Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo VIII. [Biografía de] Francisco López de Zárate”
Francisco López de Zárate nació en la ciudad de Logroño de
familia
antigua y
noble,
cerca de los años de 1580. No consta la clase ni el tiempo de sus
estudios,
y solo que en su
juventud
siguió la
milicia
y viajó por varias partes dentro y fuera de España, de cuyas resultas fue admitido en la
casa
de don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, que a la sazón obtenía el Ministerio de Estado, donde con su
favor
y la
gracia
del duque de Lerma, primer ministro de España, le dieron
plaza
en la Secretaría del despacho de Estado. En este destino empezarían a lucir los
talentos
de nuestro autor por la calidad de los negocios de aquel ministerio, pero no por eso dejaba de emplear los ratos
ociosos
que le permitía la gravedad de sus encargos en el comercio de las musas, cuyo
ejercicio
le llevó su atención desde su
mocedad.
Esta honesta distracción le pudo
contribuir
a regular su conducta con la integridad de sus costumbres, su moderación, su
modestia,
la dulzura de su trato, su propensión a favorecer a todos y las demás partidas que constituyeron su carácter, sin que se le contagiasen los vicios de la ambición, la soberbia, la vanidad y otros que le pudieran haber sumergido en aquella crítica estación, por cuyas amables prendas, junto con la
gallardía,
decencia y aseo de su persona, y por la
gala
y
cultura
de sus versos, dice Lope de Vega que le
llamaban,
por excelencia, “el caballero de la rosa”. No consta que obtuviese algún otro
destino
o ascenso, antes por el contrario se debe presumir que le alcanzó alguna parte de los golpes de la
caída
del Duque y
desgracia
del Marqués, su jefe, pues sobrevivió muchos años a estas revoluciones retirado y
pobre,
aunque entregado todo a los desengaños filosóficos y a la práctica de las virtudes cristianas. Sin embargo, logró algunos
alivios
en su miserable constitución por el
patrocinio
de don Pedro Mesía de Tobar, conde de Molina, hasta que, precedida de un accidente de perlesía, que privándole primero del uso de algunos miembros, le privó después del sentido y estuvo postrado algunos años, acosado de increíbles trabajos, le cogió la muerte a los 5 días del mes de marzo, año de 1658, y a más de los
70
de su edad. Las obras de su
delicado
ingenio
fueron todas en la clase de
poesía,
que muy desde los principios de su
juventud
empezó a producir, pues en el año de 1619
publicó
las
silvas
que intituló
Poesías varias,
y se imprimieron en la ciudad de
Alcalá
en un tomo en 8º, cuyo libro amplificó después en su
madura
edad agregando otras muchas poesías
líricas
que tenía compuestas con la
tragedia
de
Hércules furente,
y todas las recopiló en un tomo en 4º Tomás Alfay, librero de Alcalá, y las
imprimió
en ella, año de 1651. Antes de este había publicado nuestro autor su
Poema
de la invención de la cruz por el emperador Constantino Magno
en Madrid, año de 1648, en un tomo en 4º. En todas sus obras se reconoce un espíritu de verdadero poeta con las partes necesarias para serlo, y señaladamente la
cultura
de su estilo y la belleza,
armonía
y numerosidad de sus versos. Muchas de las especies de
poesía
fueron
empleo
de la pluma de nuestro Zárate, pero como no todos los poetas nacieron para todas ellas, no es mucho que en las suyas no se
encuentre
por lo general una misma
perfección
y
desempeño.
Esto se verifica más bien en las clases
trágica
y
épica,
pues por lo que mira a la tragedia que se
publicó
con los títulos de
Hércules furente y Oeta,
en medio de asegurar nuestro autor en la portada de ella que era “escrita con todo el rigor del
arte”,
no pudiéndose creer que ignoraba las
reglas
de este, es forzoso deducir, en vista de los
defectos
que contiene, que le era, como ha sido a muchos, más fácil el hacer buenos versos que el formar una buena fábula, que es la mayor dificultad en un poeta
dramático,
pues así en su construcción, duplicación y extensión, como en la observancia de las tres
unidades,
en la
confusión
de los tiempos y sucesos mitológicos, y en todos los demás particulares, padece notables
descuidos,
siendo al mismo paso tan noble, tan
conceptuoso
y
sublime
su estilo, que no solo puede
recompensar
en cuanto es capaz dichos defectos, sino que con dificultad se hallará
semejante
en ningún poeta dramático español. En la
epopeya
fue sin duda algo más
feliz,
pues en el citado
Poema de la invención de la cruz,
en medio de estar muy
distante
de poder reputarse por un poema perfecto, y de que fue
fruto
de su
mocedad,
aunque le reformó y publicó en su edad
madura,
se hallan cosas muy
dignas
de la épica y algunos
defectos
producidos por la falta de entusiasmo e ingeniosidad de máquinas y otros adornos que piden necesariamente estas obras, y al mismo tiempo cierta
dureza
y
sequedad
en el estilo muy diferente de sus demás producciones, que acaso debió tener por necesaria para la presente, sin embargo de la sublimidad,
elegancia
y llenura de su versificación, siendo también cierto que estos defectos en una obra tan sumamente dilatada como el dicho poema se hacen menos visibles. De estas
nulidades
no participan sus poesías
líricas,
para lo que se conoce que solo
nació
nuestro poeta, pues campea en ellas más bien su peculiar distintivo, que es la
energía,
numerosidad y
elevación
de su estilo, señaladamente en las silvas y en las églogas, que es lo más apreciable de sus obras. El elogio que se le hace en el
Laurel de Apolo
es el siguiente, no poco exagerado, como otros, y más estando al lado del de don Esteban de Villegas:
¡Qué segura que pide La Rioja
para el
famoso
Zárate, su hijo,
con justo de las musas regocijo
todo un
laurel
sin que le falte hoja!
Tan bien debido cuanto dulce suena
la
pastoril
avena,
que Erato entre bucólicas alaba
cuando Silvio cantaba
en los bosques sombríos:
“Árboles, compañeros de estos ríos”.