CORRESPONDENCIA
Crítica teatral
Señor redactor del
Correo,
muy señor mío y mi dueño: aterrado por los fríos y rigores del invierno pasado, esperaba con impaciencia llegase la estación de las gracias para salir de mi huronera, en donde estaba sin poder menearme a causa de un dolor de gota insoportable, cuando apareció esta primavera tan halagüeña para todos sexos y edades. Un tantico de ánimo, después de la mejoría de mi mal, me obligó a salir de mi invernal cárcel. Iba poco a poco, cuando tuve la complacencia de leer en un cartel de los muchos que orlaban la esquina de la Puerta del Sol que se representaba
La villana de Vallecas.
El nombre de esta
comedia
y el de su
célebre
autor
me acordó de los escelentes actores que la representaban hace seis años; prometí verla, y lo cumplí. Llegó la noche; dan las siete y media, y me planto en un amplio sillón, de donde podía gozar de las bellezas de la comedia. Suena la orquesta, toso, escupo, &c., y me prevengo a empezar mis terribles observaciones contra los malos actores (que hay algunos) y mis alabanzas y aplausos sin número a favor de los que, dotados de las más bellas cualidades que requiere el difícil arte de la declamación, ayudan a inmortalizar la escena
española.
Se alza por fin el telón, y empieza a comedia, durante la cual aplaudí y admiré a unos, y formé el proyecto de criticar en esta a otros; pero, como la obligación de un espectador es ser indulgente y conocer lo difícil que es desempeñar, solo medianamente, un papel, me limitaré a criticar las faltas más notorias.
(Don Antonio de Herrera).
Su introducción fue la más estraña del mundo por la muchísima velocidad con que recitó su papel, y en igual sentido su querido criado, que también trata de imitarle. Al oírlos me acordé de aquella fábula de Iriarte que recitan tan de priesa los muchachos:
A una mona
muy taimada, &c.
No, señor de Herrera; el declamar los papeles que requieren viveza no consiste en atropellarlos y recitarlos cual romance; en esa misma viveza se necesita dar sentido, modular, hacer pausas, subidas y bajadas en esas mismas modulaciones, sin lo cual dirán... lo que digan. Vuestra voz es buena, vuestra presencia regular, y vuestro aire bastante desembarazado; luego, no hay motivo para que no ejecutéis bien vuestro carácter
Tampoco debe ignorar el señor don Antonio que el guardar la ilusión y naturalidad son cosas en que debe esmerarse un actor, y el amante de doña Violante no guarda tal ilusión: en el primer acto se nos presenta, de camino, en traje militar, y el tal traje sin variarle en nada pasa toda la comedia (y eso que está en la tercera amonestación), de suerte que en el quinto acto se nos presenta en la boda con el mismo mismísimo vestido, la misma mismísima espada y el mismo mismísimo sombrero.
(Don Juan).
En nada ha desmerecido de su antecesor. Presenta todas las bellas
cualidades
propias de un buen actor y que indican su disposición para el arte dramática. Sus escenas con doña Violante han
agradado
infinito.
(Don Pedro de Mendoza).
Tiene hermosa presencia, buena voz, y viste bien; desempeñó regularmente su papel, y, a no ser un sí es no es de aliento que toma de renglón a renglón (llamado técnicamente sobrealiento), hubiera sobrepujado al mismo don Antonio.
El gracioso (nuevo) no podemos juzgar de él por sola una pieza, en que, además de ser muy poco lo que tiene que hablar, casi todo es mojiganga; le advertimos únicamente, por si no lo sabe, que en Madrid no se acostumbra remendar a los autores ni poner gracias de pegote.
El padre de doña Serafina, el hermano de doña Violante y el criado de don Antonio, son todos por un estilo; sin duda, a estos señores se les han quedado atascadas las últimas manzanas del año pasado; sus voces en coro son capaces de desempedrar en pocos días las calles de Madrid; sin embargo, no hay regla sin escepción, y el hermano de doña Violante al cabo, al cabo tiene unas aspiraciones muy graciosas.
(Doña Violante).
Su voz es hermosísima, sonora y capaz de hacer todas las transiciones que exigen las diversas pasiones de corazón humano; su figura, interesantísima y noble; sus acciones, posiciones y demás denotan una maestría que nos demuestra saber en dónde está y de qué está hablando; finalmente, desempeñó con suma gracia y facilidad un papel en que siempre ha merecido tantos y tan justos aplausos.
(Doña Serafina).
Su voz es dulce y tierna, su figura interesante, y su papel lo desempeñó bastante bien; solo desearíamos diese a sus espresiones más fuego, se interesase más en el todo de la comedia y que descargase su cabeza de aquel terrible peinado, sustituyéndole otro más sencillo y gracioso, pues, de lo contrario, podremos decir con Iglesias:
Yo vi en París un peinado
de tanta sublimidad &c.
Finalmente, todos los demás actores lo ejecutaron bastante bien, empezando por el padre del gracioso, siguiendo por Aguado y por el que trae la maleta, y acabando por las mujeres.
Concluyamos nuestro artículo sin hablar de la comedia, pues bastante conocido es a todos su mérito y el de su autor.
Sírvase, señor redactor, insertar esta en su ameno periódico, advirtiendo que no pocas veces, a pesar de mi gota, molestaré su bondad sobre este y otros puntos, y teniendo por seguro que siempre será uno de los más impertérritos admiradores del
Correo.
La Chinche crítica
(Advertencia de la Redacción).
Como en la sección
Correspondencia
se ha dicho muchas veces que no es el redactor de este periódico el que manifiesta su opinión, y que, de consiguiente, no es el responsable de la que se emite en esta sección; y como, por otra parte, estas discusiones redundan siempre en beneficio del arte, pues es el público quien las lee y quien juzga, no hemos querido negar la inserción del artículo precedente. No en todos puntos (aunque sí en bastantes) convenimos con
La Chinche crítica,
pero, por fin y postre, la época va siendo la de las chinches, y la mejor respuesta que los cómicos podrán dar a las de esa especie será la de representar bien sus papeles y esforzarse con pundonoroso empeño para sacar al teatro español del abatimiento en que se encuentra.