BIOGRAFÍA ESPAÑOLA Enrique Vaca de Alfaro y Bernardo de Cabrera.
Hay cierta clase de hombres dignos de
celebridad
por sus talentos y amor a las letras que, o por no haber escrito obras algunas, o por haber quedado
inéditas,
son únicamente conocidos en su patria o en su provincia, y fuera de estas apenas tiene noticia de ellos algún otro literato. A esta clase pertenecen los cordobeses el doctor Enrique Vaca de Alfaro y el licenciado Bernardo de Cabrera de Page y Gámiz, a los cuales consagramos con gusto este artículo, en que consignamos las noticias que hemos podido hallar de sus vidas y escritos, complaciéndonos en renovar su memoria, y darlos a conocer en testimonio de aprecio debido en todo tiempo al
talento,
al saber y a la
laboriosidad.
El
doctor
Enrique de Alfaro nació en Córdoba el 5 de febrero de 1635, y fue
hijo
de Francisco de Alfaro y de doña Melchora de los Reyes Cabrera, hermana del dicho licenciado Bernardo de Cabrera, ambos de
distinguidas
familias. La de su padre fue fecunda en hombres de mérito, como la de los Esteban de París, la de los Bauhin de Amiens, y la de los Bartolinos de Copenhague, en las que el talento y el gusto por las letras fueron hereditarios. Su
abuelo,
del mismo nombre, fue célebre médico y cirujano que escribió, entre otras, una obra sobre la curación de las heridas de la cabeza, por la que le elogió D. Luis de
Góngora
en una espinela que principian:
Vences en talento cano
A tu edad y a tu experiencia,
Así con tu docta ciencia
Como con tu diestra mano, &c.
Su
padre,
cuya profesión ignoramos, fue versadísimo en todo género de erudición, y tuvo por uno de sus
hermanos
al célebre pintor Juan de Alfaro, que nació en 1640. En
edad
competente pasó a estudiar a
Salamanca,
donde a los
25
años tomó la borla de doctor en
medicina.
Restituido a su patria en 1660 adquirió mucho
crédito
en el ejercicio de su profesión, el que no le
impidió
dedicarse a
escribir
varios
tratados
de medicina que
limaba
por los años de 1666, entre ellos un prontuario médico, y un curso completo de esta ciencia, que
no
sabemos viesen la luz pública, aunque los preparaba para la
prensa,
como se deduce de un epigrama que le compuso su padre, el cual concluye así;
Vive ergo ut possis médicos proferre lavores
quos dandos prœlo scrinia tecta tenent.
Fruto de su
aplicación
a la literatura fueron otros varios
opúsculos,
como el que tituló
Idea antiquitatis inexequüs et ritibus funeralibus,
y el
Atheneum cordubense de ilustribus scriptoribus cordubensibus,
&c. todo lo que quedó
inédito,
y solo vieron la luz
pública
la
Historia
de Santa Marina de Aguas Santas
y la
Lira de
Melpómene,
composición
poética
que expone la
fábula
de Acteón, y con que manifestó que, como la mayor parte de los hombres de letras de su
tiempo,
se preciaba de cultivar la poesía, aunque sin
verdadero
genio
para ella. Pero, su
principal
obra, más curiosa y más interesante, fue el
Cronicón
cordubis,
que comprendía desde el tiempo de la conquista de esta ciudad (1236) hasta el año de 1680, M.S. cuyo
paradero
ignoramos, y cuya
utilidad
para la historia de Córdoba se deja conocer. Las demás circunstancias de la vida de Alfaro, como igualmente el año de su muerte, se ignoran. Solo sabemos que debió mucho de su gusto e instrucción a su
tío
el
licenciado
Bernardo de Cabrera, de quien vamos a hablar.
Nació este en Córdoba el 25 de junio de 1604, y fueron sus
padres
Bartolomé López de Gamiz y doña Juana de Heredia, personas de
distinguido
nacimiento. Dio principio a sus
estudios
en el colegio de la Compañía de Jesús de aquella ciudad, teniendo por maestros, en la filosofía al P. Juan del Baño, y en la teología al P. Juan Bautista Larcaduchio, en cuyas ciencias-salió muy aventajado; pero su
inclinación
le llevó con preferencia al cultivo de las bellas letras, en que hizo notables progresos. Siguió la carrera
eclesiástica,
y en 16.... [
sic
] le resignó un beneficio con bula del papa Urbano VIII el licenciado Gabriel Diaz, maestro de capilla de la catedral de Córdoba. La tranquilidad e independencia del estado que había elegido le permitieron pasar toda su vida dado al
estudio
y a tareas de erudición. Para satisfacer su gusto y escribir sobre las materias que se proponía ilustrar, juntó un insigne monetario y una copiosa y selecta biblioteca, que eran de lo más señalado que se conocía en aquellos tiempos. Su profunda y escogida erudición le adquirió grande
celebridad,
y con ella la
amistad
de muchos hombres eminentes de su siglo, que le consultaban sus dudas, como fueron el maestro Gil González Dávila, D. Vicencio Juan de Lastranosa, D. Lorenzo Ramírez de Prado, el Dr. D. Bernardo de Aldrete, Pedro Diaz de Rivas &c. No habiéndose contenido en los términos de España, la
fama
del licenciado Cabrera llegó a Francia, y movido de ella se puso en
correspondencia
con él, y le ofreció imprimir sus obras en aquel reino, y aun
ayudarle
a los gastos, el docto francés Mr. Bertaut, barón de Frecaville, oidor de la audiencia de Rúan, y consejero del rey cristianísimo. Falleció de
72
años en 1676,
sin
que sus obras saliesen a luz, que según creemos, ni aun manuscritas han llegado a nuestra edad, a no ser que, como otras muchas permanezcan entre el polvo de alguna biblioteca,
ignoradas
de todo el mundo.
Ilustró
mucho la geografía antigua y varios puntos de historia de España, y de la de Córdoba en particular; descifró gran número de medallas hasta su tiempo no entendidas de los numismáticos, y finalmente formó una colección de las inscripciones romanas que se hallaban en Córdoba, que anotó, añadiendo un apéndice, de las hasta entonces inéditas que conservaba en su museo.
Por muerte del licenciado Cabrera se disipó la
inmensa
selección de medallas, piedras literatas y demás antigüedades, como igualmente los libros, de que quedaba una corta porción en la biblioteca del convento de Trinitarios descalzos de Córdoba. Así se han perdido los frutos de la
laboriosidad
y
talento
de estos literatos cordobeses, por la
incuria
y abandono de sus compatricios, en quienes se ha resfriado, si no extinguido del todo, el amor a las letras y a la sabiduría que tanta fama le adquirieron y tan ilustre nombre a la ciudad de Córdoba en los pasados siglos.