios os dé todo aquello que Ovidio desea para su amigo Ibis, y los bienes que Merlino Cocayo dice que causa Saturno en estos versos:

................................Capitis dolor, hidropisia,
Mazzucus, lancum, carbones, morbida pestis,
Angonaya, malum costae, quartanaque febris,
Flegma, tumor ventris, vermes, collicique dolores,
Petra vessigarum, cancar, giandussa, bognones,
Franzosus, fersae, cagasanguis, rogna, varolae,
Defectus cerebri, rabiesque frenetica, clauus,
Stizza canina, dolor dentorum, scropha, puvidae,
Goltones, posthema, tumor vel lergna vocatur,
Testiculi bropholae, tegnosaque codega, lepra,
Schelentia, gulae siccitas, tum pectoris asma,
Sanctique Antonij morbus, morena, podagra,
Tysica febris, mugancae, tardaeque pedanae.


Esta familia de Saturno, Señor Herrera, sea siempre en vuestra guarda.

Finis.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera