Título de la obra:
Álbum Literario. Periódico de Ciencias y Literatura,
año I, nº 6, 7 enero 1858
Breve
reseña
de la Literatura
Española
Ciertamente que no han sido las
reglas
las que han dirigido los
genios;
estos nos han presentado los
modelos
con haber
estudiado
la naturaleza. Todas las artes imitadoras la han copiado y explorado porque es la madre que ha producido y produce lo bello, lo
agradable,
lo
sublime
y lo peripalítico.
El genio ha observado, considerado y estudiado profundamente a esta madre universal e imitándola la ha embellecido. Posteriormente, talentos observadores han notado las obras de estos grandes genios y las bellezas que han producido, y por medio del análisis han desenvuelto sus secretos. Estos talentos, viendo lo que habían hecho los genios verdaderamente creadores, han dicho a los demás hombres: ved lo que debéis hacer si queréis
imitarlos,
ved los defectos que debéis evitar si queréis excederlos. De este modo la poesía y la elocuencia han precedido a la poética y retórica.
Habían escrito ya y puesto en escena sus tragedias
Eurípides
y Sófocles, que se han considerado siempre como obras clásicas y maestras; y contaba la
Grecia
doscientos escritores dramáticos antes que
Aristóteles
trazase las reglas de la
tragedia
en su arte poética; y Homero había sido sublime, siglos antes que Longino ensayase el
definir
qué era y en qué consistía lo sublime. Pisístrato y Pericles habían ya subrayado con su elocuencia al pueblo de Atenas cuando Georgias Leotlino dio reglas de retórica, y Aristóteles escribiese sus instituciones. Cicerón había ya sido el primer orador romano, antes que Quintiliano diese a luz las reglas de la oratoria.
Luego es claro que la
naturaleza
ha precedido al
arte;
así que la literatura nos da a conocer todas las obras de prosa y verso, todos los escritos
amenos
y todos en los que haya belleza, sublimidad y entusiasmo.
Convencidos de que la literatura se apoya en expresar con toda verdad la naturaleza en prosa y con toda belleza en verso, de aquí la elocuencia y la poesía. Mas es necesario que entendamos que estas dos artes se prestan mutuamente su auxilio, y que son necesarias en todo género de composición. La historia y la oratoria, lo mismo que toda obra
didáctica
y filosófica, deben adherirse a lo sutil y verdadero, y en sus mayores ciencias (donde está permitido), si se echa mano de lo verosímil y agradable, no lo hace debidamente, sino con respecto a la verdad, porque toda composición no logra jamás tanto crédito como cuando
agrada
y es verosímil.
El orador e historiador no son propiamente creadores; y el gusto que deben desplegar es hallar el verdadero aspecto por donde presentar los objetos, despertando la curiosidad de sus oyentes o lectores, fijando su atención, y convencer por este medio el entendimiento y mover la voluntad.
El poeta al contrario, no se fija en la realidad; se forja el mismo sus modelos y su plan: estudia, la belleza, lo sublime y todo aquello a donde puede llegar la naturaleza; reúne todos los rasgos, todas las acciones, que no sean repugnantes, atendiendo siempre a lo verosímil: y de este modo con su
entusiasmo,
produce seres bellos, maravillosos y sublimes.
Las bellas letras imitan, pues, la naturaleza: imitar es formar un retrato fiel y exacto del original, que uno se propuso por modelo. De aquí se deduce que debemos comparar estas dos ideas. Primera: el prototipo o modelo, el cual contiene los rasgos y ligamentos que queremos copiar; segunda: la
copia
que los representa.
Siendo, como hemos dicho, la
naturaleza
el modelo o prototipo de las bellas letras, debemos entender por naturaleza todo cuanto existe y cuanto concebimos fácilmente como posible. Para esto, claramente podemos distinguir cuatro mundos, a saber: primero, el mundo existente, o el universo actual físico, moral y político del cual somos parte. Segundo, el mundo histórico, que está poblado de grandes hombres y lleno de celebres hechos. Tercero, el mundo fabuloso que supone habitado por dioses y héroes imaginarios. Cuarto, en fin, el mundo ideal o posible, que debe su origen a la imaginación, pero caracterizado con todos los rasgos de existencia y propiedad. Así pintó Aristófanes al filósofo Sócrates del mundo existente, los Horacios de la historia, Medea de la fábula y el misántropo del mundo ideal o posible.
No escribimos una obra
didáctica
y por lo tanto no nos detendremos en definir, pero si apuntaremos las condiciones que han hecho brillar a tantos sabios en el campo literario: genio, inteligencia y gusto; he aquí la formula general aplicable para la resolución del problema que nos ocupa; he aquí la síntesis que forma todos nuestros objetos y todas nuestras operaciones intelectuales; de aquí las ciencias, las letras y las artes imitadoras; de aquí la literatura, la buena ideología y la moral.
Para formar nuestro
gusto
en las buenas letras tenemos todos dentro de nosotros mismos aficiones con que nos ha dotado el autor de la naturaleza, y que estimulan a buscar la perfectibilidad. Una de estas aficiones es la curiosidad innata a todo hombre que no sea extremadamente apático o esté sumido en el idiotismo más craso. La curiosidad impone al espíritu humano hacia la perfección; obra en todos los hombres y en todos manifiesta el vigor y universalidad de su acción con los placeres que de ella proceden. Tal es el placer de percibir gran número de cosas, de percibirlas fácilmente: el de la variedad, opuesto al disgusto de la monotonía, y el de la sorpresa. Para satisfacerlos hemos de consultar a la
claridad,
al orden, a la sencillez, a la simetría, a la unión y a la expresión. Inseparables de estas dotes, necesitamos recordar además los
preceptos
de la ideología que debemos tener aprendidos en la lógica: principalmente las facultades del alma llamadas mención, comparación y raciocinio.
Asentados estos principios comunes a la literatura de todas las
naciones,
como que son dictados por la naturaleza, descenderemos a hacer la aplicación de ellas a la Literatura Española, pasando revista a los más
celebres
escritores de prosa y verso que han honrado nuestra España en toda clase de composiciones.
(Se continuará)
JOSÉ GARCÍA FLORES