Prefación del licenciado Cristóbal Mosquera de Figueroa. Al letor
No estamos los hombres menos obligados a nuestros maestros que a nuestros padres, porque, si los padres son principio para la vida de nuestro cuerpo, los maestros vemos que son los que dan, alimentan y perfecionan la vida del alma; y, pues a los unos y a los otros no se les puede recompensar dignamente tan alto beneficio, haremos, como dice Paulo, nuestro iureconsulto, lo más que pudiéramos aspirando con algunas obras de agradecimiento a lo que se debe a tan piadoso oficio. Y, ya que a Juan de Mal Lara, varón de singular
erudición
en diversas lenguas y en la leción de
poesía
y oratoria y
maestro
mío, no pueda pagarle la obligación en que estoy
celebrando
su ilustre nombre con suntuoso sepulcro en lugar de las famosas pirámides y religiosos obeliscos que la antigüedad alzaba hasta el cielo en honra de señalados varones, comenzaré a pagarle esta conocida deuda con escritos que yo fío reverdecerán en los jardines de las
musas.
No dejaré, a lo menos, de sentir mucho que salga a luz esta grave
descripción
de la galera real de la suerte que por su muerte sale, que estoy cierto que, si en vida él publicara este libro, no dejara de vestirlo y adornarlo de aquellos
colores
de modesta hermosura que él pudiera muy bien aplicar dándole la vida lugar para ello.
Y en esto se puede ver cuán invidiosa sea la muerte en los hombres
estudiosos,
pues al tiempo que ella siente que se van desatando de la obligación humana para hurtarle el cuerpo y no rendirse a la violencia de su tirano imperio, antes que lleguen al deseado fin de su empresa les ataja el paso a sus intentos y procura anegarlos en las aguas del perpetuo olvido, aunque ya se podrá decir que no halló lugar para conseguir vitoria y triunfo contra este varón eruditísimo, porque cuando llegó a saltearle ya tenía adquirido tanto derecho en la
inmortalidad,
que la cautela de la muerte no pudo hacer en él su efecto.
Muchas obras
escribió
el
maestro
Juan de Mal Lara, que será razón que yo (como quien
participó
de sus escritos) haga aquí de ellas particular memoria, por que, si acaso se perdieren o algunas personas las
usurparen,
se halle aquí relación de todas, considerando que no hay tan gran desacato como el que se hace contra las sagradas musas cuando un hombre incapaz y perezoso, tiranizando los libros de los muertos, comete tan desvergonzado sacrilegio en adornarse de trabajos ajenos y en querer adquirir gloria de la vigilia de los otros: cosa de rendidos e inconsiderados ánimos, dignos de eterno vituperio. Una de las obras del maestro Mal Lara de que primeramente se puede hacer mención serán ciertos rudimentos o principios de
gramática
para informar al discípulo en el primero fundamento de ella; las utilísimas anotaciones para los ya más aprovechados en esta arte, que añadió al
Syntaxis
que perfecionó Erasmo. Hizo, además de esto, escolios de retórica, que él enseñó muchos años, sobre los
progymnasmata
o introduciones de Aftonio. Ilustró con curiosos y peregrinos lugares los artificiosos emblemas de Alciato. Hizo dos cuerpos de interpretación y origen de
refranes
castellanos, donde, por acomodarse a la llaneza del sujeto, no quiso levantar el
estilo
que él pudo, porque este guardó para obras
mayores,
mostrándolo en arte
poética
en el divino Hércules, que con tanta fertilidad de estilo
heroico
describió sus doce trabajos en cuarenta y ocho cantos, donde tanta historia de antiguos capitanes y señalados varones y tanta filosofía natural y
moral
se esparce y resplandece por ellos. Escribió otro volumen de la hermosísima Psique, por cuyos
amores
ardió en su mesmo fuego Cupido, mostrando en rimas sueltas muchas estrañezas y
variedad,
que aumentaron la gracia y perfección de esta fabulosa historia, llena de admirable
suavidad.
Compuso
tragedias
divinas
y humanas, adornadas de maravillosos discursos y ejemplos, con muchos epigramas, odes y versos
élegos,
así
latinos
como
españoles,
imitaciones
y
traslaciones
de muchos epigramas griegos, y el libro primero de la divina
Iliada
de Homero traducido en lengua latina con gran fidelidad y elegancia. Y no es justo dejar de hacer aquí memoria del florido y discreto libro que hizo de la
entrada
del rey Filipo II, nuestro señor, en Sevilla el año de setenta, que en poco espacio de días dio orden y traza en muchas invenciones y pinturas en la ciudad, y a la par las dispuso con mucho
aplauso
de todos en este libro que hizo. Tradució también la gravísima
historia
de Scander Bego [Skanderberg], rey de Epiro, escogido capitán de Cristo, y últimamente hizo un volumen llamado
Tesoro de la elocuencia,
donde se halla todo el artificio y figuras de retórica, colores y lumbres de la oración y de elocución. Había hecho ya gran parte de la sagrada corónica de los
apostolos
de nuestro redentor, obra piadosísima y de mucho
estudio,
que a este ejercicio de devoción se daba con mayor delectación de ánimo por ser de su naturaleza afecionado a religión y cristiandad, como viviendo entre los hombres lo mostró con muchas obras de piedad.
Y todos estos libros la acelerada muerte le defendió que no pudiese sacar de los originales primeros para
limarlos
y ponerlos en aquel punto de perfeción que pudiera, y así, por haberle prevenido la muerte, no puso última mano en ellas. Hallarase que todas estas cosas tienen principios de mucha erudición, aunque no estén por él corregidas, pero son como las pinturas, que, aunque bosquejadas y no perfectamente coloridas, con todo descubren vivamente en el perfil y aire la figura, la ingeniosa intención del ecelente artífice como si ya estuviesen de todo punto acabadas; y, aunque esto haya sido así, cuando otra cosa no hubiera intentado el autor sino haber aspirado a esta obra
maravillosa
de la galera real, que había de ser estancia de tal príncipe, hijo digno del sacro emperador Carlo Quinto, la más resplandeciente estrella que el cielo tiene, que, encendido en los loores y felicidad de su progenitor, no sólo le quiso imitar como Alejandro a su padre Filipo, y Escipión a la gloria de Africano el mayor, y el inmortal Octaviano Augusto incitado por el victorioso Julio, pero renovándose en él las virtudes y valor de Carlo, aquí contemplamos al natural la sacra y venerable imagen de todas naciones reverenciada y temida, a quien da aliento y vida el celestial espíritu del gran césar que en este príncipe hallamos y no vemos.
Paresce que en cierta manera el autor comenzó a adevinar la gloria y ventura de esta divina pieza, adornándola de tantas vitorias y hermoseándola con tantas empresas, figuras de virtudes y letras artificiosas, que se podría bien decir haber estado esta grande invención todos estos tiempos guardada para tan alto capitán, y tan alto capitán para tan singular invención, y por que Fernando de Herrera con riqueza de ingenio adornado de variedad de estudios y señalado en los de más policía con elocuente estilo ha escrito la primera batalla naval de esta venturosa galera, adonde muestra las partes de fortaleza y prudencia en juvenil edad de este serenísimo hijo de Carlo, don Juan de Austria, dejaré de tratar ahora en prefación de lo que meresce libro particular, con más espíritu que el mío. Débese mucho por haber salido este libro a luz a la
diligencia
y solicitud del señor Francisco Duarte de Mendicoa, juez y oficial de la Casa de Contratación de las Indias en Sevilla, caballero de raro entendimiento que con ardiente celo de que las cosas dignas de
memoria
no se estraguen y encubran con el largo tiempo, y estando ocupado en expedición de tan diversos negocios de importancia por su majestad, no deja los ratos de algún decanso de volver los ojos a cosas de letras y curiosidad, a que es notablemente afecionado; y así dio orden cómo este libro saliese a luz del poder del silencio en que estaba, y no le debe poco en esto la
fama
gloriosa del maestro Mal Lara. En esta real galera y en los emblemas y hieroglíficas que en ella se veen
pueden
los ilustres capitanes considerar las partes que se requieren para su perfeción, porque en ella se enseñara qué cosa es
esfuerzo
y acometer los trances terribles y despreciar la muerte por la honra de la patria; qué cosa es en el capitán prudencia, clemencia, largueza, con las demás virtudes que le pueden hacer bienaventurado; este libro le hará sufridor de trabajos, jamás alertado ni conmovido, ajeno de todo miedo, ofrecido a peligros por la honra y la inmortalidad, de donde nace la osadía, la grandeza del ánimo, la confianza, la industria, la vitoria y últimamente discreción para conservarla en aquel durable permaneciente y glorioso estado que deseamos.