Título de la obra:
Obras de D. Luis de Góngora, reconocidas y comunicadas con él por D. Antonio Chacón Ponce de León, señor de Polvoranca
VIDA Y ESCRITOS DE DON LUIS DE GÓNGORA.
Fue breve, habiendo nacido jueves once de julio de 1561 y muerto lunes 24 de mayo de 1627, que sesenta y cinco
años,
diez meses y trece días brevísimo período fue a nuestro esplendor del más
lucido
y vehemente ingenio que ha producido nuestra
nación,
no gozado, que hombres tan grandes en ninguna profesión los sabe gozar; a estimarlos, a lo menos, no acierta.
Su sangre fue
nobilísima
de un
padre
y otro. Su
padre,
don Francisco de Argote,
corregidor
de esta villa y muchas ciudades, padre de don Luis de Góngora. Su
madre,
doña Leonor de Góngora, igual en la dicha del linaje y la sucesión a su marido, madre de don Luis de Góngora. Este fue el mayor lugar que alcanzaron de la fortuna, el que no pudo quitar a la naturaleza.
Nació en Córdoba, honrada porfía de pueblo y feliz a ser en todos siglos y entre tanta nobleza patria de los mayores ingenios de su nación, quizá digo del mundo en esto. Pasó los años
infantes
hasta quince con el decoro y cuidado que pedía la educación de su sangre, advertida de las esperanzas mayores que con el sol de la razón comenzaron a amanecer en sus menores años. De esta
edad
le enviaron sus padres a
Salamanca,
madre príncipe de las ciencias todas, numeroso seminario, examen y taller de las juventudes, genios e ingenios de España. Entre todos se hizo conocer por singular don Luis, mirado y admirado por Saúl de los
ingenios,
de los hombros arriba
mayor
de todos. No grandemente se adelantó en el
estudio
de los Derechos, porque, desinclinado a ellos el
genio,
y arrebatado de la violencia natural y amor de las letras humanas, se entregó todo a las musas. Festivas ellas en aquellos años
dulces
y peligrosos, le dieron de beber (desatadas las gracias en los números) tanta sal, que pasó el sabor sazonado a ardor picante. La edad floreciente, el
genio
gallardo y gustoso, el ingenio singular, la libertad de la nobleza, mal obediente a siempre justa rienda de la razón, padecieron la tempestad sabrosa y luciente de su pluma. Ni los demás escaparon de ella, y, a vueltas de las costumbres comunes, que en doctrinales sátiras y españolas vivezas cual ninguno otro, aunque vuelva
Marcial
a cortar su pluma, acusó la de don Luis, salpicó tal vez la tinta las personas. De este no corregido
ímpetu
se
dolió
una vez y otra. Sea quietud a los ofendidos. Que es raro el caso en que no han jurado los consonantes vehementes de mentirosos, que los siglos todos lo han reconocido así, y que los mayores hombres del mundo han padecido insensible y desatentamente este daño, sin que tiaras ni coronas hayan dejado de ayudar al número. Y séale
disculpa
a don Luis este mismo sentimiento, pues en prosa, conversación y trato no ha visto España más ingenuo, más cándido hombre y más sin ofensa de otros, antes con suma estimación de los que parecía haber lastimado.
Escribió muchos
versos
amorosos
a contemplaciones
ajenas.
No se le prohijen a su intento, si no se le pueden emancipar a su pluma todos. Sea empero pública verdad, como cierta, que desde el día que se ordenó
sacerdote
no
escribió
versos, ni cayó en error de los que las musas libres muestran achacarle.
En los
mayores
años, o avisado de los asuntos o
escrupuloso
del
estilo
menos
grave
en obras tan celebradas, no sin generosa
vergüenza
de algún amigo de menor edad (confesó él) se empeñó a la
grandeza
del
Polifemo
y
Soledades
y otros más breves
poemas
que enseñará esta estampa. Discurrir del
crédito
y
calumnias
y todo lo apologético de una parte y otra de este estilo pide más tiempo y más notas de erudición que estos renglones permiten; en la
liza
andan ingenios que lo
batallarán
bien estruendosamente. El autor de esta prefación a las obras de don Luis no hace, por ahora, más profesión que de amigo suyo, lega y brevemente refiere la verdad y fía del espíritu grande de este español, que vivirá en la
memoria
y aun en los labios de todos e irá debiendo a la posteridad más
aplauso
siempre. Pues, por lo que tiene de muerte la ausencia, le veneraron en vida otras naciones.
No quiero negar alguna más licencia que dio a sus
musas
para
huirse
a la sencillez de nuestra habla castellana. Si no hubiera habido de estos
atrevimientos,
no solo no hubiera dejado los primeros paños de su niñez, mas ni sacado los brazos de las fajas supersticiosas de la ignorancia y del miedo nuestra infancia, y, cuando demasiadamente religioso el seso le confiese, o en la locución voces latinas, o en la
oscuridad
y metáforas, descuido o afectación, prueben a vencerle con imitación no jocosa y reconocerán el paremia de los
griegos,
que el desliz del pie de un gigante es carrera para un enano.
El estado, dignidades y comodidades de don Luis, si no fuera vano nombre el de la fortuna, muy corrida la dejaran de la venganza que quiso tomar de la naturaleza en la singularidad de este estraño y divino
genio,
pues un caballero de tantas partes ni en menores ni en mayores años pudo ascender de una
ración
de la Santa Iglesia de Córdoba. Gloria de su iglesia, de su patria, de sus méritos no haberle mirado templadamente cuanto más reídose con él la Fortuna. ¿Qué ingenio, empero, tal vivió sin algunas lágrimas?
Llamado a esta corte de grandes
príncipes,
los gozó familiares y estimadores mucho, beneficios poco, si bien a la gracia del duque de Lerma y del marqués de Siete Iglesias debió una Capellanía de honor que llaman de su Majestad, y al Conde Duque de Sanlúcar, el favor de dos hábitos de Santiago para dos sobrinos suyos, y, si no lo estorbará la muerte, se prometía algún mayor desvelo de su fortuna al abrigo de este príncipe.
Enfermó
peligrosamente y en algunas treguas del mal, que se le atrevió a la cabeza, volvió a Córdoba, para que no le mereciese sepulcro si no el lugar que se honró patria con él. No fue lesión en el juicio el daño de la cabeza, en la memoria cebó la porfía del mal, acaso porque, al morir don Luis, en
nosotros
todos se había de repartir su
memoria.
Reconoció lo que debía a su profesión y a su sangre y dejó consuelo de su muerte a sus amigos, descanso de la envidia a sus émulos.
Todavía aun en siglo libre de nuevos accidentes don Luis, sus obras los han padecido, y, ya fuese la codicia, ya la curiosidad causa, las
estampó
la priesa, con que, faltas estas, no reparadas aquellas, mendosas todas, ya con amor, ya con
autoridad
ha sido necesario recogerlas
Hallose, empero, la
amistad,
que no parecía de amor propio o miedo ajeno, en don Antonio Chacón, señor de Polvoranca. Encendieron las cenizas de D. Luis fuego en su verdad cuando entre ellas el de tantos amigos se había apagado. Juntólas en vida de don Luis con afición y cuidado, comunicólas con él con libertad y doctrina y, en su muerte
copiándolas
en hermosas vitelas, en hermosísimos caracteres, las
consagra
al agrado y estimación del Conde Duque Sanlúcar en el monumento estudioso y eterno de su biblioteca. El mismo agrado y estimación del Conde Duque y la ambición gloriosa suya de ilustrar las letras de España y honrar los ingenios de ella permitirán cuando juzgare convenir segunda copia que dar a la
estampa
para seguridad del crédito de don Luis, en esta tumultuaria impresión abajado, para
lustre
de este nación con la notoriedad pública de la pluma de don Luis a otras, donde apenas llegaron sino las de su fama, y para gloria de este
Príncipe
a quien verdaderamente se las deberemos.
A.A.L.S.M.P. [
Anonymus Amicus Lubens Scripsit, Moerens Posuit
][Hortensio Félix Paravicino]