Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Diálogo primero intitulado El sueño o vida de Luciano”
Autor del texto editado:
Luciano de Samósata Aguilar Villaquirán, Juan de (trad.)
Título de la obra:
Las obras de Luciano samosatense, orador y filósofo excelente
Autor de la obra:
Luciano de Samósata
Edición:



Más información



Fuentes
Información técnica





Diálogo primero intitulado El sueño o vida de Luciano; es como una exhortación al estudio de las buenas letras y virtud


Siendo yo mozuelo, de tan poca edad que ya dejaba de acudir a la escuela, a mi padre, con el cuidado que de mí tenía, le pareció que perdía tiempo si desde luego no trataba de ponerme a oficio, y así lo consultó con sus amigos, pidiéndoles parecer sobre el mejor. El de la mayor parte fue que, si me quisiese poner al estudio de las letras, pasaría mucho trabajo y gastaría mucho tiempo y dineros, y que para ganallos no le basta a un hombre salir muy gran letrado si primero no gana opinión y una mediana fortuna, que nuestra vida es tan corta y sujeta a enfermedades que conviene antes darle la mano con presteza que escondérsela; y que, así, sería más acertado deprender oficio de obra usada, porque desde luego podría comprar lo que hubiese menester y, después de aprendido, sustentarme por mí mismo sin dar pesadumbre a mis padres ni estar colgado de sus migajas, y que antes les daría muy buenos ratos con la nueva ganancia de cada día. Supuesto que había de ser oficio, no sabían de cuál echar mano que fuese más fácil y más conveniente a un hombre honrado y de menos costa y más provecho; y, así, hubo diversos pareceres proponiendo cada uno el que más le agradaba o aquel del que más experiencia tenía.

Mi padre, en esto, volvió los ojos hacia mi tío —hermano de mi madre, que era excelente escultor y entallador, el mejor que se sabía— y díjole: «No es razón que, estando tú presente, venza otro oficio sino el tuyo. Llévate aqueste muchacho a tu casa —señalándome a mí— y enséñale a labrar de piedra hasta que le saques muy buen estatuario, que no le será de poca ayuda, como sabes la buena habilidad y inclinación que tiene a ello». De lo cual antes de ahora había mi padre hecho algunas conjeturas por haberme visto hacer juguetes de cera, porque, en soltando de la escuela, me ocupaba en raerla de los candeleros y en hacer de ella bueyes, caballos y hombres —¡no malos, por Dios, por lo que a mi padre oía!—, y aunque algunas veces era esto causa de azotes que el maestro me daba, otras lo dejaba pasar, loando mi ingenio y sutileza en formar aquellos animales, de donde todos sacaron esperanza para pensar de mí que en breve tiempo saldría en este arte muy perfecto.

Y, venido el día en que se había de dar principio, fui entregado a mi tío, mostrando yo no menos gusto que él, porque me parecía oficio muy entretenido y que me sería de grande loa y ostentación para con los de mi edad saber esculpir dioses y algunas otras estatuas para mí y para los amigos que yo quisiese. Y, como a principiante, me puso el sincel en las manos y, mandándome que tocase poco a poco y con tiento una lancha que estaba en medio del obrador, me dejó con aquel común refrán: «Quien bien comienza, al medio ha ya llegado». Mas yo di tan buenas muestras de principiante que la piedra, por cargar la mano más de lo que convenía, se abrió; mi tío vino y, llevando mal mi mal recaudo, alzó del suelo un azote que cerca estaba y diome con él un principio tan desapacible para mí, que paró en un fin bien lacrimoso. Fuime de su casa para la de mis padres y, con los ojos harto húmedos, les conté los azotes frescos —que mejor se los pudiera mostrar y tanto que los cardenales pudieran ser buenos testigos—, quejándome de la aspereza y crueldad de mi tío, y añadiendo que de envidia de que yo le excediese en el arte me había tratado de aquella manera; de lo cual mi madre quedó enojadísima contra él, diciéndole mil injurias y vituperios.

Vino la noche, y yo fuime más a pensar en mi desgracia que a dormir, porque no pensé verme enjuto de las lágrimas; y lo que hasta aquí he dicho es cosa de risa respecto de lo que os pienso contar, que no es negocio de burla, antes muy para ser con atención escuchado, porque en el discurso de la noche —por que use de las palabras de Homero — claro y divino sueño mi alma ocupa, que poco o nada le faltó para ser verdadero; y aún ahora, con haber pasado tan grande intervalo de tiempo, me quedan en los ojos lineadas las figuras de aquella visión cuyas palabras resuenan tan bien en mis oídos, tan formadas y claras, como de ellas las oí.

Eran dos mujeres que, tiniéndome agarrado de las manos, cada una por su parte hacía la fuerza posible por llevarme a sí; y era tanta su porfía, que poco faltó de hacerme pedazos, porque ya la una vencía y me tenía en su poder enteramente, ya la otra me pasaba al suyo diciendo pertenecerle como cosa suya, a la cual replicaba la otra que trabajaba en vano en pretenderle quitar su hacienda. De manera que no parecía poder haber medio de paz entre las dos, de las cuales la una era trabajadora, robusta y mal peinada, llena de callos las manos, el vestido muy alto y ceñido, entrapada de polvo, de cal y de mármol —el mismo hábito y parecer de mi tío cuando entendía en su menester—; la otra era de muy hermosa vista, de gentil disposición y donaire y un traje no menos honesto que curioso. Finalmente, después de grandes pendencias, se acordaron en que yo mismo echase la sentencia y dijese a cuál de las dos quería seguir, y la primera que quiso informar de su derecho fue la de los muchos callos y varonil aspecto, y dijo ansí: «Yo, dulce hijo, soy la Arte del Esculpir que tú ayer comenzaste a deprender, tan familiar y parienta de tus padres que tu abuelo —señalando al padre de mi madre— me escogió a mí entre muchas, gustando que su hijo siguiese en esto sus pisadas; y por seguirlas ansí él como el otro tu tío, hermano de tu padre, han conseguido tan gran renombre en toda esta comarca. Y si pretendes dejar burlas y mentiras —y echaba los ojos a la otra—, viniéndote derecho para mí y haciéndote uno de mis familiares, créeme que te levantarás robusto y gallardo, harásete una espalda fuerte, serás ajeno de toda envidia, no tendrás que andar peregrinando tierras y naciones, alejándote de tu patria y parientes, y menos andarás desvanecido con lisonjeras palabras de oradores. Y no te escarapeles de verme con este traje tosco y sucio, que con este mismo sacó aquel famoso Fidias bien acabado el retrato de Júpiter, con este Policleto a la diosa Juno, con este Mirón fue ensalzado, con este Praxíteles hizo tales obras de sus manos que, aunque ellas mueran, no la memoria de su artífice. Estos, pues, verás que son juntamente con los mismos dioses que hicieron adorados y, saliendo tú tan diestro como uno de ellos, vendrás a ser honrado y estimado en todo el orbe y, por ti, tus padres serán llamados “dichosos”, haciendo con tus obras señalados servicios a tu patria».

Estas y otras muchas razones de que ahora no me acuerdo me dijo el Arte, acompañadas de tropezones y barbarismos y errándose a cada paso procurando, con ellas, persuadirme su opinión; y, en acabando, la otra comenzó su plática diciendo: «Yo, hijo mío, soy la Dotrina, aquella tu gran conocida y amiga, aunque es verdad que no has aún hecho enteramente la experiencia necesaria de mi amistad y de mis provechos. Cuántos de esta puedes tú sacar saliendo oficial de esculpir cantos ya creo los habrás entendido, porque ¿qué otra cosa serás sino un pobre mecánico que trabaje noche y día con todo el cuerpo, poniendo en esto solo las esperanzas del vivir y sacando de tu trabajo muy poca ganancia, y esa bien regateada? Andarás arrinconado y amilanado, sin tener cabida con nadie ni poder ayudar a tus amigos en juicio, ni ser temido de tus enemigos en la guerra, ni ser estimado de tus ciudadanos en la paz. Y ¿qué estimación puedes tú granjear con venir a ser maestro de cantería, si es forzoso que vivas siempre con miedo de los principales y mandones del pueblo y, respetando a cualquiera otro que sea sabio y elocuente en hablar, vivirás corrido como liebre y serás ganancia del que más pudiere? Yo digo que tú te vuelvas otro Fidias o Policleto: ¿quién habría de los presentes que fuese de mediano entendimiento que, ya que alabase tu arte, te la envidiase para deprenderla? Porque, en fin, séase el oficial que fuere, bueno o malo, no hemos visto que puede pasar de ser más que un hombre particular que vive de su trabajo.

«Mas, si tú te fías de mí cuanto a lo primero, te mostraré yo muchas obras y hechos admirables de los antiguos y te declararé sus conceptos, y casi te puedo prometer la experiencia de todas las cosas. Y, lo que es más principal, hermosearé tu ánima haciéndola capaz de muchas gracias y virtudes; darete la templanza, la modestia, la justicia, la piedad, la mansedumbre, la equidad, la prudencia, la constancia y el amor de las cosas honestas y deseo de las obras loables, que estos todos son los verdaderos arreos del alma. Cuantos secretos de la Antigüedad a nuestra edad se le han comunicado, todos ellos te serán manifestados, y por ellos sabrás qué es lo que más le conviene hacer a un bueno en esta presente y aun prevenirlo mucho antes con mi consejo. No pasará mucho tiempo sin que también tengas cumplida noticia de las cosas divinas y humanas, y tú, que de presente eres pobre y hijo de aquel que —no sé con qué consejo— trataba de darte oficio tan vil, alcanzarás, como digo, dentro de poco tan célebre y dichoso nombre, que por él seas de todos envidiado, de manera que ni quedará el señor ni el de alta sangre ni el rico y poderoso que no te traiga en palmas. Andarás tan lucido y bien tratado como yo ahora lo estoy —y estaba rica y preciosamente vestida—; honrarte han como al más digno con los magistrados y prefecturas.

«Si acaso salieras de tu tierra para la ajena, no te tratarán como a forastero; antes serás, con la señal que yo te pondré, tan conocido como en la tuya, y cada uno dará codo al que estuviere a su lado y, señalándote con el dedo, dirá: “Este es aquel sabio”. Si a tus amigos o a tu patria se les ofreciere algún caso de importancia en que deban ser ayudados, todo hombre pondrá la vista en ti solo como en aquel de cuyo consejo fían su remedio. Si algo dijeres, sin dejar caer en el suelo tus palabras las guardarán en su pecho como a oráculo del cielo, admirándose ansí de su elegancia como de la eficacia de tu hablar, con lo cual echarán mil bendiciones a tu padre que tan sabio hijo engendró. Finalmente, si has oído decir de algunos que alcanzaron a ser escritos en el número de los dioses, eso también te daré, porque después que de esta vida hayas partido la tuya será siempre en compañía de los sabios y valerosos héroes, gozando de su graciosa conversación. Bien ves a Demóstenes cúyo hijo fue y cuánto por mí valió; bien ves a Esquines, que era hijo de un atabalero, y yo le subí a la privanza en que estuvo con Filipo; mira a Sócrates, que, con haberse criado entre estos bajos y groseros instrumentos de la escultura, en el punto que entendió lo mejor se fue huyendo de ella y de ellos y se redujo a mis consejos como más seguros, con los cuales dejó de sí eterna fama en los siglos venideros.

«Pues, si tuvieres en poco —créeme a mí— a tan esclarecidos hombres como estos, si dieres de mano a cosas tan grandiosas y magníficas, a las oraciones graves y provechosas, al hábito ilustre y noble, las honras, la fama, el aplauso, el primer lugar en los asientos, el poder, el mando, el gobierno, la reputación de sabio y aquel aclamarte todo un pueblo por un diestro y elocuente orador, vestirte has una sobrerropa sucia; tomarás un hábito servil, traerás en las manos una palanca, sinceles y otras herramientas, estarás perpetuamente trabajando cabizbajo y humilde, hallando apenas lugar de alzar los ojos de la obra ni aun para levantar el alma a un pensamiento agudo y digno de un hombre libre. Antes, estarás tan embebido y empapado en las obras manuales y en mirar que salgan bien proporcionadas que del aseo; de tu misma persona no tendrás acuerdo, pues se le quitas a ella y se le das a las piedras duras».

No había bien acabado esta señora su razonamiento cuando yo, sin esperar al fin de él, di la sentencia con pasarme luego a la parte de la Ciencia y Doctrina, haciéndome de su bando y dejando aquella fea y asquerosa trabajadora, y a fe, no poco gozoso, especialmente por tener tan reciente la memoria de los golpes y azotes pasados que el quererla seguir me costó; la cual, como se vio de mí despreciada, luego de cólera y rabia mortal crujía los dientes y se mordía las manos y, en fin, le sucedió lo que a Níobe, que se fue helando y endureciendo hasta quedar convertida en piedra; y no os debéis maravillar de haberle sucedido a esta semejante maravilla, porque los sueños son milagrosos y acomodados para tales grandezas.

La otra, que no apartaba los ojos de mí, dijo: «Yo quiero ahora remunerarte la justicia que has guardado en esta tu sentencia; ven conmigo y sube en este coche —mostrándome uno muy rico tirado de cuatro caballos semejantes al Pegaso— para que veas con tus ojos qué de cosas ignoraras si a mí no te hubieras acogido». Subí, y haciendo ella oficio de cochero, fui levantado en el aire, mirando desde Oriente a Poniente las ciudades, pueblos y naciones, por todas las cuales siempre iba ella sembrando y esparciendo en tierra —como otro Triptólemo— no sé qué; no pude entender qué fuese más de que me acuerdo de ver que todas aquellas naciones, en viéndome, me loaban y recibían con muchos cumplimientos y gracioso semblante en cualquier parte que volando aportaba. Después de haberme mostrado tantas cosas y dádome a conocer a aquellos en cuyos ánimos hallé tan buena acogida, me volvió a traer por donde habíamos ido —pero no con aquella misma vestidura que llevaba al tiempo de entrar en el coche, porque ya me parecía a mí haberla trocado por otra de mucha mayor delicadeza y valor— y, en llegando a casa de mi padre, he aquí al mismo, que me estaba esperando a la puerta, al cual ella entonces contó lo sucedido, alegrándole los ojos con mi nuevo y precioso vestido y reprendiéndole aquel infame acuerdo que en la elección de mi vida y estado había tomado con sus amigos.

Y yo me acuerdo de este sueño que verdaderamente me pasó siendo muchacho, por ventura, por hallarme fatigado con el castigo de mi tío. Pero, mientras se ha gastado tiempo en contarle —¡válame dios!—, y como pienso sería posible que a alguno se antojase decir que ha sido muy largo para soñado —pues tiene más apariencia de juicio que de sueño—, otro diría, burlando de su soñador, que le soñó en alguna noche de invierno, por ser tan largas y aparejadas para sueños largos, o que este mío fue soñado en rodeo de tres noches como lo fue la concepción de Hércules. ¿Qué gusto le dio ahora —dirá— de quererse entretener con nosotros, trayéndonos a la memoria sueños de tiempo de niños que ya, por viejos y fríos, debieran estar olvidados, si no es que nos ha cogido para sus intérpretes? Quítenseos del pensamiento, oh, buen lector, tales pensamientos, que ni el mío es de fingir ni gastar con vos el tiempo al aire ni de Jenofón se ha de pensar tan al revés como pensáis del sueño que contaba haber soñado en casa de su padre, que bien sabéis que tal visión, como también esta lo fue, no recibe ficción ni engaño, antes certeza, pues de aquellas se derivaba provecho y utilidad a la patria, mayormente en tiempos de guerra y peligro de entrarse los enemigos en casa.

Heos querido declarar el mío a fin de que los mancebos de floreciente edad sepan desviarse del mal camino que llevan y encaminarse por el mejor, y mucho más aquellos que, habiendo abatido estandarte a la desconfiada Pobreza, piensan más bajamente de sí que fuera razón, dejando corromper sus claros ingenios —precioso don de Naturaleza— con males y apocados ministerios; porque podría ser que, acertando a leer mis escritos y viéndome a mí mismo puesto en ellos, por más claro y suficiente testimonio vengan a reconvalecer de sus estragados apetitos, tomando ánimo para las cosas mayores, porque echarán de ver que, con hallarme tan falto de todo labor humano, y cogiéndome de medio a medio aquella fiera bestia la Pobreza, no fue bastante a rendirme ni aun hacerme torcer punto de la mejor parte. Y, si acaso no me viéredes por este camino ni más lucido ni medrado, a lo menos —en esto me afirmo—, tan honrado y conocido por mis letras como el escultor de cantos con su arte.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera