Título del texto editado:
Torre del Templo Panegírico de don Fernando de la Torre Farfán. Escudo séptimo
Dada
la
razón
del tiempo de los
laureles,
pídese cuenta de otros, sin qué ni para qué.
Escudo 7º.
Ya se ha
visto
la información de los laureles acusados; deseo que vaya en derecho de la razón. Pedirse debe ahora cuenta de otros
acusadores,
que dudo puedan venir a defender su justicia.
Cicerón
estimó como ardua la empresa del
delatar
de otra culpa y más cuando la resolución debe proceder tan gallina que escarbe siempre en su misma conciencia. Nada hace dar arcadas al aseo de la razón como que pidan cuenta de los descuidos de otras vidas los que con los ascos de las suyas procuran echar las entrañas ajenas. Acusen solo,
dice,
los que no impedidos del peso de su pecado pueden volar leves sobre las ajenas culpas. Parece que semejante vuelo pide alas de paloma, ligeras y cándidas. Empero, a semejantes acusadores les dio Pierio el ánsar por jeroglífico. Es ave cuyas alas, que denotan ligereza causan embarazo; adorno que puede pleitear lo cascarrón del ruido con la vocinglería de las nueces.
Culpose,
pues, entre algunos troncos el ramo del laurel y uno de ellos, el que debiera dar mejor fruto, coronó con un retacillo del mismo árbol acusado la frente del retrato de un
hermano
suyo. Váyasele haciendo la cuenta al ánsar
acusador
que no sabe tantear antes que mueva las alas, que aquello que amaga a vuelo ha de ser solo estrépito. El mismo que escupió espumarajos negros de mala tinta y aún dice que le queda más en el tintero del mismo color; ese propio (habiendo mofado de un retrato que, aunque fuese poca, tendría alguna dirección)
imprimió
a su costa, y la costilla de cierto hijo de Eva con barba de consulto, la efigie ultramarina que está presente; si es, o no, a la vergüenza no se sabe mientras dura la dificultad sobre si con el parentesco se pegan las malas manías.
Véase si esto podrá negarlo el magno autor de jeroglíficos. Viendo lo recóndito de la causa de
laurearlo,
¿se duda si es alguno de los que esconden en sus dobleces? No juzgo que negará que es laurel, pena de que quedara por defensivo. Con uno de ambos intentos es fuerza que le rape la mollera; otro tal debiera ponerse el padre para esconder lo mal
cerrado
de la suya. Lo cierto es que quien puso semejante ramo no
parece
que lo tiene muy de cuerdo.
Mofa
de los laureles que solo guarnecen la estampa de un retrato y enrama con ellos la cabeza de un Tobías de allende el mar. Huye el perejil y nácele en la frente. Véalo aquí
impreso
quien dudando el delirio como grande, lo recelare por imposible. Bien debe notarse aquello que entre los dedos
parece
bolsa y, sin duda, el padre llamará jeroglífico. Aunque la lisonja quiso insinuarlo de limosnero, acabe primero con la insignia que lo absuelva de Judas. Entre tanto, ¿es fuerza? Se esté equivocando aquella virtud con este vicio; mientras no se pintaron los sujetos para quien se derrama, que se excuse de parecer que los babea la vera del bolso para pintura del
precium sanguinis.
Pues merécele el gesto a la inscripción que abajo notifica la piedad
erga parentes,
que según es de ruda, no les olerá mal a los que tienen madres. ¡Bravo Cicerón declamando por Archias! Empero, ¿quién vio a Tobías Junior laureado de dispensero?
Dúdase si le ayudó con el estudio para el epígrafe quien le
socorrió
con el dinero para la
imprenta.
Menos culpable sería que pasos que se mueven como monacales no
sepan
a la celda del padre
Tulio,
que no que patadas presumidas de jurisconsulta errasen la mesa de tanto senador. Hay
jueces
que salen güeros aun después de pasados por agua; con todo son buenos parásitos. Estos
estudian
sobre
profana
mesa, libros de tales hojas que parecen cartas que no pueden ser de favor. ¿Cuándo se asentarán en el bufete de los bártulos y los baldos los que desprecian el refectorio de los abades? Estos, que no conocen a Jasón en las hojas de los cuadernos, debieran sentirlo en las de vuestra causa. ¡Oh cuántas veces mete la mano la modestia donde pudiera tomar pie la venganza! Mas no quiero usar de todo su poder la razón. Ya se ve la certeza deste sujeto laureado. Resta inquirir la razón del laurel. Si es por Tobías Junior no se halla en la escritura, que esta sea insignia de patriarca
mozo,
ni
viejo.
Para significar el senior más
adecuara
un bordón; para expresar el junior mejor asimilara un gozque; y dejándose de uno y otro, le diera menor
perro
a su moneda y a la del dicho letrado.
En pasando destos intentos queda el laurel tan en vano como los cascos de los que lo pusieron, pues discurriendo por los motivos desta insignia, dudo cuál le convenga para ceñirse el lauro:
Primero necesita de ser puerta de
Templo,
que fue el principal instrumento que usaba en el panegírico. Por lo menos debía ser zaguán de palacio pontificio o portada de alcázar cesáreo.
Tampoco se puede percibir que litigue
pendencias
poéticas
en gloria de Apolo, que es segundo intento desta corona. Si ya no es que la pluma que le guarnece los dedos quiere que pase por armas de cisne. Empero, mientras no lo pertrechare otro adjetivo, siempre volará por
boca
de ganso.
Si tampoco es esto, ¿en qué le pareció a su padre hermano, carta, nuncio de victoria, tercera ocupación del laurel? So fuesen los dobleces y rugas de la
sotana,
encartarlo en uno de sus jeroglíficos y contentarase con eso.
Pues si no fue esto, ni esotro tampoco, ¿qué cara le vio de años felices al bueno del retrato para rodearlo de aquellas faustas hojas? Empero aquí me persuado que tiene alguna causa, en esto solo juzgo que convence, y es que le celebra la edad por los buenos días que le da cuando le remite algún
dinero
que
desperdicia
en
imprimir
jeroglíficos. Adviértase que el membrete del
Aestatus sud
está pared en medio del laurel. Acabáramos ya de decir que lo laureamos de perdido que con
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años no tienen
habilidad
para conocer que fuera más útil echar su dinero en tortas de casabe que en ayudas de jeroglíficos, pues aquellas mal que bien se comen y estos no ha habido a quien le
entren
de los dientes adentro.
Ahora, nótese la
razón
de clamar contra un retrato, ¿qué dizque se entró en el laurel hasta el ombligo el mismo que atascó el de su
hermano
en esas propias hojas hasta las cejas? El que
reprueba
debe excusarse el réprobo. Esta doctrina predicaba el padre de los
monjes;
no impugna a la clausura de Bruno lo que dicta la autoridad de
Benito.
¿Con qué números quiere ajustar las cuentas ajenas quien no
sabe
que dos y dos pies, en que anda, son cuatro? ¿Por qué culpa las pajillas leves quien, pesado, echa por los trigos? Buen aliño es
predicar
doctrina y practicar desafueros. ¿Con qué lazo
presume
atar el blasfemo la lengua del que no jura en vano? ¿Qué color dará el sapo a su calumnia cuando se esfuerza a culpar por manchas los matices de el jilguero, antes de reparar que en su piel es tósigo de malicia lo que en estas plumas es artificio de la naturaleza? Así, un
docto
casi de nuestra
edad
siente que la contradicción, sin prueba, es labor de ignorantes y argüir con prevenciones para la réplica es sudor de los sabios. Sentencia fue que la guarneció de la autoridad de
Tertuliano;
también le ayudaría Casiodoro si se le pidiese a su
varia
erudición. La
verdad,
alma de la distribución, es tesoro que se guarda en el silencio de pocos sabios cuanto se derrama en los clamores de muchos ignorantes. Por eso, el grande estoico hacía para el provecho de la razón el más importante bocado la sujeción al propio
silencio.
Vil cosa ver tan de golpe las necedades que alcancen a salpicar los más retirados oídos. Esto excusa quien aconseja sus palabras con su
modestia,
quien medita mucho consigo para hablar poco con los demás.
Empero, quien duda que esto es hablarle
alto
a la insensibilidad del desierto; jetar debajo de los preceptos de la rienda las carreras del asno. No se presta bien a la docilidad generosa del caballo la
necedad
lerda del borrico. Quien se acordó del adagio, no se olvidó de que
Horacio
se lo predica así a su
mecenas,
lastimado, quizá, de las coces destos.
Horat. Tb. 1
Sermonum
Infelix
operam perdas: ut si quis asellum
In campo docent parentem currere frenis.
Necio,
perderás la obra
como si alguno a jumento
en el campo doctrinara
a que corra con el freno.