Título del texto editado:
Epístolas satisfactorias. Una, a las objeciones que opuso a los poemas de don Luis de Góngora el licenciado Francisco de Cascales, catedrático de Retórica de la santa Iglesia de Cartagena, en sus “Cartas filológicas”. Otra, a las proposiciones que, contra los mismos poemas, escribió cierto sujeto grave y docto,
Epístola I, capítulo 4.
Título de la obra:
Epístolas satisfactorias. Una, a las objeciones que opuso a los poemas de don Luis de Góngora el licenciado Francisco de Cascales, catedrático de Retórica de la santa Iglesia de Cartagena, en sus “Cartas filológicas”. Otra, a las proposiciones que, contra los mismos poemas, escribió cierto sujeto grave y docto.
Número
4.
*
*
La objeción tercera es:
"que de los hipérbatos o transposiciones y de las translaciones o metáforas resulta la oscuridad de estos poemas."
En esta con gran facilidad convenimos y así se la concedo a vuestra merced, porque el estilo de don Luis es nuevo, que si no, lo entendieran fácil todos, y así entendido, no fuera oscuro, como no lo es para vuestra merced, que lo ha entendido tan bien. Pero si por las metáforas y transposiciones han cansado o se ignoran de alguno estos poemas, como se persuade diciendo
"que el lector se corre sin adivinarlas y el oyente se duerme al son de tan incomprehensibles enigmas,"
la culpa está no de parte de los versos, sí, del asombro con que muchos se acobardan, rehusando el trabajo para entenderlas. Y así a la ignorancia respondo con
Tertuliano
que
"uitio suo quis quid ignorat."
Y al cansancio, lo que Ángelo
Poliziano
escribe a Fósforo:
"bene autem sentire cuius quisque ignarus sit non potest."
Resultar oscuridad de los hipérbatos y
translaciones
no es cosa nueva, aun cuando no lo es el uso de aquellos ni la invención de estas. Y así ni esta ni aquel es culpa, antes sí virtud, como lo dice
Quintiliano:
"hyperbaton quoque, id est uerbi transgressionem, non inmerito inter uirtutes habemus."
Y en el capítulo 2:
"in hac autem proprietatis specie quae nominibus ipsis cuiuscumque rei utitur nulla uirtus est."
Luego ¡es virtud la translación! Y no sólo esto, pero ella y el hipérbaton son el
adorno
de la oración y lo que mueve el ánimo a procurar entenderla. Así lo enseña
Cicerón,
aconsejando el uso frecuente de uno y otro:
"ex omni genere"
(dice)
"frequentissimae translationes erunt, quod eae propter similitudinem transferunt animos ac mouent huc uel illuc etc. Et reliqua ex colocatione uerborum, quae sumuntur, quasi lumina magnum afferunt ornamentum."
Y cuando para prueba de esto me faltase autoridad de oradores, no me podía faltar la de vuestra merced, que dice:
"vuelvo a mi Horacio, que le hallo a la mano a cuanto quiero decir: suplícoos que le oigáis y le miréis a las manos."
Y luego refiere cuatro versos de su arte, desde
"ex noto fictum carmen hasta accedit honoris."
Y lo traduce así:
"yo"
(dice vuestra merced)
"adornaré de tal manera un pensamiento, y este de cosas comunes y vulgares, y le dispondré y compondré de manera que, oído, a cualquiera le parezca cosa muy fácil, y llegado a tentar lo mismo, sude y trasude y trabaje en vano. Tanto importa la orden del arte y cultura de las palabras que aquello que fue antes cosa ordinaria recibe tan grande esplendor que se desconoce a sí mismo."
Y loando el lenguaje culto, no olvidó vuestra merced estas virtudes, pues, traduciendo casi las primeras palabras del capítulo 3 y libro 8 de
Quintiliano,
dice:
"porque de hablar un lenguaje limpio y claro poca gloria se alcanza, pues no es más que carecer de vicios, sin adquirir gloria ni virtud alguna."
Luego lo contrario, que son los hipérbatos y translaciones que hacen oscura la poesía, que es la objeción de vuestra merced, será
gloria
y virtud, que es mi consecuencia, que también se infiere de todo el texto de Horacio y en particular de las primeras palabras, que tocan al ornato, y de aquellas:
"tanto importa la orden del arte y la cultura de las palabras."
Que lo uno y lo otro está en las transposiciones y metáforas y otras virtudes poéticas, y así, por haberlas usado don Luis, merece alabanza, y sin ellas no se le debiera.
Probada ya, pues, mi conclusión con tan graves autoridades, si verdad tan clara necesitara de prueba con ejemplo, ¿cuál como el de tanto poeta castellano que
ilustran
sus obras con el ornato de las metáforas y transposiciones? Y porque esto es notorio, pasaré a probar con razón la mía.
[...]
La segunda,
"que la poesía es imitación para deleitar,"
afírmalo vuestra merced así. Y yo digo con
Horacio
"que para mover el ánimo también,"
y entonces cumplirá con estos dos fines, cuando use nuevas metáforas y menos usados hipérbatos: porque nuestra naturaleza es inclinada a novedades y lo que no las tiene casi la ofende, o no lo admite el afecto ni el entendimiento lo admira. Y como las flores varias y bien compuestas deleitan la vista y mueven al deseo para cogerlas, así deleita y mueve a imitarle un poema con
magnificencia
y ornato. Y esto resulta de los hipérbatos y translaciones.
La tercera, que a un gran poeta le conviene no sólo imitar, sino
inventar,
y así le es permitido (aun sin que Horacio lo permita en su arte ni lo defienda
Cicerón,
3,
De finibus,
ni lo aconseje Quintiliano, libro 1, capítulo 10) y lo debe hacer o no será tan digno de alabanza. Y como pretende en todos siglos la más suprema, no debe regular su ingenio por el juicio del vulgo y así huye del camino ordinario y humilde, valiéndose de las transposiciones y nuevas metáforas. Y de no usarlas como enseña el arte, se dirá de él que hace versos, pero no merecerá nombre de poeta, como afirma Horacio en el suyo y vuestra merced dice:
"que no sabrá componer ni disponer un poema sin arte."
Y a este acompaña siempre el
ornato,
el cual resulta de los hipérbatos y transposiciones.
La cuarta, que ya es recibido de poetas y oradores que el impulso de hacer versos es un cierto furor divino (vuestra merced lo confiesa), con que el poeta se inflama y se levanta de los demás hombres. Y esta inflamación le causa el embeleso, que no le permite ser humano en su lengua
"ni trivial ni trovador, sino severo y docto,"
como vuestra merced dice que debe ser. Y para prueba de esto hay graves y muchas autoridades en Horacio, en Ovidio, en
Virgilio,
en Tibulo, en Cicerón,
Pro Archia,
en Aristóteles y en Séneca, que al fin del libro
De tranquillitate
dice:
"non potest grande aliquid et supra ceteros loqui, nisi mota mens. Cum uulgata et solita contempserit instinctuque sacro surrexerit excelsior, tum demum aliquid cecinit grandius ore mortali."
La quinta, que no fue dada a los antiguos sólo la potestad de
inventar
ni es bien que andemos mendigando de lo que dijeron. Y si los latinos tuvieron esta libertad, siendo (digámoslo así) su lengua más abundante, ¿por qué, aunque la nuestra no es menos copiosa, no inventaremos? O, ¿cuándo nos ha de ser lícito o nos habemos de atrever? Infinitamente más se atrevieron los antiguos que los nuestros. Y si en aquellos no fue culpa, ¿por qué lo ha de ser en estos? Y si lo fue, dese la pena al primero que cometió la culpa, no al que, imitándole, le excede en gala. Si no fuera lícito procurarlo así, mal se hallará un gran poeta ni un perfecto poema; el que no apetece y procura vencer
dificultades
y llegar a lo sumo, donde otros no han llegado y de donde no se puede
pasar
(como lo ha conseguido el nuestro, al parecer de los casi tan doctos como vuestra merced), ya que no sea digno de reprobar, no es para seguirle. El que sigue a otro, si no se le aventaja, será postrero; pero si lo procura, ya que no lo consiga, podrá quedar igual. Ocioso fuera el trabajo, si no se le permitiera buscar algo mejor que lo antes dicho, venciendo con él lo dificultoso.
Ardua molimur, sed nulla, nisi ardua, uincunt,
dijo
Ovidio.
Finalmente, será digno de premio el poeta que, aventajándose a los primeros, deja (como don Luis) que aprendan los futuros con admiración de los presentes:
"nam eloquentiam quae admirationem non habet nullam iudico,"
refiere de Cicerón
Quintiliano,
libro 8, capítulo 3.
La sexta y última, que, como la lengua latina, tienen todas y la nuestra su gramática, que, según la define vuestra merced, es un
"arte de hablar bien;"
y esto es común a todas las lenguas o no es buena la definición. Y en el folio 128, página 2, dice que
"hablar bien es hablar culta, copiosa y elegantemente."
Pues, ¿por qué se le ha de negar a la nuestra el procurarlo y que busque novedad de locuciones y que invente nuevas metáforas que la ilustren,
"siendo estas propias a la gramática"
(como afirma vuestra merced) y conviniéndole su definición? No hallo razón que ajuste esta prohibición; vuestra merced la dé, pues le sobran tantas, que yo, vencido a ellas, me admira cuán graves y eficaces son las que halla para cuanto quiere decir:
"y si «latine dicere» es hablar claramente, como se habla en lenguaje vulgar, sin figuras, tropos, ni perífrasis, lo cual es propio del lenguaje gramático,"
como enseña vuestra merced, bien se le debe este y aquellos a un gran poema, porque una cosa es hablar en nuestra lengua, otra, hablar en ella con elegancia y culto, con ornato y magnificencia. Esta distinción vuestra merced me la dio, diciendo que
"los gramáticos antiguos enseñaban, no la lengua, sino su ornato y elegancia, porque una cosa es hablar latina, otra gramaticalmente."
Pues, ¿por qué no será lo mismo en el lenguaje castellano?
Hablar
en él don Luis castellanamente, como los poetas del tiempo viejo, no había que admirar: lo que ha hecho es lo que repetía [
Virgilio]
cuando le notaban de oscuro:
Tentanda via est qua me quoque possim
tollere humo.
Y consiguió él hablar por
alto,
grave y nuevo estilo, que, a diferencia del mediocre y del humilde, es el que
"constat ex uerborum grauium magna et ornata constructione,"
según
Cicerón
(como vuestra merced sabe, pues le cita). Que la obligación de un gran poeta es hablar así y no cuidar de ser entendido, sino de no poder dejar de serlo.
Y si por esto son oscuros estos poemas para alguno, la falta es suya, no de ellos, como lo es de nuestra vista y no del sol no poderle mirar; y así diremos que la oscuridad mayor está en su ingenio, y a la reprobación que por ella les hiciere, lo que escribe a Fósforo
Poliziano
citado:
"nam indocti nostra reiiciant aut recipiant parum interest: ab iis enim laudari etiam laudanda laus non erit."
Para prueba de que la poesía de don Luis es viciosa, alega vuestra merced de
Horacio:
"breuis esse laboro, obscurus fio."
Y como no ha dicho que la oscuridad se causa de la brevedad, no sé a qué propósito viene lo alegado. El que tuvo
Quintiliano
para decir lo que vuestra merced refiere:
"at ego otiosum sermonem dixerim quem auditor suo ingenio non intellegit,"
fue tratar de los que quitan a la oración las voces necesarias, contentándose con entenderla ellos. Traslado sus mismas palabras, que lo testifiquen y me defiendan:
"alii"
(dice)
"breuitatis aemuli necessaria quoque orationi subtrahunt uerba et uelut satis sit scire ipsos, quae dicere uelint, quantum ad alios pertinet, nihil putant."
Y prosigue inmediatamente:
"at ego otiosum sermonem"
etc. Y así juzgo ocioso este lugar en el intento de vuestra merced y contra los versos de don Luis, pues no los nota de faltos de palabras precisas en la oración, sino de que su oscuridad resulta
"de las transposiciones y metáforas."
No sé de qué me admire más: o de que vuestra merced no cite enteramente o de que, cuando citase este lugar, no da con el fundamento a su objeción.
[...]