Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo VIII. [Biografía de] Francisco López de Zárate”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo VIII
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Antonio de Sancha, 1774


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Información técnica






Francisco López de Zárate nació en la ciudad de Logroño de familia antigua y noble, cerca de los años de 1580. No consta la clase ni el tiempo de sus estudios, y solo que en su juventud siguió la milicia y viajó por varias partes dentro y fuera de España, de cuyas resultas fue admitido en la casa de don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, que a la sazón obtenía el Ministerio de Estado, donde con su favor y la gracia del duque de Lerma, primer ministro de España, le dieron plaza en la Secretaría del despacho de Estado. En este destino empezarían a lucir los talentos de nuestro autor por la calidad de los negocios de aquel ministerio, pero no por eso dejaba de emplear los ratos ociosos que le permitía la gravedad de sus encargos en el comercio de las musas, cuyo ejercicio le llevó su atención desde su mocedad. Esta honesta distracción le pudo contribuir a regular su conducta con la integridad de sus costumbres, su moderación, su modestia, la dulzura de su trato, su propensión a favorecer a todos y las demás partidas que constituyeron su carácter, sin que se le contagiasen los vicios de la ambición, la soberbia, la vanidad y otros que le pudieran haber sumergido en aquella crítica estación, por cuyas amables prendas, junto con la gallardía, decencia y aseo de su persona, y por la gala y cultura de sus versos, dice Lope de Vega que le llamaban, por excelencia, “el caballero de la rosa”. No consta que obtuviese algún otro destino o ascenso, antes por el contrario se debe presumir que le alcanzó alguna parte de los golpes de la caída del Duque y desgracia del Marqués, su jefe, pues sobrevivió muchos años a estas revoluciones retirado y pobre, aunque entregado todo a los desengaños filosóficos y a la práctica de las virtudes cristianas. Sin embargo, logró algunos alivios en su miserable constitución por el patrocinio de don Pedro Mesía de Tobar, conde de Molina, hasta que, precedida de un accidente de perlesía, que privándole primero del uso de algunos miembros, le privó después del sentido y estuvo postrado algunos años, acosado de increíbles trabajos, le cogió la muerte a los 5 días del mes de marzo, año de 1658, y a más de los 70 de su edad. Las obras de su delicado ingenio fueron todas en la clase de poesía, que muy desde los principios de su juventud empezó a producir, pues en el año de 1619 publicó las silvas que intituló Poesías varias, y se imprimieron en la ciudad de Alcalá en un tomo en 8º, cuyo libro amplificó después en su madura edad agregando otras muchas poesías líricas que tenía compuestas con la tragedia de Hércules furente, y todas las recopiló en un tomo en 4º Tomás Alfay, librero de Alcalá, y las imprimió en ella, año de 1651. Antes de este había publicado nuestro autor su Poema de la invención de la cruz por el emperador Constantino Magno en Madrid, año de 1648, en un tomo en 4º. En todas sus obras se reconoce un espíritu de verdadero poeta con las partes necesarias para serlo, y señaladamente la cultura de su estilo y la belleza, armonía y numerosidad de sus versos. Muchas de las especies de poesía fueron empleo de la pluma de nuestro Zárate, pero como no todos los poetas nacieron para todas ellas, no es mucho que en las suyas no se encuentre por lo general una misma perfección y desempeño. Esto se verifica más bien en las clases trágica y épica, pues por lo que mira a la tragedia que se publicó con los títulos de Hércules furente y Oeta, en medio de asegurar nuestro autor en la portada de ella que era “escrita con todo el rigor del arte”, no pudiéndose creer que ignoraba las reglas de este, es forzoso deducir, en vista de los defectos que contiene, que le era, como ha sido a muchos, más fácil el hacer buenos versos que el formar una buena fábula, que es la mayor dificultad en un poeta dramático, pues así en su construcción, duplicación y extensión, como en la observancia de las tres unidades, en la confusión de los tiempos y sucesos mitológicos, y en todos los demás particulares, padece notables descuidos, siendo al mismo paso tan noble, tan conceptuoso y sublime su estilo, que no solo puede recompensar en cuanto es capaz dichos defectos, sino que con dificultad se hallará semejante en ningún poeta dramático español. En la epopeya fue sin duda algo más feliz, pues en el citado Poema de la invención de la cruz, en medio de estar muy distante de poder reputarse por un poema perfecto, y de que fue fruto de su mocedad, aunque le reformó y publicó en su edad madura, se hallan cosas muy dignas de la épica y algunos defectos producidos por la falta de entusiasmo e ingeniosidad de máquinas y otros adornos que piden necesariamente estas obras, y al mismo tiempo cierta dureza y sequedad en el estilo muy diferente de sus demás producciones, que acaso debió tener por necesaria para la presente, sin embargo de la sublimidad, elegancia y llenura de su versificación, siendo también cierto que estos defectos en una obra tan sumamente dilatada como el dicho poema se hacen menos visibles. De estas nulidades no participan sus poesías líricas, para lo que se conoce que solo nació nuestro poeta, pues campea en ellas más bien su peculiar distintivo, que es la energía, numerosidad y elevación de su estilo, señaladamente en las silvas y en las églogas, que es lo más apreciable de sus obras. El elogio que se le hace en el Laurel de Apolo es el siguiente, no poco exagerado, como otros, y más estando al lado del de don Esteban de Villegas:

¡Qué segura que pide La Rioja
para el famoso Zárate, su hijo,
con justo de las musas regocijo
todo un laurel sin que le falte hoja!
Tan bien debido cuanto dulce suena
la pastoril avena,
que Erato entre bucólicas alaba
cuando Silvio cantaba
en los bosques sombríos:
“Árboles, compañeros de estos ríos”.






GRUPO PASO (HUM-241)

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