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Título del texto editado:
“A don Lorenzo Ramírez de Prado, caballero de la Orden de Santiago, del Consejo de Su Majestad en el Supremo de las Indias y Junta de guerra de ellas y en el de Cruzada y Junta de competencias y su embajador al Rey cristianísimo de Francia, etc. S.V.D”
Autor del texto editado:
Reyes, Matías de los
Título de la obra:
El Menandro
Autor de la obra:
Reyes, Matías de los
Edición:
Jaén: Francisco Pérez de Castilla/A costa de Gabriel de León, 1636


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A DON LORENZO RAMÍREZ DE PRADO, CABALLERO DE LA ORDEN DE SANTIAGO, DEL CONSEJO DE SU MAJESTAD EN EL SUPREMO DE LAS INDIAS Y JUNTA DE GUERRA DE ELLAS Y EN EL DE CRUZADA Y JUNTA DE COMPETENCIAS Y SU EMBAJADOR AL REY CRISTIANÍSIMO DE FRANCIA, ETCÉTERA

S. V. D.


Está interesable, señor, el ingenio humano y de forma se vence al apetito del premio que, aunque diga el poeta: Ipsa quidem virtus sibimet pulcherrima merces, no hay aguardar que nos incitemos a la virtud en no viendo el premio a la vista. Así lo entendió el toscano: Chi seguirá virtú se’ l premio togli? Porque: Nec facile invenies multis in milibus unum virtutem pretium qui putet ese fui. Y aun el profeta Rey no pudo negar, hablando con Dios, que inclinaba su corazón a sus justificaciones propter retributionem.

Pues entendido esto así, la diferencia que hallo yo en esta innata apetencia humana es solamente en el examen de la calidad de retribución que cada cual pretende de sus obras, o ya sean producidas del ánimo o ya afetuadas corporalmente; porque del linaje que fuere el apetito se le deberá el premio. Este reduzco yo a dos géneros: al uno, llamo noble por su objeto; y al otro, mercenario por el suyo. Y por ser el de este material y vil constituye dignamente a su dueño obscuro entre los demás hombres, porque: Iam mercedem suam receperunt. Pero el primero vive inmortal por perpetuos siglos, llevando en sus alas a sus dueños hasta las últimas edades, y este por excelencia es llamado honor.

El cual es tan optable que aun el mismo Dios, siendo así que de nada necesita ni menos se le puede añadir algo a su purísimo ser a nuestro modo de hablar, le pretende y solicita de nosotros como por reconocimiento de los inefables beneficios que por instantes nos confiere. Y atrévome a decir (animado con Lactancio) que uno de los principales motivos que tuvo en el mirabilísimo asunto de la creación del hombre fue criar un sujeto capaz de entender el soberano ser suyo, y que conociéndole de grado en grado le diese como por reconocimiento de vasallaje este desiderable objeto llamado honor. De donde es que no por más breve camino llegamos al merecimiento de la divina gracia, premio digno a tan bien debido tributo.

Este conocimiento excitó los ánimos de los hombres a la creación de tan suntuosos templos y a la creación de tantos sacerdotes que en ellos perpetuamente y como por ministerios propios rindan a este supremo Señor, por todo el pueblo, libaciones, cultos y sacrificios en salmos, oraciones e himnos.

No ignoró esto la antigua gentilidad, pues a sus dioses falsos levantó el portento délfico la maravilla Efesia, la celebrial olímpica y el panteón romano, donde, aunque tan deslumbrados entre las tinieblas de su ignorancia, haciendo esto mismo, ya que no duren con la suma verdad, a lo menos alucinaron que había una primera causa a quien se debían dirigir aquellos honores.

Conociendo pues los hombres la calidad de este objeto y que Dios mismo se da por pagado con él (no sin atrevimiento), corren ambiciosos a conseguirle en el modo que les es posible, porque experimentan que él que entre ellos llega a ocupar el primer lugar de estimación entre los demás no tiene más a que aspirar en esta vida. Así lo entendió Plinio el Menor cuando escribiendo a Cornelio Prisco el pésame de la muerte de su común amigo Marcial, reconocido de que con los versos mismos que a otros detraía a él había honrado, dijo: Tametsi quid homini potest dari maius quam gloria, laus et aeternitas!

Y así, en orden a ser honrados, no les asombra imposible alguno, antes se facilita a toda incomodidad en tanto que el perpetuo estudio de las letras juzgan recreo y desahogo del ánimo; el terror y asombro de las armas, centro de sus delicias, la inconstancia del iracundo mar, campos elíseos y finalmente la oficiosa ocupación en quien los cuidados son insuperables, las horas insensibles, la quietud ninguna, los temores muchos, por lo que apariencian este pretendido objeto, se les facilitan y amansan, porque consideran puesto allí el deseado palio a quien corren todos ambiciosos.

¿Qué será pues, Señor, si yo, lisonjeado de tal impulso, he dejado llevarme a esta presunción con pretexto de afición a las buenas letras? Pues sucediome así luego que me instruí en los elementos de las primeras. ¿Y qué será también si desvanecido de esta aurora honrosa me hubiese atrevido a dar a la estampa algunos partos de este concepto? Hízelo, en fin, en fe de que salieron al teatro, donde, si no admiraron, no los asombraron plebeyos silbos, pero a mí si el reconocer que estos no son los hijos que cumplen con el precepto cuarto; pues habiéndolos examinado a los rayos claros del honor que busco y hallándolos bastardos los arrojé del nido, dándome a más dignos estudios. De estos es mi Menandro, si no el primogénito el segundo concepto de mi reformación. Pretendo enviarle por el mundo para que valga por sus méritos, pero, como esto ha de ser en fe de los que tuviere quien le produjo, veo que le envío muy desnudo de ellos y para que suplemento suyo necesita de patrocinio no menor que del mecenas Apolo de nuestro siglo. No ignora Vuestra Señoría, pues lo publica el mundo, que estos son dignos atributos suyos; antes sabe que me tocan por antelación sus favores, pues desde nuestros primeros años la gané en la natural benevolencia de Vuestra Señoría, cuando hizo en mi beneficio el ensayo de los muchos que hoy gozan de su liberalidad el mundo. Suplico a Vuestra Señoría se digne de continuarlos en esta resulta de mi ingenio, que, si me es lícito decirlo, se deriva de la fértil afluencia del ilustre de Vuestra Señoría por comunicación de aquella edad. Y si no le rindo en la pureza ínfima, vicio será de lo material del vaso en que le recogí; pero volviendo ahora a su fuente sin duda cobrará la excelencia que perdió en mí, de suerte que le estime el mundo como criatura de Vuestra Señoría.

A quien acuerdo como queda Ulises las espuelas calzadas, para hacer la última, si bien la más dichosa de sus peregrinaciones a valerse, digo del patrocinio mismo, como lo hará presto la Culebra de Oro, que aún está en el invernizo embrión de mi ingenio; pero luego que se le comuniquen los activos rayos del favor de Vuestra Señoría cobrará entero ser, y yo aliento para emprender mayores estudios que rendir siempre a los pies de Vuestra Señoría, cuya vida prospere el cielo para que le gocemos en la cumbre de la mayor grandeza a quien le encaminan sus heroicos merecimientos, etcétera. Madrid, y agosto a 2 de 1636.

Muy obligado servidor de Vuestra Señoría que su mano besa,


Matías de los Reyes






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera