GARCILASO,
O GARCILASO DE LA VEGA
Este
poeta
español nació en Toledo en [1536], hijo de otro
Garcilaso,
gran comen[…] y
embajador
de los reyes católicos en Roma, y de doña Sancha de Guzmán,
señora
de Batre[s], tierra de la ilustre ca[…]. Fernando V dio al padre del poeta el apellido «de la Vega» en memoria del combate que sostuvo contra uno de […] valientes de Granada. Garcilaso, nacido para la vida campestre y soli[…] de juzgar por sus poesías, que con amor y paz, manifestando la [esencia] de su
carácter.
Sin embargo, tanto le llamaba el ejercicio de las
armas
[…] su vida en los ejércitos, siendo su […]. Desde
joven,
[…] y se encontró en la guerra […] (1521) distinguiéndose por su […] sobre todo en la batalla de Pavía. En […] de su
intrepidez
se le confirió en […] la cruz de la
orden
de Santiago. Gozaba de los
favores
del emperador, cuando una aventura se los hizo perder para siempre. […] suyo estaba enamorado de una señora de la corte que había merecido el afecto de Carlos V, y parece que Garcilaso favoreció con todas sus fuerzas la pasión de su pariente, cuyas intenciones eran honestas; lo que, sabido por el emperador, fue causa para que desterrase al primo y confinase a Garcilaso a una isla del Danubio. Durante su detención en ella compuso una de sus
canciones,
en la cual deplora sus desgracias y celebra al propio tiempo los encantos de la comarca que riega el río. En 1555 fue de la expedición que Carlos V mandó contra los turcos de Túnez, y volvió de ella cubierto de
gloria
y de heridas. Después pasó algún tiempo en Nápoles y en Sicilia, donde se entregó a su ocupación favorita, la poesía; descontento en la guerra, se complacía en crear con su
imaginación
una
arcadia
romanesca, sin dejar por eso de ser
soldado,
pues tenía valor y no le faltaban talentos militares, así es que se le vio seguir (en 1536) al ejército a Francia mandando treinta compañías de tropas españolas; esta fue su última campaña, y en la retirada de Marsella halló una muerte digna de su valor. Algunos paisanos franceses se habían encerrado en una torre, desde la cual incomodaban bastante al ejército imperial, por lo que mandó el emperador a Garcilaso fuese a tomarla por asalto. Este ejecutó la orden con más valor que prudencia, y, habiendo subido el primero al asalto, cayó derribado por una piedra que le hirió mortalmente.
Transportáronle a Niza, donde murió a los veinte y cuatro días en noviembre de 1536, a la edad de
33
años. Las armas y las letras lloraron su pérdida, y aun el mismo emperador lo sintió tanto, que, habiéndose tomado la torre, mandó ahorcar los 28 paisanos que quedaron de 50 que componían la guarnición. Garcilaso se había casado a la edad de
25
años con una señora aragonesa llamada doña
Elena
de Zúñiga, de la que tuvo un hijo que, a ejemplo de su padre, terminó su vida en un combate contra los holandeses. Aun cuando la vida de Garcilaso no está exenta de
gloria,
su fama la debe sobre todo a un mérito
literario,
que le ha adquirido el nombre de
reformador
de la poesía española, haciendo
época
en su siglo. Los
españoles
poseíamos una especie de poesía muchos
siglos
antes de Garcilaso que consistía en unos romances y en los versos de arte mayor compuestos de doce sílabas, como estos en que Alfonso el Sabio cuenta que había aprendido de un célebre alquimista a hacer la piedra filosofal, por medio de la cual había podido aumentar sus rentas:
La piedra que llaman philosphical
sabia facer, e mi la enseñó:
fizímosla juntos, después solo yo,
con que muchas veces creció mi caudal.
A mediados del siglo
XIII
un
religioso
benedictino introdujo los versos alejandrinos: «Quiero fer una prosa en román paladino / en el cual suele el pueblo hablar a su vecino».
En el
reinado
de
Juan
II, gran protector de las letras, fue cuando la poesía española tomó un carácter verdaderamente
nacional:
este príncipe
reunió
a su rededor a los más hábiles poetas castellanos y trovadores valencianos, y entonces se vieron aparecer al sabio
marqués
de Villena, Juan de Mena, al marqués de Mendoza de Santillana, Juan de la Encina y otros; y la versificación se sujetó a alagunas
reglas
según dos artes poéticas dadas por estos últimos. Pero esta versificación todavía era muy uniforme cuando ya el
Dante,
Petrarca
y Sannazaro se hacían
admirar
en Italia y toda
Europa
por la profundidad y encantos de sus composiciones. Por último, aparecieron Boscán y Garcilaso unidos desde la
infancia
por la más íntima
amistad:
penetrados
uno y otro del mérito de estos tres grandes hombres y alimentados con su
lectura,
resolvieron operar una
reforma
general
en el mal
gusto
que dominaba todavía. Boscán fue el primero que entró en la liza. Garcilaso no hizo sino seguirle, pero tuvo en ventaja el
talento
de sobrepujarle, acercándose más a la
dulzura
suavidad del Petrarca, mientras su
rival
imitaba más felizmente la precisión y energía del Dante. Todos los poetas
contemporáneos
se alzaron contra la reforma que los condenaba; pero en vano evocaron las sombras de sus predecesores: el
genio
de los dos
sabios
novadores
triunfó
de sus cábalas. Garcilaso y Boscán obtuvieron el título de
padres
de la buena
escuela:
Garcilaso fue llamado Petrarca Español, príncipe de la poesía española, y la gran reforma se operó. Boscán, que le sobrevivió seis años, recogió sus obras, pero la muerte le sorprendió antes que pudiese
publicarlas.
Garcilaso no llegó a la inmortalidad por el número de ellas, pues todas se hallan contenidas en un pequeño
volumen;
pero, aunque reducido, marca cuanto puede servir de
modelo.
Su género más peculiar es el tierno y patético, que mina el más alto grado, que prima en el más alto grado en todas sus composiciones. Entre sus sonetos, que serán unos treinta, se debe distinguir el siguiente:
Oh dulces prendas por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería!
juntas estáis en la memoria mía
y con ella en mi muerte conjuradas!
¿Quién me dijera, cuando en las pasadas [5]
horas en tanto bien por vos me vía,
que me habíades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes, [10]
llevadme junto el mal que me dejastes.
Si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.
Pero lo que lleva a su más alto grado la
gloria
de Garcilaso es la primera de sus tres églogas, que ha servido de
modelo
a una multitud de imitadores, que no han podido
igualarle.
Esta composición de algunos cuatrocientos versos fue escrita en Nápoles, donde su autor se había
penetrado
a un tiempo del espíritu de
Virgilio
y del
Sannazaro.
Dos
pastores,
Salicio y Nemoroso, se encuentran, y en sus cantos lastimeros expresan a su vez el dolor que al uno causa infidelidad («Por ti el silencio de la noche umbrosa»), y al otro la muerte de su pastora («Como el partir del sol la sombra crece»).
Hay en el primero una
dulzura,
una delicadeza, una sumisión; y en el segundo un dolor tan profundo, y en los dos una pureza en el entendimiento pastoril que afectan tanto más cuando se consideran que el escritor era un guerrero destinado a morir pocos meses después en los combates. Cada verso encanta a la vez por la verdad del sentimiento exaltado, pero que conmueve por la feliz elección de la expresión y por una armonía que nada deja que desear al oído. Sin embargo, el canto de Nemoroso interesa más todavía, tal vez porque conmueve con más dulzura. El trozo donde habla del rizo de cabellos de su querida («Una parte guardé de tus cabellos») no tiene
modelo
entre los antiguos ni entre los modernos, según Mr.
Bouterweck.