Biografía dramática
JUAN DE LA CUEVA
La literatura
dramática
española
empezó a dar
muestras
de existir en la
Edad
Media con las farsas representadas por los
juglares,
que se ocupaban exclusivamente en esto: escenas cortadas, insulsas y
groseras.
He aquí lo que en su principio fueron las producciones que, aunque informes, se pueden considerar como los primeros pasos de la literatura dramática española; literatura que habían de
ennoblecer
con sus
talentos
nuestros
dramaturgos
Lope,
Calderón,
Moreto, Tirso de Molina, Solís y, más cercano a nuestros días,
Moratín,
cuyas cinco obras dramáticas son tenidas por un
modelo
en su
género.
La desenvoltura de los juglares y las escenas ofensivas a la
moral
representadas por ellos les atrajeron el
anatema
de las leyes civiles y eclesiásticas, siguiendo a sus representaciones las de los misterios hechas en los templos por los sacerdotes, cuya costumbre prevaleció hasta el siglo XIII, aunque se perpetuaron las dichas representaciones con el título de
Autos y comedias de santos,
en que se mezclaban los misterios
sublimes
del
cristianismo
con los chistes más indecentes y
ridículos;
pero la piedad y la ignorancia de aquellos tiempos suplían estos defectos, que tan abultados aparecen hoy a nuestra vista.
La danza general en que entran todos los estados de gentes,
composición del año 1356, poco más o menos, es también la dramática española más antigua que se conoce y, aunque se ignora su autor, no falta quien la atribuya a Rabí D. Santo, poeta que floreció en el
reinado
de don Pedro I de Castilla. Don Alberto Lista en sus
Lecciones de literatura española
dice tenerse noticia por una crónica inédita del siglo
XV
de una comedia alegórica hecha por el marqués de Villena, y representada en Aragón a presencia de toda la corte con motivo de la coronación del rey don Fernando el Honesto. Varios poetas cultivaron la literatura
dramática
hasta el último tercio del siglo XV y primero del
XVI,
en que apareció Juan de la Encina, primer poeta español de quien se
conserva
una colección de dramas, a quienes dio el título de
Églogas.
Cundió el
estudio
de los autores
griegos
y latinos, y aun se hicieron muchas
traducciones
Ide sus obras, apareciendo a continuación en la arena dramática Bartolomé de Torres Naharro y Lope de
Rueda,
natural el primero de Extremadura e
inventor
de la comedia
novelesca,
y actor el segundo. A estos dos célebres
escritores
antiguos sucedió nuestro poeta Juan de la Cueva. Nació en Sevilla, de familia ilustre, a mediados del siglo XVI, ignorándose absolutamente los hechos de su vida y el tiempo de su muerte, aunque se conceptúa viviría unos cincuenta años.
Fue de buena presencia, robusto, ojos vivos, nariz eminente, cabello crespo, semblante ceñudo y rígido. Sus obras dan a entender su carácter circunspecto, su juicio
sólido,
su amor a la
verdad
y el tesón que manifestó por la
corrección
de los abusos literarios de su tiempo. Una de sus obras más notables es el
poema
épico de la
Conquista
de la Bética,
en el cual, sin embargo de estar
descuidados
los
preceptos
del arte, se encuentran pensamientos grandes y felices y una dicción noble y
elegante,
unida con una versificación fluida. Su acción es
grande:
vengar las injurias que los sarracenos habían hecho a este país, arrojarlos de Andalucía, ganarles a Sevilla y asentar en ella el
imperio
de los cristianos es lo que el poeta se propuso cantar. Juan de la Cueva no sacó todo el fruto que se podía de semejante argumento, y para que ningún género de poesía se le quedase por cultivar, probó a manejar, con desgracia, la trompa épica. Fernando III, héroe del poema, es un héroe que no se mueve, digámoslo así, que no tiene energía ni animación. Podrá decirse que el
Godofredo
de
Tasso
se resiente de este defecto; pero el poeta italiano ha compensado la falta de fuego en su héroe con el que derramó en la pintura de los personajes Rinaldo y Tancredo, disculpa que no tiene nuestro poeta. Los episodios de la
Bética
son generalmente infelices, y alguna vez
indecorosos.
A pesar de estos defectos, el poema contiene bellezas dignas de
elogio.
La batalla naval del libro 10 está descrita con viveza, y el libro 12, en lo general, es bueno. Las comparaciones que a continuación copiamos nos parecen bellísimas.
No el soberbio león con igual ira
revuelve lleno de cruel despecho
al jinete masilio que le tira
la gruesa lanza y le atraviesa el pecho
que estimulado a la venganza aspira
y arremetiendo al ofensor derecho
paró, impedido de vengar su saña,
y de bramidos hinche la montaña.
…………………………………………………..
con la presteza que el airado viento
en el tendido océano revuelve
la frágil onda, y con furor violento
a la parte que quiere allí la vuelve &c.
Es a veces gracioso y tierno, como en esta octava hablando de Tarfira:
Tal vez se determina a la venganza,
resuelta con la espada ya en la mano,
y en sí volviendo dice: “¡Ay, que no alcanza
mi corta diestra adonde está el tirano!”.
Huyó, y con él mi gloria y esperanza,
que con su fe las lleva el aire vano,
siendo perjuro en su promesa al cielo,
aleve infame en su palabra al suelo.
Su
Ejemplar
poético,
en el que se encuentran a veces sabiduría y precisión en los
preceptos,
y se echa de
menos
fuego e imaginación, es apreciable por ser el
primer
poema
didáctico
que se escribió en castellano. Don Leandro Fernández de Moratín dice en el prólogo de la última
edición
de sus obras: “Juan de la Cueva escribió en verso (con poco
método,
redundancia,
desaliño
y no segura crítica) una compilación de preceptos relativos al arte de componer en
poesía”.
Sin embargo de la severa crítica de Moratín, el
Ejemplar poético
ha sido analizado por el señor Martínez de la Rosa en sus
Obras literarias,
y este preceptista y distinguido literato de nuestros días ha encontrado en él bellezas que
alabar.
Tales son las que encierra este trozo, en que expone las cualidades que deben adornar a un poeta, citado también por el señor Martínez:
Ha de ser el poeta
dulce
y
grave,
blando en significar sus sentimientos,
afectuoso en ellos y suave;
ha de ser de
sublimes
pensamientos,
vario, elegante, terso, generoso,
puro
en la lengua y propio en los acentos.
Ha de tener ingenio y ser copioso,
y este ingenio con
arte
cultivado,
que no será sin ella fructuoso.
Alaba también el señor Martínez de la Rosa el pasaje en que habla Cueva de la
propiedad
de los caracteres, que tan parecido es por su rapidez a otro de
Horacio,
y dice así:
Pinta al Saturno Júpiter esquivo,
contra el terrestre bando Briareo,
y al soberbio jayán en bando altivo;
celosa a Juno, congojoso a Orgeo,
hermosa a Hebe, lastimada a Ivo,
a Clito bello y sin fe a Teseo.
Las producciones dramáticas de Juan de la Cueva son superiores a las de Lope de Rueda y Bartolomé de Torres Naharro, a los cuales
excedió
en
erudición
y grandeza de
ingenio.
Sus tragedias, cuyos títulos son
Siete infantes de Lara, Muerte de Áyax Telamón, Príncipe tirano, Muerte de Virginia
y
Apio Claudio,
aunque llenas de
defectos,
irregularidades y bajezas, son apreciables por la viveza en la pintura de los efectos, buenos toques en el desarrollo de las pasiones y alguna que otra escena recomendable por el fuego y la
facilidad
con que está escrita. La facilidad es la dote que caracteriza a Juan de la Cueva; ningún poeta, después de Lope de Vega, le ha igualado en ella.
Diez comedias se conocen suyas, que son:
Muerte del rey don Sancho, Saco de Roma, Libertad de España por Bernardo del Carpio, El degollado, El tutor, Constancia de Arcelina, Príncipe tirano, El ciego enamorado, Libertad de Roma por Mucio Scévola
y
El infamador.
Moratín, en sus
Orígenes del teatro español,
ha hecho un precioso análisis de ellas.
Muchas son las composiciones
líricas
de Juan de la Cueva existentes hoy en la Biblioteca de la Catedral de Sevilla, en tres tomos en 4º manuscritos, la mayor parte de la mano del mismo autor, los cuales
manuscritos
existían en poder del señor conde del Águila. El tomo primero contiene 19 epístolas, 21 canciones, 264 sonetos, 21 elegías y está falto como de 50 hojas. El tomo segundo contiene 7 églogas,
Los amores de Marte y Venus
en 137 octavas,
Llano de Venus en la muerte de Adonis
en 119 octavas,
Historia de la Cueva
en 95 octavas,
Viaje de Sannio
5 libros en 492 octavas,
Ejemplar poético
con portada impresa en Sevilla en 1606,
Los cuatro libros de los inventores de las cosas,
la
Muracinda
y un fragmento de la batalla de ratas y ratones. El tomo tercero es todo de romances históricos, y le faltan algunas hojas.
En todas estas obras se ve su
ingenio
vivo,
su afluencia copiosa. Su estilo se puede presentar como
modelo
de la pureza y energía del habla castellana.
Juan José Bueno.