Título del texto editado:
Contra el Antidoto de Jáuregui y en favor de don Luis de Góngora por un curioso
Contra
el
Antidoto
de Jáuregui y en favor de don Luis de Góngora por un
curioso
Por ser yo también natural de Sevilla, mi
señor
don Juan, y nacido y criado en su misma collación de vuestra merced, la Magdalena, y aun su amigo
ab
incunabulis,
porque las letras del A. B. C. nos las enseñó a los dos un mismo maestro, que fue Bazán, me atrevo, por todos estos títulos y por ser mayor de edad, a
decirle
a vuestra merced lo mal que lo miró en arrojarse a escribir
el
Antidoto
de vuestra merced, tan cacareado, contra las obras de don Luis de
Góngora,
famoso
ingenio, y que ha honrado con ellas nuestra España y nación, las cuales por
curiosidad
he juntado todas o casi todas en este
libro
y en otro. Y cuanto a lo primero, digo, señor, que cuando vuestra merced fuera extranjero, no me espantara, por el odio y envidia natural que los tales tienen a los españoles, pero que, siendo vuestra merced español y andaluz, haya querido
oscurecer
lo que tantos doctos españoles y hombres de
buen gusto
han alabado, engrandecido y
reverenciado
como a prodigio y monstruo de naturaleza. ¡Y qué digo los españoles: todas las naciones que han tenido noticia de sus obras! Y es tanto esto verdad, que dudan los napolitanos (como tan eruditos en poesía) que español haya compuesto semejantes obras, particularmente
el
Polifemo
y
Soledades.
Hame dado que pensar si lo hizo vuestra merced obligado del oficio de poeta por el refrán o instimulado de la carcoma de la
envidia
o atormentado que fuesen ajenas obras, que es el castigo que señala y apunta
Quevedo
que los poetas tienen en su infierno imaginario. Séase lo que se fuere, no ha servido de otra cosa
su
Antidoto
de vuestra merced sino de dar el
vejamen
para que le den todo el claustro pleno de los señores doctores de la facultad el grado que merece. Ya tiene vuestra merced noticia, como tan docto, que, cuando se quiere graduar un doctor en su facultad, primero que se le da el grado, es costumbre en las universidades, desde que se fundaron hasta ahora cuarenta años, que un ignorante seglar, aunque decidor y gracioso (ya desde esta edad es el doctor menos antiguo), le diese un vejamen deshaciendo y vituperando su habilidad y suficiencia. Y en este dicen muchos disparates vestidos con colores y apariencias de verdad: todo lo cual el que ha de ser doctorado lo lleva con muy grande paciencia y sufrimiento, y no habla en su defensa palabra alguna, porque sabe que todo el claustro pleno de los doctores sabe que, pues le dan el grado, tiene suficiencia y lo merece. Y con esto, no haciendo caso del vejamen, queda más honrado y graduado, y el charlatán se queda en la posesión que antes, si no es que ha perdido algo por no saber bien decir mal, que, aunque echan de ver que no dice ninguna verdad, a lo menos todos quieren que diga bien.
Así vuestra merced ha servido de darle el vejamen al señor don Luis, que de esto ha servido
su
Antidoto,
con lo cual ha quedado más honrado, calificado y conocido por muy eminente en su facultad; y lo que es más de ponderar: que no ha hablado palabra ni ha querido tomar la pluma para mostrarle a vuestra merced que los que dijo fueron
disparates
que a todo el mundo son notorios. Y ya que él no lo ha hecho, lo han hecho otros buenos
ingenios,
como es el señor don
Francisco
de Córdoba, abad de Rute y
racionero
de la Santa Iglesia de Córdoba, singular ingenio versado en muy aventajadas letras, grande humanista y muy docto y versado en poesías, como se podrá ver en su escrito, a quien
intituló
Examen del «Antídoto»,
que adelante se podrá leer, en que responde con agudeza a todas sus
sofisterías
de vuestra merced. Y no sé yo qué más se pudiera responder ni decir. Y lo que campea más (porque cada uno habla como quien es, o como la pasión o afición dicta): la modestia tan grande y decoro en el decir, la cual, no guardándola vuestra merced, parece que se le debía responder en su lenguaje. Otro es el licenciado Pedro Díaz de
Rivas,
particular ingenio de Córdoba y muy versado en todas buenas letras y lenguas, el cual hizo
unas
Ilustraciones en favor y defensa del Polifemo y Soledades
y las demás obras de don Luis de Góngora, que las puede vuestra merced ver, que están en este libro o 2a parte, y con modestia le manifiesta a vuestra merced su poco saber y que no entendió las Soledades. Pues cuando vuestra merced tuviera más autoridad, causada de las muchas, buenas y heroicas obras que ha compuesto, y que se las hubieran alabado, estimado, por muy buenas, señores doctos y peritos en la facultad, y estuviera vuestra merced en opinión de hombre de opinión, fuera más
cuerda
su
censura
y más bien recibida. Con ella vuestra merced se ha excluido del número de los sabios y
doctos,
porque de estos es muy propio favorecer los trabajos de los ingenios ajenos; porque, como no tienen qué envidiar, no les duele el encarecer; que hay
calidades
de hombres, y vuestra merced es uno de estos, que piensan que el bien que dicen de los otros y de sus obras va por cuenta de sus méritos. Y a propósito dijo bien un sabio que los escritos eran los espejos de los ingenios, y que quien no había dado a luz sus obras no había visto la cara de su entendimiento. Y ansí se infiere que no tienen espejo los que no han escrito en la materia de que hablan o reprehenden. Y por esta causa me parece se le puede acomodar a vuestra merced un dicho que dijo cierto padre hablando de un hijuelo suyo, que el primer día que empezó a escribir decía que su maestro no sabía lo que se escribía, por lo cual dijo su padre: «Mi hijo Benitillo, antes maestro que discípulo».
También le hubiera calificado mucho a vuestra merced el haber
nacido
poeta, porque el poeta, para ser bueno,
nascitur,
y había de ser el nacimiento por lo menos en Córdoba, madre de poetas, porque el clima del cielo lo lleva de suelo, y así ha producido tantos y tan buenos en todas edades, porque no en balde Marcelo la edificó en el sitio que hoy posee con particular observación de astros y estrellas; pero ¿en vuestra merced, nacido y criado en Sevilla, que no influye cosa de provecho en materia de poesías? Y no es de los de la Heria y pendón verde, que al fin son más diabólicos en todo cuanto emprenden, sino magdalénico, de los que, cuando juran, dicen «Por esta cruz» y «Por vida de la señora mi madre, que, si me hace, que le tire un balacito». Sí, digo de mí, criado con el vaho de los molletes y mantequillas, buñuelos y pasteles, castañas y patatas cocidas, zahínas en invierno y alejijas en verano, caracoles, habas y membrillos cochos, alegrías, barquillos y otras mil golosinas de camarón con lima, arropía, turrón, piñones mondados, aguardiente y naranjada para por las mañanas, y chochos y garbanzos tostados a la tarde para la merienda. Con tantas ensaladas de cosas, ¿qué buen poeta hará?
A atrevimiento, y no a saber o a operación de
mocedad
(y aun así, me dicen, lo ha confesado vuestra merced, ya más cuerdo), se le ha atribuido a vuestra merced
su
Antidoto.
No peina vuestra merced por ahora tantas canas, y, mucho menos, experiencia; y esto ha sido parte de descargo por habérsele recibido a vuestra merced esta partida en cuenta, y así digo que en ninguna cosa de todas cuantas vuestra merced calumnia ha tenido
razón,
aunque para apoyar esta haya traído sentencias y autores que vuestra merced tan bien entiende como
las
Soledades.
Y no me espanto, que, como en la
diversidad
que hay de opiniones y autores, es fácil hallar colores a cualquiera sinrazón, vuestra merced usa mucho de esta. Aplique el
ingenio,
que tiene tan
depravado,
en bien. Para usar de él se trabaja poco, y menos,
estudio.
Y para eso otro es a poder de lucerna y mordimiento de uñas.
Y en este caso he visto cumplidos aquellos dos mandatos del
Sabio,
que, aunque tan opuestos, se han careado y dado paz en esta
guerra
que vuestra merced ha tomado a su cargo, a fuego y sangre, de su voluntad, sin haberle ofendido alguno. Y, a mi ver, ha sido a la manera de unos perrillos o
gozquejos
que hay ladradores, que, sin haberles hecho nada, sino llevados de su instinto y natural perruno, en viendo un hombre honrado de capa negra, bien ataviado y compuesto, y más si pasa por donde le oigan, luego salen a él a ladrarle; pero si volviese la cara a ellos o se detuviese, huyen, y aun se corrigen de su ladrido. La adecuación de este símil ya está entendida de quien tan bien entiende; solo falta que nuestro poeta le haga cara a vuestra merced y se detenga, y eso no ha hecho porque no hace caso de perrillos ladradores. Vamos a los mandatos del
Sabio.
El primero dice:
"Ne respondeasstultoiuxtastultitiamsuam;"
el segundo:
"Responde stultoiuxtastultitiamsuam,"
etc., que para concordarlos han dado que heñir a los expositores. En nuestro caso, yo los aplico y expongo de esta manera: el señor don Luis, aprovechándose de la primera sentencia, no ha querido responder a vuestra merced a sus
disparates
y
estultitia,
que estos de vuestra merced merecen con justo título este título por mil títulos. Visto esto de hombres doctos, han llevado mal el dejarle a vuestra merced sin respuesta, y así, aprovechándose de la segunda sentencia –y porque no se ufane de que no ha habido quien se le oponga y responda– le han
respondido
"Iuxtastultitiamsuam."
Aprovéchese vuestra merced de esto para que se conozca, que virtud es el propio conocimiento, y pues no le debían nada, excusada fue la carta de pago, aunque para vuestra merced se ha tornado de finiquito y lasto. Y si quiere saber –aunque sí sabe, sino que la pasión lo tiene
atontado–
cuán en la
opinión
de todos los que saben de poesía está el señor don Luis y sus obras, que todas las de
ingenio,
erudición
y
artificio
que salen, no sabiendo su autor, dicen: «A estas bien se les echa de ver que son de don Luis, porque es imposible que otro que él las haya compuesto»; de manera que han hecho caso reservado al ingenio del señor don Luis todas las cosas buenas y de ingenio, aunque sean de otro cualquier esmerado ingenio. Más, que a sus obras del señor don Luis (por estar hechas con tal
primor
y disposición) les atribuyen hombres doctos de la facultad más sentidos y misterios de lo que ellas en sí encierran, y todos muy buenos, porque verdaderamente son capaces de ellos, aunque a su autor no le pasó tal, ni aun por el pensamiento. Una agudeza, un buen dicho, una galana frase y modo de decir: todo se lo atribuyen a él; o por lo menos dicen: «Esto huele a don Luis». Y no es la menor gallardía o policía que las cosas que de su cosecha traen consigo el nombre natural, habiendo de tratarlas, las ha disfrazado y fraseado con galano y pulido estilo y modo; y otras, con equívocos que hacen dos luces nunca de otro inventadas que de su ingenio feliz. Quiero rematar con decir que, para acabarse vuestra merced de rematar (tan en pregón anda con todo esto) y echarse a perder del todo, porque nunca un yerro viene solo, sacó a luz, con poca luz y menos disciplina, una obra que le
intituló
Orfeo,
en el cual no guarda la doctrina que reprehende en el señor don Luis:
"quialoquifacile, praestaredifficile."
Hace el oficio del
papagayo,
que habla y no sabe lo que habla, porque ni lo entiende ni lo pone en ejecución. Es vuestra merced como los mancos de san Antón, que, no teniendo manos para obrar, tienen boca para hablar. Antes, como su discípulo del señor don Luis, se
aprovecha
de sus frases y locuciones y modos de decir, aunque adulterados y mal injertos, y, al fin, usurpados, y así ha parecido a hombres doctos y de buen sentir que es la más
mala
poesía y composición que ha salido a vista de oficiales. Paréceme vuestra merced a un cosmógrafo que leía en Sevilla en las casas de cabildo, con salario de la ciudad, el arte de navegar a las Indias. Decía bien las distancias, los bajíos, el modo de entender y ajustar la aguja y ballestilla. Y el que ultimadamente parecía hablando científicamente, como si todo lo hubiera andado y medido a palmos y visto por vista de ojos, y preguntándole en mi presencia un piloto que si le encargasen una nao para ir a las Indias, si nos llevaría a ellas sin errar, respondió que no; porque él lo sabía para poderlo decir en teórica, y que no se atrevería ni sabría ponerlo en práctica. Así sus razones de vuestra merced, por lo que le tengo dicho,
"quialoquifacile, praestaredifficile."
Y bien se le ha echado de ver en el
negro
Orfeo.
Un estudiante, y no de mucho nombre, afrentado y aun corrido de ver su
Orfeo
de vuestra merced, hizo
otro,
y es tanto mejor que el de vuestra merced como de blanco a prieto. Y pues en esto lo han puesto a vuestra merced sus obras, no trate de hacer más, que no granjea opinión. Y por ser esta la mía y porque más en particular oirá de su derecho en
el
Examen
del señor don Francisco que aquí se sigue. Dios le
guarde.