Información sobre el texto

Título del texto editado:
Torre del Templo Panegírico de don Fernando de la Torre Farfán. Escudo séptimo
Autor del texto editado:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Título de la obra:
Torre del Templo Panegírico de D. Fernando de la Torre Farfán
Autor de la obra:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Edición:
Sanlúcar de Barrameda: s. e., 1663


Más información



Fuentes
Información técnica





Dada la razón del tiempo de los laureles, pídese cuenta de otros, sin qué ni para qué.

Escudo 7º.


Ya se ha visto la información de los laureles acusados; deseo que vaya en derecho de la razón. Pedirse debe ahora cuenta de otros acusadores, que dudo puedan venir a defender su justicia. Cicerón estimó como ardua la empresa del delatar de otra culpa y más cuando la resolución debe proceder tan gallina que escarbe siempre en su misma conciencia. Nada hace dar arcadas al aseo de la razón como que pidan cuenta de los descuidos de otras vidas los que con los ascos de las suyas procuran echar las entrañas ajenas. Acusen solo, dice, los que no impedidos del peso de su pecado pueden volar leves sobre las ajenas culpas. Parece que semejante vuelo pide alas de paloma, ligeras y cándidas. Empero, a semejantes acusadores les dio Pierio el ánsar por jeroglífico. Es ave cuyas alas, que denotan ligereza causan embarazo; adorno que puede pleitear lo cascarrón del ruido con la vocinglería de las nueces.

Culpose, pues, entre algunos troncos el ramo del laurel y uno de ellos, el que debiera dar mejor fruto, coronó con un retacillo del mismo árbol acusado la frente del retrato de un hermano suyo. Váyasele haciendo la cuenta al ánsar acusador que no sabe tantear antes que mueva las alas, que aquello que amaga a vuelo ha de ser solo estrépito. El mismo que escupió espumarajos negros de mala tinta y aún dice que le queda más en el tintero del mismo color; ese propio (habiendo mofado de un retrato que, aunque fuese poca, tendría alguna dirección) imprimió a su costa, y la costilla de cierto hijo de Eva con barba de consulto, la efigie ultramarina que está presente; si es, o no, a la vergüenza no se sabe mientras dura la dificultad sobre si con el parentesco se pegan las malas manías.

Véase si esto podrá negarlo el magno autor de jeroglíficos. Viendo lo recóndito de la causa de laurearlo, ¿se duda si es alguno de los que esconden en sus dobleces? No juzgo que negará que es laurel, pena de que quedara por defensivo. Con uno de ambos intentos es fuerza que le rape la mollera; otro tal debiera ponerse el padre para esconder lo mal cerrado de la suya. Lo cierto es que quien puso semejante ramo no parece que lo tiene muy de cuerdo. Mofa de los laureles que solo guarnecen la estampa de un retrato y enrama con ellos la cabeza de un Tobías de allende el mar. Huye el perejil y nácele en la frente. Véalo aquí impreso quien dudando el delirio como grande, lo recelare por imposible. Bien debe notarse aquello que entre los dedos parece bolsa y, sin duda, el padre llamará jeroglífico. Aunque la lisonja quiso insinuarlo de limosnero, acabe primero con la insignia que lo absuelva de Judas. Entre tanto, ¿es fuerza? Se esté equivocando aquella virtud con este vicio; mientras no se pintaron los sujetos para quien se derrama, que se excuse de parecer que los babea la vera del bolso para pintura del precium sanguinis. Pues merécele el gesto a la inscripción que abajo notifica la piedad erga parentes, que según es de ruda, no les olerá mal a los que tienen madres. ¡Bravo Cicerón declamando por Archias! Empero, ¿quién vio a Tobías Junior laureado de dispensero?

Dúdase si le ayudó con el estudio para el epígrafe quien le socorrió con el dinero para la imprenta. Menos culpable sería que pasos que se mueven como monacales no sepan a la celda del padre Tulio, que no que patadas presumidas de jurisconsulta errasen la mesa de tanto senador. Hay jueces que salen güeros aun después de pasados por agua; con todo son buenos parásitos. Estos estudian sobre profana mesa, libros de tales hojas que parecen cartas que no pueden ser de favor. ¿Cuándo se asentarán en el bufete de los bártulos y los baldos los que desprecian el refectorio de los abades? Estos, que no conocen a Jasón en las hojas de los cuadernos, debieran sentirlo en las de vuestra causa. ¡Oh cuántas veces mete la mano la modestia donde pudiera tomar pie la venganza! Mas no quiero usar de todo su poder la razón. Ya se ve la certeza deste sujeto laureado. Resta inquirir la razón del laurel. Si es por Tobías Junior no se halla en la escritura, que esta sea insignia de patriarca mozo, ni viejo. Para significar el senior más adecuara un bordón; para expresar el junior mejor asimilara un gozque; y dejándose de uno y otro, le diera menor perro a su moneda y a la del dicho letrado.

En pasando destos intentos queda el laurel tan en vano como los cascos de los que lo pusieron, pues discurriendo por los motivos desta insignia, dudo cuál le convenga para ceñirse el lauro:

Primero necesita de ser puerta de Templo, que fue el principal instrumento que usaba en el panegírico. Por lo menos debía ser zaguán de palacio pontificio o portada de alcázar cesáreo.

Tampoco se puede percibir que litigue pendencias poéticas en gloria de Apolo, que es segundo intento desta corona. Si ya no es que la pluma que le guarnece los dedos quiere que pase por armas de cisne. Empero, mientras no lo pertrechare otro adjetivo, siempre volará por boca de ganso.

Si tampoco es esto, ¿en qué le pareció a su padre hermano, carta, nuncio de victoria, tercera ocupación del laurel? So fuesen los dobleces y rugas de la sotana, encartarlo en uno de sus jeroglíficos y contentarase con eso.

Pues si no fue esto, ni esotro tampoco, ¿qué cara le vio de años felices al bueno del retrato para rodearlo de aquellas faustas hojas? Empero aquí me persuado que tiene alguna causa, en esto solo juzgo que convence, y es que le celebra la edad por los buenos días que le da cuando le remite algún dinero que desperdicia en imprimir jeroglíficos. Adviértase que el membrete del Aestatus sud está pared en medio del laurel. Acabáramos ya de decir que lo laureamos de perdido que con 39 años no tienen habilidad para conocer que fuera más útil echar su dinero en tortas de casabe que en ayudas de jeroglíficos, pues aquellas mal que bien se comen y estos no ha habido a quien le entren de los dientes adentro.

Ahora, nótese la razón de clamar contra un retrato, ¿qué dizque se entró en el laurel hasta el ombligo el mismo que atascó el de su hermano en esas propias hojas hasta las cejas? El que reprueba debe excusarse el réprobo. Esta doctrina predicaba el padre de los monjes; no impugna a la clausura de Bruno lo que dicta la autoridad de Benito. ¿Con qué números quiere ajustar las cuentas ajenas quien no sabe que dos y dos pies, en que anda, son cuatro? ¿Por qué culpa las pajillas leves quien, pesado, echa por los trigos? Buen aliño es predicar doctrina y practicar desafueros. ¿Con qué lazo presume atar el blasfemo la lengua del que no jura en vano? ¿Qué color dará el sapo a su calumnia cuando se esfuerza a culpar por manchas los matices de el jilguero, antes de reparar que en su piel es tósigo de malicia lo que en estas plumas es artificio de la naturaleza? Así, un docto casi de nuestra edad siente que la contradicción, sin prueba, es labor de ignorantes y argüir con prevenciones para la réplica es sudor de los sabios. Sentencia fue que la guarneció de la autoridad de Tertuliano; también le ayudaría Casiodoro si se le pidiese a su varia erudición. La verdad, alma de la distribución, es tesoro que se guarda en el silencio de pocos sabios cuanto se derrama en los clamores de muchos ignorantes. Por eso, el grande estoico hacía para el provecho de la razón el más importante bocado la sujeción al propio silencio. Vil cosa ver tan de golpe las necedades que alcancen a salpicar los más retirados oídos. Esto excusa quien aconseja sus palabras con su modestia, quien medita mucho consigo para hablar poco con los demás.

Empero, quien duda que esto es hablarle alto a la insensibilidad del desierto; jetar debajo de los preceptos de la rienda las carreras del asno. No se presta bien a la docilidad generosa del caballo la necedad lerda del borrico. Quien se acordó del adagio, no se olvidó de que Horacio se lo predica así a su mecenas, lastimado, quizá, de las coces destos.

Horat. Tb. 1 Sermonum

Infelix operam perdas: ut si quis asellum
In campo docent parentem currere frenis.

Necio, perderás la obra
como si alguno a jumento
en el campo doctrinara
a que corra con el freno.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera