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Título del texto editado:
“Crítica. Artículo III”
Autor del texto editado:
Sin firma
Título de la obra:
La tarántula, nº 8
Autor de la obra:
Edición:
Granada: Imprenta de Benavides, 1842


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CRÍTICA

Artículo III


Desde luego se advierte que en la estrofa primera de la oda a la muerte de Conde (Juicio crítico, pág. 41, tomo 1º) se quiso imitar el hermoso apóstrofe de fray Luis de León:

¿Y dejas, pastor santo,
tu grey en este valle hondo escuro
con soledad y llanto,
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?


Pero Moratín al comenzar su oda no se detuvo a reflexionar que semejante rapto no podía convenir a la situación en que él se hallaba, y que, de consiguiente, en su composición había de carecer de verdad y descubrir el artificio. Fray Luis tiene sus ojos fijos en el Señor, que rompe los aires para subir a los cielos; vemos al poeta extender los brazos como queriéndole detener; su exclamación no puede ser más natural. Debe repararse sobre todo la singular maestría con que en la Ascensión están graduados los afectos. El poeta mismo, que se oye al principio esforzar su voz poseído de la más violenta agitación, se ve al desaparecer el Señor volver en sí y quedar postrado en el más profundo abatimiento... “¡Ay, nos dejas!” Con la misma palabra que principia el poeta su oda la concluye, porque la idea de que va a quedar el mundo abandonado es la que lo absorbe. Volvamos a nuestro propósito principal.

La oda a Conde principia de esta manera:

¡Te vas, mi dulce amigo,
la luz huyendo al día!
¡Te vas, y no conmigo!
¡Y de la tumba fría
en el estrecho límite
mudo tu cuerpo está!


Nosotros no percibimos qué conexión pueda tener el sentido de las dos exclamaciones comprendidas en los tres primeros versos, con el que resulta de los tres últimos. Decirle a un hombre difunto y enterrado, “te vas!” podrá ser un gran primor, pero a nosotros nos parece el mayor disparate del mundo.

Acaso se dirá que el poeta habla no con los restos, sino con el espíritu de Conde, pero aun en este supuesto subsiste el mismo inconveniente. Lo primero, porque las almas no son objetos visibles, ni con la idea de espíritu puede hermanarse la de movimiento, a menos que no se haya convenido de antemano en una personificación, como sucede con los ángeles, que nos los figuramos en la forma de bellísimos alados mancebos; lo segundo, porque, aun cuando las almas se considerasen personificadas, la de Conde, puesto que ya su cuerpo estaba sepultado, había tenido lugar, sin apresurarse demasiado, |para llegar al que destinado le estuviese. Repetimos que Moratin no se hizo cargo de su situación al principiar su oda; y cuanto pueda decirse en contrario nos parece que tendrá más de sutileza que de verdad ni solidez.

También Meléndez imitó en dos pasajes de sus (obras (que recordemos) el citado fray Luis; y, como en ambos lo hizo con el mayor acierto, los pondremos a continuación, a fin de que resalte más lo poco feliz que Moratín estuvo en la primera estrofa de su oda. La de Meléndez al otoño principia así:

Fugaz otoño, tente,
que embriagada en placer el alma mía
con tu favor se siente,
y en su dulce alegría,
por que atrás tornes, votos mil te envía.


Es muy natural el deseo de acelerar o retardar el curso del tiempo, según que la situación en que nos hallamos es penosa o agradable: así pudo decir Herrera en su canción a don Juan de Austria:

Tread, cielos, huyendo
este cansado tiempo espacïoso...


La segunda imitación de Meléndez se aparta menos de su original, y es mucho más bella que la anterior. Escoge la muy poética situación de hacerse a la vela la nave que conduce a la América a su amigo don Gaspar González de Candamo, al cual dirige la palabra en los primeros versos de la epístola elegiaca que le dedica, del modo siguiente:

¿Huyes, ay, huyes mis amantes brazos,
dulce Candamo, y entre el indio rudo,
en sus inmensos solitarios bosques
corres a hallar la dicha que en el seno,
en el fiel seno de tu tierno amigo
el cielo y la amistad te guardan solo?


Imitando también el final de la oda de fray Luis, concluyó también Meléndez la citada epístola con este verso, que pinta con mucha verdad la postración de su espíritu:

¡Adiós! ¡Adiós! ... ¡Amarga despedida!...


Volvamos a la oda de Moratín. Tampoco nos gusta la siguiente estrofa:

La parca inexorable
te arrebató a la tumba.
En eco lamentable
la bóveda retumba,
y allá en su centro lóbrego
sonó ronco gemir.


Parécenos este adorno algo ampuloso respecto de la composición en que se halla, y asimismo nos parece que no está en ella muy bien introducido. Por otra parte, en la anacreóntica a Flumisbo se oyeron voces sobrehumanas; en la epístola a Jovellanos, también (fama es común) se oyen lamentos funerales; y esto es, a nuestro modo de ver, abusar demasiado de una ficción, que, si nos agrada en las Ruinas de Itálica, por la maestría con que está introducida y justificada (“Tanto aun la plebe a sentimiento incina”) y por la grandeza del asunto que ocupa la mente del poeta, no dice bien en la oda a Conde, que en rigor no es otra cosa que un elogio académico; y más cuando en ella se supone la ficción de un modo directo y terminante.

Haremos dos observaciones sobre el lenguaje de esta oda:


Y de la tumba fría
en el estrecho límite
mudo tu cuerpo está.


En nuestra lengua el adjetivo que califica al sustantivo “cuerpo” envuelve siempre una idea general; así, decimos “cuerpo chico, curioso, ligero, etc.”, pero no podemos decir “cuerpo cojo, ciego, sordo, etc.”; por esto nos parece que el adjetivo “mudo” está usado impropiamente.


Entregó a tu desvelo
bronces que el arte abulta...


Juzgamos violento el rodeo con que se dice (esto entendemos) que Conde era inteligente en la numismática y estatuas de los antiguos. Además, siendo tan frecuente el uso de la palabra “abultar” tomada en el sentido de ponderar una cosa demasiado, o ser extensa, y teniendo en nuestro idioma otras varias acepciones, aunque no tan frecuentes, no debió tomarse en la que Moratin parece que la tomó. ¿Qué quiere decir que el arte abulta los metales? que les da bulto no puede ser, porque dar bulto es lo mismo que dar cuerpo , y esto, aunque pueda decirse con cierta propiedad del pincel, no puede decirse del cincel, que lo que hace es dar forma al metal. Si se dijese que “abulta” está tomado como derivado de vultus (el semblante), el desacierto sería todavía mayor. Hacemos estas observaciones para demostrar que aun en la parte del lenguaje, que por lo regular es la que critica Hermosilla con más acierto, no debemos fiarnos de él, pues, pecando muchas veces de nimiedad respecto a esas reglas gramaticales, otras se le escapan descuidos de tanto bulto.

En cuanto a la nueva versificación de esta oda, nos parece, como a Hermosilla, ingeniosa, pero diremos con la mayor franqueza que no nos agrada tanto ver añadir nuevas cuerdas a la lira española como oír tocar con gusto y maestría las que ya tiene.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera