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Título del texto editado:
“Crítica. Artículo IV”
Autor del texto editado:
Sin firma
Título de la obra:
La Tarántula, nº 9
Autor de la obra:
Edición:
Granada: Imprenta de Benavides, 1842


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CRÍTICA

Artículo IV


Al concluir Hermosilla el idilio de Moratín “La auusencia”, se expresa en estos términos: “si en este género tiene la poesía castellana alguna composición, no digo mejor, pero sí tan buena, quisiera que se me citase. Yo por mí no la conozco. ¡Queé ternura! ¡qué verdad en los afectos! ¡qué lenguaje tan poéticamente campestre, sin la menor bajeza! ¡qué estilo tan correcto! ¡qué versos tan dulces y sonoros!” (Juicio crítico, pág. 99 y 100, tomo 1º) Examinemos ahora nosotros si es exacto el juicio de Hermosilla, entresacando algunos pasajes del citado idilio.


Si alguna vez a mi dolor se presta
benigno el sueño con amigas alas,
hijo de la callada húmeda noche...


Este último verso es superfino para el sentido de la composición y perjudica a su interés. No es propio de un ánimo profundamente afligido detenerse a sacar alegorías. ¿A qué conduce, porque se ha nombrado al sueño, sacar a plaza su árbol genealógico?


Y escucho
la conocida voz, las dulces quejas
que serenar el ímpetu espantoso
pueden del mar en tempestad oscura...


Esto en boca de un marinero sería muy natural, pero en la de un pastor está muy distante de serlo. Uno de los de Garcilaso dice:

¿Ves el furor del animoso viento,
embravecido en la fragosa sierra,
que los antiguos robles ciento a ciento
y los pinos altísimos atierra,
y, de tanto destrozo aún no contento,
al espantoso mar mueve la guerra?...


Acaso no se hubiera Garcilaso valido del segundo ejemplo si no le hubiera llevado el deseo de dar a tan hermosa octava toda la rotundidad que necesitaba. Pero, sin insistir en esto, notaremos que la idea del efecto que el viento causa en el mar se halla en segundo término y como excitada por la del que causa en la sierra.


Venus, hija del mar, diosa de Gnido,
y tú, ciego rapaz que revolante
sigues el carro de tu madre hermosa,
la aljaba de marfil pendiente al lado...


¿Quién dirá que este es el lenguaje de un desesperado?


Falte a mis ojos
la luz pura del sol en noche eterna,
y del cuerpo mi espíritu desnudo
fugaz descienda en vana sombra y fría
a la morada de Plutón terrible.


No sube a tanta altura el sonido de la pastoril avena. Este pasaje corresponde a la epopeya por el tono y por la expresión.

Además de estas observaciones parciales, vamos a hacer otra general acerca del fondo de verdad que se echa de menos en “La ausencia”. Entramos concediendo desde luego que en la lírica no son tan estrechas las leyes respecto a los soliloquios como en la dramática, permitiéndose a los de aquella una extensión que en los de esta se condenaría como excesiva. La razón principal de esta diferencia nos parece fundada en que un soliloquio en la lírica se considera más bien una meditación que no un discurso, en que no es tan natural estarse hablando una persona consigo mismo un largo espacio de tiempo. Pero aunque esto es así, debe notarse que ni en la lírica ni en la dramática puede permitirse un soliloquio en que aparezca un estilo narrativo. Ahora, cuando en “La ausencia” dice Inarco, hablando consigo mismo:

Por ignorada
senda me aparto, con errante huella,
y, atrás volviendo alguna vez los ojos,
“Adiós, mi patria” sollozando dije,
“Adiós, praderas verdes, donde oculto
entre juncos y débiles cañerlas
Manzanares humilde se adormece
sobre las urnas de oro. Adiós, y acaso
para nunca volver”. A la espesura
de incultos bosques y profundo valle
la planta muevo aceleradamente... etc.,


se echa de menos, con especialidad en lo indicado con bastardilla, el lenguaje propio de un hombre que está hablando consigo mismo. Tememos que esta observación no se haga demasiado perceptible a aquellos que no quieran tomarse la molestia de reflexionar un poco. Sin embargo, nosotros juzgamos que es muy exacta y de muy vasta aplicación. Dígase ahora si don José Gómez Hermosilla había nacido para señalar a nuestros jóvenes poetas la senda del acierto, y si los ejemplos que ofrece como modelos de perfección serán capaces de dar al que con ellos se nutra el hábito de componer y juzgar con buen gusto.

Don Juan Tineo, a quien tomó Hermosilla por auxiliar de su Juicio, no habla con menos entusiasmo que aquel de este idilio, (véase la pág. 18 del tomo 1°). El lenguaje del señor Tineo es chocante por el esfuerzo pedantesco-retórico que en él resalta, llegando en algunos casos hasta el extremo de la ridiculez. ¿Quién podrá contener la risa al leer “gracioso estilo, graciosa amenidad, graciosos versos: todo gracioso, todo alegre y bello. ¡Gran acierto! (pág. 7, tomo 1º). En la misma página se lee bello y armónico, y fácil, y expresivo, y afectuoso.... etc. etc. etc. Pero, prescindiendo de este defecto, de que no hemos debido desentendernos enteramente, lo peor es que su crítica vale tan poco o menos que la de Hermosilla. He aquí cómo se explica después de unas cuantas admiraciones, que omitimos en obsequio de la brevedad: “¡qué primorosos versos! léanse, estúdíense, ténganse en la memoria, porque nadie los ha hecho, ni los hará, mas primorosos en su género”. Esto dice hablando de la epístola que dirigió Moratin a don Simón Rodríguez Laso. Tiene aquel autor algunas composiciones donde luce una versificación esmerada, pero la de la epístola que escoge el señor Tineo para modelo y que señala como el límite de la perfección en cuanto a buenos versos es cabalmente defectuosísima en esta parte. Véanse los siguientes entresacados entre otros muchos muy malos:

Todos los son, que de un afecto a otro...
La prudente
moderación es la virtud del sabio.
detesta
al vicio, aunque del orbe el cetro empuñe...
Palacios donde la opulencia habita...
Y martiriza áspera sed de imperio...
Descansaré, sombra feliz, si alguna...


Es verdad que entre las poesías líricas de Moratín se hallan algunas de mucho mérito por su regularidad clásica, pero nos dejan desear aquella expresión patética que resulta cuando en el poetase corresponden las vibraciones del cerebro y las del corazón. Carecen también de aquellos rasgos inspirados que arrebatan la mente del que lee. Nosotros las comparamos a aquellas mujeres que, a pesar de la justa proporción de sus facciones, tienen una fisonomía desmayada, incapaz de apasionarnos.

Pero si Moratín es poco feliz, como él mismo confiesa modestamente en varios lugares de sus obras, en aquel género de poesía que exige un alma de fuego y una sensibilidad exquisita, en aquel que pide un espíritu claro y un humor festivo es de los más sobresalientes de nuestro Parnaso, Sin necesidad de recurrir a sus comedias, tan justamente aplaudidas, admiramos en varios de los juguetes que compuso tantos rasgos cómicos, tantos chistes y un estilo tan sumamente fácil, que nos parece que en este género será muy difícil, ya que no imposible, igualarle. Sus romances no corresponden a ninguna de las especies en que este género de composiciones se ha clasificado; son satíricos, es verdad, pero sobresalen en ellos las formas cómicas de una manera tan notable, que las hacen a nuestro juicio muy diferentes de todas las demás composiciones líricas de este distinguido ingenio.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera