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Título del texto editado:
“Garcilaso, o Garcilaso de la Vega”
Autor del texto editado:
Sin firma
Título de la obra:
El guardia nacional, nº 1001
Autor de la obra:
Ferrer, Luis (dir.)
Edición:
Barcelona: Imprenta del Guardia Nacional, 1838


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GARCILASO, O GARCILASO DE LA VEGA


Este poeta español nació en Toledo en [1536], hijo de otro Garcilaso, gran comen[…] y embajador de los reyes católicos en Roma, y de doña Sancha de Guzmán, señora de Batre[s], tierra de la ilustre ca[…]. Fernando V dio al padre del poeta el apellido «de la Vega» en memoria del combate que sostuvo contra uno de […] valientes de Granada. Garcilaso, nacido para la vida campestre y soli[…] de juzgar por sus poesías, que con amor y paz, manifestando la [esencia] de su carácter. Sin embargo, tanto le llamaba el ejercicio de las armas […] su vida en los ejércitos, siendo su […]. Desde joven, […] y se encontró en la guerra […] (1521) distinguiéndose por su […] sobre todo en la batalla de Pavía. En […] de su intrepidez se le confirió en […] la cruz de la orden de Santiago. Gozaba de los favores del emperador, cuando una aventura se los hizo perder para siempre. […] suyo estaba enamorado de una señora de la corte que había merecido el afecto de Carlos V, y parece que Garcilaso favoreció con todas sus fuerzas la pasión de su pariente, cuyas intenciones eran honestas; lo que, sabido por el emperador, fue causa para que desterrase al primo y confinase a Garcilaso a una isla del Danubio. Durante su detención en ella compuso una de sus canciones, en la cual deplora sus desgracias y celebra al propio tiempo los encantos de la comarca que riega el río. En 1555 fue de la expedición que Carlos V mandó contra los turcos de Túnez, y volvió de ella cubierto de gloria y de heridas. Después pasó algún tiempo en Nápoles y en Sicilia, donde se entregó a su ocupación favorita, la poesía; descontento en la guerra, se complacía en crear con su imaginación una arcadia romanesca, sin dejar por eso de ser soldado, pues tenía valor y no le faltaban talentos militares, así es que se le vio seguir (en 1536) al ejército a Francia mandando treinta compañías de tropas españolas; esta fue su última campaña, y en la retirada de Marsella halló una muerte digna de su valor. Algunos paisanos franceses se habían encerrado en una torre, desde la cual incomodaban bastante al ejército imperial, por lo que mandó el emperador a Garcilaso fuese a tomarla por asalto. Este ejecutó la orden con más valor que prudencia, y, habiendo subido el primero al asalto, cayó derribado por una piedra que le hirió mortalmente.

Transportáronle a Niza, donde murió a los veinte y cuatro días en noviembre de 1536, a la edad de 33 años. Las armas y las letras lloraron su pérdida, y aun el mismo emperador lo sintió tanto, que, habiéndose tomado la torre, mandó ahorcar los 28 paisanos que quedaron de 50 que componían la guarnición. Garcilaso se había casado a la edad de 25 años con una señora aragonesa llamada doña Elena de Zúñiga, de la que tuvo un hijo que, a ejemplo de su padre, terminó su vida en un combate contra los holandeses. Aun cuando la vida de Garcilaso no está exenta de gloria, su fama la debe sobre todo a un mérito literario, que le ha adquirido el nombre de reformador de la poesía española, haciendo época en su siglo. Los españoles poseíamos una especie de poesía muchos siglos antes de Garcilaso que consistía en unos romances y en los versos de arte mayor compuestos de doce sílabas, como estos en que Alfonso el Sabio cuenta que había aprendido de un célebre alquimista a hacer la piedra filosofal, por medio de la cual había podido aumentar sus rentas:

La piedra que llaman philosphical
sabia facer, e mi la enseñó:
fizímosla juntos, después solo yo,
con que muchas veces creció mi caudal.


A mediados del siglo XIII un religioso benedictino introdujo los versos alejandrinos: «Quiero fer una prosa en román paladino / en el cual suele el pueblo hablar a su vecino».

En el reinado de Juan II, gran protector de las letras, fue cuando la poesía española tomó un carácter verdaderamente nacional: este príncipe reunió a su rededor a los más hábiles poetas castellanos y trovadores valencianos, y entonces se vieron aparecer al sabio marqués de Villena, Juan de Mena, al marqués de Mendoza de Santillana, Juan de la Encina y otros; y la versificación se sujetó a alagunas reglas según dos artes poéticas dadas por estos últimos. Pero esta versificación todavía era muy uniforme cuando ya el Dante, Petrarca y Sannazaro se hacían admirar en Italia y toda Europa por la profundidad y encantos de sus composiciones. Por último, aparecieron Boscán y Garcilaso unidos desde la infancia por la más íntima amistad: penetrados uno y otro del mérito de estos tres grandes hombres y alimentados con su lectura, resolvieron operar una reforma general en el mal gusto que dominaba todavía. Boscán fue el primero que entró en la liza. Garcilaso no hizo sino seguirle, pero tuvo en ventaja el talento de sobrepujarle, acercándose más a la dulzura suavidad del Petrarca, mientras su rival imitaba más felizmente la precisión y energía del Dante. Todos los poetas contemporáneos se alzaron contra la reforma que los condenaba; pero en vano evocaron las sombras de sus predecesores: el genio de los dos sabios novadores triunfó de sus cábalas. Garcilaso y Boscán obtuvieron el título de padres de la buena escuela: Garcilaso fue llamado Petrarca Español, príncipe de la poesía española, y la gran reforma se operó. Boscán, que le sobrevivió seis años, recogió sus obras, pero la muerte le sorprendió antes que pudiese publicarlas. Garcilaso no llegó a la inmortalidad por el número de ellas, pues todas se hallan contenidas en un pequeño volumen; pero, aunque reducido, marca cuanto puede servir de modelo. Su género más peculiar es el tierno y patético, que mina el más alto grado, que prima en el más alto grado en todas sus composiciones. Entre sus sonetos, que serán unos treinta, se debe distinguir el siguiente:

Oh dulces prendas por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería!
juntas estáis en la memoria mía
y con ella en mi muerte conjuradas!

¿Quién me dijera, cuando en las pasadas [5]
horas en tanto bien por vos me vía,
que me habíades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?

Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes, [10]
llevadme junto el mal que me dejastes.

Si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.


Pero lo que lleva a su más alto grado la gloria de Garcilaso es la primera de sus tres églogas, que ha servido de modelo a una multitud de imitadores, que no han podido igualarle. Esta composición de algunos cuatrocientos versos fue escrita en Nápoles, donde su autor se había penetrado a un tiempo del espíritu de Virgilio y del Sannazaro. Dos pastores, Salicio y Nemoroso, se encuentran, y en sus cantos lastimeros expresan a su vez el dolor que al uno causa infidelidad («Por ti el silencio de la noche umbrosa»), y al otro la muerte de su pastora («Como el partir del sol la sombra crece»).

Hay en el primero una dulzura, una delicadeza, una sumisión; y en el segundo un dolor tan profundo, y en los dos una pureza en el entendimiento pastoril que afectan tanto más cuando se consideran que el escritor era un guerrero destinado a morir pocos meses después en los combates. Cada verso encanta a la vez por la verdad del sentimiento exaltado, pero que conmueve por la feliz elección de la expresión y por una armonía que nada deja que desear al oído. Sin embargo, el canto de Nemoroso interesa más todavía, tal vez porque conmueve con más dulzura. El trozo donde habla del rizo de cabellos de su querida («Una parte guardé de tus cabellos») no tiene modelo entre los antiguos ni entre los modernos, según Mr. Bouterweck.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera