Información sobre el texto

Título del texto editado:
Fragmento de Obras de Garci Lasso de la Vega (Anotaciones de Herrera) (II)
Autor del texto editado:
Herrera, Fernando de 1534-1597
Título de la obra:
Obras de Garci Lasso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera
Autor de la obra:
Vega, Garcilaso de la 1501-1536
Edición:
Sevilla: Imprenta de Alonso de la Barrera, 1580


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Es el soneto la más hermosa composición, y de mayor artificio y gracia de cuantas tiene la poesía italiana y española. Sirve en lugar de los epigramas y odas griegas y latinas, y responde a las elegías antiguas en algún modo, pero es tan extendida y capaz de todo argumento, que recoge en sí sola todo lo que pueden abrazar estas partes de poesía, sin hacer violencia alguna a los preceptos y religión de la arte, porque resplandecen en ella con maravillosa claridad y lumbre de figuras y exornaciones poéticas la cultura y propiedad, la festividad y agudeza, la magnificencia y espíritu, la dulzura y jocundidad, la aspereza y vehemencia, la conmiseración y afectos, y la eficacia y representación de todas. Y en ningún otro género se requiere más pureza y cuidado de lengua, más templanza y decoro, donde es grande culpa cualquier error pequeño; y donde no se permite licencia alguna, ni se consiente algo que ofenda las orejas, y la brevedad suya no sufre que sea ociosa o vana una palabra sola. Y por esta causa su verdadero sujeto y materia debe ser principalmente alguna sentencia ingeniosa y aguda o grave, y que merezca bien ocupar aquel lugar todo, descrita de suerte que parezca propia y nacida en aquella parte, huyendo la oscuridad y dureza, mas de suerte que no descienda a tanta facilidad, que pierda los números y la dignidad conveniente. Y en este pecado caen muchos que piensan acabar una grande hazaña cuando escriben de la manera que hablan; como si no fuese diferente el descuido y llaneza que demanda el sermón común de la observación que pide el artificio y cuidado de quien escribe. No reprehendo la facilidad sino la afectación de ella, porque singular virtud es decir libre y claramente, sin cansar el ánimo del que oye con dureza y oscuridad, y no se puede dejar de conceder que regala mucho al sentido ver que ningunos vínculos y ligaduras de consonancias impiden el pensamiento para no descubrirse con delgadeza y facilidad. Mas ¿quién no condenará el poco espíritu y vigor, la humildad y bajeza, que se adquiere con el conseguimiento de ella? ¿Y quién no estima por molestia y disgusto oír palabras desnudas de grandeza y autoridad cuando importa representalla? Sin duda alguna el soneto, que tanta semejanza tiene y conformidad con el epigrama, cuanto más merece y admite sentencia más grave, tanto es más difícil, por estar encerrado en un perpetuo y pequeño espacio, y esto, que parecerá por ventura a los que no lo consideran bien, opinión apartada del común sentimiento, puede fácilmente juzgar con la experiencia quien ha compuesto sonetos y, recogido en una sujeta y sutil materia con gran dificultad, ha esquivado la oscuridad y dureza del estilo. Porque es muy desigual diferencia escribir en modo que los versos fuercen la materia, a aquel en que la materia fuerce los versos, y en esto se conoce la distancia que hay entre unos y otros escritores, porque la lengua, los pensamientos y las mismas figuras que ilustran la oración y la vuelven espléndida y generosa, no siempre siguen a la destreza y felicidad de esta composición. Y pienso yo, si por ventura no me engaña el juicio, que en los versos latinos, fuera de la que se usurpó el lenguaje romano, haya mucha mayor libertad que en los vulgares, porque en nuestra lengua, así como en la toscana, demás de los pies, que más por naturaleza que por alguna regla es necesario guardar en los versos, concurre también esta dificultad de las rimas, la cual, como saben los que mejor escriben en este género de poesía, disturba muchas y hermosas sentencias, que no se pueden narrar con tanta facilidad y clareza. Y bien se prueba que nuestros versos no están faltos de pies, porque se pueden componer muchos que contengan once sílabas sin que en ellos se perciba algún sonido de versos o cualquiera otra diferencia de la prosa. Por esto afirmo ser muy difícil el verso vulgar, y entre los otros dificílimo el estilo del Soneto, y digno de ser preciado en mayor estimación que otro alguno de ellos.

Consta de catorce versos endecasílabos y se divide en cuatro partes, la primera y segunda de las cuales se llama en lengua italiana, del número de cuatro versos de que se compone, primero y segundo cuadernario, y cuartel en la nuestra; la tercera y cuarta, de tres versos en que se cierra cada una, se apellidan primero y segundo ternario o terceto. En el ritmo y consonancia se responden primera y segunda, y semejantemente la tercera y cuarta tienen diferentes cadencias de las superiores. No dejaré de traer esta adversión, pues se ofrece lugar para ello, que cortar el verso en el Soneto, como,

Quién me dijera, cuando en las pasadas
horas


no es vicio sino virtud, y uno de los caminos principales para alcanzar la alteza y hermosura del estilo; como en el heroico latino, que romper el verso es grandeza del modo de decir. Refiero esto porque se persuaden algunos que nunca dicen mejor que cuando siempre acaban la sentencia con la rima. Y oso afirmar que ninguna mayor falta se puede casi hallar en el soneto que terminar los versos de este modo, porque aunque sean compuestos de letras sonantes y de sílabas llenas casi todas, parecen de muy humilde estilo y simplicidad, no por flaqueza y desmayo de letras, sino por sola esta igual manera de paso, no apartando algún verso; que yendo todo entero a acabarse en su fin, no puede tener alguna cumplida gravedad, ni alteza, ni hermosura de estilo, si bien concurriesen todas las otras partes. Pero cuando quiere alguno acompañar el estilo conforme con la celsitud y belleza del pensamiento, procura desatar los versos, y muestra con este deslazamiento y partición cuánta grandeza tiene y hermosura en el sujeto, en las voces y en el estilo, porque lo hace levantado, compuesto y bellísimo en la forma y figura del decir esta división, y lo aparta de la vulgaridad de los otros, mas este rompimiento no ha de ser contino, porque engendra fastidio la perpetua semejanza. Quieren algunos de los que siguen esta observación que en el primer verso de los cuarteles y de los tercetos no tenga lugar esta incisión, que la juzgan por vicio indigno de perdonar, y son ellos los que no merecen disculpa en esto, porque antes se alcanza hermosura y variedad y grandeza. Y de esta suerte lo vemos en todos los que han escrito con más arte y cuidado. Debemos a Francisco Petrarca el resplandor y elegancia de los sonetos, porque él fue el primero que los labró bien y levantó en la más alta cumbre de la acabada hermosura y fuerza perfecta de la poesía, aquistando en aquel género, y mayormente en el amatorio, tal gloria, que en espíritu, pureza, dulzura y gracia es estimado por el primero y último de los nobles poetas, y sin duda, si no sobrepujó, igualó a los escritos de los más ilustres griegos y latinos; y así dijo de él Antonio Francisco Rinieri, milanés, excelente escritor de versos elegíacos:

Petrarca, il vanto a voi dan le Sirene;
a voi cedon le Muse, a voi le cime
piegano i lauri, a voi l'ergon i mirti.


Porque dejó atrás con grande intervalo en nobleza de pensamientos a todos los poetas, que trataron de cosas de amor, sin recibir comparación en esto de los mejores antiguos, y no se halla en él deseo de los deleites lascivos del amor humano, sino en solas estas partes, conforme a lo que yo me acuerdo:

con lei foss'io da che si parte il sole,
e non ci vedess'altri che le stelle,
solo una notte, e mai non fosse l'alba.


Y esto escribió para mostrar la fuerza del deseo sensual, que combatía con la razón, y así dijo:

la voglia e la ragion combattut’ hanno
sette e sett’ anni, e vincerà il migliore.


Y en otra parte rompe con este afecto:

Pigmalion, quanto lodarti dei
de l'imagine tua, se mille volte
n’ havesti quel ch’ io solo una vorrei.


Pero pinta esto tan poéticamente, y tan apartado y lleno de honestidad en las voces y el modo, que es maravilloso su artificio y todo él se emplea y ocupa en el gozo de los ojos más que de otro sentido, y en el de los oídos y entendimiento, y en consideración de la belleza de su Laura y de la virtud de su ánimo. Desean algunos más cosas en los escritos de Petrarca, no considerando, que el poeta élego no tiene necesidad de mucha más erudición, y le imponen culpa de vestir y aderezar con palabras las sentencias comunes, no consistiendo su excelencia en esquivar los conceptos vulgares. ¿Y cuál puede ser mayor alabanza de Petrarca que hacer con el género de decir suyo aventajadas y maravillosas las cosas comunes? El error que le imputan de pecar en la demasía de las palabras para henchir las rimas, y de ayuntar voces llenas y compuestas más para sustentar el verso que para exornallo, tiene por descargo, si se descubre en alguna parte, que no es muchas veces, y esas trabajadas tan diligentemente, que fueran no vituperadas en otro escritor. Mas ¿por qué no se concederá esta licencia a la dificultad de las consonancias, sin la cual no la desprecia la lengua latina? Si no pudo ser Petrarca tan entero y tan perfecto, que todas sus cosas pasasen sin reprehensión, baste haber quitado a los que sucedieran la esperanza del primer lugar, y ser solo ejemplo a los que quieren escribir bien, y que ninguno hay tan arrogante y soberbio de ingenio, que no piense haber hecho mucho en acercársele con su imitación.

No puedo conmigo acabar de pasar en silencio esto que el ánimo me ofrece a la memoria tantas veces; porque me enciende en justa ira la ceguedad de los nuestros y la ignorancia en que se han sepultado, que procurando seguir solo al Petrarca y a los toscanos, desnudan sus intentos sin escogimiento de palabras y sin copia de cosas; y queriendo alcanzar demasiadamente aquella blandura y terneza, se hacen humildes y sin composición y fuerza, porque de otra suerte se ha de buscar o la flojedad y regalo del verso, o la viveza; que para esto importa destreza de ingenio y consideración de juicio. ¿Qué puede valer al espíritu quebrantado y sin algún vigor la imitación del Ariosto? ¿Qué la suavidad y dulzura de Petrarca al inculto y áspero? Yo, si deseara nombre en estos estudios, por no ver envejecida y muerta en pocos días la gloria que piensan alcanzar eterna los nuestros, no pusiera el cuidado en ser imitador suyo, sino enderezara el camino en seguimiento de los mejores antiguos, y juntando en una mezcla a estos con los italianos, hiciera mi lengua copiosa y rica de aquellos admirables despojos y osara pensar que con diligencia y cuidado pudiera arribar a donde nunca llegarán los que no llevan este paso. Y sé decir que por esta vía se abre lugar para descubrir muchas cosas, porque no todos los pensamientos y consideraciones de amor y de las demás cosas que toca la poesía cayeron en la mente del Petrarca y del Bembo y de los antiguos; porque es tan derramado y abundante el argumento de amor y tan acrecentado en sí mismo, que ningunos ingenios pueden abrazallo todo, antes queda a los sucedientes ocasión para alcanzar lo que parece imposible haber ellos dejado. Y no supieron inventar nuestros precesores todos los modos y observaciones de la habla, ni los que ahora piensan haber conseguido todos sus misterios y presumen poseer toda su noticia, vieron todos los secretos y toda la naturaleza de ella. Y aunque engrandezcan su oración con maravillosa elocuencia e igualen a la abundancia y crecimiento, no solo de grandísimos ríos, pero del mismo inmenso Océano, no por eso se persuadirán a entender que la lengua se cierra y estrecha en los fines de su ingenio. Y pudiendo así haber cosas y voces, ¿quién es tan descuidado y perezoso, que sólo se entregue a una simple imitación? ¿Por ventura los italianos, a quien escoge por ejemplo, incluyéronse en el círculo de la imitación de Petrarca? ¿Y por ventura el mismo Petrarca llegó a la alteza en que está colocado por seguir a los provenzales, y no por vestirse de la riqueza latina? Pero cese esto, que en otra parte tendrá mejor asiento, y volvamos el curso a nuestra primera intención.

Después de Petrarca, hasta Iacobo Sannazaro y Pedro Bembo hubo un grande silencio y oscuridad. Mas estos casi iguales con su erudición y cuidado se le fueron acercando con felicidad grandísima, porque Sannazaro en los Sonetos y canciones es elegantísimo y lleno de un sonido muy dulce y numeroso, y tan fácil, que dice libremente todo lo que se le ofrece en el ánimo, y tan grave y alto, que parece que no lo impide alguna facilidad. En la descripción de las cosas es admirable, y tuviera el segundo lugar en esta poesía si el Bembo no se le hubiera anticipado con la pureza y claridad de sus Rimas, y con la suavidad y terneza de los números; el cual, aunque fue juzgado por duro y afectado de voces y estilo, fue solo verdadero y primero conocedor de todas las flores, de quien se adorna la lengua italiana y latina, y de él se aprendió a imitar. Con estos fue famoso y esclarecido Francisco María Molsa, rarísimo ingenio, y en la poesía latina y vulgar por afirmación de muchos hombres sabios, no inferior a los antiguos, y superior a los modernos.

Los españoles, que no perdonaron a algún género de verso italiano, se han ya hecho propia esta poesía, pero no sé cómo sufrirán los nuestros, que con tanta admiración celebran la lengua, el modo del decir, la gracia y los pensamientos de los escritores toscanos, que ose yo afirmar que la lengua común de España, sus frases y términos, su viveza y espíritu, y los sentimientos de nuestros poetas pueden venir a comparación con la elegancia de la lengua y con la hermosura de las divinas rimas de Italia. Porque me parece, que más fácilmente condescenderán con mi opinión los italianos que tienen algún conocimiento de la nuestra, que los españoles, que ponen más cuidado en la inteligencia de la lengua extranjera que de la suya, y permítaseme que yo diga esto, que la verdad y razón piden que se manifieste, porque no me obliga a publicallo la pasión, que tuvo el Tomitano, cuando encendido con vehemente, pero desfrenado ímpetu, quiso extender todas las fuerzas de su elocuencia en vituperio de la habla y conceptos e ingenios españoles, y no contento de haber condenado, como a él le pareció, toda nuestra nación en lo que toca a esta parte, porque se conociese por el ejemplo ser de aquella suerte, confirmó su opinión con un lugar que trajo de fray Antonio de Guevara, como si fueran los españoles tan bárbaros y apartados del conocimiento de las cosas, que no supieran entender qué tales eran aquellos escritos. Pero no perdiera reputación, ya que quiso volver el estilo contra toda una gente no ignorante ni sujeta, si dejara de traer aquellos modos de decir suyos, con que quiere enseñar la elocuencia toscana; porque no hay afectación española, hablo a su parecer, que no le dé la ventaja.

Mas ¿por qué ha de ser tan atrevida la ignorancia de los hombres que no conocen la riqueza de nuestra lengua, aunque nacidos y criados en ella, que se estime su determinación como regla universal? Cuando alcanzaren los que admiran la lengua italiana por ejercicio y arte la fuerza y abundancia y virtudes de la nuestra, entonces será lícito que la condenen o alaben; pero sin discernir las cosas, en que la una iguala, o se prefiere a la otra, es tiranía insufrible de su mal juicio. Yo respeto con grandísima veneración los escritos y la lengua de los hombres sabios de Italia, y encarezco y estimo singularmente el cuidado, que ponen en la exornación y grandeza y acrecentamiento de ella; y al contrario, culpo el descuido de los nuestros y la poca afección que tienen a honrar la suya; pero (si esto no procede de mal conocimiento) no puedo inducir el ánimo a este común error, porque habiendo considerado con mucha atención ambas lenguas, hallo la nuestra tan grande y llena y capaz de todo ornamento, que compelido de su majestad y espíritu, vengo a afirmar, que ninguna de las vulgares le excede, y muy pocas pueden pedille igualdad. Y si esto no se prueba bien por algunos escritos, que han salido a luz, no es culpa de ella, sino ignorancia de los suyos, mas para que hagan derecho juicio los que tienen entera noticia de estas cosas, sólo quiero que aparten y desnuden de su ánimo la afección, y no se dejen llevar de opiniones falsas y envejecidas en hombres ignorantes y enemigos de su propia gloria, porque si no los mueve pasión, han de confesar forzosamente la ceguedad y error de su entendimiento. Y para esto notando con alguna consideración la naturaleza y calidad de ambas lenguas vendrán con mucha facilidad en verdadero conocimiento de esta diferencia.

Porque la toscana es muy florida, abundosa, blanda y compuesta, pero libre, lasciva, desmayada, y demasiadamente enternecida y muelle y llena de afectación; admite todos los vocablos, carece de consonantes en la terminación, lo cual, aunque entre ellos se tenga por singular virtud y suavidad, es conocida falta de espíritu y fuerza; tiene infinitos apóstrofos y concisiones, muda y corta y acrecienta los vocablos. Pero la nuestra es grave, religiosa, honesta, alta, magnífica, suave, tierna, afectuosísima y llena de sentimientos, y tan copiosa y abundante, que ninguna otra puede gloriarse de esta riqueza y fertilidad más justamente; no sufre, ni permite vocablos extraños y bajos, ni regalos lascivos, es más recatada y observante, que ninguno tiene autoridad para osar innovar alguna cosa con libertad; porque ni corta, ni añade sílabas a las dicciones, ni trueca, ni altera forma; antes toda entera y perpetua muestra su castidad y cultura y admirable grandeza y espíritu, con que excede sin proporción a todas las vulgares, y en la facilidad y dulzura de su pronunciación. Finalmente la española se debe tratar con más honra y reverencia, y la toscana con más regalo y llaneza.

Que hayan sido ellos en este género más perfetos y acabados poetas que los nuestros, ninguno lo pone en duda; porque han atendido a ello con más vehemente inclinación, y han tenido siempre en grande estimación este ejercicio. Pero los españoles, ocupados en las armas con perpetua solicitud hasta acabar de restituir su reino a la religión cristiana, no pudiendo entre aquel tumulto y rigor de hierro acudir a la quietud y sosiego de estos estudios, quedaron por la mayor parte ajenos de su noticia; y apenas pueden difícilmente ilustrar las tinieblas de la oscuridad, en que se hallaron por tan largo espacio de años. Mas ya que han entrado en España las buenas letras con el imperio, y han sacudido los nuestros el yugo de la ignorancia, aunque la poesía no es tan generalmente honrada y favorecida como en Italia, algunos la siguen con tanta destreza y felicidad, que pueden poner justamente envidia y temor a los mismos autores de ella. Pero no conocemos la deuda de habella recibido a la edad de Boscán, como piensan algunos, que más antigua es en nuestra lengua, porque el Marqués de Santillana, gran capitán español y fortísimo caballero, tentó primero con singular osadía, y se arrojó venturosamente en aquel mar no conocido, y volvió a su nación con los despejos de las riquezas peregrinas; testimonio de esto son algunos sonetos suyos dignos de veneración por la grandeza del que los hizo, y por la luz que tuvieron en la sombra y confusión de aquel tiempo, uno de los cuales es este:

Lejos de vos e cerca de cuidado,
pobre de gozo e rico de tristeza,
fallido de reposo e abastado
de mortal pena, congoja e graveza.

Desnudo de esperanza, e abrigado
de inmensa cuita e visto de aspereza,
la mi vida me huye, mal mi grado,
la muerte me persigue sin pereza.

Ni son bastantes a satisfacer
la sed ardiente de mi gran deseo
Tajo al presente, ni me socorrer

la enferma Guadiana, ni lo creo,
solo Guadalquivir tiene poder
de me sanar e solo aquel deseo.


Después de él debieron ser los primeros (hablo de aquellos cuyas obras he visto), Juan Boscán y don Diego de Mendoza, y casi igual suyo en el tiempo Gutierre de Cetina y Garcilaso de la Vega, príncipe de esta poesía en nuestra lengua. Boscán, aunque imitó la llaneza de estilo y las mismas sentencias de Ausiàs, y se atrevió traer las joyas de Petrarca en su no bien compuesto vestido, merece mucha más honra que la que le da la censura y el rigor de jueces severos; porque si puede tener disculpa ser extranjero de la lengua en que publicó sus intentos y no ejercitado en aquellas disciplinas, que le podían abrir el camino para la dificultad y aspereza en que se metía, y que en aquella sazón no había en la habla común de España a quien escoger por guía segura, no será tan grande la indignación, con que lo vituperan queriendo ajustar sus versos y pensamientos, y no reprehenderán tan gravemente la falta suya en la economía y decoro y en las mismas voces que no perdonen aquellos descuidos y vicios al tiempo en que él se crio y a la poca noticia que entonces parecía de todas estas cosas de que está rica y abundante la edad presente.

Don Diego de Mendoza halló maravillosamente y trató sus conceptos que llaman del ánimo y todas sus perturbaciones con más espíritu que cuidado y alcanzó con novedad lo que pretendió siempre, que fue apartarse de la común senda de los otros poetas, y satisfecho con ello se olvidó de las demás cosas; porque si como tuvo en todo lo que escribió erudición y espíritu y abundancia de sentimientos quisiera servirse de la pureza y elegancia en la lengua y componer el número y suavidad de los versos, no tuviéramos envidia a los mejores de otras lenguas peregrinas. Y no se puede dejar de conceder que, cuando reparó con algún cuidado, ninguno le hizo ventaja, pero como él se ejercitó por ocupar horas ociosas o librar el ánimo de otros cuidados molestos, así la grandeza de sentimientos y consideraciones y el natural donaire y viveza de sus versos lo desvían, como tengo dicho, del vulgo de la poesía común.

En Cetina, cuanto a los sonetos particularmente, se conoce la hermosura y gracia de Italia; y en número, lengua, terneza y afectos ninguno le negará lugar con los primeros, mas fáltale el espíritu y vigor, que tan importante es en la poesía; y así dice muchas cosas dulcemente, pero sin fuerzas, y paréceme que se ve en él y en otros lo que en los pintores y maestros de labrar piedra y metal: que afectando la blandura y policía de un cuerpo hermoso de un mancebo, se contentan con la dulzura y terneza, no mostrando alguna serial de niervos y músculos, como si no fuese tanto más diferente y apartada la belleza de la mujer de la hermosura y generosidad del hombre que cuanto dista el río Ipanis del Erídano; porque no se ha de enternecer y humillar el estilo de suerte que le fallezca la vivacidad y venga a ser todo desmayado y sin aliento, aunque Cetina muchas veces, o sea causa la imitación u otra cualquiera, es tan generoso y lleno que casi no cabe en sí. Y si acompañara la erudición y destreza de la arte al ingenio y trabajo y pusiera intención en la fuerza como en la suavidad y pureza, ninguno le fuera aventajado.

Garcilaso es dulce y grave (la cual mezcla estima Tulio por muy difícil) y con la puridad de las voces resplandece en esta parte la blandura de sus sentimientos porque es muy afectuoso y suave. Pero no iguala a sus canciones y elegías, que en ellas se excede de suerte que con grandísima ventaja queda superior de sí mismo, porque es todo elegante y puro y terso y generoso y dulcísimo y admirable en mover los afectos; y lo que más se debe admirar en todos sus versos: cuantos han escrito en materia de amor le son con gran desigualdad inferiores en la honestidad y templanza de los deseos. Porque no descubre un pequeño sentimiento de los deleites moderados antes se embebece todo en los gozos o en las tristezas del ánimo.

No se ofenderán los que florecen ahora en estos estudios si no entran en esta memoria, porque la nobleza de sus escritos no tiene necesidad alguna de alabanza ajena, y no es siempre incorrupto juicio el que se hace de personas vivas, porque o el trato y amistad o la emulación y discordia no suelen ser derecha medida de estas censuras.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera